Laritza Guzmán Vilar y Gelmar García Vidal
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Es necesario abordar la importancia que trae consigo la autenticidad del patrimonio como recursos o atractivos en la elaboración de los productos turísticos. Muchos opinan que es un aspecto esencial que se debe tener en cuenta para investigaciones eficaces del contenido cultural de productos turísticos (Juárez, 2005; Cohen, 1988; Chhabra, et. al, 2003; Chhabra, 2005; Hughes, 1995; MacCannell, 1979; Shaul, 2001; Taylor, 2001; Waitt, 2000; Wang, 1999; Xie y Wall, 2002; Guzmán, 2006). Investigadores del tema han demostrado que el término ilustrado es importante e hipervalorado (Martín, 2003a) por ser un principio básico (Fischer, 1999) para lograr la calidad en el turismo cultural o turismo de patrimonio (Romero, 2001) tal es así que muchos especialistas lo incluyen en sus estudios por el motivo de ser considerada una herramienta del mercado contemporáneo capaz de impactar en la motivación y la imagen de la atracción del patrimonio (Apostolakis, 2003).
La autenticidad junta los dos componentes (el turista y la atracción) bajo un modelo unificante. Catalogando a esta como el punto de partida teórico de cualquier empeño para poder llevar a cabo el turismo de patrimonio, además de ser un factor arrastrador (Apostolakis, 2003) de flujos turísticos en una localidad.
La autenticidad del patrimonio como parte del recurso o atractivo turístico juega un papel fundamental a la hora de conformar los diversos productos turísticos. A pesar de ser elemental para el turismo cultural o de patrimonio, no se debe olvidar que puede constituir, en sentido general, un elemento generador de flujos turísticos.
El término eje central de esta investigación ha sido protagónico en encuentros teóricos dirigidos por la UNESCO. Se ha afirmado que “el turismo ha generado una imagen que tiende a identificar nuestros pueblos, sus culturas, su patrimonio natural y construido, resalta la calidad ambiental de la región, su clima tropical, la hospitalidad, la alegría de su gente y lo autóctono de su cultura” . De ahí que sería conveniente valorar algunos efectos de la autenticidad del patrimonio en función del turismo.
La autenticidad esta presente en estudios que se han realizado en la rama del turismo, pues este fenómeno ha provocado la búsqueda de un nuevo concepto de autenticidad que nace producto a las nuevas exigencias de la “industria sin humo” en estos tiempos modernos.
Existe una inquietud exagerada en el sentido de que la comercialización o la popularidad de un atractivo pueden provocar la pérdida de la autenticidad (Graburn, 2005). Pero Cohen (1988) aclaró hace mucho tiempo que la mercantilización no necesariamente mata la autenticidad. Incluso con el tiempo pueden surgir como auténticas.
Los atractivos turísticos, los souvenirs y los espectáculos son resultados de la diversidad cultural; son los recursos del turismo cultural, étnico e histórico, tanto para los anfitriones como para los huéspedes. En contextos turísticos, estos objetos, actuaciones e interpretaciones de la historia, se reelaboran constantemente y evolucionan no sólo para atraer y complacer a los turistas, sino también para reforzar el sentido de identidad de las personas y el orgullo por su propio legado histórico.
Según (Romero, 2001) la autenticidad permite lograr la calidad de la experiencia del turista de motivación cultural . Reafirma que este tipo de turista es cada día más experto, y le gusta apreciar que detrás del patrimonio cultural haya una actitud resuelta hacia su conservación y dinamización. Demanda ciudades actuales y reales, con una vida cultural propia, donde al turista se le pueda ofrecer la autenticidad producto de un desarrollo peculiar y no escenarios “demasiado petrificados” y “limpios”, o “demasiado auténticos”, producto de un atraso económico secular. Al visitante le gusta sentir que la ciudad es dinámica culturalmente hablando y no un cascarón vacío. Le gusta que los artesanos y artistas recrean nuevas formas a partir de la tradición, que haya equipamientos culturales que funcionen y una vida cultural intensa y diversa. La autenticidad estriba en sentir que la ciudad esta viva y vibrante de contemporaneidad.
