Es importante referirnos al TRABAJO SOCIAL COMUNITARIO. Tomás Fernández García y Antonio López Peláez (2008), se preguntan: ¿Por qué es necesario el Trabajo Social Comunitario?
Siguiendo la metáfora que describe la sociedad como un edificio compuesto por ladrillos, si estamos siempre inmersos en una estructura arquitectónica determinada, también es cierto que podemos cambiarla con nuestra acción. Los desafíos estructurales reclaman respuestas colectivas, sea política o no: a través de ella puede responderse a los retos que nos impone un determinado tipo de estructura social, una particular construcción arquitectónica en un momento histórico concreto.
En esta dimensión social de la realidad humana descansa el fundamento teórico y la vitalidad práctica del Trabajo Social Comunitario. Desde una perspectiva basada en la noción de ciudadanía democrática, determinados desafíos, como la exclusión social, la pobreza, la desigualdad, la integración de los flujos inmigratorios o la degradación de un barrio en una gran ciudad, no pueden resolverse aplicándoles una óptica exclusivamente individualista. Exigen el concurso de la acción colectiva, de la respuesta organizada de los ciudadanos con un propósito determinado. (Fernández y López, 2008:13-14).
Añaden los autores que mediante el Trabajo Social Comunitario, que capacita a las personas para actuar organizadamente, constituyendo una comunidad de intereses y de acción, se pueden afrontar las características estructurales de nuestras sociedades, ejerciendo presión para orientar los procesos de cambio social en una dirección determinada.
Prepararnos para la acción colectiva, cultivar el conjunto de habilidades y conocimientos impredecibles para actuar con otros y generar en cada persona los requisitos básicos para poder interaccionar constituyen objetivos estratégicos del Trabajo Social Comunitario. No capacitarnos para actuar con otros, para compartir, para vivir dentro de una o varias redes sociales, actuando colectivamente para defender intereses y responder a retos, influye negativamente en nuestra propia dimensión como ciudadanos natos de una democracia.
Sólo mediante la acción colectiva en una comunidad nos capacitamos para actuar comunitariamente, y, recíprocamente, sólo personas que son capaces de conocer y poner en práctica las habilidades necesarias para comunicarse, compartir valores, llegar a acuerdos, perseguir objetivos comunes, programas actividades y diagnosticar problemas que exigen una acción comunitaria pueden convertirse en ciudadanos activos que favorezcan una evolución social positiva. (Fernández y López, 2008:15).
En este sentido –resaltan-, el Trabajo Social Comunitario tiene como finalidad principal afrontar los desafíos que para la inclusión social demandan una respuesta colectiva de la ciudadanía.
Teniendo en cuenta estos cuatro elementos, formulan la siguiente definición del Trabajo Social Comunitario: “Es una disciplina del Trabajo Social que parte de los valores de la ciudadanía democrática, se basa en una metodología científica, se aplica a través de un proceso de diagnóstico, planificación, organización, desarrollo y evaluación y conlleva un proceso de enriquecimiento (empowerment) personal y comunitario”. (Fernández y López, 2008:17).
En el Trabajo Social Comunitario son importantes los conceptos de “acción colectiva” y “acción comunitaria”, que, como señalan los autores, no son sinónimos.
Por acción colectiva entendemos la acción de un grupo de personas organizada para lograr un fin. Frente a la definición de “acción colectiva” como un conjunto de individuos que persigue un objetivo común (Giner, Lamo y Torres, 1998), por “acción comunitaria” entendemos la acción de un conjunto de personas que constituyen una comunidad de fines y medios, relativamente estable en el tiempo, con objetivos comunes que vinculan a los miembros entre sí (tanto externos a la propia comunidad como internos a ella), que desarrollan entre sí lazos y vínculos de todo tipo, estableciendo pautas de comunicación, reglas para debatir y decidir colectivamente.
En la vida comunitaria se refuerzan los sentimientos de comunidad al identificar los principales desafíos para crearla y sostenerla (relativos al poder, comunicación y negociación dentro de la comunidad, y a la consecución de objetivos mediante la acción conjunta). Por ello, la acción comunitaria no sólo está volcada en la consecución de un objetivo externo, sino que busca también capacitar a la persona para interactuar, crear lazos y vínculos comunitarios en otros ámbitos de su vida social. No todo tipo de acción colectiva es acción comunitaria, pero sin embargo la acción comunitaria sí es un tipo de acción colectiva (pp. 17 – 18).
Agregan que el Trabajo Social Comunitario crea comunidades en acción, las sostiene en el tiempo y consigue mediante esta dinámica fortalecer los lazos sociales, crear nuevos vínculos y afrontar desafíos comunes. Para lograrlo, tiene que capacitar a las personas para este tipo de interrelación. Tiene que aumentar su capital social, “potenciando sus vínculos e introduciendo nuevas formas de diagnosticar problemas y de afrontarlos, más allá del individualismo neoliberal en el que estamos inmersos como postura teórica, que se basa en una perspectiva que exagera el relativismo postmoderno, disolviendo las estructuras sociales en la simple interacción azarosa y sin orden de los individuos”.
