Juana Edith Becerra Manrique
Investigadora independiente
Desde tiempos de la Colonia, la quema de Judas ha constituido una de las tradiciones que el pueblo mexicano se apropió como instrumento para expresar sus pesares e inconformidades ante las diferentes realidades sociales que le han aquejado desde entonces. La celebración de esta fiesta se convirtió en una oportunidad que la cultura popular ha tenido para levantar la voz ante el poder hegemónico. Cada Domingo de Pascua, al finalizar la Semana Santa, en la Llamarada –una esquina del Barrio de Santiago–, se celebra esta fiesta de manera exclusiva en la ciudad de León, Guanajuato, definiendo así el sentido identitario de este lugar. Los Judas quemados ahí, representan un testimonio vigente de que la voz del pueblo sigue viva. El acercamiento a esta tradición, a partir del dialogo entre la Historia y la Antropología, nos permitirá el análisis del significado que tiene la quema de Judas para los vecinos del lugar, que, entre otras cosas, claman por ser reconocidos en el entorno local y nos muestran el rostro oculto de un barrio popular donde “todo se vale”.
Palabras clave: tradición, poder hegemónico y sentido identitario.
Desde el siglo pasado y como herencia del pensamiento moderno, la dinámica social en la ciudad de León Guanajuato, lo mismo que en otras ciudades de México, pareciera ir encaminada hacia el progreso, donde lo importante es el presente y la proyección futura de la ciudad, donde el estudio del pasado –precisamente por pertenecer a él– se vuelve prescindible y poco estudiado, sin embargo, muchos son los pendientes que a la población leonesa le urge conocer, entre ellos sus tradiciones. En el ámbito local pocos son los investigadores que tienen como objeto de estudio a esta ciudad, escaseando aún más, los historiadores y científicos sociales que nos den cuenta del pasado y las realidades sociales consecuencia de éste, es por ello que el acercamiento a las tradiciones se convierte en una alternativa para dar cuenta de las “realidades” de una sociedad heterogénea, divergente, e incluso, contradictoria. El ciudadano leonés promedio, tiene poco conocimiento de su contexto histórico y por ende de sus tradiciones, es por ello que el estudio de éstas se vuelve fundamental para ubicarlo en su presente y posiblemente nos ayude a entender el marco en el cual éste se desenvuelve. Los leoneses no dejan de ser “seres históricos” y a la omisión del estudio del pasado, de sus tradiciones, es probable que le siga un efecto de desarraigo del “ser” hacia su entorno geográfico y su contexto socio-histórico, de acuerdo a esto, Ramírez (2000) menciona que para evitar el vacío y el desarraigo ontológicos, “debemos replantear las cuestiones de otra forma, de una forma más ‘realista’: pensar desde el ‘ser’ de lo que hemos sido. Volver a la tradición” (pp. 172-173). El estudio de las tradiciones en León, se convierte en una forma de acercamiento a las diferentes “realidades” y tal vez sean el espejo que nos permita ver el reflejo de los diversos “rostros” de su sociedad. Este mismo autor propone que la tradición es “la determinación del presente por todo aquello que ‘ya se ha hecho’ en el pasado –en el plano de las costumbres, pero también en el del saber, la práctica, el arte, la moral y hasta la política” (p. 173). En la medida que nos acerquemos al estudio de las tradiciones conseguiremos tener una visión más amplia de las prácticas sociales de la población leonesa de hoy día, sobre todo de aquéllos estratos que carecen de voz ante el poder hegemónico, entonces la tradición es definida desde el presente en el momento que sigue vigente y a su vez, el presente es determinado por la tradición, donde lo diacrónico y sincrónico interactúan para darle vigencia, se trata de un diálogo eterno y constante entre pasado y presente, el cual se torna necesario para ubicar al “ser” en su contexto, cualquiera que éste sea.
