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LA CAUSA REPUBLICANA

José López


 


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4. El cambio en la actualidad

Como así ocurrió en el pasado, en la actualidad, parece que los países que están en proceso de cambiar la historia, no son precisamente los más avanzados, como Europa o Estados Unidos de América. Por el contrario, parece que los cambios están viniendo de países del llamado Tercer Mundo, especialmente Latinoamérica. No es casualidad que de allí haya surgido recientemente el llamamiento a constituir la Quinta Internacional.

Como desarrollo ampliamente en el libro “Rumbo a la democracia”, el gran reto de la humanidad actualmente es el desarrollo de la democracia. No nos sirve de nada tener una ciencia o tecnología avanzadas si no somos capaces de avanzar socialmente, si no somos capaces de convivir en paz, si no somos capaces de distribuir la riqueza generada. La tecnología, su mal uso, en vez de liberar al hombre, lo está alienando aún más. En vez de hacerle más llevadera la vida, en vez de proporcionarle la posibilidad de expandirse, le amenaza con su autodestrucción. El desarrollo tecnológico y científico no puede convivir con el subdesarrollo social y político. La contradicción existente entre el primero y el segundo sólo podrá resolverse o bien con el definitivo desarrollo humano global o bien con la autodestrucción de la civilización humana. Somos como monos con ametralladoras. Este desfase entre un desarrollo y otro subdesarrollo es la gran fuente de los problemas que amenazan a nuestra especie y al planeta entero. O reaccionamos y cambiamos radicalmente o estamos abocados a nuestra destrucción y a la de nuestro planeta. Esto puede sonar muy apocalíptico, pero, desgraciadamente, es la cruda realidad. Incluso aunque esto fuera discutible, yo prefiero pecar de pesimismo, de alarmismo, que de optimismo. Si peco de pesimista (en el diagnóstico de la situación que no en la posibilidad de resolverla) es menos peligroso que si peco de optimista. El error en el primer caso puede consistir en matar moscas a cañonazos, pero el error en el segundo caso se traduce en que las moscas nos matan a nosotros. Si no es cierto que podemos autodestruirnos pues simplemente habré hecho el ridículo al exagerar la situación. Pero, por el contrario, si es cierto que tenemos un serio peligro de autodestrucción, pero no lo percibimos o no lo consideramos suficientemente, entonces las consecuencias pueden ser mucho peores. Yo prefiero hacer el ridículo (no tengo tanto “ego”) a que la civilización humana se extinga. Lo más prudente, lo más responsable, en este caso, es pecar de pesimismo en cuanto a cómo está la situación de nuestra especie y nuestro planeta. En todo caso, francamente, creo que quedan muy pocas razones para pecar de optimismo. El desastre ecológico, junto con las grandes desigualdades sociales, las guerras, el hambre, las enfermedades crónicas que podrían erradicarse si se distribuyeran los medicamentos ya existentes por todo el mundo, son las pruebas más palpables del fracaso de nuestra civilización.

Como decía al principio de este libro, la ley del desarrollo desigual y combinado de la sociedad, si asumimos que es razonablemente cierta, como toda ley científica, además de permitirnos explicar lo que ya aconteció, nos permite prever lo que puede acontecer. Cualquier previsión en cuanto a la evolución de la sociedad humana, por supuesto, tiene un margen de error, que puede ser bastante importante. Para bien o para mal, yo más bien diría que para bien, el ser humano no es completamente previsible. Tenemos una enorme capacidad de sorpresa, aunque desde luego dicha capacidad parece estar disminuyendo. La sociedad humana parece cada vez menos humana, sus individuos se comportan cada vez más como ovejas, como robots. Parece que en el momento histórico actual, insisto que crítico, la humanidad puede decantarse hacia un 1984 o hacia su opuesto, hacia la distopía o hacia la utopía. El peligro no es ya sólo de autodestrucción física, sino que también psicológica. Si evitamos nuestra destrucción física, a mí particularmente (y creo que a casi nadie) me gustaría vivir en un mundo de opresión como el descrito en la novela 1984. Todo individuo consciente y responsable debería usar su margen de maniobra (porque todos lo tenemos en mayor o menor medida, remito al capítulo “La rebelión individual” del libro “Rumbo a la democracia”) para intentar que la novela de George Orwell siga siendo ficción y no una demoledora predicción. Debemos luchar por que la humanidad y su entorno sobrevivan, pero también por que la sociedad humana no degenere, por que la libertad aumente, en vez de disminuir. Y en esto, también la actitud más responsable es concienciarse del serio peligro de degeneración social que tenemos. La democracia no sólo no avanza en general en el mundo, sino que, por el contrario, parece retroceder. Tenemos tendencias contrapuestas a favor y en contra del avance democrático. El futuro de la humanidad y del planeta se está decidiendo en estos tiempos actuales. Queramos o no, a los hombres y mujeres de esta época nos ha tocado la enorme responsabilidad de decidir si nuestra civilización se extingue o no, degenera irremediablemente o no. No hemos elegido esta responsabilidad, pero no podemos ni debemos eludirla. Nos ha tocado este marrón pata negra. Hemos llegado a un punto en que todos debemos tomar partido. No nos sirve de nada esconder la cabeza como el avestruz. La situación política y social mundial se está desbordando y nos afecta, o nos afectará en breve, a todos.

