Lo que a veces hemos considerado “impureza”, “caos” y “oportunismo”, ha tenido una función importante en el desarrollo de aquellas teorías que actualmente estimamos como partes esenciales de nuestro conocimiento de la naturaleza.
El Paradigma Emergente, Miguel Martínez Mígueles.
Introducción
En este capítulo se efectúa un breve análisis de las tendencias teórico-metodológicas relacionadas con el campo de los estudios regionales, para ubicar en ellas la perspectiva de la complejidad y el caos. Se plantea una reflexión acerca de las Tendencias metodológicas del análisis regional; Algunas manifestaciones de la complejidad en Oaxaca; así como la Justificación metodológica con que trata de incorporarse el concepto de complejidad en el análisis regional.
1.1 Tendencias metodológicas del análisis regional
Actualmente son dos visiones básicas las que sobresalen en la interpretación del análisis de los sucesos socioeconómicos de las regiones: los enfoques del “desarrollo equilibrado” y del “desarrollo desequilibrado”.
En el primero, los planteamientos derivan de la teoría neoclásica y keynesiana, en las cuales la economía se modela como un espacio que contiene un conjunto de consumidores y establecimientos (de producción y consumo), los cuales requieren del intercambio, con objeto de igualar la oferta y la demanda en el espacio. El sistema total se mantiene en un equilibrio ideal a través del mecanismo de los precios.
Desde este punto de vista se acepta que bajo una situación de competencia perfecta, la movilidad de los factores de la producción provocará a la larga la concentración de la actividad en los puntos en los cuales los factores de la producción poseen las más elevadas productividades -que se reflejan en los precios de los diferentes bienes y servicios- y que están mejor dotados de infraestructura. Gracias a dicha movilidad las disparidades creadas tenderán a desaparecer en el largo plazo. Entre otros aspectos, ésta teoría exhorta a estudiar el comportamiento de los agentes y factores de la producción, así como los obstáculos de su libre movilidad que desde el punto de vista de los mercados más o menos delimitados geográficamente, permiten o dificultan la interacción entre la oferta y la demanda que induce al equilibrio de la economía en el ámbito territorial. Esta escuela se ha nutrido de los aportes de diversos autores.
Buscando una respuesta a la pregunta de cómo se desarrollaría la agricultura atendiendo a la estructura de su correspondiente producción, así como a la posibilidad de obtener una mayor rentabilidad de los cultivos en relación con la distancia al mercado, Von Thünen (1966), planteó por primera vez en 1826 el análisis espacial de la economía. Dicho autor resolvió el problema de la localización agraria a través de la determinación de un modelo estructurado a partir de la formación de zonas óptimas que, de acuerdo con las distancias y pesos de los productos, se distribuyen alrededor del mercado a modo de círculos concéntricos.
Otros autores destacados por la escuela neoclásica los son A. Weber (1909), quien delimitó el ámbito formal de los estudios de la localización industrial publicados en 1909, W. Christaller (1933), quien desarrolló la Teoría del "Lugar Central" (Christaller 1966); A. Lösch, quien inició sus trabajos con la intención de producir una teoría sistemática de la localización tanto industrial como agrícola capaz de definir el equilibrio en el ámbito espacial, dada a conocer en su "Teoría de la localización y el equilibrio territorial" (Lösch 1954).
En términos generales ha sido la teoría de Lösch, la que mejor se adecúa a las premisas del análisis neoclásico para explicar la localización espacial de las actividades. En tanto que para Weber el desarrollo del espacio geográfico sustentado en la localización industrial se orientará hacia los centros donde se concentra la fuerza de trabajo, las materias primas y/o los mercados de venta del producto, preferencialmente hacia los puntos del espacio en los cuales los costos de transporte resulten mínimos; para Lösch la localización de la industria, y en general, de cualquier actividad, no solamente será la resultante de la minimización de los costos, sino también de la maximización de las ganancias, y ésta se logrará en las áreas geográficas donde la captación de ingresos sea máxima y/o los costos sean mínimos.
En la misma línea de pensamiento, e intentando definir los principios que rigen y orientan la movilidad y localización de los habitantes de una región, esta vertiente considera que la población busca maximizar la utilidad de su consumo, así como su nivel de ingresos cuando define su localización.
