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ESTUDIOS DE LA CUENCA DEL R�O SANTIAGO: UN ENFOQUE MULTIDISCIPLINARIO

Salvador Peniche Camps y Manuel Guzm�n Arroyo




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ESTRATEGIAS Y CONTROL DEL AGUA EN GUADALAJARA, SIGLO XIX. EL CASO DE LAS INDUSTRIAS TEXTILES

Mtra. Ana Rosa Gonz�lez Garc�a
Doctorante del programa en Ciencias Sociales del Ciesas-Occidente.

INTRODUCCI�N

A lo largo del siglo XIX se crearon en M�xico las condiciones necesarias para que diversas actividades econ�micas capitalistas como las industriales y las comerciales pudieran prosperar. En el caso del estado de Jalisco, en el a�o de 1824 se promulg� la primera Constituci�n Pol�tica del Estado (y del Pa�s) y posteriormente en el a�o de 1825, el primer gobernador del estado, Prisciliano S�nchez, se dio a la tarea de emitir diversos decretos que fueran compatibles con la filosof�a liberal imperante.

La noci�n liberal que relacionaba el valor econ�mico de la tierra con su capacidad productiva contribuy� a lo largo de esa centuria a transformar significativamente la relaci�n entre la sociedad y su medio ambiente.

Este art�culo pretende estudiar las estrategias que sigui� un grupo social y econ�mico muy destacado de la ciudad de Guadalajara (el de los empresarios comerciantes y de textiles) y que les permitieron, a lo largo del siglo XIX y primeras d�cadas del XX, controlar una de las m�s importantes zonas hidrol�gicas del valle de Atemajac.

El por qu� de conocer las estrategias de este grupo radica en que hay una vinculaci�n muy directa entre el control sobre los recursos h�dricos y la evoluci�n del capital. El agua fue uno de los elementos m�s importantes para la consolidaci�n de �ste sector productivo y contribuy� en la generaci�n de actividades productivas sumamente lucrativas como el transporte o la electricidad. De ah� el inter�s de los due�os de estas f�bricas por expandir su dominio y control hacia otras zonas cada vez m�s lejanas, pero que ten�an en com�n el agua.

Adem�s a diferencia de otros usos productivos relacionados con los aprovechamientos del agua, el que se relaciona con la producci�n de telas requiere de un abasto continuo de agua, pero no s�lo es un asunto de cantidad sino de forma; ya que este recurso debe manejarse bajo una l�gica espec�fica.

Los empresarios textiles fueron los que construyeron las primeras presas y canales que tuvieron un mayor impacto sobre el medio ambiente en la zona por estudiar. Estas obras hidr�ulicas fueron m�s all� del entorno inmediato, alteraron los ritmos naturales del cauce de los r�os y sirvieron para negarle el agua a otros usuarios a los que llegaron a considerar que podr�an ser una competencia sobre el recurso.

1. El espacio hidr�ulico de la zona por estudiar.

Guadalajara es una ciudad fundada por espa�oles en el valle de Atemajac, en el siglo XVI. Los espa�oles escogieron la zona cercana al r�o San Juan de Dios para la fundaci�n porque les pareci� que reun�a las mejores condiciones y dentro de ellas se encontraba el agua que corr�a por un r�o que recibi� por nombre en primer lugar Guadalajara, pero despu�s cambi� al de San Juan de Dios con el que actualmente se le conoce.

Otras fuentes naturales de agua cercanas a la poblaci�n tapat�a eran los manantiales de Mexicaltzingo, Agua Azul (que nutr�an gran parte del caudal de San Juan de Dios) y Agua Blanca.

A esta zona geohidrol�gica se le conoce con el nombre de Atemajac-Tesist�n y de acuerdo con informaci�n del INEGI cuenta con una densidad aproximada de 1 a 1.45 pozos en promedio por kil�metro cuadrado. (INEGI, 2000)

El valle de Atemajac, fisiogr�ficamente, se encuentra en la zona conocida como Eje Neovolc�nico, es decir, que su suelo y las condiciones geol�gicas se formaron entre los per�odos Terciario y Cuaternario.

Debido a la capacidad de infiltraci�n de los suelos, la conducci�n de agua por debajo de estos es abundante por lo que hay r�os subterr�neos desde Tesist�n por el Norponiente, hasta Toluquilla en el Sur. Por el Norte est� la zona de la barranca (al que se conoce por dos nombres: Oblatos y Huentit�n) y el r�o Santiago; por el Oeste est� el bosque de la Primavera, el cual tambi�n incrementa la recarga de agua subterr�nea debido a que recoge el agua de lluvia que va a dar de manera natural hacia la zona de Atemajac del valle.

Los r�os superficiales en este lugar son abundantes aunque muchos de ellos ya no se puedan apreciar debido a que se han entubado; sin embargo, diferentes mapas y planos hist�ricos dan referencia del nombre de algunos de ellos: la Campana, el Chocolate, la Ermita, de Zapopan, de Zoquipan. El cauce de estos r�os iba a dar a la zona de la barranca y durante su recorrido juntaban sus aguas con las de otros afluentes menores como los de la zona del Bat�n. En la actualidad varios de estos r�os son aprovechados para el abasto urbano, otros m�s han sido convertidos en r�os de aguas negras, o incluso, tanto su caudal como su cauce seco, han desaparecido bajo la construcci�n de una v�a p�blica.

La otra zona de estudio es la del r�o Blanco, ubicada en el municipio de Zapopan en su parte norte. Es abundante en agua subterr�nea y r�os superficiales. El m�s importante de ellos es el llamado r�o Blanco y tambi�n desemboca en la zona de la barranca. Las aguas de este r�o y otros menores fueron aprovechadas por los primeros industriales para el funcionamiento de las m�quinas textiles.

La agricultura y la ganader�a de esta zona tambi�n son actividades importantes. De hecho, hasta el siglo XIX y principios del XX todav�a funcionaban varias haciendas como: Santa Luc�a (la m�s grande y productiva), Copala, La Magdalena, La Soledad y la de El Lazo, conocida tambi�n como del Salto, debido a que las aguas del r�o Blanco desembocaban en sus terrenos y provocaban una ca�da de agua en forma de cascada.

La agricultura que se practicaba en esta zona era principalmente de temporal y se sembraba ma�z, sorgo, frijol, cebada; en algunos casos, como en la hacienda de La Soledad, se sembraba ca�a de az�car. En la hacienda del Salto, se produc�an naranjas y caf�. (Zapopan, 1992)

La zona de Atemajac tambi�n se caracteriz� por tener haciendas y ranchos cuya producci�n fue importante, como la hacienda La Providencia, el rancho de Santa In�s, Rancho Nuevo, ba�os y lavaderos p�blicos como: los Colomos o los Colomitos.