Como sabemos, la quema de Judas es una tradición heredada del pasado colonial que se ha transformado y adaptado a las nuevas realidades sociales que afectan al territorio nacional. En León, Guanajuato sobrevive solamente en la Llamarada, aquí, esta tradición sigue vigente, permanece, se transforma y se aferra a la vida; a través de ella, este barrio popular tiene la oportunidad de juzgar los aconteceres cotidianos y nacionales, al mismo tiempo que busca el reconocimiento local en una sociedad que tiende a menospreciar lo anticuado, lo tradicional, no obstante, alrededor de esta tradición gira una compleja problemática social que tal vez nos anuncie su extinción y al mismo tiempo refrende su permanencia por las implicaciones que conlleva para los vecinos del lugar. De lo anterior, podemos entonces preguntarnos ¿Qué significado tiene para los vecinos de la Llamarada, la celebración de esta tradición?
La quema de Judas se celebra cada Domingo de Pascua en la esquina de Hermanos Aldama y Amado Nervo, la Llamarada en el Barrio de Santiago. El origen de este lugar se remonta al momento de la fundación de la Villa de León en el siglo xvi, cuando el virrey Enríquez de Almanza estableció sus confines el 29 de marzo de 1576, uno de ellos, el límite noreste, en las calles de La Paz y Tres Guerras, justo a unos metros de lo que hoy es La Llamarada.
Las veinticuatro manzanas que constituyeron la traza original de la Villa comprendieron ciento cuarenta y cuatro solares. Corresponden a lo que en estricto rigor es el primitivo centro histórico de la Ciudad, ubicado entre las siguientes delimitaciones: al noroeste, las calles Veintisiete de Septiembre y Melchor Ocampo; al noreste, las calles de La Paz y Tres Guerras; al sureste, las avenidas Independencia y Rosas Moreno; al suroeste, las Avenida Miguel Alemán y Constitución (González, 1990, p. 10).
De acuerdo a lo anterior estas delimitaciones, antaño las afueras de la ciudad, hoy por hoy conforman parte de la “Ciudad Histórica” (García Gómez, 2010, p. 45), pese a ello, al recorrer sus calles podremos percatarnos del alto índice de deterioro en varias de las casas habitación aledañas a la Llamarada, no obstante que Santiago esté ubicado entre los barrios del Coecillo y Barrio Arriba1 y entre el Boulevard López Mateos y el Malecón o Río de los Gómez, principales vialidades en la ciudad, Padilla (2002) ubica al barrio de Santiago en el “área que queda delimitada por el Río de los Gómez al nororiente, el Boulevard López Mateos al sur y por las calles Donato Guerra, Gutiérrez Nájera y Hermanos Aldama al poniente” (pp. 62-63). Entonces, el mantenimiento de los edificios históricos, sólo se da a aquéllos ubicados en la Plaza de los Fundadores y Plaza de los Mártires, en el Centro Histórico o bien a recintos como el Teatro Manuel Doblado y plazas de los principales templos de la ciudad.2
Por otro lado, muchos han sido los aconteceres que han marcado el contexto socio histórico de la Llamarada, por mencionar algunos, diremos que esta zona resultó de las más afectadas por las constantes inundaciones acaecidas en León a finales del siglo xviii y principios del decimonónico (Navarro, 2008).3 Por las memorias de García Moyeda (2006, p. 88), sabemos que en 1872 se ubicó la garita del Zelo en el puente del Río de los Gómez, una de las entradas principales a León, en la cual se advirtió una fuerte dinámica comercial y, que al mismo tiempo, no estaba exenta del tráfico de contrabando, especialmente de pólvora y tabaco. También en el siglo xix Santiago fue asiento de varias obras públicas en el entorno local, como la construcción de un pozo artesiano, una torre de abastecimiento de agua, dos de los circuitos principales del tranvía pasaban por la plazuela de Santiago y la edificación del Puente Barón y Morales, también conocido como puente Santiago. A principios del siglo xx se estableció el Decreto de cantinas, que tenía como objetivo la inspección de éstas, el regulamiento y control de bebidas alcohólicas, además de prohibir a los hijos y esposas de los cantineros trabajar en ellas, situación por demás significativa si tomamos en cuenta la abundancia de cantinas en todo este barrio (Becerra, 2011, pp. 32-37, citando a Labarthe, 1997).