En el año de 1960 Walter Isard elaboró su "Teoría del equilibrio parcial", que retomando los conceptos de Lösch, describe las bases de la planificación regional con fundamento en la técnica de los costos comparativos, sosteniendo que el espacio real constituye una red jerarquizada de nodos espaciales con diferentes niveles de influencia sobre el territorio, unidos por diversas vías de transporte y comunicación (Isard 1973). Partiendo de tales principios se ha desarrollado el análisis urbano en la estructura de la ciudad y de las áreas metropolitanas, intentando formalizar sus principales aportes en la denominada "Economía Urbana".
Finalmente, y dado que la medida de los cambios espaciales se dificulta si no se hacen comparativos los diversos criterios entre espacios más o menos definidos, se ha desarrollado el análisis "macroeconómico espacial" (Richardson 1973), cuya denominación más aceptada es que éste constituye el análisis regional propiamente dicho. Esta corriente en esencia, ha retomado como modelos de análisis las propuestas de la macroeconomía keynesiana para medir la renta y el intercambio regional.
Frente a la orientación del desarrollo equilibrado, destaca la línea de pensamiento que considera que el desarrollo en las diversas regiones posee una naturaleza desigual. La referencia que destacó este enfoque lo constituyen las líneas de pensamiento de F. Perroux, quien dio a conocer la "Teoría de los Polos de Crecimiento", destacando que el desarrollo no aparece en todas partes al mismo tiempo, sino que se manifiesta en ciertos puntos o polos de crecimiento con diferente intensidad (Perroux 1955).
Otro autor de la misma línea es Albert Hirschmann, quien considera que el factor dinamizador de la economía a nivel espacial es la concentración inicial de las inversiones en aquéllas áreas donde los rendimientos marginales sean más elevados, casi siempre los de más rápida expasión industrial (Hirschman 1975). John Friedman añade a lo anterior que el desarrollo espacial no solamente dependerá de la capacidad de la industria, sino también del desarrollo social (psicosocial) que exista en la comunidad donde se establezca dicho polo (Friedman 1966, 1980, 1987).
Con relación a los planteamientos deducidos y relacionados con la Economía Política Clásica y Marxista, éstos también hacen referencia a la noción de desarrollo espacial "desequilibrado". En tal caso, la economía regional sería definida como el estudio de las relaciones económico-sociales que condicionan la producción, distribución y consumo de los bienes y servicios entre las regiones, dando por supuesto que no en todos los puntos del espacio geográfico tales relaciones se manifiestan con la misma intensidad, por lo cual las mismas ocasionan desigualdades y desequilibrios continuos.
Desde el punto de vista de la Economía Política Clásica no existe una teoría regional de la economía propiamente dicha, sin embargo, puede deducirse que en la concepción de David Ricardo, el desarrollo geográfico tiende a reducirse a las diferencias de fertilidad y distancia (renta diferencial), las ventajas comparativas que representan los costos de producción, transporte, y la rentabilidad que determinada actividad puede obtener en diferentes espacios alternativos.
Los aportes de la Economía Política se manifiestan en la consideración del "factor institucional" (la acción gubernamental), como elemento capaz de atenuar o promover las desigualdades de las regiones, ya que se acepta que si bien el desarrollo regional estará provocado por los fenómenos del mercado, éste atenuará sus desviaciones gracias a la intervención de un agente "externo", normalmente el sector gubernamental, capaz de corregir o inducir las desigualdades de un territorio geográfico.
Para la concepción de carácter neomarxista, el análisis regional se considera en tanto favorece la acumulación de capital en el espacio a través del ahorro de tiempo, gracias al desarrollo de las comunicaciones y transportes (o según su propia nominación, las "condiciones generales de la producción") (Topalov 1979: 19-26), o porque la reproducción ampliada del capital encuentra mejores perspectivas de ganancia al desplazarse hacia nuevas actividades y/o espacios geográficos (Lipietz 1979). Los desarrollos más elaborados de éste enfoque atribuyen el desplazamiento de capitales a la baja tendencial de la tasa de ganancia que acarreará una estabilidad generalizada en las tasas de ganancia sectoriales, la desvalorización, los ciclos de la economía y el desarrollo del consumo colectivo, fenómenos que provocan la movilidad del capital hacia nuevos espacios geográficos o alternativamente, hacia nuevas actividades.