Por consiguiente, si tenemos en cuenta que el ser humano se mueve normalmente sólo cuando la necesidad aprieta, si tenemos en cuenta que los cambios históricos nacen en países con una gran necesidad de avanzar y con una conciencia muy desarrollada acerca de la necesidad y posibilidad de avanzar, en países con grandes contradicciones internas, teniendo en cuenta que el gran reto actual de la humanidad es desarrollar la democracia como única alternativa para conseguir una convivencia pacífica, un desarrollo sostenible y estable (no puede considerarse una evolución con futuro aquella en la que el hombre conquista el espacio exterior mientras una gran parte de la humanidad todavía se muere de hambre), teniendo en cuenta que es urgente el desarrollo político y social, condición sine qua non para que la humanidad pueda sobrevivir y prosperar, podemos decir que probablemente la historia la van a marcar en las próximas décadas los países que necesitan desarrollar más la democracia, donde ésta está menos desarrollada, pero donde está mínimamente desarrollada. Como decía anteriormente, el ser humano reacciona cuando está mal, pero no demasiado mal, cuando necesita conseguir algo que no tiene (pero de lo que es consciente de su existencia), o cuando necesita ampliar algo que ya tiene porque percibe que lo que tiene es insuficiente, cuando tiene alguna esperanza aún, cuando está dentro del túnel pero ve la luz de salida hacia la que dirigirse. No es de extrañar que países de Latinoamérica, con algo de democracia, pero insuficiente, que ven que la democracia les ha permitido avanzar algo pero que también ven que les podría permitir avanzar aún más y superar sus graves problemas internos, que ven que la democracia puede ser una eficaz herramienta de cambio siempre que se desarrolle suficientemente, que además, sus principios, suficientemente desarrollados y llevados a la práctica, les puede permitir ganar en soberanía nacional, además de popular, sean los países en la vanguardia del desarrollo de la democracia en el mundo.

Aquellos que creen todo lo que les cuentan los medios de comunicación de masas de nuestro país acerca de lo que está ocurriendo en países como Venezuela, Ecuador, Bolivia, Brasil, Nicaragua o incluso Cuba, deberían preguntarse por qué siempre dichos medios muestran casi sólo (o mucho más) a los que critican a sus dirigentes y no a los que los apoyan. Deberían preguntarse cómo es posible que se diga que Chávez es un dictador cuando ha sido elegido democráticamente por su pueblo en varias ocasiones, en elecciones avaladas por personajes como el ex-presidente de Estados Unidos Jimmy Carter, cuando se ha sometido a un referéndum revocatorio que ganó (en España no existe el referéndum revocatorio, y además el referéndum no es vinculante, no obliga al poder político). Se le podrá criticar, como es siempre necesario hacer con cualquier dirigente político. Pero decir directamente que es un dictador insulta a la inteligencia de cualquier ciudadano mínimamente informado, mínimamente inteligente. Es manipular descaradamente la realidad. No sabremos, más que con el tiempo, las verdaderas intenciones de Hugo Chávez. Como siempre, el tiempo dirá. Pero si queremos acceder a la verdad, debemos imperiosamente contrastar las informaciones y las opiniones entre sus defensores y sus detractores, entre la prensa oficial que le demoniza y la prensa alternativa que da una imagen de él muy distinta.

¿Cómo se explica la campaña mediática sistemática contra Chávez? Parece como si no existiera otro “dictador” en el mundo (“dictador” elegido democráticamente por sus ciudadanos, no lo olvidemos nunca). ¿Por qué no criticar a la monarquía absoluta de Arabia Saudí? Allí sí que no se elige democráticamente a ningún cargo público, se mantiene un sistema feudal en el que la dinastía de los Al-Saud gobierna concentrando todo el poder. Allí no existen partidos políticos ni elecciones. Los tribunales saudíes imponen penas corporales, como pueden ser la amputación de las manos o los pies en caso de robo o el azote por realizar prácticas sodomitas o cometer delitos menores. El número de latigazos lo establece la corte y puede ser de varias docenas hasta miles, normalmente aplicados en periodos de semanas o meses. En 2002 el Comité contra la Tortura de las Naciones Unidas (CAT) condenó estas prácticas, a lo cual el Gobierno saudí respondió que dichas prácticas formaban parte de la tradición islámica que data de hace 1.400 años y rechazó cualquier interferencia en su sistema penal. Existe una policía religiosa que vigila la modestia en el vestir de las mujeres en muchas instituciones, desde escuelas hasta ministerios, y existe segregación en función del sexo. La sodomía es un delito y puede acarrear hasta pena de muerte. ¿No es evidente que allí hay mucha menos democracia que en Venezuela, Cuba o España? ¿No es evidente que allí se conculcan derechos humanos elementales? ¿Por qué denunciar insistentemente a Cuba y nunca a Arabia Saudí?