Seg�n lo plantea Miguel Barcel�, para que un recurso hidr�ulico tenga alg�n tipo de aprovechamiento es necesario que est�n presentes por lo menos cuatro elementos:

1. Acu�fero (el agua y su caudal),

2. Las pendientes o condiciones ambientales que hacen posible el transporte de dicho caudal,

3. Las parcelas irrigadas (que vendr�a siendo el trabajo humano invertido para el aprovechamiento del agua),

4. Las estimaciones que el grupo social hace sobre la cantidad de agua que se debe aprovechar en un per�metro determinado (en otras palabras, la estrategia que se debe seguir para permitir la reproducci�n social). (Barcel�, 1995.)

El principal reto al estudiar en un espacio hidr�ulico no es tanto el definirlo, tambi�n hay que entender c�mo funciona; es decir no s�lo se trata de explicar las condiciones hidr�ulicas; sino la de comprender los distintos aprovechamientos que la sociedad ha hecho de la misma, dependiendo de la �poca y la organizaci�n social.

El concepto de espacio hidr�ulico parece interesante porque nos permite entender que no s�lo es necesario tomar en cuenta los factores ambientales sino tambi�n los sociales. El agua para la industria textil fue mucho m�s que un recurso destinado como insumo; de hecho, el control sobre este recurso fue lo que le permiti� a este importante grupo econ�mico continuar con su sistema de reproducci�n social. Es por eso que los criterios de producci�n textil a lo largo del siglo XIX y principios del XX fueron importantes ya que se diferenciaron significativamente de otros usos productivos del agua como el agr�cola o el urbano; establecieron una nueva forma de relaci�n con la tierra y el agua, transformando con ello el espacio ambiental e impusieron uno nuevo que quedar�a bajo su dominio.

2. Socios y amigos: La fundaci�n de las empresas textiles de Guadalajara en el siglo XIX (1840-1880).

2.1. La zona de Atemajac.

Para 1840 se conform� La Prosperidad Jalisciense, una sociedad industrial que tuvo el prop�sito de explotar dos tipos de f�bricas: una de telas llamada F�brica de Atemajac y la otra, de papel, llamada El Bat�n. Ambas se construyeron a lo largo del cauce del r�o Atemajac, el cual proven�a de la zona de Los Colomos, en el municipio de Zapopan; la primera se ubic� aguas arriba y la segunda aguas abajo, con una distancia de un kil�metro entre ambas. Los desperdicios de tela de la primera serv�an para elaborar papel para la imprenta y cigarros. (Olveda, 1991: 295)

Las f�bricas de la sociedad industrial comenzaron a trabajar algunos a�os despu�s de la fundaci�n de la sociedad ya que primero fue necesario reunir el capital suficiente para construir las f�bricas y todas las obras materiales indispensables para su funcionamiento.

El agua era un elemento indispensable para la producci�n, por diversas razones. Como parte del proceso productivo se usaba para blanquear o te�ir las telas, para almidonarlas, o generar vapor; y por otro lado, como fuente de energ�a ya que los telares se mov�an mec�nicamente gracias a la potencia que se generaba con este recurso. El agua, al pasar por unos canales que se encontraban en el s�tano de la f�brica, mov�a una gran rueda que, sujetaba una banda a la que se conectaban los telares.

Por esta raz�n, el inter�s por controlar el agua fue de primera importancia para estos empresarios textiles. En 1844, la Prosperidad Jalisciense realiz� mejoras materiales para la ampliaci�n del molino del Bat�n con la finalidad de aprovechar esa agua. (AIPJ. Protocolo de Mariano Hermoso, 14 de febrero de 1844.)

Es necesario destacar que para estos hombres de negocios, el incursionar en una arena industrial era una novedad ya que su experiencia ven�a sobre todo del comercio; es decir, que hubo una circulaci�n del capital que fue de lo comercial a lo industrial. Adem�s las f�bricas textiles s�lo pod�an funcionar si se vinculaban el capital de varios socios ya que era dif�cil que un solo propietario tuviera la suficiente capacidad econ�mica para levantar una empresa como esa. Algunos de los hombres de negocios que destacaron en la fundaci�n de la Prosperidad Jalisciense fueron Francisco Mart�nez Negrete y Jos� Palomar.

Adem�s de esta sociedad industrial, otros empresarios se unieron para fundar la propia que llev� por nombre La Experiencia y s�lo explot� una f�brica textil. Se fund� en 1851 y comenz� a trabajar hasta el 15 de noviembre de 1853 (Morales, 1996). Los socios que la integraron fueron Manuel Olasagarre, Sotero Prieto, Daniel Lowerce y Vicente Ortigosa.

La participaci�n de cada uno de los socios fue diferente. Por ejemplo, Ortigosa puso una parte de un terreno de su propiedad en donde ten�a un molino que llevaba por nombre El Salto y desde el principio se dej� muy claro cu�nta agua ten�a derecho a usar cada qui�n.

En la escritura consultada, (AIPJ. Protocolo de Mariano Hermoso, 1 de julio de 1852, fojas 79-83) el se�or Ortigosa se comprometi� a no construir edificios que pudieran provocar conflictos por la distribuci�n del agua y s�lo podr�a utilizar los terrenos para las labores agr�colas. La sociedad construir�a en un ojo de agua un canal para conducir su cauce hasta el lugar m�s conveniente, pero s�lo podr�a utilizar una tercera parte de �sta y dejar�a el resto a beneficio de Ortigosa.

La Experiencia ten�a contemplado iniciar los trabajos con 50 malacates que ser�an movidos por la energ�a hidr�ulica; pero se especific� que el edificio que albergar�a la f�brica deber�a de tener espacio para por lo menos cuarenta telares y cien malacates. Los gastos de esta inversi�n ser�an cubiertos por cuatro socios conforme su participaci�n en las acciones.

As� como Ortigosa se comprometi� a no construir edificio alguno en los terrenos colindantes entre su molino y la f�brica, �sta �ltima tampoco deb�a comprometerse a tomar negociaci�n alguna sobre trigo o molino; salvo que el arquitecto estuviera de acuerdo.

En caso de que las f�bricas de Atemajac y el Bat�n no permitieran que el agua llegara a la presa del Molino del Salto, debido a los d�as no laborables, o bien, en caso de que el agua de otras vertientes no fuera suficiente para hacer funcionar los telares y malacates; as� como para el mismo molino, la sociedad y Ortigosa conven�an en hacer uso com�n del agua que se recib�a independientemente de la de Atemajac. El reparto del agua ser�a en tiempo, no en cantidad; en raz�n de dos a uno. Por ejemplo, si la f�brica hac�a uso del agua durante un d�a, Ortigosa podr�a hacer uso de ella durante dos, pues esa era su parte proporcional dentro de la sociedad. Adem�s de lo anterior, si lo deseaba, el arquitecto podr�a ser administrador de la f�brica y recibir�a un sueldo a cambio de su desempe�o.

Ya desde 1845, Ortigosa se hab�a empe�ado en comprar algunos terrenos a varios ind�genas del pueblo de Atemajac. Las escrituras consultadas s�lo explican el prop�sito de la transacci�n y poco informan sobre cu�l podr�a haber sido su inter�s por adquirir esas propiedades; lo que s� queda claro es que todas ten�an agua e incluso en una de ellas se especifica que el traspaso era s�lo por el derecho al agua del r�o y no por la propiedad de la tierra. (AIPJ. Protocolo de Mariano Hermoso, a�o de 1845, varias escrituras).