Las teorías del desarrollo regional que tienen su origen en el pensamiento neoclásico (Von Thunen 1966; Weber 1909; Christaller 1966; Losch 1954), proponen un “orden” o “armonía” regional total. Son teorías que analizan el orden perfecto (TOP) de las regiones.
Las de origen keynesiano (Perroux 1955; Myrdall 1964; Hirschman 1975) consideran que el desorden en las regiones es temporal, pasajero, cíclico. La teoría marxista supone que este desorden puede manifestarse de manera temporal y pasajera, pero que sus ciclos se hacen cada vez más y más recurrentes. Sugieren que el capitalismo termina imponiendo su orden, o sucumbiendo a su propio desorden. R. Luxemburgo (1967), por ejemplo, considera que el capitalismo requiere para su desarrollo de las regiones periféricas. En éstas traslada su orden, a costa del desorden que ocasiona. Estas teorías regionales consideran entonces que el orden se manifiesta y proviene del centro (lugar central), y el “desorden” tiene su asiento en la periferia (Smith 1976). Ambos enfoques suponen un caos parcial. Son teorías que describen el orden imperfecto (TOI) de las regiones.
A pesar de sus diferencias, los enfoques neoclásico y keynesiano pretenden explicar las posibilidades que las regiones poseen para acceder a escenarios armónicos (donde predomina el orden). Estos describen situaciones idealizadas que integran "lo mejor", lo "más deseable", las posibilidades que permiten o favorecen el cambio hacia situaciones sin conflictos o "equilibradas" de la sociedad en general, o de la economía en particular. Incluso esto es cierto para el marxismo.
Marx y Engels entendieron la suya como una ciencia inexacta, significando que hay tendencias amplias y que se pueden rastrear, pero que el detalle y el conocimiento íntimo de todas las influencias y condiciones no son posibles. Estos autores recalcan el carácter dialéctico de la naturaleza, un recordatorio que la realidad consta de sistemas dinámicos integrales. De cualquier modo, es claro que estos científicos ensayaron la dirección de una visión de la dialéctica de la naturaleza: la economía, con su ciclo de auges y depresiones en el corto plazo, no se comporta de manera lineal como lo concibe el enfoque neoclásico-keynesiano. Su interpretación no se expresa en líneas rectas, sino que tiene en cuenta lo irregular, lo opuesto y frecuentemente la naturaleza caótica de la realidad. Se podrían superar en mucho los problemas de la ciencia moderna fácilmente si se hubiera adoptado el “método dialéctico” marxista de manera consciente (Woods y Grant 1998). Sin embargo el planteamiento básico del marxismo está sustentado en el “paradigma” evolucionista.
Como estos autores trataron de recalcar, en el largo plazo las sociedades, sus economías, “evolucionan” de estadios inferiores a superiores: del comunismo primitivo al esclavismo, feudalismo, capitalismo y socialismo (o comunismo). Una evolución que recuerda las “etapas de Rostow” del enfoque neoclásico-keynesiano. El supuesto de este paradigma evolucionista es muy sencillo: si la economía funciona bien, la sociedad tiene garantizado su bienestar, y por lo tanto su felicidad. Por consiguiente, un estadio inferior de la economía garantiza menos felicidad que uno superior, pues la economía sobredetermina lo social, su ideología, su cultura, y todo lo demás.
Otra crítica a los modelos neoclásico-keynesiano y marxista es que los mismos se basan en el "paradigma del crecimiento ilimitado", donde éste es un aumento cuantitativo de los elementos o estructuras del sistema de una economía. Pero el crecimiento posee dos connotaciones cotidianas: a) como necesidad, y b) como "paradigma". En el primer caso no se discute su importancia, pues en la realidad el solo incremento de la población requiere (o exige) de nuevos satisfactores (vivienda, vestido, alimentos, escuelas, transportes y otros más). El desarrollo regional se justifica en este sentido como uno de los instrumentos que permite prever y planear la satisfacción de estas necesidades cotidianas.
