Antonio Mora Plaza
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Sraffa -al igual que Keynes o Kalecki- nos ha abierto un mundo alternativo o distinto al marginalismo y al neoclasicismo. Sraffa sigue la tradición de Smith, Ricardo, Malthus, Mill, Marx. etc., es decir, los clásicos, que al menos comienzan en los fisiócratas y, yendo aún más lejos, con los escolásticos españoles. Podemos incluir incluso a Marshall, a pesar de las limitaciones del análisis parcial . Con el marginalismo -al menos el que aún se enseña en los cursos de licenciatura- la realidad se ha ido por el desagüe; el marginalismo no da soluciones al problema de las crisis y de los ciclos, por ejemplo; las expectativas no son racionales, menos aún los mercados; la valoración en el margen para asignar recursos y consumos es una entelequia. La economía, o es una sociología o no es nada, meras fórmulas y gráficos. Volviendo a Sraffa, sus modelos tienen la ventaja de que no hay que suponer funciones producción, ni agregación en términos de valor de medios de producción (el capital neoclásico); que los procesos son discontinuos, sin que sean significativos las variaciones en el margen; que los precios se determinan conjuntamente con salarios y ganancias y no a partir de productividades marginales que ningún empresario sabe o entiende -o podría calcular aunque las supiera- cuando paga el salario o se queda con los beneficios; que el sistema es abierto y ninguna explicación sobre supuestas funciones hipotéticas de producción van a determinar salarios y ganancias, sino que estos se determinan sociológicamente (conflictos, relación de fuerzas, lucha de clases, según los gustos analíticos); que las mejoras del bienestar vienen determinados por el aumento de la relación entre productos netos y medios empleados. Son sólo algunas de las características -en comparación con el marginalismo- que se desprenden de los modelos explicativos de raíz sraffiana.
Para que no se diga que esto es una modesta y simple hagiografía sobre un laico, querría señalar un pero en el modelo esrafiano (de los muchos que se pueden poner). Para mí hay algo en el modelo de Sraffa que me resulta incongruente y que no he visto reseñado. En el modelo se toma un bien o servicio -mercancías para Sraffa- como producto final del conjunto del sistema económico y se compara aquél con la suma del conjunto de ese bien o servicio utilizado como medio de producción. Así, y siguiendo con el ejemplo anterior, en el modelo esrafiano se tomaría el acero total producido por el conjunto del sistema definido por las ecuaciones y se le compararía con el total del acero tomado como medio en el conjunto del sistema; sin embargo, la tasa de ganancia es decisión de cada empresa y no del conjunto del sistema. Existe por lo tanto un hiato entre la toma de datos de productos y medios del modelo, y las ganancias, que han se ser adscritas al comportamiento de cada empresa o empresario individual, aunque luego se sumen las ganancias empresa a empresa para hallar la tasa de ganancia media del sistema. Hay, por tanto, una mezcla de tecnocratismo (productos y medios como datos) y sociología (comportamiento ganancial de los empresarios) que me chirría. Quizá sea este es el coste que haya que pagar -no veo cómo se puede eludir- para no hacer depender el modelo de funciones empresariales de producción insostenibles conceptualmente por dos motivos básicos: por la imposibilidad ya demostrada suficientemente de tener una medida del capital independiente de los precios y por los problemas de agregación para pasar de la micro a la macro a partir de estas funciones.
Ya acabo. Lo que viene es un ejercicio de ucronía personal, por lo que el lector puede saltárselo. Siempre me ha gustado jugar e imaginar cómo hubiera sido la vida en otra época si se pudiera elegir tal cosa. Siempre he imaginado y conformado con tener una charla con algún genio del pasado. Quizá sea un mitómano. Así, oír a Homero recitar sus hexámetros; al gran Leonardo mostrando sus portentosos inventos; al gran manco leyendo los primeros capítulos sobre la eterna pareja manchega; al genial bardo recitando el Macbeth; a Gauss guiándome por su demostración del teorema fundamental del álgebra; a Mozart tocando su Réquiem, o a Einstein explicando como concibió algunos de sus artículos de 1905. Siempre como oyente o espectador, sin estorbar ni molestar. Nunca he conocido a un genio, y si lo viera, estoy seguro que no lo reconocería. Pero con el tiempo y con la lectura del libro de Sraffa, de la lectura de sus dos artículos, de la lectura de su biografía, de lo que dicen de él Keynes, Robinson, Pasinetti, Garegnani, Roncaglia, Fiorito, Steedman, Schefold, Kurz, etc. -aunque la mayoría de ellos no le hayan conocido personalmente- me despertó el deseo de ir al pasado, a los años 30 en Cambridge, y poder tener una charla con él, como lo hicieron Keynes, Robinson, Ramsey, Wittgenstein, Kaldor, Gramsci , etc., o escuchar -porque no podría más que eso- al más afable, modesto, riguroso, inteligente y genial de los economistas . Es verdad que ahora, en plena crisis, la más importante desde la Gran Depresión, los problemas son otros y volveremos a ellos para denunciar las soluciones neoliberales y a quienes las proponen a pesar de haber fracasado con ellas, además de ser estas ideas coadyuvantes de sus causas. Sin embargo, y a pesar de estas circunstancias adversas para la izquierda, siempre hay un tiempo y un lugar para cada cosa, y en este caso para dar a conocer a una de las personas del siglo XX más inteligentes, más insobornables intelectualmente y más consecuentemente de izquierdas que han existido. Su importancia como intelectual es comparable a Bertrand Russell, Wittgenstein, Keynes, Kalecki, Ortega, Gramsci, Heidegger, Lukacs, Cantor, Einstein, etc. Y como economista no me cabe duda: con Sraffa se abre la posibilidad de la economía como un conocimiento riguroso, con la ideología como virtud y no como defecto, más como aliciente que como freno, más como pedestal que como losa. Sraffa será, con el tiempo, a la economía, al análisis económico, lo que Galileo -su compatriota- lo fue a las ciencias físicas: falta el Newton que haga fructificar su semilla.
Madrid, octubre de 2010,
obtención de la razón-patrón