Autoras: Dra. Isabel Pérez Cruz, Lic. Adianez Fernández Bermúdez
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En los años 50 se advierte que, en virtud del proceso de industrialización y modernización que tenía lugar en el continente latinoamericano, sobre todo por la euforia que respecto a ciencia y tecnología se vivía por entonces en los países desarrollados, se cristalizó en esta región una percepción o imagen de la ciencia diferente. Ya en la década del 60 se revela definitivamente el comienzo de un pensamiento sobre ciencia y tecnología optimista, integrador, independiente y progresista que está fundamentado en los principios de la Alianza para el Progreso.
Con el objetivo de analizar las diferentes tendencias que se desarrollaron en el pensamiento sobre ciencia y tecnología en América Latina en esta década y explicar la autenticidad de la tercera tendencia, a partir de la necesidad de vincular el desarrollo de la ciencia y la tecnología a las características de cada región del continente, se realiza este trabajo.
Se trabajaron conceptos importantes como autenticidad, ciencia y tecnología, ofrecidos por los autores Jorge Núñez Jover, Pablo Guadarrama, Francisco Sagasti, entre otros.
El esclarecimiento de ciertas tendencias en este pensamiento y la posición de algunos hombres dentro de las ciencias sociales del continente, sobre todo en la defensa de una ciencia en función del desarrollo endógeno, hace relevante el tratamiento de esta temática.
Desde las primeras décadas del siglo XX, el pensamiento latinoamericano comienza a asociar las ideas de ciencia y desarrollo, aunque no siempre será tratado desde el mismo punto de vista. La necesidad de vincularlos parecía indicada por las experiencias de los países avanzados; la idea de que la ciencia moderna generaría tecnología y desarrollo, y a su vez contribuiría a acotar la separación entre países desarrollados y subdesarrollados, cobró mucha fuerza.
Las discusiones y concepciones teóricas sobre el desarrollo de la ciencia y la técnica en este siglo se dieron en tres tendencias fundamentales:
Esto es expresión de lo que se ha llamado “robo de cerebros”, pues aunque estos pensadores continuaban radicando en el continente latinoamericano, su inteligencia está en función de resolver problemas propios de países desarrollados.
Se asumen presupuestos que se alejan de una consideración de la ciencia como parte, de la producción espiritual de la sociedad, determinada en última instancia por las condiciones económico – sociales imperantes en la sociedad.
Aquí se apropian de la idea de que estos procesos deben responder a los intereses y objetivos que la realidad de estos pueblos imponen.
Las dos primeras tendencias, no responden a un pensamiento auténtico sobre ciencia y tecnología, asumiendo a este, como un pensamiento que está en correspondencia con el propio desarrollo económico y social de Latinoamérica. Para esto se toma como base que la autenticidad ha de ser aquella filosofía que: “haga consciente nuestro subdesarrollo y señale las posibilidades de su vencimiento o la forma de vencerlo”, así como “la que se demuestra al constatarse su coincidencia con las exigencias del desarrollo histórico de cada período”.
La primera está en función del desarrollo de otros países, por lo tanto no tributa a intereses locales; la segunda no comprende a la ciencia como parte de la sociedad sino como un fenómeno externo, primeramente cerebral y vinculado a procesos individuales, aunque no se puede obviar, que esta tendencia fue una de las que más fuerza cobró dentro de los países latinoamericanos, debido a su vinculación con la filosofía positivista imperante a finales del siglo XIX y principios del XX.
Uno de los defensores de esta segunda tendencia fue Mario Bunge, quien según Jorge Núñez Jover, es el filósofo de la ciencia más relevante de América Latina, este no se quedó al margen del debate del momento, y sin dudas hizo contribuciones importantes acerca de la concepción y desarrollo de la ciencia en América Latina, sin dejar de mencionar, por supuesto que tuvo sus limitantes.
Este pensador durante toda su obra ha construido y aplicado un sistema filosófico de la ciencia, con tres soportes principales, los cuales consisten en: materialismo, realismo y racionalismo. Con ello en mano se ha dedicado esmeradamente a aclarar no solo problemas vinculados al desarrollo científico, sino también a los valores, la ideología, entre otros.
