12.3.2 La complejidad en la visión del desarrollo
12.3.2.a. Las concepciones del desarrollo regional en México
Después de la 2a. Guerra Mundial la iniciativa intelectual y política de México se orientó al diseño y la aplicación de una estrategia de industrialización que revirtiera el atraso socioeconómico y la vulnerabilidad hacia el exterior, puestos en evidencia por la gran depresión de los ‘30s y el conflicto bélico mundial de los ‘40s. Durante los ‘50s y ‘60s el desarrollo fue sinónimo de “industrialización”. Este “estilo de desarrollo” fue promovido por parte de los diversos gobiernos mexicanos a través de: a) el equipamiento en infraestructura (comunicaciones, transportes, servicios públicos y energía) que facilitara la movilización y aprovechamiento de los recursos, y b) un creciente flujo de ahorro e inversiones hacia la industria obtenidos por excedentes proporcionados por las exportaciones, la inversión extranjera directa, el endeudamiento externo, y el abaratamiento de los productos agrícolas, facilitando el traslado de la mano de obra campesina a las ciudades. La industrialización lograda acentuó la pobreza, y los desequilibrios económicos y sociales entre la agricultura y la industria.
A finales de los ‘60s y principios de los ‘70s se reconocieron oficialmente los desequilibrios regionales derivados de la industrialización, apareciendo como parte de la explicación la necesidad de lograr el desarrollo rural, tendiente a conducir a la capitalización del campo, y a detener la emigración de la población del medio rural a las ciudades que entonces se ecentuó.
A finales de los 70’s se propuso que el desarrollo debía promover el "equilibrio regional", el cual podría lograrse a través de la creación de "polos" en las “regiones subdesarrolladas”: el desarrollo, oficialmente, fue sinónimo de “polo de crecimiento”, entendiéndose por éste nuevas inversiones en infraestructura y equipamiento en "puntos destacados" (localidades y actividades selectas) de las regiones de México. A diferencia de lo ocurrido en las décadas anteriores, se reconoció que debía invertirse en actividades diversas (agricultura, turismo, servicios, comercio) y no solamente en la industria.
Durante este periodo, también “la izquierda política” asimiló el concepto de desarrollo a la supresión de la dependencia y las desigualdades sociales y regionales adquiridas por los países latinoamericanos con respecto a los "países desarrollados". En este caso el desarrollo fue sinónimo de una “socialización de la economía”, entendiéndose por ésta la eliminación de la propiedad privada de las diversas actividades productivas.
Al inicio de los ‘80s se acrecentó la crítica que consideró que la excesiva conducción de la economía por parte del gobierno mexicano había ahogado la iniciativa privada, distorsionado los precios, elevado los salarios, sobrevaluado el tipo de cambio de la moneda, y ocasionado un exceso de protección, todo lo cual repercutía en la ineficiencia y la asignación irracional de los recursos a la producción, y por lo tanto en la falta de desarrollo. Los organismos, la banca, así como las industrias transnacionales, promovieron el "neoliberalismo", el cual se fortaleció con la caída de los países socialistas. Éste se basó en la intención de mejorar el equilibrio en los parámetros macroeconómicos, elevar la competitividad, la productividad, el ahorro y la inversión y reducir la estructura gubernamental. El “desarrollo” se convirtió en sinónimo de “crecimiento de la economía” a través de la expansión del mercado y de la ampliación de la participación de los agentes privados en la misma.
A mediados de los ‘80s también comenzaron a surgir las primeras críticas al ”neoliberalismo”, concretamente a su retorno al concepto de desarrollo como sinónimo de “crecimiento económico”, básicamente macroeconómico a costa de la pobreza de la mayoría. Una de las críticas a esta concepción del desarrollo se basó en la reflexión que los recursos, sobre todo naturales, no son ilimitados. Se propuso como alternativa al mismo el denominado "desarrollo sustentable o sostenible". En éste subyace el concepto de desarrollo como sinónimo de “equilibrio entre la sociedad, su economía y sus recursos naturales”, concepto que aunque originalmente provino de los países anglosajones, poco a poco ha arraigado en México, acompañándose gradualmente de medidas relacionadas con el control de la natalidad, la regulación del manejo de los recursos naturales, y el apego a normas para cuidar el ambiente.