La Experiencia inici� sus trabajos en 1853 y hubo una gran fiesta para inaugurar el lugar. Los padrinos abrieron las exclusas que iniciaron el movimiento del motor hidr�ulico:

Fue un momento de intensa emoci�n el o�r los ruidos propios de esas maniobras y por fin comenzaron a girar las ruedas, las bandas de cuero empezaron a subir y a bajar y se escuch� desde entonces ese ruido especial de la hilatura, pues en ese tiempo no se instalaron telares. (Morales, 1996:45)

En sus inicios, la f�brica cont� con 972 husos en movimiento. Utilizaba 1 110 quintales de algod�n y produc�a al a�o 90 000 libras de hilaza. Cada quintal de algod�n ten�a un valor de 25 a 34 pesos y la hilaza val�a de 3.5 a 4.5 reales por libra. Contaba con 50 trabajadores y los gastos de sueldo eran de 7 200 pesos. El edificio y la m�quina val�an 70 000 pesos. (Valerio, 1999: 550 551)

2.2. La zona de R�o Blanco.

La otra zona que tambi�n se incluye dentro del espacio hidr�ulico de nuestro inter�s es la del r�o Blanco, ubicada tambi�n en el municipio de Zapopan. Aqu� se construyeron dos f�bricas textiles, la m�s grande de ellas en lo que fueron los terrenos de una enorme propiedad denominada La Magdalena, se nombr� La Escoba. La otra llev� por nombre R�o Blanco.

La f�brica textil de La Escoba fue fundada por Manuel Escand�n y Manuel Olasagarre en los terrenos de la hacienda de la Magdalena, propiedad de este �ltimo y que ced�a buena parte de ella a la negociaci�n. Dicha f�brica recibir�a los afluentes de los diversos r�os que recorr�an el lugar los cuales, en su trayecto hacia el norte, desembocaban en la zona de la barranca, y se juntaban con el r�o Santiago.

La f�brica empez� a construirse en el a�o de 1840; sin embargo fue hasta 1844 que se protocoliz� la escritura de su constituci�n �por la mucha confianza que se ten�an)� (AIPJ. Protocolo de Mariano Hermoso, 27 de junio de 1844). Escand�n puso el capital en su totalidad, Olasagarre se comprometi� a administrar la f�brica; adem�s, se le compensar�a econ�micamente por la toma que la negociaci�n industrial hiciera de los recursos naturales (piedra, agua y madera) que se encontraban dentro de la hacienda de la Magdalena.

Cuando iba avanzada la construcci�n de la f�brica, Francisco Vallejo entr� a la negociaci�n como socio capitalista, aportando veinte mil pesos. Por su parte Olasagarre, como due�o de la hacienda de la Magdalena, pod�a hacer uso del agua y de materiales restantes siempre y cuando no afectaran a la f�brica y se quedara a cargo de la administraci�n de la misma. La sociedad durar�a cinco a�os �contados desde el d�a en que anden cuando menos mil malacates� y al t�rmino de los mismos se har�a un inventario para deducir ganancias. Los tres socios quedar�an entonces en libertad para decidir si continuaban con la negociaci�n o bien, si se retiraban.

La Escoba inici� sus trabajos en 1843 y ya se hab�an incorporado otros dos socios m�s: Julio Moyssand y Sotero Prieto, cada uno de los cuales invirti� el capital de veinte mil pesos. Las ganancias que se obtuvieron despu�s de un a�o de trabajo fueron de doscientos doce mil pesos y se repartieron conforme a la participaci�n de cada uno de los socios.

Despu�s de esta primera liquidaci�n, los socios estuvieron de acuerdo en continuar con la empresa. Olasagarre se comprometi� a ceder una parte de su terreno en la Magdalena; as� como el uso del agua necesaria para mover no s�lo dos mil malacates, �si no en todo lo dem�s a que pueda comprometerse para hacer funcionar la maquinaria actual y la que pueda aumentarse� (AIPJ. Protocolo de Mariano Hermoso, 27 de junio de 1844)

Esta f�brica era m�s grande que las de la Experiencia o de Atemajac. Para 1844 trabajaba con 2 112 malacates, su consumo anual de algod�n era de 6 500 quintales, los cuales val�an de 25 a 34 pesos cada uno. En cuanto a la hilaza, la f�brica produc�a 20 000 libras anuales y se vend�a de 3.5 a 6 reales la libra. Tambi�n fabricaban 28 000 piezas de manta las cuales eran vendidas a 5 pesos la pieza. Los sueldos y rayas anuales eran de $13 810; por su parte el edificio y la m�quina val�an $476 606 (Valerio, 1999: 580)

Para el a�o de 1845 los socios de La Escoba ya estaban aportando un capital aproximado a los $242 000 para el funcionamiento de la misma. En la escritura consultada se reconoc�a el papel que tuvo Olasagarre como socio industrial, sobre todo en los inicios de la construcci�n de la f�brica, al haber proporcionado los recursos materiales necesarios. Sin embargo, ahora que la negociaci�n volv�a a rectificarse algunas de estas obligaciones hab�an cambiado para Olasagarre.

En primer lugar, ya no estaba obligado a proporcionar m�s recursos ambientales, podr�a incluso dar a sus terrenos el uso que mejor le pareciera; siempre y cuando respetara el consumo del agua y la presa de la f�brica:

�(�) se reserva el del uso de dichas aguas siempre y cuando pueda hacerlo sin perjuicio ni gravamen de la f�brica, transfiriendo igualmente (�) el derecho que tiene para sacar piedra, tierra y adem�s materiales para construcci�n de la Magdalena� (AIPJ. Protocolo de Mariano Hermoso, 27 de junio de 1844)

La f�brica de R�o Blanco recibi� ese nombre por la zona hidrol�gica del lugar. Sus due�os eran de origen estadounidense (Valerio, 1999: 583).

De los casos que se presentaron con relaci�n a la fundaci�n de las f�bricas textiles y sus socios podemos obtener algunas generalidades. En primer lugar se puede observar que s�lo a partir de la acumulaci�n de capital fue posible la fundaci�n de estas empresas, el origen del mismo provino principalmente de las actividades comerciales.

Estos se�ores no s�lo fueron destacados hombres de negocios; tambi�n los vincul� una fuerte amistad y confianza, elemento indispensable para llevar a cabo una empresa como la industrial textil, a mediados del siglo XIX. La experiencia que estos socios ten�an debido a los negocios que manejaban era importante; sin embargo tambi�n lo eran las formas de ayuda mutua que estos industriales manejaron porque eso permiti� que todos se sintieran parte del mismo proyecto.

Por otra parte, la producci�n textil requiri� de ciertas cantidades de insumos que no deb�an faltar porque el trabajo se retrasar�a; por eso no pod�an arriesgarse a construir las f�bricas en lugares que despu�s tuvieran problemas por la falta de agua, de madera, o de piedras; de modo que no fue por casualidad que la principal aportaci�n de estos socios fuera la del terreno y el recurso agua.