Pero, al margen de esto, yo les preguntaría a los ciudadanos que se creen todo lo que les cuentan en los medios oficiales de nuestro país: Si Hugo Chávez pretende simplemente enriquecerse, si sólo aspira al poder, ¿no hubiera sido más fácil para él, simplemente no cambiar las cosas, someterse a la oligarquía de su país y al imperio norteamericano, en vez de enfrentarse a ellos? Y lo mismo podría uno preguntarse acerca de Fidel Castro. Si suponemos, como creo que he demostrado en mis escritos, que la mayoría de las democracias del mundo (incluida la que había en Venezuela antes de la llegada al poder de Chávez) son en realidad oligocracias, si suponemos, como creo que es evidente, hay que estar muy ciego para no verlo, que los Estados Unidos dominan el mundo, que son los dueños del mismo, que han apoyado golpes de Estado para mantener a la burguesía en el poder (como por ejemplo el golpe de Pinochet contra Allende en Chile, esto ya nadie lo duda, incluso documentos desclasificados de Estados Unidos sobre Chile prueban el apoyo de los yanquis a Pinochet), que junto con sus aliados controlan los principales organismos internacionales, como ya describí en este libro, entonces, ¿no hubiera sido lo más lógico someterse al poder establecido, venderse, como tantos y tantos políticos hacen y han hecho a lo largo de la historia, antes que enfrentarse a él?, ¿no hubiera sido más sencillo hacerse amigo de Estados Unidos, del jefe del mundo, que convertirse en uno de sus principales enemigos? Algo no cuadra. Cuando alguien quiere prosperar en el trabajo, ¿no es lo más fácil someterse a los jefes, seguirles la corriente? ¿Qué ocurre cuando algún trabajador se enfrenta a sus jefes en el trabajo? Cualquier trabajador lo sabe de sobra. Es despedido. Al margen de la información de que dispongamos, sin tener en cuenta la fe que depositemos en ella, el sentido común, la razón nos dice que aquí algo no cuadra.

Si nos informamos mínimamente, si contrastamos suficientemente, y si además usamos nuestra capacidad de raciocinio, si practicamos el pensamiento crítico y libre, no podemos evitar llegar a la conclusión de que, como mínimo, no nos cuentan toda la verdad, nos la tergiversan sistemáticamente. La explicación más sencilla, más lógica, es simplemente que en algunos países de Latinoamérica, dada la gran necesidad de cambios que hay, se están produciendo cambios porque han llegado al poder ciertos dirigentes que se empeñan en llevarlos a cabo. ¿Qué haría la burguesía en nuestro país si llegara al poder un partido que propugnara cambios profundos de nuestra sociedad, que, por ejemplo, intentara la reforma agraria, que intentara expropiar ciertas propiedades a los ricos, que procurara nacionalizar las empresas más importantes de los sectores estratégicos en manos de la burguesía local e internacional? Pues no hace falta hacer un gran ejercicio de imaginación, basta con usar un poco la memoria histórica. En nuestro país, la burguesía reaccionó con un golpe de Estado que derivó en una guerra civil y posteriormente en una dictadura de casi 40 años. ¿Y si las empresas expropiadas son multinacionales en manos de países europeos (como España) y norteamericanos? ¿Cómo reaccionarían estos países? Pues, exactamente como lo están haciendo. Usando sus medios de comunicación capitalistas para realizar campañas mediáticas insistentes destinadas a preparar a la ciudadanía para agredir a dicho país, para justificar las futuras agresiones. Ya hubo un intento de golpe de Estado en Venezuela en 2002. Golpe apoyado por los Estados Unidos y por España, entre otros. En 2004 España vivió un grave incidente político, cuando el entonces ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos (PSOE, Partido Socialista Obrero Español), en un programa de televisión, aseguró que el gobierno previo de José María Aznar (PP, Partido Popular) era responsable de haber apoyado el golpe. Chávez acusó a José María Aznar de apoyar el golpe, e incluso a nuestro Rey, de estar, como mínimo, al tanto del mismo. ¿Hemos de fiarnos más de Aznar o de Chávez? ¿Es fiable Aznar? ¿Alguien que nos contó que todo el mundo sabía que había armas de destrucción masiva en Irak, armas que luego no aparecieron por ningún sitio, y que nos metió en una guerra absurda en contra de la cual estaba la mayoría de la opinión pública española (pocas veces en los últimos tiempos la población se manifestó tan masivamente, tan contundentemente), que nos dijo que el atentado del 11-M lo perpetró ETA? Y encima nos dicen que Chávez es un dictador. ¿No fue más dictador Aznar? Usemos un poco la cabeza. Pensemos, razonemos, y, además, por si acaso, contrastemos. Es la única forma de aumentar la probabilidad de llegar a la verdad. En definitiva, usemos el método científico, tengamos espíritu científico para no conformarnos con verdades insuficientes, contradictorias, que chirrían mucho. Y tengamos en cuenta siempre que la explicación más sencilla es con mucha probabilidad la más verídica.