Veamos entonces cual es el rol de la filosofía de la ciencia, en el planteamiento de una política científica tributaria al desarrollo social, según Bunge. La explicación de Bunge en este sentido se desarrolla a partir de tres tesis fundamentales:
Teniendo en cuenta su primer planteamiento en cuanto a que el desarrollo social, incluye un desarrollo científico, debemos analizar la posición filosófica que asume este autor cuando se habla de la relación existente entre ciencia – sociedad. Esta última consiste, para él, en: …“un sistema compuesto de cuatro subsistemas interrelacionados: biológico, político, económico y cultural”.
Muy importante es en este aspecto, aclarar que este autor no le otorga un nivel jerárquico a ninguna, sino que se relacionan de manera funcional, cualquiera de ellos puede iniciar el cambio social, o sea, no es partidario ni concibe la idea de base- superestructura.
Bunge trata de evadir, mediante el enfoque de sistema, lo que él mismo denomina posiciones individualistas y globalistas, pero sin lugar a dudas, es visible que en su obra les ofrece mayor relevancia a los individuos que a la totalidad.
En su concepción de la ciencia tienen un importante papel las distinciones analíticas entre ciencia básica, ciencia aplicada y tecnología. En las dos primeras es común el uso del método científico, pero las diferencia sus objetivos fundamentales, por ejemplo, el investigador básico trabaja en los problemas que le interesan y el aplicado se dedica a estudiar los de nivel social.
La tecnología, en cambio, se dedica al diseño y ensayo de artefactos, procesos y planes de acción con la ayuda de la primera.
A pesar de esta distinción debemos decir que actualmente esto no es algo común, pues la mayoría de los caminos que toma la ciencia pura está en función de fines sociales, la investigación, para satisfacer la curiosidad del investigador, es algo carente.
Lo prioritario en el desarrollo es el hombre; este es un ser integral que debe satisfacer necesidades de distintas índoles, siempre intervinculadas. Lo principal no es la libertad de la producción científica sino el fin social al que debe estar subordinada.
El cientificismo de corte positivista al que pertenece Mario Bunge, considera a la ciencia como una entidad autónoma que se autodetermina y donde la sociedad no pasa de ser un marco que asegurará las condiciones propicias para el desarrollo de la ciencia, pero sin dejar de ser un fenómeno externo a ella. La actividad científica se enfoca primariamente cerebral, vinculado directamente a procesos individuales y no un movimiento social.
Con respecto a su posición en relación con la ciencia y el vínculo de esta con la sociedad, Jorge Núñez plantea: “El condicionamiento social de la ciencia (…) aparece insuficientemente tratado en la obra de Bunge (…) La carencia de una comprensión correcta de lo social, así como la relación de la ciencia con la sociedad, como uno de sus componentes, tienen su obra diferentes consecuencias, entre ellas sus diagnósticos y proposiciones sobre el desarrollo de la ciencia en América Latina”.
Por último muchos autores fundamentan la tercera tendencia: Defensa y desarrollo de una ciencia y tecnología latinoamericanas, la cual constituye la más fecunda y auténtica dentro de todo este pensamiento, sustenta un desarrollo científico y tecnológico que (sin desconocer el alcanzado en otros países) pone énfasis en que este sea asimilado y utilizado en correspondencia con las realidades socioculturales de los pueblos latinoamericanos. Esta vertiente - al ser defensora de la necesidad de un desarrollo científico –tecnológico endógeno – considera a este desarrollo como una premisa y un resultado ideal de preservación de la identidad cultural y social de estos países.
En la Introducción del libro: El pensamiento latinoamericano en la problemática ciencia- tecnología – desarrollo – dependencia, de Jorge Sábato, se hace alusión a que esta escuela de pensamiento no estuvo a la zaga de lo generado en otros continentes, sino que fueron capaces de “… realizar contribuciones originales, es decir que no son refritos de traducciones extranjeras (…) es dable observar algo extremadamente saludable: la capacidad de pensar por sí mismos y la voluntad de hacerlo. Mirar nuestra realidad con nuestros propios ojos no es mérito menor, al tiempo que es seguramente el primer paso para transformarla”.
En esta década, se ponen en práctica en América Latina, políticas que a través de un desarrollo científico – tecnológico, promovían un progreso social para estos países. Estas estrategias de desarrollo se enfrentaron al problema político, pues las decisiones gubernamentales tomadas, seguían el sentido de basar el desarrollo, en la implantación de filiales de empresas multinacionales, o sea, tenían la idea de que para los países latinoamericanos solo existía una forma de desarrollo: la de los países industrializados occidentales.