Como ya mencionamos, la zona denominada la Llamarada fungió como colindancia del Barrio de Santiago y por ende de la ciudad, el fluido y constante movimiento comercial que se generaba en este barrio, fueron circunstancias que probablemente facilitarían el establecimiento de “casas accesorias”4 donde se ejerció la prostitución entre los años treinta y sesenta del siglo xx. Entonces, Santiago fue conocido por la zona roja establecida en él (Padilla, 2002, p. 74), por esa misma situación, en las calles aledañas a ésta abundaban los salones de baile donde los jóvenes podían bailar con las “muchachas” al ritmo de la música por “un veinte”5 que se depositaba en las consolas, también abundaron los cabarets y salones de baile donde era común el juego “de baraja y albures”, al margen de la ley, lo que propiciaba un ambiente clandestino donde permeaba otro tipo de comportamientos que en el contexto local no eran vistos como deseables, como por ejemplo: el exceso en el consumo del alcohol y la prostitución. Así las cosas, las calles de Hermanos Aldama, Amado Nervo, Donato Guerra, Tres Guerras, Gutiérrez Nájera, La Paz y Rosa de Castilla, formaron una especie de cuadrante donde las dos primeras marcaban el inicio de la zona roja, justo ahí es donde actualmente se efectúa la quema de Judas. En este barrio, la dinámica cotidiana giraba en torno a la prostitución, las mujeres que se dedicaban a este oficio eran respetadas y vistas como “mujeres normales” durante el día, al caer la noche, la Llamarada seguía despierta y los vecinos del lugar empezaban su segunda jornada laboral en las cenadurías esperando a los comensales, en las calles esperando clientes para limpiarles los zapatos e incluso los niños trabajaban y obtenían provecho de esta circunstancia.
[…] cuando yo era niño, trabajaba todas las noches afuera de las accesorias vendiendo papel de baño, me ganaba mis buenos centavos aunque en la mañana iba todo modorro a la escuela, me paraba afuera en la puerta y los hombres que visitaban a las muchachas me pedían papel, mucho papel, [entonces] yo no entendía para qué querían tanto papel, ahora ya sé por qué. (Anónimo, entrevista personal, 11 de abril de 2009).
Por lo anterior, la esquina conformada por las calles de Hermanos Aldama y Amado Nervo, mejor conocida como la Llamarada, se convirtió en una especie de portal de acceso a esta zona donde era permisible una conducta que en otros lugares no podría hacerse expresa y que terminó en la década de los años sesenta del siglo xx, cuando fue gobernador Juan José Torres Landa, quien, según el parecer de los vecinos del lugar, prohibió la prostitución en el estado de Guanajuato. Ello condujo a la clausura de las “accesorias” y al desalojo de las “muchachas” que ejercían la prostitución, las cuales sólo cambiaron su lugar de trabajo. La Llamarada entonces ya no se vio tan fluida como antaño y los años de bonanza se acabaron para sus pobladores.