Finalmente, a mediados de los ‘90s en el discurso político administrativo la “globalización” se hizo presente a través de la justificación y los esfuerzos por integrar a México al contexto internacional en una posición de competitividad. El “desarrollo regional” ha sido entendido en este discurso como el “crecimiento económico” derivado de una mayor integración y participación de las empresas y regiones al proceso exportador, de intercambio y producción de tecnologías de punta, ligadas a las redes productivas y comerciales internacionales. Destacan en este proceso la firma de varios Tratados de Libre Comercio entre México y diversos países (siendo los más notorios los firmados con los Estados Unidos y la Unión Europea).
12.3.2.b. Conceptos de Desarrollo contemporáneos
¿Cuáles son los conceptos de desarrollo regional existentes en México derivados del proceso histórico descrito, y cual es la tendencia de este concepto en el futuro inmediato?. Para responder tal interrogante se realiza una breve revisión de las propuestas, que hoy en día orientan las políticas públicas hacia el contexto regional.
Uno de ellos es el “concepto político-administrativo”, el cual concibe el desarrollo como el “proceso permanente de mejoría en los niveles de bienestar social, alcanzado a partir de una equitativa distribución del ingreso y la erradicación de la pobreza, observándose índices crecientes de mejoría en la alimentación, educación, salud, vivienda, medio ambiente y procuración de justicia en la población” (SHCP 2001).
Para conceptualizar el “desarrollo regional” se emplean diversas nociones, como la proveniente del Instituto Latinoamericano de Planificación Económico Social (ILPES), el cual afirma que el “desarrollo regional es el proceso que afecta a determinadas partes de un país, las cuales reciben el nombre de regiones" (ILPES 1980: 25). Sergio Boisier, un pensador sudamericano completa al respecto que el “desarrollo regional” es el “proceso de cambio sostenido, que tiene como finalidad el progreso permanente de la región, de la comunidad regional como un todo y de cada individuo residente en ella” (Boisier 1996).
La Organización de las Naciones Unidas ha afirmado que el “el desarrollo regional” puede ser concebido como un proceso a) subordinado al contexto nacional, y b) independiente del contexto nacional. En el primer caso, el desarrollo regional es un proceso de desarrollo nacional a escala regional (subnacional), que abarca las características económicas, sociales y físicas del cambio en una zona durante un determinado periodo de tiempo. En la segunda vertiente el desarrollo regional se concibe como un aumento del bienestar en la región expresado en indicadores tales como el ingreso por habitante, su distribución entre la población, la disponibilidad de servicios sociales y la adecuación de sus normas legales y administrativas (ONU 1972).
Las visiones anteriores conciben al desarrollo como un “cambio permanente”, que no tiene fin, y que en muchas ocasiones impulsa al “consumismo” y a la destrucción de los recursos naturales. Por tal razón, con la visión que la generación de riqueza no es un fin en sí mismo, desde mediados de los 80’s se busca privilegiar el impulso al “desarrollo sustentable”, definido como “aquel que satisface las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer la sobrevivencia de las generaciones futuras” (CMMAD 1988); y actualmente el “desarrollo humano”, el cual puede ser definido como el “proceso conducente a la ampliación de las opciones de las personas en todas las esferas”, y no sólo en el ámbito material. Desde esta perspectiva, el desarrollo carece de sentido si no se refleja en las capacidades humanas y su ampliación permanente, en procurarlas de manera productiva, equitativa, sostenible además de participativa (CONAPO 2001).