Como "paradigma" el crecimiento oculta la actitud de considerar que el "gran tamaño" es la meta, y que éste se debe lograr a toda costa incrementando (o agotando) el empleo de los recursos de las regiones. El "logro del crecimiento ilimitado" es la meta, "la regla no escrita" que cotidianamente se esconde en los enfoques evolucionistas del desarrollo regional, y que en la realidad ha conducido al “consumismo” y al agotamiento de los recursos naturales.
La realidad se ha encargado de recordar que el "crecimiento ilimitado" no es algo permanentemente al mostrarnos la fragilidad del ambiente, de los ecosistemas, o el agotamiento de los recursos naturales cuando éstos se utilizan de manera indiscriminada. El desarrollo sostenible es en esencia, un enfoque basado en este "nuevo paradigma", el del "crecimiento limitado". Se dice, a partir de este enfoque, que en lo sucesivo el desarrollo regional y sus modelos explicativos no se pueden equiparar al crecimiento ilimitado, sino al equilibrio entre lo que se "desea" y "lo que se puede" por parte de la economía, sociedad y el entorno natural de una región.
La breve descripción anterior permite reflexionar que desde su origen, los estudios regionales preferentemente se han centrado en la consideración de los sistemas regionales como sistemas:
Lo anterior ha favorecido el avance del desarrollo regional, y el conocimiento teórico de la región armónica o equilibrada, pero la exploración de otros tipo de sistemas regionales, concretamente los inarmónicos, puede enriquecer este análisis con nuevas líneas de investigación.
Efectivamente, las nuevas líneas de investigación tienen su origen en la crisis global de paradigmas teóricos de la problemática socioeconómica originada en la década de los '80, lo cual ha fomentado nuevos enfoques y ha abierto nuevos espacios de reflexión en las ciencias sociales. La teoría social reclama una reafirmación del espacio como dimensión esencial de la realidad social junto al tiempo. Planteamientos marxistas, neomarxistas, posestructuralista, estructuracionistas, posmodernistas y otros constituyen la base filosófica de estas propuestas. Aunque muy diferentes entre sí, las mismas implican considerar los múltiples factores o procesos que convergen hacia el pensamiento, el discurso y las acciones sociales y que, a través de un conjunto complejo de relaciones sociales, construyen espacios concretos o intangibles que es preciso revelar (Uribe 1996: 60-61).
Esta “crítica” cobija tanto enfoques "neomarxistas" como los de las nuevas propuestas surgidas del "estructuracionismo", del "realismo", "posmodernismo" y del "desarrollo sostenible o sustentable". Así, en el esquema marxista la objeción contra el "estructuralismo marxista" deformante que pretendía ajustar la realidad de los espacios tiempos a un modelo abstracto dejando fuera las agudas diferenciaciones a diversa escala, sin proponérselo promovió un enfoque "neomarxista" flexible y alerta en los espacios planetarios actuales. La formulación marxista en el sentido que los hombres, en la producción social de su existencia, entran en ciertas relaciones que son indispensables e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una etapa definida del desarrollo de las fuerzas productivas, implica una espacialidad. Sin embargo, las interpretaciones de la filosofía marxista son variadas, y esto no permite hablar de una sola ciencia regional marxista, sino de ciencia regional trabajada con postulados marxistas (Cfr. Uribe 1996: 62).
También el “enfoque estructuracionista” se basa en planteamientos teóricos sensibles al aspecto espacial en el análisis social (Uribe 1996: 62-63). Anthony Giddens (1991), creador de estos postulados, tiene influencia de Lefevre, Focault, Hägerstrand y también del marxismo. Su propuesta se presenta como solución al enfoque estructuralista ortodoxo que desconoce el papel de los agentes sociales y también al enfoque humanista demasiado atento a lo individual y no a lo social. Establece tanto una diferencia como una interacción mutua entre estructura y agencia, en que la primera habilita el comportamiento de los agentes sociales, pero que a la vez, este comportamiento actúa sobre, y reconstituye la estructura (Uribe 1996: 63).