Por �ltimo, se debe se�alar que aunque no todos los socios fundadores de estas f�bricas estuvieron presentes a lo largo del siglo XIX, la l�gica de apropiaci�n hacia los recursos h�dricos no cambi� y de hecho, aument� conforme crec�a el negocio.

Esta l�gica de apropiaci�n puede entenderse y explicarse de una mejor manera si se toma en cuenta el contexto socio econ�mico y pol�tico de tipo liberal que propici� el que estas industrias textiles en poco m�s de ochenta a�os (1840-1930) lograran controlar y concentrar

una gran cantidad de recursos naturales y capital, y llegaron incluso a competir con las necesidades del abasto urbano. En el siguiente apartado se explicar� cu�l fue ese contexto liberal que se ha estado haciendo referencia desde el principio.

3. El marco legal de la �poca.

El contexto pol�tico y econ�mico de la �poca favoreci� en mucho a que estas industrias textiles aprovecharan los recursos ambientales en la forma en que lo hicieron. Para el caso de Jalisco, en el a�o de 1824, se promulg� la primera Constituci�n Pol�tica del Estado. En 1825, el primer gobierno liberal, encabezado por Prisciliano S�nchez, se dio a la tarea de emitir diversos decretos que fueran compatibles con la filosof�a imperante.

En t�rminos ideales, el proyecto liberal se mostraba a favor de la conformaci�n de una nueva sociedad que se basara en los principios Libertad, Igualdad y Fraternidad. El Estado � apenas constituido- deb�a tomar otro tipo de funciones, por ejemplo, dedicarse a la promoci�n de la riqueza y a establecer las mejores condiciones para que los individuos las generaran por s� solos.

Una de las primeras decisiones del primer gobernador y del Congreso, fuera el eliminar este tipo de figura jur�dica y crear una nueva: la de la propiedad individual. El 16 de febrero del a�o de 1825 los indios fueron declarados propietarios individuales de las tierras que pose�an comunalmente. El 9 de mayo de ese mismo a�o, se dispuso la extinci�n de las comunidades de los indios y se negaron solicitudes para que se pudieran adquirir en lo sucesivo terrenos por esta v�a aunque se respetar�an aquellas propiedades que hab�an sido adquiridas en conjunto por la comunidad como templos y edificios. En ese mismo a�o se autoriz� una ley para que se denunciaran tierras ociosas para promover as�, la productividad de las mismas. (Olveda, 1991: 227)

Las disposiciones liberales de aquella �poca tuvieron como principales prop�sitos: �liberar la fuerza de trabajo, reforzar el proceso de acumulaci�n de riqueza, fomentar la inversi�n y promover la formaci�n de una burgues�a.� (Olveda, 1991: 229). Adem�s de incorporar a la producci�n industrial los recursos naturales de la regi�n.

Seg�n este mismo autor, Jalisco fue uno de los primeros estados de la Rep�blica en promover distintas reformas de tipo liberal, lo que propici� la aparici�n de la peque�a propiedad o de rancheros, que si bien no fueron tan influyentes como los grandes hacendados, s� mantuvieron niveles de producci�n que les permitieron sobrevivir a lo largo del siglo XIX y XX.

A lo largo del siglo XIX las reformas liberales permitieron que la propiedad de la tierra cambiara junto con los recursos que en ella se pod�an aprovechar. En teor�a, cualquier particular pod�a hacer uso de ellos; sin embargo, en el caso de este trabajo, se puede observar c�mo poco a poco los recursos naturales fueron acaparados por los due�os de las f�bricas. El control que ejercieron de estos recursos fue de manera directa ( es decir, que ellos mismos lo llevaran a cabo) o de manera indirecta (involucrando a otros actores a hacerlo).

Adem�s de que este control propici� el desarrollo de otro tipo de actividades econ�micas las cuales giraron pr�cticamente a su alrededor; como el transporte, el cual involucr� una red de caminos que permitieran llevar y traer mercanc�as de las f�bricas a Guadalajara u otros lugares. O bien, la adquisici�n de servicios.

Aunque no siempre la adquisici�n de los recursos ambientales fue un asunto sencillo, como en el caso de la Prosperidad Jalisciense cuyos due�os tuvieron que buscar un mejor lugar para captar las vertientes provenientes de Los Colomos; sabemos de otro caso en donde el Sr. Jos� Palomar reclam� el cumplimiento de un contrato celebrado con el Sr. Roberto Noble, ya que �ste se hab�a comprometido a entregar maderas a la negociaci�n, pero no cumpli� con lo pactado y con ello perjudic� la producci�n de la f�brica, por lo que se le exig�a responder a su compromiso; de lo contrario tendr�a que indemnizar. (AIPJ. Protocolo de Mariano Hermoso, 18 de mayo de 1844).

La necesidad que ten�an los due�os de las f�bricas por hacerse de recursos ambientales suficientes para el buen funcionamiento de las m�quinas, era mucha. Los lugares donde se asentaron las f�bricas de La Experiencia y La Escoba eran propiedad de alguno de los socios y proporcionaba seguridad a la producci�n. Adem�s de que hab�a una cierta garant�a de que no habr�a tantos problemas a la hora de tener que construir una presa o un acueducto.

De hecho, si se analiza bien, las participaciones que tuvieron los se�ores Manuel Olasagarre y Vicente Ortigosa en las f�bricas fue de mucha importancia ya que cada uno de ellos entr� a la negociaci�n con un capital diferente al de los dem�s socios. Olasagarre no puso dinero, pero puso su �pericia� y los recursos materiales necesarios para la construcci�n de la f�brica La Escoba.

Por su parte, Vicente Ortigosa s� cooper� con una acci�n de cinco mil pesos, e hizo valer su condici�n de ser el due�o de las tierras en donde se construir�a el edificio de la f�brica de La Experiencia.

Como se podr� observar, tanto en el caso de la conformaci�n de las f�bricas como en la adquisici�n de terrenos por fuera de �stas, los acuerdos sobre c�mo se iban a repartir o a distribuir los tiempos de disfrute de aguas se arreglaba exclusivamente entre los interesados. Debido a que el agua era importante para todos los socios industriales, era necesario que se pusieran de acuerdo sobre c�mo utilizarla para que ninguno saliera perjudicado; y como en el fondo la mayor�a de los ellos o estaba emparentado, eran amigos, o se conoc�an de tiempo, atr�s era relativamente m�s f�cil ponerse de acuerdo sobre c�mo controlar el agua.

Adem�s, conforme avanzaba el siglo XIX, la legislaci�n favoreci� al liberalismo econ�mico; es decir, estos empresarios tuvieron a la mano diferentes mecanismos legales para aprovechar tierras y aguas; argumentando siempre el derecho de posesi�n porque �stas estaban �inutilizadas� o �se desperdiciaban�.

Cuando fue necesario recurrieron a la expropiaci�n de tierras �sobre todo ind�genas- en nombre de la utilidad p�blica, o bien, a la denuncia de tierras bald�as; o bien, a la adquisici�n de derechos por v�a gubernamental, o a las estrategias mercantiles m�s conocidas como la compra, la renta o el traspaso.

