Luis Joaquin Ducon Fonseca
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La evolución de acontecimientos que marcaron la formación de sucesos y de ellos sacar conclusiones, o por lo menos entender el por qué de las cosas, forma parte de la escuela conocida como la historia tradicional; Cicerón, en el siglo I a.C. afirmó que la “historia es (…) maestra de la vida”. Y el propio Cervantes, cuando en el siglo XVI afirmó que es “advertencia de lo por venir”. (6)
Se describe una sucesión de hechos, que nos conducen a observar que intrínsecamente que son factores subjetivos e inasibles, han primado factores objetivos, tangibles, explicables y comprensibles.
La historia tradicional, en lo que podría considerarse uno de sus escasos pero insignificantes méritos, ha insistido siempre en la importancia de estudiar el pasado para aprender las lecciones que de él se desprenden. (7)
Sin embargo, en la revalidación de la observancia de los fenómenos, para que tengan algún carácter debe prevalecer un análisis del por qué, de tal suerte que no sea una anécdota más, por tanto a la descripción se le trata de realizar un análisis y colocar en contexto de acuerdo a la época y la pretensiones de los poderes dominantes.
La simple descripción de la apariencia de los hechos históricos, prescindiendo del análisis de los mismos, aquellos que revelan la esencia de los mismos y de su relación con otros hechos históricos y el desenterrar o desempolvar nuevas evidencias en ausencia de hipótesis, son a su turno procedimientos inapropiados e insuficientes para arribar a conclusiones válidas y significativas para la construcción de una versión científica de la Historia.
La Historia, pues, es –debe– ser el estudio científico de cómo los pueblos, a través del tiempo, han encarado:
a) La satisfacción de sus necesidades básicas, creando cada uno su propia cultura, a partir de las especificidades del territorio en el que estuvo asentado;
b) El uso de los excedentes socialmente generados, distinguiéndose claramente qué fue gasto y qué fue inversión y en qué proporciones se dio cada uno;
c) Las relaciones internas y los intereses que representaba y defendía cada grupo y cómo lo hizo;
d) Las relaciones externas, de complementariedad cultural y comercial; y de conflicto y sus motivaciones;
e) Las relaciones de dominación y hegemonía, destacando las causas y los intereses que las desataban; y las consecuencias en cada uno de los protagonistas.
El axioma fundamental de la Historia, a partir de lo que se ha constatado para el ser humano individual, habida cuenta de las excepciones que justifican la regla, es:
Todos los pueblos aman la vida y quieren preservarla.
Los pueblos y en este caso especifico: Colombia a trajinado a través de la historia bajo el yugo de los Imperios español, luego el inglés y ahora el norteamericano que han sido los poderes hegemónicos, han dictado o sino han delineado las políticas de los demás.
El caso de Buenaventura, a su vez ha sido determinada no solamente por el poder imperial, sino poder un poder central, este caso el centro de Colombia, que a su vez responde a los intereses de un poder superior, el poder imperial;
Imperio, es el dominio (estructural y sistemático) que ejerce un pueblo, nación y/o Estado (hegemónico) sobre otro u otros pueblos, naciones y/o Estados (sojuzgados y/o dominados), y a través del que aquél obtiene beneficios objetivos (identificables y mensurables) a costa del perjuicio objetivo (también identificable y mensurable) de éstos.
Dominación, es la mayor influencia (permanente o transitoria) que ejerce un pueblo, nación y/o Estado (dominante) sobre otro u otros pueblos, naciones y/o Estados (dominados), y a través del que aquél hace prevalecer sus intereses (territoriales, económicos, culturales, etc.).
En una primera instancia, la hipótesis mejor estudiada, el “imperialismo” sería un fenómeno relativamente reciente en la historia de la humanidad. Habría surgido en los albores del siglo XIX al propio tiempo que, existiendo imperios como el inglés, el español y el francés, se desató un vasto proceso de independizaciones alentado por las propias pugnas inter–imperiales. En el contexto de esas rivalidades cada potencia, independientemente o en alianza explícita o implícita con otra, buscó arrancarle a la tercera el control sobre los territorios que dominaba.
Quién puede dudar hoy, por ejemplo, que la independencia de los territorios de América se dio en ese marco: Estados Unidos, en efecto, surgió a la vida independiente con el apoyo de Francia y España, contra los intereses imperiales de Inglaterra. Y Latinoamérica, con el apoyo de Inglaterra y Francia, en contra de los intereses imperiales de España, quedó sembrada de nuevas repúblicas.
Inglaterra, por ejemplo, catapultada por la gigantesca acumulación de riqueza que le generó la Revolución Industrial, Landes D afirma: “La revolución industrial trastocó el equilibrio de poder político, en el interior de las naciones, entre ellas y entre civilizaciones; revoluciono el orden social y transformo en la misma medida las formas de pensar y obrar”.
Las novísimas repúblicas latinoamericanas, en particular las que había apoyado en su proceso de emancipación, sintieron su inmenso y avasallante poder económico, financiero y comercial, sustituyendo el Imperio Español.
Son aquellas que, sutil, “pacífica” e invariablemente, tienen sin embargo como consecuencia una gran transferencia de riquezas desde unos territorios hacia otros. ¿Cuáles son y dónde están esos pueblos y territorios que generan y transfieren riqueza? ¿Y cuáles son y dónde están los que reciben y usufructúan esa riqueza?
Estamos por cierto hablando de los modernos fenómenos de dependencia político–económica que, desde hace dos siglos, son característicos de la relación entre los pueblos del Norte y el Sur. Para concretarla, no ha sido necesario que los modernos “conquistadores” invadan militarmente sus modernas “colonias”. Ha sido suficiente que entren en juego, de un lado, las mismas sutiles formas de dominación cultural que se han dado en la humanidad desde siempre, en las que el pueblo o los pueblos hegemónicos imponen sus formas de vida y de conducta, sus valores y sus leyes; y de otro, han entrado en juego, esta vez en versión actualizada, novísimos destacamentos de ocupación: Las empresas transnacionales.