Ahora bien, otro hecho relevante fue la apertura del Boulevard Adolfo López Mateos, su construcción concluyó en 1964 como resultado del Plan Guanajuato, el cual tenía por objetivos “el desarrollo económico, social y urbanístico”, planteados a su vez, en los mismos objetivos del contexto nacional, su inauguración “significó la primera fragmentación del espacio tradicional urbano, con el consecuente impacto social al separar a los habitantes del centro, de quienes entonces quedarían al Norte de la nueva vialidad”. Es posible que esta obra implicara una herida para la población leonesa, pues de acuerdo a García Gómez (2010), su cimentación afectó a “veintisiete manzanas de la ciudad histórica”, incluyendo a Santiago (pp. 97-98). Este barrio, al quedar separado del centro histórico, fue adquiriendo particularidades que lo hicieron diferente de otros barrios de la ciudad e incluso podemos ver diferencias entre sus residentes. En un estudio previo, Santiago fue dividido en tres zonas: la “zona central” correspondiente al entorno aledaño a la parroquia de Santiago y lo que antes fue la plaza de Santiago, donde hoy se asienta el mercado República, la “zona eje” que limita en la parte sur con el Boulevard López Mateos, conocido también como el “eje” –de ahí el nombre de esta zona–, y finalmente, por la “zona de la Llamarada” que colinda al poniente con la colonia Obregón (Padilla, 2002, pp. 58-60). Es importante mencionar que está diferenciación se pone en evidencia en el momento que se cuestiona sobre su origen a los vecindados en Santiago, al responder dicen que son de una u otra zona dependiendo del lugar de ubicación de su residencia. Sin embargo, los vecinos de Santiago, a la pregunta general sobre la ubicación de su origen en este barrio, sólo los de la “zona central” asienten, pues los de la “zona eje” se dicen del centro y los de la Llamarada no se autonombran como santiagueños, sino que hacen explicito que son de la zona en cuestión, más aún, cuando se pregunta a los pobladores de la “zona central” sobre la quema de Judas, responden que pertenece a los de la Llamarada y que están aparte, ellos no la consideran una tradición propia de Santiago pese a que la esquina donde tiene lugar la fiesta, forme parte de este barrio.
En otro sentido, a mediados del siglo pasado, en el territorio que corresponde a la “zona central” estaba ubicada la Arena Isabel, donde, además de funciones de lucha libre, había funciones de cine y servía como cancha para jugar basketball, hoy día, ésta ha desaparecido y en su lugar queda un terreno vacío que sirve como estacionamiento.6 Según testimonios de los vecinos de Santiago, éste sería el punto de encuentro no sólo de los originarios de este barrio, sino que también pudo serlo de toda la ciudad. Ciertamente, los habitantes de las tres zonas coincidieron en que extrañaban la época de las funciones de lucha libre, aproximadamente en la década de los años sesenta del siglo pasado, cuando el cuadrilátero se convirtió en el escenario de grandes figuras de este deporte, coincidiendo con el auge de la lucha libre manifestado en el México de aquélla época.
Ya más cercano a nuestros días, en la última década del siglo xx, los vecinos de la Llamarada refieren la celebración de peleas de perros clandestinas, donde se apostaba y se bebía sin mesura, hoy día, sus residentes se refieren a ésta como un “barrio bravo”, donde todos se conocen, donde los extraños son vistos con curiosidad, donde el acontecer diario se convierte en una lucha por sobrevivir y con las calamidades de una condición económica tendiente a la clase media baja, donde la valentía se torna en necesidad que debe mostrarse y donde el que se atreve a retar a la autoridad, simplemente es aplaudido.
Esta esquina quieta en apariencia, cobra vida cada año al finalizar la Semana Santa, cuando se queman los Judas el Domingo de Pascua. Los vecinos del lugar se refieren a la Llamarada como “su” barrio, en él podemos observar una dinámica propia del ambiente barrial, misma que se pone en evidencia en la tradicional quema, sigue siendo la entrada simbólica a un lugar donde “todo se vale” y el que no “aguante” es visto con desdén y reproche, donde todo gira como en una especie de juego, donde lo no permitido y lo cotidiano conviven al unísono creando la atmósfera propicia para la celebración de la fiesta. Aquí, donde antaño era la entrada a una realidad alcanzable por los pudientes, un sueño para los jóvenes ansiosos en su despertar sexual, donde las vivencias pasadas aún hoy día se añoran, aquí año con año la quema de Judas lucha por sobrevivir.