Estas estrategias formales, permitieron a este grupo de industriales acaparar grandes cantidades de agua y con ello diversificar sus negocios. Sin embargo, para la legislaci�n de la �poca esto no era mal visto, al contrario, se ten�a la creencia de que eso contribuir�a al fortalecimiento del estado, aumentar�an las rentas y en general, el pa�s ser�a m�s productivo.

Por desgracia, estaban equivocados y s�lo se beneficiaron estos empresarios y fue hasta mucho despu�s que el Gobierno �sobre todo Federal- intent� poner l�mites a este monopolio.

4. Concentraci�n, dominio y expansi�n. Las industrias textiles en su segunda etapa de constituci�n (1880-1910).

Dentro de la historia de las industrias textiles de Guadalajara, encontramos un segundo momento que surge cuando algunos de los socios fundadores importantes fallecen y es necesario reconstituir la sociedad. En las f�bricas, esta situaci�n se present� en tiempos m�s o menos similares.

En el caso de la sociedad La Prosperidad Jalisciense (la que ten�a una f�brica de papel en el Bat�n y otra de tela en Atemajac) uno de sus principales socios falleci� en 1873 y dej� muchos herederos producto de sus tres matrimonios (Durand,1986: 40). Sus herederos siguieron administrando los negocios familiares aunque para 1889, la sociedad ya estaba gestionando los tr�mites correspondientes para la liquidaci�n de la compa��a.

Los due�os de la sociedad eran: �Viuda e hijos de Corcuera�, do�a Francisca de la Hoz; el Lic. Emiliano Robles; don Manuel L. Stampa en representaci�n de su esposa Dolores Espinosa �hija de don Vicente Ortigosa; don Celso Camacho, Mart�n del Campo, do�a Concepci�n Palomar de Corcuera y Carmen Palomar de Granados. (AIPJ. Protocolo de Salvador Espa�a, 22 de octubre de 1889)

En octubre de 1889, la Prosperidad Jalisciense se declar� en quiebra por lo que se procedi� a remate p�blico de todas las propiedades de la empresa que en total val�an un capital de $844 173 e inclu�a: la f�brica de Atemajac, la f�brica de papel del Bat�n, terrenos anexos y utensilios y otros materiales diversos existentes en las f�bricas (manta, papel, hilaza, cord�n y pabilo).

En el remate, Ignacio Moreno, quien dec�a ser agricultor, ofreci� una cantidad muy inferior a la mitad de lo que dichas propiedades val�an, pero como no hubo mayores ofertas, las f�bricas le fueron vendidas en $ 337 669.

Por su parte, el espa�ol Francisco Mart�nez Negrete, quien tambi�n fue socio fundador de la Prosperidad Jalisciense y de La Experiencia, falleci� en el a�o de 1874 y su hijo, del mismo nombre, continu� a cargo de los negocios de su padre. La f�brica no interrumpi� sus trabajos con este heredero, al contrario, en 1886, le compr� a do�a Francisca Espinosa de Ortigosa, un terreno que se encontraba a espaldas de la f�brica. Mart�nez Negrete j�nior lo deseaba para que la ca�da de agua tuviera mayor potencia. (AIPJ. Protocolo de Heraclio Garc�adiego, 24 de marzo de 1886).

Para 1877 ya aparece Francisco Mart�nez Negrete j�nior como �nico due�o, con un capital invertido de $36 000 de los cuales, $16 000 correspondieron a la maquinaria y

$20 000 a los edificios; hab�a 700 husos y 40 telares, (Valerio, 1999: 551). Para 1889, la f�brica de �La Experiencia� se hab�a valuado en $60 000. Sin embargo, para finalizar el siglo XIX, Francisco Mart�nez Negrete j�nior se deshizo de la f�brica y se la vendi� a su hermana Rosal�a pues ten�a el prop�sito de solicitar un pr�stamo al Banco de Jalisco y construir una nueva f�brica m�s grande llamada R�o Grande, ubicada en Juanacatl�n.

En 1881, la f�brica de R�o Blanco, propiedad de los se�ores �Lowerce Hermanos�, tambi�n fue declarada en quiebra y se sac� a remate p�blico donde fue adquirida por Hilari�n Romero y despu�s por N�stor Arce y Jacobo Navarro. Sin embargo, para 1884, se volvi� a levantar otro juicio de embargo por falta de pago, por lo que fue igualmente rematada y finalmente �Fern�ndez del Valle Hermanos� adquiri� la f�brica, por la cantidad de

$31 297.34. En este caso, al igual que en el de La Prosperidad Jalisciense, se pag� por la f�brica mucho menos de su valor, que era de $ 46 946. (Valerio, 1999: 584)

La empresa �Fern�ndez del Valle Hermanos� ya hab�a estado adquiriendo diversas propiedades cercanas a estas f�bricas y controlando el agua que en ellas se encontraba. Por ejemplo, en 1882, compraron el rancho El Martel, y un potrero conocido como Las Mulas en la cantidad de $15 000 a los herederos de don Sotero Prieto (AIPJ. Protocolo de Heraclio Garc�adiego, 14 de octubre de 1882). Dichos terrenos pertenecieron a la antigua hacienda de la Magdalena, en donde se construy� la f�brica.

Por otra parte, la propiedad del Cedral �que era la casa de descanso que se encontraba en los terrenos de la antigua hacienda de La Magdalena, qued� en propiedad de N�stor Arce y para evitar conflictos por los usos del agua lleg� a un acuerdo con Manuel Fern�ndez del Valle en el cual se deber�a respetar el nivel de agua que manten�a la presa de la Escoba, as� como el muro de tepetate. Se prohib�a que el nivel del agua estuviera m�s elevado de lo que se encontraba pues no deber�a invadir m�s terreno.

El due�o de la f�brica quedaba a perpetuidad obligado a darle mantenimiento a la presa y en caso de hacerle algunas mejoras o reparaciones, se deber�a de pedir autorizaci�n al se�or Arce o a alguno de sus encargados. (AIPJ. Protocolo de Heraclio Garc�adiego, 11 de agosto de 1844).

Para el a�o de 1888, la empresa �Fern�ndez del Valle Hermanos� le compr� a Francisca Espinosa de Ortigosa el Molino del Salvador. Dicha propiedad pertenec�a a la vendedora gracias a la herencia que le dejara su marido, Vicente Ortigosa. El molino constaba de dos partes, una que era conocida por el nombre del Molino del Salvador y la otra cuyo nombre era Molino del Salto. La venta se hizo por $15 000. (AIPJ. Protocolo de Emeterio Robles Gil, 27 de junio de 1888).

Tambi�n en 1888, �Fern�ndez del Valle Hnos.� era due�a de la f�brica de La Escoba y casi due�a de La Experiencia, ya que Rosal�a Mart�nez Negrete era la due�a titular, pero al estar casada con un Fern�ndez del Valle, este era quien que realmente la administraba.