Robertis y Pascal (2007) llaman la atención sobre un rebrote de interés por el trabajo social con dimensión colectiva, una movilización creciente de los profesionales para abordar los problemas sociales colectivos con métodos y herramientas también de dimensión colectiva, y una búsqueda de nuevas formas de intervención más adaptadas a la problemática actual. Señalan:
En términos más actuales, afirmamos que el trabajo social debe luchar cotidianamente y de manera articulada, a la vez, contra los efectos de la pobreza y la exclusión, y contra los procesos de producción social de éstas.
(…) Dentro de esta perspectiva, “la intervención colectiva en trabajo social puede ser una unidad de intervención que permita articular el quehacer de hoy y la perspectiva del futuro” (Robertis y Pascal, 2007:16).
Añaden que se requiere ayudar a construir un poder social, entendido como “la capacidad para comprender y actuar en todos los campos de la vida social”. Proponen esquemas de análisis y de acción que pueden ser modificados, adaptados a las realidades de cada lugar de intervención, por los trabajadores sociales, en un doble movimiento de acción y reflexión. “La acción interroga, cuestiona y, finalmente, modifica el marco de comprensión teórica; esta última orienta e ilumina la acción. Conocimiento y acción están indisolublemente ligados en una praxis cuyo sentido está dado por los valores y los principios éticos que son los del trabajo social, como parte del cual nos reivindicamos”.
Un aspecto significativo del trabajo comunitario tiene que ver con el compromiso. Maritza Montero (2007) dice que las palabras compromiso y comunidad casi siempre van unidas, sobre todo cuando se habla del trabajo comunitario. “A menudo escuchamos que es necesario comprometerse con dicho trabajo, o con los objetivos y las metas de la comunidad. O bien se dice que alguien carece de compromiso o no estaba comprometido con lo que se hacía. El compromiso asume así visos de cualidad, de virtud, de condición necesaria para trabajar en, con y para la comunidad”. Así, la autora entiende por “compromiso”: la conciencia y el sentimiento de responsabilidad y obligación respecto del trabajo y los objetivos de un grupo, comunidad, proyecto o causa, que conduce a la persona a acompañar, actuar y responder ante ellos por las acciones llevadas a cabo ( p. 236).
Montero (2007:238), se refiere al carácter crítico del compromiso, haciendo una distinción entre lo que es y no es compromiso. Veamos:
Compromiso es |
Compromiso no es |
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|
Es pertinente recordar las cuatro preguntas básicas de la intervención (y, en este caso, la intervención comunitaria): qué, para qué, cómo, con quién (Rozas, 2002).
Señalamos que un reto para el trabajo social y otras profesiones es la intervención social en el contexto del desarrollo, cómo hacer apuestas alternativas de desarrollo, incluyentes, con la multiplicidad –heterogeneidad- de actores.
Se ha hablado sobre la importancia de reinventar el desarrollo; de pensar en “otro desarrollo”, de realizar “contradesarrollo”. Hay que recalcar que el problema más que en el campo conceptual se da en el campo de las “prácticas de desarrollo”. Podemos cambiar el concepto de desarrollo, pero seguir con sus mismas prácticas. Teoría y acción van de la mano. Un nuevo modelo de sociedad (de “desarrollo”) implica trabajar en ambas direcciones.
Silvia Navarro, en su artículo “Contra los puentes levadizos: la formación de trabajadores sociales en clave comunitaria” (2000), manifiesta que se necesita incorporar en los diferentes espacios formativos de los futuros trabajadores sociales elementos y estrategias que les ayuden a descubrir la práctica comunitaria y a tomar partido por ella, no solo desde una perspectiva teórica o instrumental, sino, sobre todo, desde una perspectiva existencial y comprometida, firmemente arraigada dentro de su proyecto vital y profesional. Lo cual requiere “coherencia entre lo que pensamos, lo que decimos y aquello que hacemos y cómo lo hacemos”. Expresa:
A los docentes no nos debe preocupar únicamente el contribuir a que nuestros alumnos descubran conceptual y procedimentalmente la intervención colectiva, sino también y por encima de todo, que descubran existencialmente el sentido de su “ser profesional” en relación con la comunidad (Navarro, 2000:185).
Comparto con la autora que la intervención profesional y la formación impartida orientadas hacia la comunidad sólo cobrarán verdadero sentido y legitimidad si son capaces de traducirse de forma tangible en prácticas, de provocar dinámicas, de multiplicar oportunidades de creatividad, de alentar reflexividades constructivas. Creo, que en este contexto del desarrollo local/comunitario, la teoría y práctica de los modelos alternativos de desarrollo y/o modelos alternativos al desarrollo son escenarios de creatividad, de reflexión, de construcción de nuevos mundos. Y es una oportunidad para reinventar nuevas prácticas sociales, comunitarias.
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