Como sabemos, la tradicional quema de Judas llegó a tierras americanas como muchas otras tradiciones que los españoles implantaron en los territorios conquistados por ellos para facilitar la evangelización. En su origen, esta tradición formó parte de las representaciones de Semana Santa organizadas durante la Colonia y, al parecer, fue el recurso que la población utilizó para hacer mofa a los inquisidores parodiándolos en las primeras quemas “laicas”. En el México independiente, la quema siguió utilizándose para expresar la inconformidad y el desacuerdo social, lo mismo ocurrió durante la Reforma, el Porfiriato y las épocas de la Revolución y Postrevolucionaria, hasta llegar a nuestros días. Es por ello que la permanencia de esta tradición ha sido cuestionada y discutida en los diferentes períodos históricos por aquellos quienes han ostentado el poder hegemónico, sin embargo, la quema sigue vigente y, en el caso que nos ocupa, de manera exclusiva.
La evidencia más antigua de quema de Judas en la ciudad, se remonta al año de 1825, cuando las autoridades locales intentaron suprimir esta celebración mediante petición al Consejo del Jurado de orden federal, por considerarla apta para el desorden, sin embargo, la respuesta de éste fue negativa argumentando que la supresión de ésta sería interpretada por el pueblo como un ataque del gobierno republicano a su religiosidad (JP-ASE-COM-C.1-exp. 12 – 1825, Archivo Histórico Municipal de León, Fondo Jefatura Política).
La prensa local de principios del siglo xx da cuenta de accidentes acaecidos a los coheteros por la elaboración de los Judas, respecto a la segunda mitad del siglo mencionado, más bien ha orientado sus crónicas al decaimiento de la tradición y conforme se va acercando a nuestro tiempo, los comentarios son redundantes en cuanto al desinterés por celebrarla y cada año los organizadores declaran a los medios de comunicación las dificultades que conlleva la celebración de esta fiesta, sobresaliendo el año de 1997 cuando expresaron que ésta sería la última quema en realizarse por los altos costes de los Judas y la falta de interés de la gente por cooperar. (De la Cruz, 1997).
Al final de la Semana Santa, el Domingo de Resurrección o de Pascua, tiene lugar la quema de Judas y en León, como en otras regiones urbanas de México, las autoridades eclesiales se mantienen al margen de su organización. Esta práctica forma parte de las festividades tradicionales que cumplen al mismo tiempo diferentes funciones –religiosas, lúdicas, sociales, económicas y políticas– (Moreno, 2005, pp. 52-53), pues aún se celebra de acuerdo al calendario litúrgico marcado por la iglesia católica, para la comunidad celebrante significa la oportunidad y el momento de esparcimiento y desahogo a los pesares cotidianos, a través de ella, los organizadores se diferencian del resto de sus congéneres, llevando a cuestas cierto prestigio y reconocimiento social, la quema es el pretexto para mostrar el sentido reprobatorio a todos aquellos cuyo comportamiento no es socialmente aceptable, en la celebración se condena no sólo al vecindado en la Llamarada, sino también a personas relevantes de la clase dirigente local y nacional, lo mismo que a figuras deportivas, líderes sindicales, personajes de la farándula, etcétera y cumple una función económica porque su organización requiere, por un lado, la recolección del dinero necesario para la compra de los monigotes de cartón y cohetes que representan al traidor de la tradición católica, aunque esta tarea conlleve problemas económicos para los organizadores y, por otro lado, la transacción comercial entre quienes organizan y los artesanos cartoneros y de la pirotecnia, donde el regateo se torna en discusión álgida, incluso en el momento de la celebración, pues aún cuando la fiesta concluye, se expresan los inconvenientes ante el pago “injusto” que reciben los artesanos por la manufactura de los monigotes.