Fue as� que en diciembre de 1889, o sea, dos meses despu�s de que se declar� la quiebra de la Prosperidad Jalisciense, se conform� una nueva compa��a textil que integrar�a las negociaciones m�s importantes textiles y papeleras de la zona de Atemajac y R�o Blanco.

La empresa llevar�a por nombre Compa��a Industrial de Jalisco y quedar�a conformada por las siguientes casas comerciales: Fern�ndez del Valle Hermanos, Somellera Hermanos, Moreno Hermanos, Viuda e Hijos de Corcuera, Ancira y Hermanos, Gas y Cogordan, Fourtoul y Chapuy

Se requiri� de un mill�n de pesos para conformar la Compa��a Industrial de Jalisco, y una vez que se obtuvo, la sociedad incluy� las siguientes propiedades:

a) La f�brica de Atemajac, con sus edificios, aguas, terrenos, maquinaria y dem�s �tiles.

b) F�brica del Bat�n, con sus terrenos, edificios, aguas y maquinaria, aparatos y dem�s �tiles.

c) F�brica de hilados y tejidos La Escoba, con sus terrenos, aguas maquinaria y dem�s �tiles

d) F�brica de hilados y tejidos �R�o Blanco�, con sus terrenos, aguas, e incluso �El Molino del Salto�; maquinaria y dem�s pertenencias.

e) Doscientos pesos en efectivo dispuestos para reparaciones, compra de maquinaria, o cualquier otro objeto similar.

La idea era la de trabajar las f�bricas cuarenta a�os, de 1889 a 1930. De acuerdo con lo acordado, los accionistas se repartir�an las ganancias conforme a su participaci�n. Los socios mayoristas eran los �Fern�ndez del Valle Hermanos�, los �Moreno Hermanos� y �Viuda e Hijos de Corcuera�, los cuales aportaron $250 000 cada uno. Ahora se comprende cu�l era el inter�s de los Fern�ndez del Valle por adquirir varios terrenos cercanos a las f�bricas: incluirlos a la compa��a como parte del capital y que aumentaran su valor.

A pesar de que la Compa��a Industrial de Jalisco tuvo como prop�sito trabajar durante treinta a�os tan s�lo trabajaron dos, ya que para 1891 los due�os decidieron disolver dicha sociedad. Los interesados en comprar fueron los se�ores �Moreno Hermanos�; �Fern�ndez del Valle�, �Fortoul y Chapuy�; y �Gas y Cogordan�.

Como consecuencia de esta disoluci�n, las negociaciones textiles se separaron de las papeleras: los nuevos socios que administraron las f�bricas textiles nombraron a su sociedad Compa��a Industrial de Guadalajara. Las empresas �Fern�ndez del Valle Hermanos�, �Moreno Hermanos�, �Fourtoul y Chapuy� y �Gas y Cogordan�; se quedaron con la negociaci�n de las industrias textiles (Atemajac, La Escoba y R�o Blanco).

Al separarse, los due�os dejaron bien claro qu� manejo le dar�an al agua, pues si alguno de ellos abusaba y no respetaba los acuerdos perjudicar�a a los dem�s:

...Se declara: que los due�os de la f�brica de Atemajac tendr�n en todo tiempo la obligaci�n de dejar correr el agua que sirve para mover la maquinaria del Bat�n y las dem�s f�bricas que est�n m�s abajo, haci�ndolo as� desde el amanecer hasta las nueve y media de la noche, que la hora en que de ordinario concluye la velada, cuando los trabajadores est�n al corriente. Cuando en la f�brica de Atemajac no se trabaje, sea por la causa que fuere, no por eso se contendr� el agua, sino que se har� correr como si se trabajara hasta la hora expresada a fin de que no resientan perjuicio las f�bricas de abajo. (AIPJ. Protocolo de Heraclio Garc�adiego, 18 de abril de 1891)

La preocupaci�n anterior tiene que ver con el manejo que ciertos usuarios de r�o arriba hac�an del recurso, el cual perjudicaba a los otros usuarios de r�o abajo abajo. Los acuerdos entre los due�os de estas empresas en torno al agua se respetaron, pues como ya se ha comentado, en t�rminos legales, el agua era un asunto que correspond�a a cuestiones entre particulares. Otra cosa que influ�a en que los acuerdos se respetaran era que en realidad se trataba del mismo grupo socio-econ�mico que presentaba intereses comunes, adem�s de que muchos hasta parientes eran. El recurso se repart�a entre las mismas manos, de ah� que los conflictos por la administraci�n del agua entre estas f�bricas no sal�an de su c�rculo.

Adem�s de la concentraci�n de capital, tambi�n la concentraci�n y el dominio sobre las fuentes de agua apareci� como un asunto de primera importancia. Como ya se mencion�, los Fern�ndez del Valle comenzaron a adquirir propiedades cercanas a las f�bricas para incluirlas en la negociaci�n; sin embargo, todas estas no tendr�an el mismo valor si no hubieran contado con la cantidad de agua necesaria para hacer funcionar un nuevo tipo de tecnolog�a que apareci� al finalizar el siglo XIX: la hidroel�ctrica.

5. Energ�a y capital. En busca del control y el dominio de las fuentes de agua.

Ya desde 1880 encontramos los primeros esfuerzos por aprovechar la potencia del agua y generar energ�a hidroel�ctrica. En ese tiempo, los Fern�ndez del Valle comenzaron a realizar una serie de mejoras a la f�brica R�o Blanco con el fin de generar dicha energ�a.

El inter�s por asegurar cantidades de agua mayores, llev� a estos empresarios a situaciones no previstas y que volvieron m�s complejo el manejo de los negocios. Fue as� que surgi� la vinculaci�n entre el control del agua, la concentraci�n de capital y la diversificaci�n de �ste.

Como ya se ha mencionado, en un principio este suministro de agua era mucho menor, y se pudo asegurar porque los due�os de los terrenos formaban parte de la sociedad, pero en la medida en que las f�bricas requirieron de mayores cantidades de agua �sta tuvo que conseguirse de lugares cada vez m�s lejanos en donde los propietarios de los terrenos eran otros y era m�s dif�cil negociar con ellos.

Adem�s, a los due�os de las f�bricas s�lo les interesaba manejar el agua, no la actividad productiva que estos terrenos ya ten�an, por lo que muchas de las negociaciones con los particulares s�lo incluyeron el traspaso del agua. El due�o del terreno podr�a continuar haciendo uso de sus tierras como de costumbre siempre y cuando respetara el agua que usaban las f�bricas.

Por ejemplo, el terreno Rancho Nuevo, que fue introducido a la Compa��a Industrial de Guadalajara, fue arrendado al se�or Gregorio Rubio por la cantidad de $3 600 por a�o. Con relaci�n al uso del agua, la compa��a dej� muy en claro que el se�or Rubio s�lo pod�a aprovechar el agua de la presa del �Agua Delgada�, m�s no de la de San Juan de Dios, ya que �sta era de uso exclusivo de la f�brica La Experiencia.