Que en Venezuela se están cometiendo errores. Por supuesto que sí. Nadie está libre de errores. Que en Cuba se están cometiendo errores. Por supuesto que sí. No seré yo quien utilice los avances sociales en dichos países (que indudablemente se están produciendo, basta con contrastar informaciones) para justificar algunos graves errores que se están cometiendo. Cuba, para mí, hasta que no se vea cambiar la cúpula de su poder político, es una dictadura, o por lo menos es una democracia claramente insuficiente. A mí no me convence ese modelo de “democracia”, como tampoco me convence, por otros motivos, el modelo de “democracia” que tenemos en España (remito al capítulo “Los defectos de nuestra “democracia”” del libro “Rumbo a la democracia”). En una democracia debe, entre otras cosas, posibilitarse el relevo en el poder, en todos los estratos del poder, desde el ámbito más local, como los ayuntamientos, hasta el más general, como la jefatura de Estado. En una democracia el pueblo debe elegir por sufragio DIRECTO a todos los cargos públicos. Por cierto, en España, en este aspecto, estamos igual, no podemos elegir a nuestro jefe de Estado. En una democracia los ciudadanos deben poder asociarse libremente sin limitaciones. Las únicas limitaciones deben consistir en respetar las reglas del juego democrático. No puede considerarse un sistema democrático aquel en el cual no es posible el pluripartidismo, en el cual sólo existe un partido político legal, en el cual sólo se admite una ideología. Se mire como se mire. En Venezuela, como en otros países, en mi opinión, como ya indiqué anteriormente, se está cometiendo el grave error de declarar a su república como socialista o bolivariana, es decir, se “impone” constitucionalmente cierto modelo económico, mejor dicho se traslada a su constitución una de las posibles políticas a implementar, el socialismo. Esto, como ya dije, aunque se haga mediante plebiscito popular, me parece un error. Pero, los mismos que critican esto, tanto allí, como aquí, sin embargo, y contradictoriamente, apoyan y han apoyado siempre las “democracias liberales” que se declaran como neutrales pero que imponen su modelo económico, el capitalismo, en sus constituciones. Critican que ahora se imponga el socialismo, cuando ellos siempre han impuesto el capitalismo. No parece muy coherente. Pero, a diferencia, de lo que ocurría en Venezuela o en Cuba antes de que llegaran al poder sus actuales dirigentes, ahora se intentan hacer cambios que procuran beneficiar al pueblo, dichos países se enfrentan al status quo, a la burguesía internacional. Y esto denota ciertas buenas intenciones. Al menos aparentemente.

Aunque se cometan errores, algunos graves, que yo espero que se solucionen por el bien de sus pueblos, de sus revoluciones, sus dirigentes parecen tener ciertas intenciones de cambiar las cosas, de conseguir una sociedad más justa (aunque algunos se equivoquen restringiendo la libertad del pueblo, no dándole todo el protagonismo, aunque algunos demuestren poca fe en la capacidad del pueblo para construir una sociedad mejor). De hecho, ya se están produciendo importantes cambios. En Venezuela, desde que gobierna Chávez, han disminuido notablemente la pobreza, las desigualdades sociales, la mortandad infantil, ha mejorado la sanidad y la educación haciéndolas más accesibles al conjunto de la población, etc., etc. Y tres cuartos de lo mismo podemos decir respecto de Cuba. País que tiene una sanidad que es un ejemplo a nivel mundial. Desde la izquierda debemos apoyar a aquellos gobiernos que intentan, y en algunos casos logran, mejoras en las condiciones de vida de sus ciudadanos, que denotan ciertas buenas intenciones, pero con los hechos no sólo con las palabras. Aunque dicho apoyo nunca debe ser un cheque en blanco. No debemos prescindir de la crítica constructiva. No debemos consentir o justificar las mejoras sociales a costa de la pérdida o retroceso de otros derechos humanos básicos, como la libertad. La mejora en las condiciones materiales de existencia de los ciudadanos no debe hacerse en detrimento de las condiciones no materiales de existencia. Las necesidades físicas deben ser satisfechas, pero también las psicológicas. Hay que denunciar el incumplimiento de los derechos humanos en los países donde no se garantizan unas condiciones físicas dignas (como ocurre típicamente en las “democracias liberales”), pero también hay que denunciar a aquellos países que no garantizan derechos humanos relacionados con factores psicológicos, como la libertad de expresión, el derecho de asociación, el derecho de reunión, etc. No se trata de tener una población bien alimentada pero esclava. Se trata de tener una población que viva en condiciones dignas y que sea lo más libre posible. Se trata de tener una población sana física y psicológicamente.

En este sentido lo que está pasando en Venezuela es incluso más interesante y prometedor que lo que ocurre en Cuba. Por supuesto, puedo estar equivocado en cuanto a mi apreciación sobre lo que está haciendo Chávez en su país, pero los datos objetivos hablan por sí solos y demuestran que indudablemente se están produciendo importantes avances sociales. Siempre que nos fiemos de los datos de organismos vinculados a la ONU, organización que no puede decirse que sea precisamente parcial a Hugo Chávez. Estos datos son ocultados sistemáticamente por la prensa oficial de nuestro país. Como todo en la vida, el gobierno de Chávez tiene sus luces y sus sombras, pero en la prensa oficial española sólo nos muestran sus sombras, sombras además tergiversadas y falseadas. Las informaciones a las que yo he accedido, tanto de la prensa oficial como de la prensa alternativa, es decir, la práctica del ejercicio del contraste, junto con la razón y el sentido común me llevan a las conclusiones que acabo de relatar y que voy a exponer a continuación.