No obstante a pesar de dicha dificultad, a partir de esta década, muchos resultados de investigaciones se emplearon directamente en la formulación de políticas nacionales, subregionales y regionales, enfatizando el comienzo de un pensamiento integrador, independiente y progresista que está fundamentado en los principios de la Alianza para el Progreso.
Respecto a esto Francisco Sagasti plantea que…“a partir de los años 60 de este siglo ha sido posible discernir el surgimiento de una “escuela latinoamericana” de pensamiento sobre el tema de ciencia, tecnología y desarrollo, y más específicamente sobre política científica y tecnológica. Esta escuela de pensamiento, con toda su diversidad, y variación en cuanto enfoques, raíces ideológicas y planteamientos para la acción, se distingue claramente de las ideas generadas en otras regiones del tercer mundo o de aquellas que provienen de los países desarrollados.”
Debemos tener en cuenta, que algunos de los rasgos principales de esta escuela latinoamericana tienen que ver con el carácter global y sistemático de este pensamiento. Esto evidencia una tendencia, a tratar el problema del avance científico y tecnológico en forma integrada a los problemas de desarrollo, evitando aislarlo de su contexto socioeconómico y cultural.
Entre los centros más creativos en relación con este tema, se encuentra la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires, con Oscar Varsavky, Amílcar Herrera y Jorge Sábato al frente. El primero, maestro de escuela, químico y matemático de formación, reorientado a fines de los años 60 hacia las ciencias sociales; constituye uno de los científicos más influyentes en de esta década e inicios de los 70.
Especialmente, su crítica estuvo dirigida al investigador que ignora el significado social de su actividad, que acepta las jerarquías académicas internacionales y olvida los problemas sociales que afectan su trabajo (1969).
Fue representante de la tendencia revolucionaria que luchaba por una transformación radical de la sociedad, por lograr la eliminación de la pobreza, las corrupciones evidentes, y el subdesarrollo científico, tecnológico y general de la región.
Amílcar Herrera, geólogo, fue una de las figuras importantísimas en la elaboración de estrategias tecnológicas para la región. Destaca la relación de la actividad científica – tecnológica con el marco socioeconómico y en particular las políticas que lo animan. Mantiene una lucha sostenida por la búsqueda de una autonomía científica.
Como dijera Guillermo Hoyos en su trabajo “Elementos Filosóficos para la compresión de una política de ciencia y tecnología”, la crisis de la modernidad se debe en gran medida al impulso unilateral de la ciencia y la tecnología y su superación se puede dar al complementarla con los más variados aspectos de la vida y el proceso de humanización.
Este movimiento no logró conseguir plenamente lo que se proponía, pero dejó la conformación de un pensamiento auténtico, que comenzó a luchar de manera particular, donde se fueron relevando paulatinamente el espacio y la función de la ciencia en América Latina. Este pensamiento ha permitido desplazar las fronteras tradicionales de la teoría de la ciencia, casi siempre centrada en el ser o deber ser de la práctica científica en los países desarrollados.
Dentro del pensamiento sobre ciencia y tecnología en América Latina de la década 60 del siglo XX, se destacan tres tendencias fundamentales: discusión de problemáticas propias de países europeos o de E. U, desarrollo de una teoría de corte cientificista, y por último, defensa y desarrollo de una ciencia y tecnología latinoamericanas.
El representante por excelencia de la segunda tendencia fue el filósofo de la ciencia, Mario Bunge, quien influenciado por el cientificismo de corte positivista, defiende una visión de la ciencia como ente director y autónomo, que se autodirige y determina independientemente de la sociedad, y esta va solamente a servir de medio para su realización.
La tercera tendencia constituye la más fecunda y auténtica dentro de todo este pensamiento, pues sustenta un desarrollo científico – técnico que, sin obviar el desarrollo alcanzado en otros países, pone énfasis en que este sea asimilado y utilizado en correspondencia con las realidades socioculturales de los pueblos latinoamericanos.
Los representantes de esta fueron los argentinos: Oscar Varsvky y Amílcar Herrera.
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1647 - Investigaciones socioambientales, educativas y humanísticas para el medio rural Por: Miguel Ángel Sámano Rentería y Ramón Rivera Espinosa. (Coordinadores) Este libro es producto del trabajo desarrollado por un grupo interdisciplinario de investigadores integrantes del Instituto de Investigaciones Socioambientales, Educativas y Humanísticas para el Medio Rural (IISEHMER). Libro gratis |
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