Tambi�n deb�a permitir la entrada y salida de los trabajadores que designara la Compa��a Industrial de Guadalajara ya que �sta iba a construir una l�nea de conducci�n de energ�a el�ctrica sobre los terrenos del rancho, que llegar�a hasta la ciudad, y tambi�n se reservaba el derecho a ocupar una faja de terreno necesario para construir una l�nea de tranv�as.

Por su parte, el arrendatario ten�a que respetar los �rboles frutales y no frutales ya plantados en la propiedad y pod�a tomar de ellos el producto correspondiente. Deb�a comprometerse a cuidar las instalaciones, la presa y todo lo que se encontraba en la propiedad y en caso de que se necesitaran algunas mejoras, �stas correr�an por cuenta del arrendatario y quedar�an en beneficio de la misma (AIPJ. Protocolo Manuel F. Ch�vez, 25 de septiembre de 1900).

Los due�os de la Compa��a Industrial de Guadalajara no quer�an distraerse con atender otro tipo de negocios que no estuvieran directamente vinculados a las f�bricas, por eso permitieron que otros particulares los manejaran. Es decir, que la concentraci�n del capital oblig� a estos empresarios a tener un mayor dominio sobre los recursos hidr�ulicos y a su vez eso los llev� a diversificar los negocios en otro tipo de actividades como las agr�colas, de transporte, o incluso, las el�ctricas.

De las �ltimas, en 1897, cuando Francisco Mart�nez Negrete j�nior a�n era propietario de La Experiencia, consigui� de la Secretar�a de Industria y Fomento una autorizaci�n para que tomara hasta 15 mil litros de agua por segundo de los terrenos Los Guzmanes, o de El Refugio y de Las Juntas, los cuales lindaban con la barranca de Huentit�n y pod�a aprovecharse su caudal y su potencia antes de que fueran a dar al r�o Santiago. Cuando Mart�nez Negrete junior se declar� en quiebra, en 1902, estos terrenos fueron adquiridos por la Compa��a Industrial de Guadalajara.

Como se podr� apreciar, el inter�s de los socios industriales hacia el control y manejo del agua iba en aumento conforme se daban cuenta de los m�ltiples usos que pod�an generarse a ra�z de su almacenamiento. En 1904, la Compa��a Industrial de Guadalajara celebr� un contrato de arrendamiento de energ�a el�ctrica con el Ayuntamiento de Guadalajara. El tiempo del convenio ser�a por cuatro a�os (AIPJ. Protocolo de Manuel F. Ch�vez, 26 de septiembre de 1902).

A la Compa��a Industrial le fue relativamente f�cil controlar y dominar en aquellos terrenos en donde los particulares no pudieran resistirse a sus intereses. Sin embargo, una situaci�n muy diferente se present� cuando otros usuarios no se sometieron a su voluntad, llegando incluso, a presentarse conflictos por el uso del agua.

Por ejemplo, el gobierno del estado ten�a en propiedad una hacienda llamada Santa In�s, ubicada a lo largo del cauce del r�o San Juan de Dios: lindaba con terrenos de la hacienda de Oblatos y ten�a una extensi�n de 300 hect�reas. Esta hacienda era muy productiva y de hecho, proporcionaba una importante renta al erario p�blico.

En la medida en que los empresarios textiles comprendieron la importancia del agua para la generaci�n de electricidad, demostraron sus intensiones de arrend�rsela al gobierno por lo menos durante los siguientes quince a�os. El gobierno se neg� y solamente autoriz� la operaci�n por cuatro a�os.

La renta ser�a de $36 020 por los cuatro a�os, pero por cada uno de ellos se pagar�an $9 005 al a�o. Se especific� que en la hacienda Santa In�s se encontraban el molino de Piedras Negras y el del Refugio, los cuales estaban en muy mal estado o en ruinas inminentes.

En la hacienda se sembraba alfalfa y �rboles frutales, adem�s de que gran parte del inventario consist�a en art�culos para los molinos, tornos y herramientas para procesar harinas. (AIPJ. Protocolo de Manuel F. Ch�vez, 04 de junio de 1903).

Todo indica que el inter�s de la Compa��a Industrial de Guadalajara por poseer por tanto tiempo la hacienda de Santa In�s se deb�a a la capacidad que tendr�an para controlar el agua de San Juan de Dios que por ah� pasaba y que inclu�a todas las aguas negras de la ciudad, no tanto por dedicarse al sector harinero o agr�cola. De hecho, en 1904, la compa��a la dio en subarrendamiento a Tiburcio Cervantes junto con los molinos del Refugio y Piedras Negras que ah� se encontraban.

Don Tiburcio podr�a usar el agua de San Juan de Dios, la de San Ram�n y la del drenaje de la ciudad a partir de las seis de la ma�ana hasta las seis de la tarde y, salvo en d�as festivos, el agua quedaba reservada para que la Compa��a la aprovechara como potencia para su planta de energ�a el�ctrica que se encontraba en la barranca de La Experiencia.

Si hubiere alg�n problema en cuanto a la falta de potencia de agua para generar energ�a, la Compa��a Industrial tendr�a todo el derecho de impedir que el Sr. Cervantes hiciera uso del agua ya que deber�a de dejar que �sta corriera libremente a�n en los d�as y horas que se hab�a estipulado a que ten�a derecho el arrendatario.

Si el se�or Cervantes o sus mozos o empleados no dejaran correr el agua cuando se les avisase, se har�an acreedores a una multa de $500 y a la tercera vez de reincidir, se causar�a el cese de dicho contrato, sin indemnizaci�n alguna. El arrendamiento durar�a de 1904 a 1907 y por la renta se pagar�an $7 500 anuales. La Compa��a Industrial tendr�a todo el derecho de vigilar los terrenos de la hacienda para detectar cualquier desv�o en el curso del agua a trav�s de los canales (AIPJ. Protocolo de Manuel F. Ch�vez, 19 de febrero de 1904).

Tambi�n en el a�o de 1906, la Compa��a decidi� arrendarle a Cervantes la finca r�stica de Rancho Nuevo. Las condiciones del arrendamiento estipulaban que la Compa��a Industrial se reservaba el derecho para construir sobre este terreno todas las obras necesarias para hacer llegar energ�a el�ctrica a la ciudad, por lo que el arrendatario no deber�a impedir el paso a los trabajadores, y deber�a permitir que se construyera una l�nea de tranv�as.

El arrendamiento fue por cinco a�os y Cervantes pagar�a la cantidad de $2 500 por a�o. Podr�a hacer uso del agua de la presa del Agua Delgada, salvo en el caso extraordinario de que la Compa��a requiriese de m�s agua para su planta de luz en la f�brica de La Experiencia; entonces deber�a abstenerse de tomar agua de ese lugar. (AIPJ. Protocolo de Manuel F. Ch�vez, 17 de abril de 1906).

Tambi�n se valieron de los recursos de las denuncias o expropiaciones en otros terrenos para controlar mejor el agua, por ejemplo, en 1904 encontramos un caso de expropiaci�n que el gobierno del estado le autoriz� a la Compa��a Industrial de Guadalajara sobre unas propiedades pertenecientes al licenciado Jos� Verea, Manuel Fern�ndez y C�a. y los herederos de Gertrudis Le�ero de Vera. (Protocolo de Manuel F. Ch�vez, 2 de noviembre de 1904).

