Laritza Guzmán Vilar y Gelmar García Vidal
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Es imposible referirse a la autenticidad del patrimonio en el contexto abordado, al margen de dos fenómenos que han surgido producto de las contradicciones existentes que conlleva el desarrollo del turismo. Por lo que hace falta, de manera reiterativa, señalar en la “autenticidad escenificada” y en la “autenticidad emergente”.
En algunos estudios referente al tema, se han incluido, elementos importantes, que incluso se podrían denominar “tipos de autenticidad” , refiriéndose a la “autenticidad escenificada”, que ya para muchos no es negativa, siempre y cuando contenga elementos del pasado, es más, algunos consideran que para el turismo se debe escenificar para satisfacer necesidades, tanto de la comunidad de acogida como de los propios visitantes; y lo representado que se dudó en algún momento si era auténtico o no, puede llegar a ser parte del patrimonio por su significado, pues en ocasiones, así lo acoge la comunidad que lo creó, y luego de ser olvidado realmente por lo que surgió, se convierte con el tiempo, en algo completamente auténtico, a este proceso se le ha nombrado “autenticidad emergente”.
MacCannell (1976) introduce el concepto de “autenticidad escenificada” en el contexto del turismo, es decir cuando los anfitriones sacan a la venta su cultura para crear un paquete atractivo. En ocasiones el término es usado para referirse al turista que empieza a ir en busca de originales y consecuentemente se convierte en victima de este tipo de autenticidad.
Hoy en día según Chhabra, Healy y Sills (2003) el turismo de patrimonio depende de la escenificación o la nueva creación de tradiciones étnicas o culturales. De ahí que la autenticidad percibida como una medida de calidad del producto y como un factor determinante de satisfacción turística, puede ser apreciada aún cuando el acontecimiento es escenificado en un lugar alejado de la fuente originaria de la tradición cultural.
Para (Clapp 1999; Cohen 1988) la calidad del turismo de patrimonio es realzada por la autenticidad y (Boorstin 1991; MacCannell 1976; Van den Berghe 1984) señalan que la autenticidad de acontecimientos y atracciones es escenificada y deformada para satisfacer las necesidades de ambos los invitados y sus anfitriones.
Por otra parte Cohen (1988) introduce el concepto de “autenticidad emergente” para describir este proceso evolucionista. Descubriendo la autenticidad “negociable”, es decir, un producto cultural o rasgo de eso, cuando esta en un punto de ser generalmente juzgado como artificial o ficticio, pero con el transcurso del tiempo generalmente es bien reconocido como auténtico. Hadsbawm y Ranger (1983) ratifican que existen nuevas prácticas culturales que luego se convierten en tradiciones importantes, olvidando su origen.
1.4.3 Experiencia auténtica a través del patrimonio
El turista de patrimonio actualmente busca experiencia auténtica (MacCannell, 1976), la cual reside fuera del limite de la vida de todos los días en la sociedad contemporánea. Las personas piensan que cualquier pasado fue mejor o las vidas fuera de su espacio son mejores, por lo que los hombres son nostálgicos acerca de viejos caminos de la vida y quieren volveros a vivir en forma de turistas. La nostalgia de la memoria colectiva reconstruye el pasado para prestar servicio a las necesidades del presente, es decir la nostalgia es una contraseña universal para la retrospección, convirtiendo ésta en una motivación para el turista MacCannell (1976).
La satisfacción como un acontecimiento del patrimonio no depende en su autenticidad, en el sentido literal, aunque la nueva creación precisa de alguna condición pasada, sino más bien en como es percibida la autenticidad, es decir como genera sentimiento de nostalgia para algún pasado real o imaginario. El patrimonio es así creado y recreado a partir de las memorias supervivientes, los artefactos, los sitios del pasado para servir a la demanda contemporánea (Chhabra, Healy y Sills, 2003). Incluso muchos investigadores de la problemática tratada consideran que el concepto de autenticidad en el turismo no puede estar objetivamente definido, dado la multiplicidad de motivaciones (Cohen, 1988; Moscardo, 2001; Taylor, 2001), de ahí que es negociable y, por supuesto, no es estático sino de flujo y este puede ser formulado según la demanda (motivación de los turistas). Se asocia entonces la autenticidad a experiencias o percepciones de un individuo respecto a un atributo de una atracción específica o un destino (Apostolakis, 2003), es decir, la autenticidad se convierte en una experiencia completamente subjetiva (Jewell y Crotts, 2001).
La experiencia juega un papel importante en dichos conceptos, puesto que en ocasiones, la autenticidad dependerá, si logró o no transportar, al individuo que la percibe, a un mundo lejos de la vida cotidiana, en subordinación de esto, entonces se podrá afirmar si fue o no una “experiencia auténtica”. Por lo que en cierto modo, estará en manos de la codificación o imaginación de cada cual, y por ende la parte subjetiva será determinante, pero no única. De ahí que ya no sólo es importante contemplar los valores existentes o la estética en sí de algún elemento (objeto o acontecimiento), sino que se debe tener en cuenta otros factores que serán determinantes para poder concretarla en el contexto estudiado.
Santana (2003) comparte el criterio del estudio de la autenticidad como experiencia, aunque su análisis esta orientado en otra dirección. Parte de que algunos de lo bienes y servicios son específicamente turísticos y los productos están diseñados e implementados bajo las condiciones impuestas por las demandas presentes y las perspectivas futuras, ubicando en la representación de espacios y parques temáticos en lo que supuestamente todo puede ser controlado, desde el índice de humedad a tiempo de permanencia del visitante en un área dada. En esto se reduce un ambiente determinado, existente o ficticio, a una serie de iconos y elementos claves que se presentan como un producto complejo que debe mostrar un exotismo diferencial generalmente asociado a la necesidad de visitarlo. Plantea que las personas que asisten a estos recintos están concientes de que aquello que se les exhibe es una escenificación, una articulación de elementos, reconstrucciones, artefactos y actores, que con algo de fortuna, se presenta con coherencia. El comprador del tique de entrada es cómplice del simulacro y la experiencia en ese ejercicio de la imaginación no deja de ser auténtica.