En Latinoamérica hay una necesidad urgente de conquistar soberanía nacional. En el patio trasero del imperio, la soberanía nacional escasea más que en ningún otro lugar. En pocos lugares del mundo ha tenido lugar el expolio que se ha dado allí. Expolio que desde la llegada de los españoles, desde el mal llamado “descubrimiento de América”, no ha cesado hasta nuestros días. Y la única manera de ganar en soberanía nacional es librándose del dominio de las oligarquías locales que han vendido sus países a las potencias extranjeras (Estados Unidos y Europa fundamentalmente). Y la única manera de librarse del dominio de las oligarquías locales es transformando las oligocracias en democracias, es haciendo la transición desde la democracia liberal a la democracia popular, desde la falsa democracia a la verdadera democracia. En Latinoamérica el desarrollo de la democracia va de la mano con el desarrollo de la independencia nacional. En dicha zona la soberanía nacional no puede existir sin soberanía popular. Puede haber ciertos casos excepcionales en que pueda conseguirse soberanía nacional sin mucha soberanía popular. Es el caso de ciertos países cuya clase dirigente no se somete al imperio. Pero depender de una élite es siempre peligroso. La manera más segura de garantizar la soberanía nacional, los intereses de un país, es cuando dichos intereses se identifican con el pueblo, es cuando la soberanía popular alcanza el grado suficiente para no depender de ninguna minoría dominante. Es por esto que la democracia parece avanzar en dichos países, mientras que en los países supuestamente más avanzados, como son Europa o Estados Unidos, retrocede por otros motivos. En “Las venas abiertas de América Latina” Eduardo Galeano nos relata detalladamente el expolio que han sufrido los países al sur de Río Grande. Este libro es imprescindible para comprender lo que está ocurriendo allí en la actualidad. No es de extrañar que Hugo Chávez le diera la promoción que le ha dado al regalárselo al presidente Barack Obama.

El nacionalismo, concepto muchas veces ambiguo que suele ser utilizado por la derecha para desviar la atención respecto de los verdaderos problemas de fondo, puede servir, cuando los ciudadanos de cierto territorio están sometidos a otros países, cuando sus riquezas son expoliadas, de movimiento liberador. La soberanía nacional es un concepto que dependiendo de las circunstancias puede desempeñar un papel liberador o por el contrario represor. En nombre de la “patria” el pueblo puede ser liberado o reprimido. Cuando un pueblo sumido en la pobreza ve que sus riquezas son aprovechadas casi en exclusiva por ciudadanos que están a muchos kilómetros de distancia entonces en este caso la soberanía nacional es un paso previo necesario para que el pueblo pueda disfrutar de las riquezas que en verdad le pertenecen. En este caso, la soberanía nacional significa evitar que dichas riquezas se vayan al extranjero. Ahora bien, una vez conquistada la soberanía nacional, una vez conseguido que las riquezas se queden en el país, de lo que se trata es de que las disfruten la mayor parte de su población. Digamos que la soberanía nacional es necesaria pero no suficiente. Se necesita también la soberanía popular. En muchos países, en la mayoría, la soberanía nacional no se ve acompañada de soberanía popular. Las riquezas obtenidas en el propio territorio, o incluso en el extranjero, sólo son disfrutadas por ciertas minorías. Al pueblo, a la gran mayoría, sólo le caen migajas. En estos casos la soberanía nacional se vuelve un concepto engañoso, dañino, porque camufla el hecho de que sólo unos pocos disfrutan de la riqueza del país. La soberanía nacional es beneficiosa cuando sirve para alcanzar la soberanía popular, pero es perjudicial cuando impide alcanzarla, cuando la sustituye, cuando camufla el hecho de que un pueblo no es en verdad soberano.

Es por esto que, a pesar de que la izquierda propugna el internacionalismo, la solidaridad proletaria internacional, en ciertos casos, usa también el nacionalismo como herramienta de liberación. La izquierda, que persigue fundamentalmente la soberanía popular, el poder del pueblo, la verdadera democracia, en ciertas ocasiones, usa la soberanía nacional para alcanzarla, como etapa previa imprescindible. Pero, a diferencia de la derecha que procura evitar la soberanía popular, que pretende sustituirla por la soberanía nacional, la izquierda no se conforma con ésta última. Para la derecha la nación es un concepto abstracto detrás del cual se esconde, se camufla, se suaviza, la división en clases sociales contrapuestas, el hecho de que una minoría domina al resto de la población. Cuando habla la derecha de los intereses de la nación, se refiere en realidad a los intereses de sus clases dominantes. Las élites se esconden tras el disfraz de nación. La nación es un concepto que permite subsumir la división clasista de una sociedad, que permite a las élites dominar al pueblo, que permite que los proletarios sean utilizados por los capitalistas para luchar por sus intereses, escudados bajo el disfraz de los intereses de la nación. En ciertas ocasiones, especialmente cuando la conciencia de clase de las clases dominadas está bajo mínimos, la lucha de clases es sustituida por la lucha entre naciones. La izquierda nunca debe perder de vista que la verdadera lucha es la lucha de clases. Ésta es la única que puede emancipar al conjunto de la humanidad.