Como ya mencionamos antes, esta tradición ha sufrido modificaciones que le han permitido su sobrevivencia, en el caso de la Llamarada, durante la conmemoración de esta fiesta se ha incorporado el elemento musical que acompaña y ambienta cada año a la quema del Iscariote. El día de la celebración la actividad comienza a temprana hora cuando los organizadores acuden con los artesanos para recoger los Judas que serán quemados, generalmente son ocho y una cruz a la que ellos llaman la “cruz del olvido”, la cual es un homenaje a todos los fallecidos en el año previo a la celebración. A las 9:00 de la mañana empieza a llegar la gente convocada por el tronido de los cohetes, quienes van saludándose entre sí, al hacerlo, podemos escuchar un sinnúmero de apodos, pues la identificación por nombres es más bien escasa. Como nos dice Medrano (2001) “Durante el momento festivo, la colectividad pone a prueba tanto el grado de cohesión grupal como la posibilidad de movilización colectiva (capacidad de convocatoria)” (p. 108).
A las 12:00 del mediodía se quema el primer Judas y así hasta las 14:00 horas, entre quema y quema, la gente baila, los coches circulan, la afluencia sigue aumentando, la muchedumbre se aglomera en torno a los monigotes y bajo los rayos del candente sol, los niños se acercan y juegan peligrosamente entre los escombros quemados y los hombres ingiriendo alcohol en la vía pública 7 hasta embriagarse. Mientras tanto, se pasea al Judas en turno y si en el lugar se encuentra a quien es dedicado, entonces la persona baila con él para el regocijo de los que observan. Algunos de los aludidos llegan a molestarse, sin embargo, esto no tiene mayor repercusión, porque se expondrían al escarnio de todos los ahí presentes, de tal suerte que omiten expresar su desaprobación por temor a que se aumente el agravio, en general aguantan la carrilla 8 y el parloteo del momento. En el transcurso de la fiesta es común escuchar un sinfín de insultos subidos de tono, ahí se maldice en general, sin ofender a alguien en particular y a todos al mismo tiempo. Al final, no es de sorprender que se escuche una porra para la Llamarada, todos unifican su voz en un grito que emociona y levanta el ánimo más decaído.
Esta tradición en la Llamarada representa la fiesta que rompe con la cotidianidad, los identifica y les recuerda la pertenencia a lo que fue y es “su” barrio, ésta les pertenece y el celebrarla se convierte, posiblemente, en la única oportunidad de reconocerse y de tener la voz que clama ante los malos tiempos, representa una obligación porque deben preservarla muy a pesar de los sacrificios familiares, laborales, económicos o de cualquier tipo. La celebración de esta fiesta se hace indispensable para reencontrarse con amigos de la infancia y de la juventud, el lugar les evoca recuerdos inolvidables, que son llevados a cuestas y que aluden a ese pasado que viene a ubicarlos al mismo tiempo en su realidad, en su presente. El no celebrarla significaría pasar inadvertidos y negarse la oportunidad de vivir, de revivir, pues como dicen los vecinos de la Llamarada “no podemos dejar de hacer la quema, el día que ya no se haga, se apaga la Llamarada” (Anónimo, entrevista personal, 6 de marzo de 2010).
La quema se transforma en el único elemento que identifica al barrio en el entorno leonés, para los vecinos que habitan en él, su celebración es necesaria y se convierte en una oportunidad de reencontrarse con “su barrio”, con la colectividad, respondiendo así, a la necesidad del individuo por pertenecer a algo. Al tiempo que el sujeto se siente identificado en el grupo, también se alimenta la identificación del barrio fuera de éste, de tal suerte que el grupo se unifica con el objeto de reconocer esta tradición como elemento fundamental para su supervivencia (Portal, 1997, p. 52). La esquina de la Llamarada se deja y se añora; se retorna a ella, quizá no cada año, pero en algún momento en la vida se regresa. La quema de Judas como tradición significa este regreso a las andanzas, significa también el elemento identitario de una forma de vida y de diferenciación ante los otros barrios de León; forma parte de la memoria colectiva del barrio (pp. 75, 179).