Según Santana (2003) este proceso se ve reflejado en ciertos acontecimientos celebrados en el mundo, donde el turista parece integrarse, conocer las claves para entender lo que sucede a su alrededor y sentirlo como un ritual propio hecho a su medida auténtico, no obstante el autor especifica que en la mayor parte de los casos el ritual ha sido, como puede serlo cualquier otro elemento cultural, comercializado, mediatizado y asociado con los modos de vida en un tiempo determinado; entonces la autenticidad vivida dependerá de la habilidad de aquellos que construyen y promueven las imágenes y expectativas. El resultado será un participante turístico en medio de una escenificación casi mística para sus participantes - locales, rasgos maximizados y estilizados al efecto de una ceremonia inventada (Hobsbawm y Ranger, 1983).
En la autenticidad se entremezclan los estereotipos del estilo de vida y uso de la cultura material de los visitados, con la imagen vendida de los mismos. Combinación a la que hay que añadir el anhelo de los visitantes para consumir, compartir y apropiar simbólicamente esa forma cultural, ese trozo de patrimonio. El producto consumido finalmente puede no ser tradicional para el grupo visitado, pero lo construido artificialmente aparece ante la mirada del turista como más real que lo real mismo. (Saarinen, 1998).
Las relaciones de la autenticidad con sus autores y consumidores muestran una amplia gama de manifestaciones, muchas de ellas directamente relacionadas con el mercado (Santana, 2003). Cuando no existe simplemente se inventa y no se puede afirmar alegremente que con este proceso de recreación se este erigiendo una cultura bastarda (Wood, 1997). Todo lo expuesto anteriormente es una muestra del dinamismo cultural, de la gran imaginación y recursos de algunos para aprovechar las ansias de lo escaso y lo exótico demandado, o sea, se considera a las construcciones de escenarios como algo positivo del turismo, ya que este alienta la creación de simulaciones culturales para un supuesto post – turista de gustos sofisticados y eufemística calidad, buscando cubrir en el mejor de los casos, los segmentos ocultos y pocos explotados del mercado (Santana, 2003). Incluso refiere que el patrimonio que se le oferta al turista manteniendo el componente simbólico del patrimonio real, el ente presumiblemente patrimonial ha de ser recreado y acompañado por una escenografía apropiada, en este proceso se evidencia la “autenticidad escenificada”. Por otro lado, si el espectáculo tiene éxito, es lo suficiente atractivo, y manifiesta su utilidad política, en el paso de una o dos generaciones es probable que este tipo de iniciativa turístico - patrimoniales de lugar a un nuevo elemento patrimonial identitario, es decir lograr formar parte del patrimonio real, en este proceso se evidencia la “autenticidad emergente”. Abogando por la creación e implementación de nuevos elementos dentro del propio patrimonio, sin perder, por supuesto, la esencia del mismo. Por lo tanto la autenticidad reside en el éxito de que lo reconstruido sea apropiado por el turista como una experiencia totalmente real.
El trabajo de Chhabra, Healy y Sills (2003) es un ejemplo muy ilustrativo que demuestra que la “autenticidad escenificada” no necesariamente priva del disfrute de “experiencias auténticas” en su estudio ejemplifica un acontecimiento celebrado fuera del lugar de origen, el cual recrea la cultura procedente de un país en otro país, que no tiene semejanza en cuanto a su cultura. No obstante se comprobó que la autenticidad estaba presente en el festival creado para representar elementos tradicionales de una tierra extranjera, pues los turistas que asistieron al encuentro construido pudieron disfrutar de experiencias nuevas o diferentes a partir de elementos originarios de una cultura que para muchos era completamente nueva y para otros era el reencuentro con su pasado.
La escenificación implica desplazamiento de producción cultural de un lugar para otro y su modificación, además de acomodar condiciones nuevas de tiempo y lugar. Pero necesariamente no quiere decir superficialidad, porque las personas emigran alrededor del mundo y ellos llevan su cultura con ellos. Además el tiempo y la “cultura original” cambian, y los que están lejos de su cuna, es decir por lo general emigrantes, ven en estos tipos de festivales una vía para encontrarse con el pasado, a este sentimiento que la autenticidad suele despertar lo que llaman “nostalgia” como se expuso con anterioridad.
Los turistas encuestados que asistieron al festival que específicamente utilizaron como muestra de estudio Chhabra, Healy y Sills (2003), testificaron que estos tipos de espectáculos eran una oportunidad para aprender la historia de otros países o la propia, porque vieron esta iniciativa como una reanimación de sus memorias, además de una forma de preservar su patrimonio, ligado a esto se detectó que los que visitantes encontraron presente la autenticidad y creyeron muy importante la protección de esta, tal es así que tendieron a gastar más, lo que trajo consigo, según los realizadores del festival, beneficios monetarios formidables.
Para ultimar detalles se debe aclarar que la escenificación no necesita imposibilitar autenticidad. Es decir lo escenificado no es superficial desde que contenga elementos de la tradición original. La “experiencia auténtica” tan substancial en el turismo, puede ser adquirida como resultado de la “autenticidad escenificada” y la “autenticidad emergente”, las cuales han alcanzado tanta relevancia producto al turismo, que se han denominado tipos de autenticidad. Incluso se le han asignados conceptos que están sujetos a diversas consideraciones por su envergadura y novedad.