La lucha entre naciones no es más que la lucha entre sus élites, entre los opresores de las naciones, movidos por la competencia por los recursos naturales del planeta. Uno de los mayores errores que puede cometer la izquierda es caer preso del concepto-trampa de nación y apoyar la guerra entre naciones. Como así ocurrió en la primera guerra mundial. En la segunda guerra mundial la verdadera izquierda ya estaba fuera de combate. La guerra civil española supuso el triunfo internacional de la derecha. Y mientras, en la Unión soviética la nueva derecha, denominada estalinismo, ya había triunfado. La URSS se convirtió en una nueva potencia imperialista, demostrando, por cierto, así también, la degeneración de la revolución rusa, la mutación de la izquierda en derecha. Si en la URSS de verdad hubiera habido un régimen claramente de izquierdas, en vez de invadir el Este de Europa, en vez de aliarse temporalmente con la Alemania nazi, en vez de renunciar a la revolución proletaria internacional, al contrario, se hubiera apoyado a los movimientos revolucionarios emergentes en vez de intentar controlarlos, se hubiera potenciado la Internacional en vez de liquidarla, se hubiera ayudado a liberar países en vez de invadirlos, la URSS no se hubiera convertido en una nueva potencia imperialista que competía con el resto de potencias imperialistas capitalistas. No pretendo simplificar en exceso lo que ocurrió en la URSS bajo el régimen de Stalin. Bien es cierto también que las circunstancias eran muy difíciles, que no es lo mismo teorizar sobre el socialismo que construirlo, etc., etc. Pero, si analizamos la política exterior que empezó a ejercer la URSS bajo la batuta de Stalin, indudablemente, se encuentran claros síntomas de que la revolución estaba fracasando, de que se estaban traicionando los principios fundamentales de la revolución socialista, de la izquierda. Se renunció al internacionalismo y se sustituyó por la teoría del socialismo en un solo país, se pactó con el diablo, se reprimieron movimientos revolucionarios importantes (la influencia de Stalin en el derrotero de la revolución española de 1936 no es nada desdeñable), se adoptó la filosofía imperialista, se participó en el reparto del mundo entre los distintos vencedores de la guerra. Sin contar, como si no contara, el régimen de terror impuesto, el totalitarismo en que degeneró Rusia, sin contar las deportaciones, los campos de exterminio, los asesinatos de los disidentes, incluso de los antiguos camaradas bolcheviques que lideraron la revolución, como Trotsky y tantos otros.

Pero aquí estamos analizando la degeneración de la política exterior soviética que denotaba la degeneración del régimen “socialista”. Degeneración que tiene que ver con la adopción por parte de la supuesta izquierda de conceptos de la derecha, como el nacionalismo opresor, que se convierte en imperialismo. La izquierda, que luchaba contra el imperialismo, se convertía en imperialista, dejaba de ser izquierda. La política exterior de la URSS no se diferenciaba, en lo sustancial, de la política exterior del resto de potencias imperialistas. Y en algunas cuestiones, incluso empeoraba hasta extremos grotescos. Se llegó al extremo de cercar los países “liberados”, de construir muros para que sus ciudadanos, que “incomprensiblemente” deseaban escapar, no pudieran huir del “paraíso socialista”. El muro de Berlín, el muro de la vergüenza, es la prueba más elocuente del fracaso del “socialismo real”. La construcción del muro fue el acto final del fracaso de la revolución rusa. Era sólo cuestión de tiempo que los regímenes detrás del telón de acero colapsaran. El estalinismo es un claro ejemplo de cómo puede degenerar la izquierda cuando no se usan los métodos correctos, de cómo la izquierda puede transformarse en la derecha, en la peor derecha. Realmente podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que el estalinismo fue el que realmente derrotó al socialismo, más que el capitalismo. Los graves errores cometidos por la izquierda fueron los que, principalmente, posibilitaron, con el tiempo, su derrota. Errores que, por cierto, no pueden achacarse exclusivamente a Stalin, aunque desde luego contribuyó mucho. Errores que ya cometieron Marx, Engels, Lenin o Trotsky. Remito al capítulo “Los errores de la izquierda” del libro “Rumbo a la democracia” donde analizo con más profundidad lo que ocurrió en esos tiempos en la URSS.

Como decía, en la primera guerra mundial, una parte de la izquierda cayó en la trampa del nacionalismo opresor y sustituyó la lucha de clases por la guerra entre naciones. Guerra hecha por los proletariados de las mismas pero dirigidas por sus élites. Cuando la izquierda cae en dicha trampa, permite que los proletarios luchen unos contra otros, por sus amos, defendiendo los intereses de los que les oprimen, en vez de contra sus opresores. La guerra entre naciones se convierte en una lucha entre los oprimidos del mundo en defensa de los intereses de los opresores. La verdadera guerra, la que emancipa al conjunto de la humanidad, debe ser entre los oprimidos del mundo y sus opresores, estén donde estén. Como decía José Martí, ¡Patria es humanidad!

La izquierda defiende los intereses de todos los oprimidos del mundo, los intereses generales de la humanidad. Defiende la distribución lo más equitativa posible de la riqueza, pero no sólo dentro de un país, sino también a nivel mundial. La izquierda no defiende que una nación sea más rica que otra, sino que todos los seres humanos, vivan donde vivan, tengan las mismas oportunidades, tengan una vida digna. La izquierda propugna la solidaridad entre todos los seres humanos, entre todas las naciones también. Propugna que los excedentes que produce la economía se distribuyan para satisfacer las necesidades de todos los seres humanos. Nuestra civilización ha llegado a un punto en que su tecnología es capaz de satisfacer las necesidades básicas de toda su población. No es admisible, desde la lógica y la ética, que en unos lugares haya gente que se muere de hambre mientras en otros sobran alimentos y se tiran o se autorreprime la producción de alimentos. No es admisible que en ciertos lugares la población tenga una vida de despilfarro mientras en otros lugares la población no pueda acceder a lo más básico como el agua o los alimentos o la higiene o la sanidad. No todos los países pueden tener el mismo consumo energético que Estados Unidos o Europa porque la Tierra tiene unos recursos finitos. Pero sí pueden todos los países satisfacer sus necesidades más básicas. La humanidad tiene en la actualidad capacidad más que suficiente para alimentar bien a toda su población, para que toda ella viva no en condiciones lujo, de despilfarro energético, pero sí en condiciones dignas. Hay que redistribuir la riqueza. Dentro de los países y entre los países. Y para ello el sistema mundial debe cambiar de filosofía. El capitalismo debe ser sustituido por otro sistema.