La “tendencia realista” se apoya esencialmente en las obras de Roy Baskhar (Cit Uribe 1996: 63). Este autor supone que efectivamente existe una realidad pero que todos sus atributos no pueden ser aprehendidos a primera vista. Considera que existen estructuras, procesos y mecanismos de diversa complejidad que pueden ser examinados en diversos niveles. Estos son de "lo real", de "lo actual" y de "lo empírico", los cuales van interrelacionándose a través de los mecanismos, eventos y experiencias de tal forma que así pueden cubrirse ampliamente todos los aspectos de la realidad, formulando una crítica al supuesto del “empirismo neopositivista”, de que el conocimiento solamente puede obtenerse mediante la observación del mundo, y que la ciencia tiene vedado otro tipo de actividad cognoscitiva como el de la práctica cotidiana o el de los sentimientos. A pesar de estas críticas, los avances tecnológicos han promovido el fortalecimiento de nuevas posiciones neopositivistas, de tal manera que en la actualidad el “reduccionismo tecnológico” intenta reemplazar el reduccionismo económico o el reduccionismo tradicional, apoyándose en el supuesto que las nuevas tecnologías de recolección, análisis, interpretación y representación pueden conformar la nueva ciencia geográfico-regional moderna, tecnócrata, objetiva y neutral que el mundo necesita (Ibíd. 1996: 63-65).
En cuanto al “posmodernismo”, éste se caracteriza por el rechazo a las metateorías como sistema orientador que reúne la cosmovisión y los métodos diferenciados de investigación. No admite tampoco la idea de racionalidad y de progreso, heredados del “Siglo de las Luces” como supuestos centrales del desenvolvimiento social. Propone que lo real en el mundo de hoy son las diferencias y no las similitudes, y estos fragmentos de la realidad son los que la “ciencia regional” debe examinar. Aunque esto resulta atractivo porque es uno de los propósitos, y da libertad de método al análisis regional, resuelve estas propuestas con enfoques diversos, algunos de ellos descuidando el aspecto social básico, pues algunos enfoques “posmodernos” interpretan el presente y el futuro mediante la imagen tecnocrática de la física social, lo que da por resultado la creencia en sociedades sin conflictos ni contradicciones, en la que el capitalismo es la única perspectiva para la humanidad. Sin embargo, también existen en esta corriente planteamientos críticos y flexibles con respecto al cambio social, incluso de carácter marxista como ya se señaló (Cfr. Uribe 1996: 66-67).
De manera particular, en el desarrollo regional la propuesta de un "desarrollo sustentable o sostenible" también forma parte actual de estas nuevas líneas de investigación. Este enfoque retoma la reflexión que el proceso de desarrollo actual ha descuidado la interacción de la economía y la sociedad con el ambiente, es decir, la relación de los sistemas sociales con su entorno.
En conjunto, esta pluralidad de marcos teórico-metodológicos abren rutas temáticas inéditas y cautivantes para el análisis regional, así como especializaciones y enfoques impelidos por los cambios del fin del siglo XX. Se puede afirmar que el análisis regional enfrenta muchas alternativas, y que es imprescindible descubrirlas, analizarlas, interpretarlas y proyectar sus manifestaciones favorables o desfavorables. Los acontecimientos mundiales, nacionales o locales, al interrelacionarse, producen mundos diversos, espacios geográficos dispares que manifiestan los conflictos, contradicciones, aflicciones o alegrías de los grupos sociales, y por lo tanto resultan motivantes para ser examinados con profundidad (Uribe 1996: 67-68).
Uno de estos “enfoques recientes” lo constituye el análisis de la "complejidad", el cual forma parte del "paradigma emergente", alternativo al "paradigma clásico" hasta ahora vigente, que comienza a visualizarse en diversos campos del conocimiento humano, incluido el de las ciencias sociales. Como se reconoce, un paradigma viene a ser una estructura coherente constituida por una red de conceptos a través de los cuales ven su campo los científicos, una red de creencias teóricas y metodológicas entrelazadas que permiten la selección, evaluación y crítica de temas, problemas y métodos, y una red de compromisos entre los miembros de una comunidad científica. Constituye una síntesis de conceptos, creencias, compromisos comunitarios, maneras de ver, “reglas no escritas”, compartidos por una comunidad científica.
En las últimas décadas se han manifestado cambios en la interpretación científica con respecto al paradigma clásico (newtoniano), algunos de los cuales son:
Estos principios constituyen la base de la metodología de la complejidad en el análisis regional.
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