En nuestros días, existe una preocupación cada vez más creciente por lograr un “desarrollo equitativo o no vulnerable”, éste se refiere a la necesidad permanente de elevar la calidad de vida evitando los sucesos caóticos que permanentemente aquejan a las sociedades actuales. Por ejemplo, es sabido que situaciones poco agradables que acongojan a los “países desarrollados”, donde cada vez con mayor frecuencia ocurre que los niños participan de la violencia social, es un hecho cotidiano la desintegración familiar, la pornografía, el vandalismo juvenil, el incremento de la afición a las drogas y el narcotráfico en las calles de la ciudades. En muchas regiones y ciudades pobres y ricas la inseguridad también se manifiesta en la contaminación ambiental y el temor al impacto de las catástrofes naturales (huracanes, sismos, incendios), etcétera. También se ha vuelto una preocupación creciente la falta participación de la gente ocasionada por el proceso global, cuyas decisiones se generan en contextos ajenos a las personas y las regiones, y en oposición se propone el “desarrollo local”, el cual puede considerarse “un esquema de participación para promover estrategias y mecanismos para la satisfacción de las necesidades básicas de la población, "una metodología" que promueve la intervención de todos los actores sociales trabajando por un sólo objetivo: desarrollar el recurso humano para que, como sujeto activo, sea protagonista de los cambios que la sociedad requiere” (Moreno 2003).
12.3.2.c. La complejidad en la conceptualización del desarrollo armónico
Como se nota, las concepciones del “desarrollo regional” han venido evolucionando, de tal manera de pasar de las concepciones “simplistas” (como la de la industrialización), a concepciones más “complejas” (como el concepto de calidad de vida). Por consiguiente, el desarrollo exige tomar en cuenta los antecedentes históricos y culturales de la región donde se quiere aplicar.
La presente reflexión supone que las conceptualizaciones futuras tenderán ser más complejas, y a considerar el desarrollo urbano-regional más adaptado a las condiciones culturales, históricas y sociales de las regiones y ciudades, el cual debe repercutir en una equitativa distribución del ingreso y la erradicación de la pobreza, la disponibilidad de servicios públicos y recursos naturales sostenibles, así como la adecuación de sus normas legales y administrativas a favor de la seguridad, la equidad social y los derechos humanos, obteniéndose niveles óptimos de alimentación, educación, salud, vivienda, calidad del medio ambiente y procuración de justicia en la población, la equidad de género y a favor de los grupos más vulnerables, incluida la seguridad ante las contingencias naturales.
También la mayoría de las concepciones existentes, a pesar de sus loables deseos, al incluir la idea de “mejora permanente” de las condiciones de vida, conllevan algunos posibles impactos negativos: uno de ellos hace referencia al “consumismo” (si ya se posee una vivienda o un automóvil se pueden aspirar a más sin determinarse el final de esta carrera que entre otras consecuencias conlleva el deterioro de los recursos naturales); y también a la “jerarquización”, determinando esta visión que siempre habrá alguien (país, región, ciudad o persona, etcétera), “superior” o “mejor” que los demás, que además puede arrogarse el derecho de imponer sus normas. También los indicadores no han podido incluir la “calidad del medio ambiente” y del “nivel de vida” en sus mediciones.
Finalmente, las concepciones del desarrollo no incluyen la posibilidad de desorden: i) en la aplicación de las medidas del desarrollo; y ii) en los resultados del propio desarrollo. Un ejemplo del primer caso son los “problemas” sociales y políticos que repentinamente aparecen en las regiones latinoamericanas cuando se propone la ejecución de una carretera, de una presa, de una unidad habitacional, etcétera. Ejemplo de lo segundo son los impactos ambientales negativos por contaminación de aguas, de suelos o del aire de los centros habitacionales, de las carreteras, etcétera.
Como a pesar de sus posibles deficiencias, el “concepto de desarrollo” seguirá existiendo como un auxiliar de la toma de decisiones públicas, la visión de la “complejidad” sugiere tomar en cuenta los desórdenes en aspectos como por ejemplo el crecimiento, el cual se considera una condición necesaria --aunque no suficiente para lograr el desarrollo--, y su análisis tiende a ser explicado por el incremento del stock de recursos de la región en el largo plazo. Tradicionalmente los modelos que lo explican han sido planteados suponiendo que el "crecimiento es sinónimo de orden", continuo, lineal, ¿por qué la realidad cotidianamente prueba lo contrario, es decir, que el crecimiento también genera desórden y no solamente orden como supone la teoría de tipo ortodoxo (Cfr. Fernández 1994)?.