Hay que superar la fase en que todos están en guerra contra todos, en que unas clases se enfrentan a otras, unos países a otros. Debemos adquirir, por fin, conciencia planetaria. Gaia no entiende de fronteras. Debemos ampliar nuestra perspectiva. Debemos pasar de la adolescencia a la edad adulta. Nos va en ello la supervivencia. Pero la lucha de clases no acabará “espontáneamente”. Mientras haya clases, o por lo menos mientras estén demasiado contrastadas, habrá lucha de clases, ésta protagonizará la historia humana. La lucha de clases acabará cuando una de las dos principales clases gane definitivamente. Las clases bajas, el pueblo, la humanidad, o las clases altas, el capital. La lucha de clases acabará cuando la sociedad se emancipe definitivamente y logre alcanzar por fin un sistema lógico, ético, justo, sostenible, o bien, por el contrario, cuando la humanidad acabe siendo dominada definitivamente por una tiranía mundial, por un régimen donde el individuo sea completamente sometido, anulado, si es que ello es posible, en el supuesto de que nuestra civilización no colapse antes. La lucha de clases, por lo menos esta lucha tan intensa, acabará cuando la civilización humana se haga verdaderamente civilizada, o, por el contrario, cuando la civilización degenere definitivamente, o, incluso, cuando se extinga. Puede que en el futuro, en una sociedad suficientemente civilizada, mucho más civilizada que la actual, siga habiendo distintos intereses contrapuestos, pero que no estén tan contrastados como para que la historia gire en torno al enfrentamiento entre los mismos. En tal caso, la lucha de clases dejaría de protagonizar, de dominar, la historia. Pasaría a ser algo secundario, a ser un simple conflicto de intereses que, bajo el régimen de la verdadera democracia, se resolvería de forma más o menos natural, nada traumática.

La izquierda está del lado de la humanidad, de la supervivencia, de la ética. Y para que gane la humanidad, para que la riqueza se distribuya, hay que librarse de las dominaciones actuales que lo impiden. Cada país debe librarse de sus élites dominantes (hay que conquistar la soberanía popular) y cada país debe librarse de los países y organismos internacionales, como el FMI, que los dominan (hay que conquistar la soberanía nacional). Que en cierto momento haya que recurrir al nacionalismo para recuperar la riqueza generada localmente que está siendo expoliada, robada, no significa que parte de la riqueza generada en el propio lugar no pueda, en determinado momento, una vez que las necesidades locales estén satisfechas, ser exportada a otros lugares. No es lo mismo que las riquezas locales se vayan a otros lares para ser disfrutadas por unos pocos ciudadanos ricos mientras la población local está sumida en la pobreza que conseguir primeramente que las riquezas locales se distribuyan entre la población local, erradicar la pobreza local, para a continuación exportar los excedentes a otros lugares para que los disfruten amplias capas de población extranjera. El nacionalismo debe ser usado por la izquierda no como una manera de acaparar riqueza, de generar desigualdades, sino, precisamente, como una manera de evitar que la riqueza sea acaparada por ciertas naciones, por ciertas élites, como una manera de generar igualdad o por lo menos de acotar las desigualdades. Para la derecha el nacionalismo es una herramienta útil para acaparar riqueza, para la izquierda, al contrario, para distribuir la riqueza. El concepto de nación es muy peligroso porque, como decía, puede servir tanto para liberar al pueblo como para oprimirle, para acaparar riqueza como para distribuirla. Existe un nacionalismo opresor y un nacionalismo liberador. Pero, como todo en la vida, si no se pone cuidado, el nacionalismo liberador puede convertirse en represor. En caso de usar el nacionalismo, hay que hacerlo con mucha precaución.