En contraposición a esto Romero (2001) plantea que una supuesta autenticidad se ofrece habitualmente al turismo, criticable en sus dos principales manifestaciones: basada en la pobreza y la desigualdad o basada en el simulacro. Caracteriza cada una, especificando que la basada en la pobreza y la desigualdad es propia de los países subdesarrollados con el fin de ofrecerle al turista un lugar supuestamente “detenido en el tiempo” que conserva inalterado sus construcciones y sus costumbres, para ser disfrutado por el visitante. Y que tras esa supuesta autenticidad suele esconderse atraso e injusticia social que condena a vivir a la mayoría de los ciudadanos en condiciones inaceptables para cualquier habitante de un país desarrollado. Contra esto existe un viajero contemporáneo que es cada vez más sensible a que la autenticidad de la que disfruta, por su condición privilegiada de habitante del mundo desarrollado que paga, sea a costa del atraso y la injusticia social. Contra eso se argumenta que si no fuera por el turismo la vida en estas ciudades sería mucho peor.
Pero ello no quita al turista inteligente cierta sensación de culpabilidad que le impide disfrutar plenamente de su visita, pues cada vez son más los turistas que no disfrutan en ciudades donde la miseria se oculta y se les ofrece un falso espectáculo donde la conservación es producto de la poca capacidad económica de la población para transformar sus condiciones de vida un producto del atraso económico y la injusticia social (Romero, 2001).
En la supuesta autenticidad basada en el simulacro se definen por (Romero, 2001) los principales peligros que amenazan a esta en las ciudades históricas y que por tanto repercuten en la calidad del turismo cultural. Estos peligros son:
1) Degradación: abandono físico de sectores o barrios de la ciudad por envejecimiento de la población, deterioro de la edificación, infravivienda, deficiente infraestructura urbana, ausencia de servicios y marginalidad. Esto puede llegar a desembocar en la destrucción física de los edificios, del espacio urbano y la degradación social.
2) Terciarización: proceso por el cual los centros urbanos que fueron residenciales o multifuncionales en otro tiempo, por su centralidad, acaban destinados para uso exclusivo del sector servicios: comercios, restaurantes, edificios públicos y oficinas. El hábitat pierde importancia y fuera del horario comercial estos lugares céntricos de las ciudades quedan desiertos.
3) Gentrificación (aburguesamiento): la sustitución de la población residente tradicional, de composición social diversa, por otra con un perfil más uniforme y alto poder adquisitivo, pues a partir de la rehabilitación hay un proceso de transformación y sustitución del tejido social dentro del centro histórico.
4) Canalización: resultado del turismo, al concentrar y especializar sectores de la ciudad en esta actividad. Es una forma de terciarización de gran impacto paisajístico, que favorece nuevas arquitecturas historicistas, falsos decorados, tiendas de recuerdos de baja calidad, restaurantes con publicidad agresiva, masificación turística, etc. Pero sobre todo influye en que eleva los precios de la vivienda en el sector y expulsa actividades comerciales normales y equipamientos básicos para los residentes.
Para Romero (2001) lo expuesto anteriormente junto o por separados juegan en contra de la autenticidad. Incluso reafirma que en la última década han primado visiones productivistas o simplemente especulativas que han afectado muy negativamente a la autenticidad de la ciudad, y propone que para prevenir estos sucesos la autenticidad debe sustentarse sobre dos premisas: un modelo social de ciudad y una vida cultural propia, actual, diversa y vibrante. Cada turista debe descubrir que detrás de los lugares de su interés existe una política local, en la que la cultura y el patrimonio cumplen una misión fundamental como elementos simbólicos, identitarios de la comunidad y no un escenario adaptado al negocio turístico. De ahí que el reto es transformar la calidad de vida de la población local en garantía de autenticidad y que revierta en la calidad de la experiencia del visitante.
Aparte de estos peligros, el grado de autenticidad de una cultura puede conllevar elementos negativos para el nivel socio-económico de los habitantes e incluso pueden existir conflictos abiertos o latentes entre los conservadores (partidarios de la autenticidad de una cultura), y los de su desembargo para el mercado (partidarios de la comercialización libre de los recursos), estos últimos son permanentes, y consideran la cultura como una mercancía que puede ser explotada (Juárez, 2005). Para que desaparezcan estos conflictos evidentes en algunos destinos, es cauteloso consultar con los habitantes de la comunidad que son los creadores, los mediadores y los curadores de los recursos culturales específicos, en la cuestión de si se comercializan o no dichos recursos culturales. De ahí que sea necesario reflexionar sobre el cómo y el cuándo se ofrece, de la mejor manera, los recursos de una región para el turismo internacional.
En fin, la autenticidad del patrimonio al orientarla en función del turismo puede ir aparejada de efectos que pueden ser negativos o positivos. Lo ideal es mostrar una imagen real para que el turista sienta y distinga que el patrimonio que se le muestra es todo auténtico, esto puede ser apoyado a través de la gestión del patrimonio y la gestión turística.