La Compa��a Industrial tambi�n se interes� por acrecentar sus terrenos hacia el norte del Zapopan, rumbo a la zona de Tesist�n para controlar el agua de la zona de R�o Blanco. Por ejemplo, le compr� a Gregorio Guti�rrez un terreno llamado Rancho de la Cruz valuado en $10 000, y por $6 000 adquirieron en propiedad las aguas de los manantiales y pantanos del potrero Los Sauces. Adem�s, Gregorio Guti�rrez permitir�a que la Compa��a Industrial aprovechara todas las aguas que en estos terrenos fluyeran sin derecho a desviarlos ni a detenerlos en ninguna parte de su curso, sino que deber�a dejarlos correr hasta el arroyo que iba a la f�brica de La Escoba.

La Compa��a podr�a construir en los terrenos referidos las obras necesarias para el drenaje, dar corriente a las aguas y llevarlas hasta el arroyo que va a la f�brica de La Escoba y R�o Blanco. Todo ello a cuenta de la Compa��a y por lo mismo, el se�or Gregorio Guti�rrez no deber�a impedir el curso de las obras que se iban a construir. (AIPJ. Protocolo de Manuel F. Ch�vez, 2 de mayo de 1906).

Como se podr� observar, en todos los casos, ya fuera de arrendamiento, venta o cesi�n de terrenos, la Compa��a Industrial de Guadalajara mostr� un especial inter�s por controlar el agua debido a los m�ltiples beneficios que obten�a de manera directa o indirecta.

Sin embargo, previo al inicio de la Revoluci�n Mexicana, en 1907, la Compa��a Industrial decidi� separar los negocios textiles de los energ�ticos y s�lo se interes� por administrar los primeros, dejando fuera a la planta de energ�a de La Juntas y el ferrocarril, que conformaron una negociaci�n aparte denominada �Compa��a de Tranv�as, Luz y Fuerza de Guadalajara� (AHA. Exp. 36 476 /Caja 2 603 / Fojas 2).

La legislaci�n que se gener� con los gobiernos posrevolucionarios, as� como el crecimiento de la demanda de agua por un n�mero mayor de usuarios transformaron el escenario que hasta entonces hab�a sido orquestado por la Compa��a Industrial de Guadalajara. Poco a poco comenzaron a aparecer conflictos entre diferentes actores: comunidades agrarias vs las industrias, fraccionadores vs comunidades agrarias e industriales, comunidades agrarias vs hacendados.

Lo que puede apreciarse en el fondo de estos conflictos es que el agua, conforme avanz� el siglo XX, se convirti� en un recurso cada vez m�s indispensable para la satisfacci�n de las necesidades urbanas (agua potable, drenaje, electricidad), los usos tradicionales del agua, como el agr�cola, fue perdiendo terreno hasta que terminaron por desaparecer.

A los due�os de las industrias textiles les fue cada vez m�s dif�cil mantener el control sobre el agua y comenzaron a perderlo; adem�s el desarrollo propio de la actividad textil en el pa�s no contribuy� mucho a su permanencia. Los espa�oles vendieron a principios del siglo XX su parte la sociedad a los franceses, quienes se mantuvieron como due�os hasta la d�cada de los setentas cuando ya no pudieron ni siquiera cumplir con sus obligaciones patronales. La huelga se present�, el fallo fue a favor de los obreros y en 1977 el gobierno federal intervino para que la empresa fuera comprada por unos libaneses quienes las trabajaron durante alg�n tiempo, pero comenzaron a vender parte de sus propiedades ya que val�an m�s como propiedad urbana.

CONCLUSIONES.

El agua fue para los empresarios textiles un elemento de m�ltiples significaciones. Por un lado no s�lo se convirti� en un elemento necesario en la producci�n textil, sino que a partir de la diversificaci�n de los usos del agua se pod�a obtener de ella otro tipo de valores, como la generaci�n de energ�a mec�nica, despu�s el�ctrica. Adem�s, pod�an dominar una importante zona productiva de la ciudad en la que se inclu�an peque�os propietarios, due�os de haciendas, ranchos y hasta molinos.

En el presente trabajo, desde el principio se quiso establecer una l�nea de conducci�n que diera cuenta sobre c�mo, en la medida en que estas empresas concentraban capital, tambi�n concentraban recursos naturales, lo que permit�a que al mismo tiempo se diversificaran sus negocios. En otras palabras, dimos cuenta del proceso de mercantilizaci�n del agua dentro de la producci�n textil a lo largo del siglo XIX.

Ciertamente, el agua no fue el �nico recurso natural que usaron estas f�bricas textiles; sin embargo fue uno de los m�s importantes. El inter�s de los empresarios por acapararla da muestras de que el agua val�a porque precisamente lo que se pagaba por ella no era mucho; lo que ampliaba enormemente el margen de ganancia.

Para la filosof�a imperante de la �poca, el agua por s� sola no pod�a tener ning�n valor. Estaba ah� en la naturaleza �inutilizada� o �desperdici�ndose�; es decir, el valor econ�mico del agua radicaba en la inversi�n del trabajo y el capital para que produjera algo. Sin embargo, el agua tambi�n increment� su valor de intercambio no s�lo por la tecnolog�a disponible o el capital; sino por el marco legal que facilit� las operaciones.

En un principio, el agua fue tomada por las industrias como algo exclusivo de su inter�s e inversi�n; por lo tanto, realizaron las mejoras necesarias para aprovecharla. Es decir, le invirtieron otro tipo de recursos para canalizarla de manera adecuada, construir presas para obtener la potencia hidr�ulica necesaria y sus dominios o espacios de control f�sico se extendieron m�s all� de los l�mites de las f�bricas.

Este tipo de organizaci�n de trabajo y de medios de producci�n, fortaleci� el sentido de pertenencia hacia el agua por parte de los industriales; en otras palabras lo convirtieron en un asunto de esfera privada. Por eso se dieron los acuerdos s�lo entre particulares y las compraventas realizadas a trav�s de la v�a civil, sin la intervenci�n de una autoridad reguladora; a su juicio esto se justificaba porque, despu�s de todo, �Qu�, acaso no eran ellos quienes solventaban los gastos de inversi�n?

Las estrategias que usaron los empresarios textiles, a lo largo del siglo XIX, para beneficiarse con el uso del agua encontraron cabida dentro del mismo marco legal y no representaron problema alguno. Sin embargo, el control sobre fuentes de agua cada vez m�s lejanas tambi�n trajo dificultades porque cada vez era m�s dif�cil imponer sus intereses a los de los dem�s.

Por �ltimo, los industriales tuvieron �xito en sus estrategias de dominio sobre el agua mientras imper� la noci�n de que esta era un asunto de exclusivo inter�s particular. Sin embargo, esto cambi� en la medida de que los gobiernos �en especial el federal- comenzaron a percibir, cada vez m�s, que los asuntos del agua deb�an ventilarse en la esfera p�blica y no en la privada.

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