Los organizadores año con año buscan que la quema se siga celebrando y, aunque no identifiquen el origen histórico de la fiesta, luchan por su permanencia. Todas las penurias pasadas para la celebración se olvidan a la hora que el primer Judas es quemado. Al final de la fiesta, no quedan más que los restos quemados y una sonrisa de satisfacción, porque por un momento se olvidaron de los problemas, al día siguiente volverán a su realidad, otro año ha pasado y a esperar el que viene. Esta tradición se convierte en el pretexto que define el sentido identitario de este lugar, que entre otras cosas, clama por ser reconocido y nos muestra el rostro oculto de un barrio popular en donde “todo se vale”. Comenta Edgardo Moreno, hablando de la ciudad de Querétaro:
El significado de la tradición, concebida como aquello en lo que creemos, lo que consideramos esencial de nuestra vida en sociedad, lo que “se debe cumplir” a pesar de los cambios a los que está sujeta, ya no está en el pasado sino en el presente, adecuándose continuamente a nuevos modelos. Cuando este significado se materializa a través de los rituales de la fiesta, queda incluido el aspecto colectivo, integrado por el espacio y los habitantes de los barrios tradicionales de la ciudad […] (Moreno, 2005, p. 67).
En el contexto local, la quema de Judas es poco conocida, incluso hay quienes están a favor de su desaparición, la tradición ha sobrevivido en la Llamarada gracias al interés de algunos vecindados en este barrio por mantenerla, sus organizadores se sienten obligados a celebrarla año con año y, aunque para algunos otros la celebración pueda resultar indiferente, este sentimiento se olvida una vez que comienza la fiesta, pues ante la cobertura de los medios de comunicación locales, todos se convierten en organizadores, todos se muestran prestos a conceder entrevistas, todos quieren dar cuenta de esta celebración, todos quieren tomarse la foto con los Judas, todos se unifican en la emoción que generan las explosiones de los Iscariotes, todos se vuelven uno a la hora de clamar “Que no muera la tradición”.
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De la Cruz Martínez, J. (1997, 31 de marzo). Ultima quema de ‘Judas’ por la falta de recursos. El Sol de León, año 50, 4-A.
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1 Estos dos barrios son de suma importancia en el desarrollo económico de la ciudad, en el Barrio Arriba se encuentran varias tenerías –donde se curten las pieles para la manufactura de diversos productos, entre ellos el calzado– y el Barrio del Coecillo, netamente dedicado a la producción y venta de calzado. Esta situación explica por qué en el Barrio de Santiago abunden las peleterías –establecimientos donde se venden las pieles ya curtidas–.
2 En este caso es preciso mencionar el rescate que han tenido las plazas de los barrios de San Miguel y el Coecillo, por estar aledañas a dos de los templos más antiguos de la ciudad, lo mismo que el acondicionamiento de las calles Madero y Pedro Moreno, pues en ellas se encuentran el Templo Expiatorio y la Catedral Basílica, respectivamente.
3 Este autor nos da cuenta de varios testimonios de las diferentes inundaciones en la ciudad, siendo las de 1888 y 1926 las que más pérdidas materiales y humanas le significaron. En el caso particular de la zona de estudio, su ubicación geográfica a las márgenes del Malecón del Río de los Gómez resultó con pérdidas significativas para los vecindados en ella.
4 Término que utilizan los vecinos de La Llamarada para denominar a las vecindades utilizadas como prostíbulos en la zona, especialmente en la calle Gutiérrez Nájera.
5 Monedas de veinte centavos manufacturadas en cobre, las cuales circularon hasta principios de los años setenta del siglo xx.
6 Cada lunes durante un poco más de medio siglo, los santiagueños fueron testigos de innumerables funciones de lucha libre en la Arena Isabel, la cual cerró sus puertas en el año 2000 cuando la familia Vera –dueños del inmueble–, ya no pudieron competir contra el espectáculo de luces, sonido y edecanes ofertado en los medios masivos por la empresa Triple AAA en 1992, acaparando el monopolio de este deporte y la atención del público a través de la televisión mexicana.
7 Este hecho en particular, no está permitido entre la ciudadanía, si alguien es sorprendido haciéndolo puede ser aprendido por los agentes de la policía municipal.
8 Término coloquial referente a la burla o mofa que se hace a una persona de manera insistente.
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