Para justificar estas “variaciones” del crecimiento, la economía tradicional ha asociado al crecimiento el concepto de crisis. En el sentido amplio, ésta viene a ser el conjunto de problemas o desórdenes que se relacionan entre sí y que potencian mutuamente sus efectos planteados alrededor de algún hecho o hechos básicos, como por ejemplo, la reducción del crecimiento de la producción (Sachs-Larrain 1994: 510-542); sin embargo, la teoría no reconoce el crecimiento de la economía como un proceso nolineal.
Otro ejemplo que puede traerse a colación son algunos impactos empíricos desfavorables del neoliberalismo o la globalización, como la pobreza y la marginación, los cuales son la fuente de diversos conflictos económico-sociales en la región.
Con visiones como la de la complejidad la focalización del análisis regional dejan de ser solo las “grandes metas” del desarrollo como el logro de más bienestar material, centrándose en situaciones también cotidianas de este proceso como: ¿qué desórdenes se enfrentan?, ¿cuáles son las posibles consecuencias de éstos?, ¿qué es lo que se puede solucionar de ellos?.
Así, la complejidad sugiere el rompimiento con dos ideas fundamentales de las “macro-teorías” hasta ahora vigentes: a) el de la causa final, u objetivo final único: las sociedades no solo buscan el bienestar económico, sino también el bienestar social, ambiental, cultural, etcétera, pues no poseen una causa única sino una multiplicidad de causas, y por lo tanto objetivos, pues las sociedades tratan de adaptarse resolviendo sus problemas y “desórdenes” cotidianos que incluso van más allá de lo material; b) el de la evolución en el sentido de pasar de lo inferior a lo superior, de lo inarmónico a lo armónico, como sugiere cotidianamente el concepto de desarrollo cuando compara a los “más desarrollados” con los “menos desarrollados”, pues también se puede pasar de situaciones de bienestar a situaciones de desorden.
El concepto de desarrollo se alista a su reinterpretación en la visión de la complejidad, en el sentido que deja de ser únicamente fuente de beneficios o de “orden” para interpretar la problemática de las regiones, ya que es un proceso que puede sincronizarse con los desórdenes.
Desde esta perspectiva no sólo existe la posibilidad de un “desarrollo armónico”, sino también de un “desarrollo caótico” o “desarrollo con turbulencias”, el cual se manifiesta en la medida que los elementos necesarios para lograr el “desarrollo armónico” --como la infraestructura, el transporte, vivienda, etcétera--, se pierden o son bloqueados por los “atractores y activadores de caos” que se “enganchan” al propio desarrollo.
Lo anterior indica que el “desarrollo armónico” puede verse limitado en su manifestación real en la medida en que:
a) Los “atractores de caos” se manifiestan de manera “aleatoria” en la realidad, es decir, en la medida que desactivan los elementos del desarrollo, y esto puede suceder porque: i) se desconoce su existencia o importancia; ii) no se toman en cuenta; iii) no se invierte en ellos; iv) se desvirtúa el sentido de tales elementos al poner en marcha un proceso de desarrollo.
b) Porque se activan los “activadores de caos”, y esto sucede porque se enganchan intencionalmente o aleatoriamente ciertos desórdenes cuando se pone en marcha un proceso de desarrollo.
En resumen, la visión de la complejidad sugiere que es la presencia activa de los “atractores y activadores” de caos lo que impulsa la existencia del “desarrollo caótico”, o impide la realización plena de un “desarrollo armónico”, y por consiguiente, una región puede alcanzar su armonía cuando aparte de proponerse en ella acciones específicas para el bienestar humano, se desactiven en la misma los “atractores y activadores de caos” que posea. El resultado de este proceso puede denominarse “desarrollo armónico” o geoarmonía, y ésta es el proceso que permite a una nación, a la región, a las comunidades locales y a los individuos residentes en ellas, el logro de un bienestar social óptimo basado en una convivencia humana equitativa, sostenible y armónica; y en un proceso técnicamente posible, económicamente viable, y socio-culturalmente aceptable.
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