Para la izquierda la nación equivale al pueblo. O dicho de otra manera, para la izquierda una nación está dividida en clases sociales antagónicas. La izquierda, que pretende superar la actual composición clasista de la sociedad, que pretende erradicar las clases sociales, o por lo menos, disminuir los grandes contrastes entre ellas, no debe olvidar nunca que la sociedad está dividida en clases contrapuestas, en clases opresoras y oprimidas, minoritarias y mayoritarias. La izquierda representa los intereses generales de la mayoría, del pueblo. Pueblo vs. Nación. Soberanía popular vs. Soberanía nacional. Izquierda vs. Derecha. Para la derecha la soberanía nacional puede convertirse en un fin en sí mismo (por lo menos cara al pueblo, en realidad también es un medio), para la izquierda es sólo un medio. Para la derecha la soberanía nacional es un medio de evitar la soberanía popular, para la izquierda, por el contrario, es un medio de alcanzar la soberanía popular. Aunque en los últimos tiempos, en estos tiempos de globalización económica, en los que los dueños del mundo ya no son ciertos países sino que ciertas empresas multinacionales, ciertos capitalistas, la soberanía nacional deja de ser un concepto tan defendido por la derecha, deja de ser un medio tan eficaz para la derecha. Ahora la derecha, que defiende en el fondo la acumulación de la riqueza en pocas manos, ya no necesita tanto a los nacionalismos. El concepto de soberanía nacional da lugar a lo que podemos llamar soberanía empresarial. Éste último concepto empieza poco a poco a sustituir al anterior. Lo que antes era el país, ahora empieza a ser la empresa. Cuando los trabajadores tenemos que oír los discursos oficiales de los ejecutivos de las empresas que hablan de la empresa como algo a lo que pertenecen todos sus empleados, que debe ganar dinero por el bien de todos, que es necesario apretarse el cinturón por su supervivencia, nos enfrentamos a las mismas falacias que oímos los ciudadanos cuando nos dicen que el país debe crecer, debe crear riqueza por el bien de todos, exige sacrificios. En ambos casos, la riqueza generada sólo la disfrutan unos pocos, la burguesía en un país, los accionistas y algunos ejecutivos en una empresa. En ambos casos, los de abajo deben siempre ser los que se sacrifiquen por el bien del grupo, en verdad por el bien de la minoría dominante del grupo. En tiempos de vacas flacas los de abajo se llevan la peor parte. Pero cuando las cosas van bien, no disfrutan, o disfrutan mucho menos, de la riqueza generada. Lo importante es que, en cualquier grupo humano, ya sea éste un país o una ciudad o una empresa o…, exista la democracia, la igualdad de oportunidades, la libertad, que la riqueza generada por el grupo sea distribuida entre los miembros del grupo de la manera más equitativa y justa posible.

En definitiva, un pueblo, o en general un grupo humano, no puede ser libre si está sometido a otro pueblo, o a otro grupo humano (si no tiene soberanía nacional), y si la mayor parte del mismo está sometido a una minoría (si no tiene soberanía popular). Es más, cuando un pueblo somete a otro, entonces tampoco él es verdaderamente libre. Porque un pueblo que oprime basa su existencia, su desarrollo, su prosperidad, en la opresión. Porque un pueblo que oprime se expone también a ser oprimido. Porque cuando alguien acepta las reglas del juego se expone a ellas, además de convertirse en cómplice de las mismas. Cuando alguien asume que la explotación es algo natural, inevitable, lícito, entonces se expone también a ser explotado. En cuanto alguien oprime a otra persona, se crea precedente, se expone a ser él mismo oprimido en determinado momento. Su libertad se ve amenazada. Y cuando alguien vive bajo la amenaza permanente de perder su libertad, aunque sólo sea en parte, entonces no puede comportarse libremente, o se comporta de manera menos libre, vive condicionado, a veces excesivamente condicionado, por el miedo a perder su libertad. Todos sabemos, a medida que vamos adquiriendo experiencia en la vida, que debemos callarnos cada vez más, que no podemos hablar tan libremente como desearíamos, que no somos tan libres como inicialmente pensábamos cuando éramos más jóvenes. Nacemos con cierta libertad y a medida que envejecemos vamos poco a poco perdiendo dicha libertad, en vez de al revés. Como dice un proverbio checo, nuestros padres nos han enseñado a hablar y el mundo a callar.

Y esto ocurre porque vivimos en una sociedad que no es suficientemente libre, en la que la libertad, en vez de aumentar con el tiempo, al contrario, disminuye. Una sociedad en la que en vez de fomentar la libertad, de realimentarla, al contrario, se la reprime. Una sociedad basada en mentiras, en la que la verdad, al contrario de lo proclamado hipócritamente, está mal vista. En la que sólo puede decirse lo “políticamente correcto”, en la que la sinceridad es peligrosa, un handicap para la supervivencia. Tan poco libre es en verdad nuestra sociedad que no sólo tenemos que autorreprimirnos para actuar sino que incluso también hasta para hablar. Tenemos una sociedad que no sólo nos reprime explícitamente cuando es necesario sino que, lo que es peor, lo que es más peligroso todavía, lo que es más eficaz si cabe, lo hace normalmente implícitamente, no necesita hacerlo de forma explícita porque nosotros mismos aprendemos a autorreprimirnos. Tenemos una sociedad en la que la mayor parte de sus individuos aprenden, con el tiempo, a renunciar voluntariamente, aunque desde luego condicionados por el entorno, a su propia libertad. Poco puede avanzar la libertad en una sociedad cuando la mayoría de sus miembros renuncian ellos mismos a ser libres. La lucha por la libertad se está trasladando al interior de la mente de los individuos. La alienación del individuo, de la sociedad en general, está llegando a tal punto que la lucha se interioriza en cada persona. La libertad retrocede hasta en las mentes de los individuos. Aprendemos a reprimirnos a nosotros mismos para actuar, para hablar, y hasta para pensar. Afortunadamente, algunos pocos individuos no sucumben ante este disimulado totalitarismo mental. Algunas “ovejas negras”, algunas “manzanas podridas”, pueden impedir el éxito definitivo del totalitarismo mental que se nos puede avecinar. Afortunadamente, las cada vez más frecuentes e intensas contradicciones del sistema actual pueden desmoronar dicho sutil totalitarismo. Quizás, incluso, aunque no podemos depender sólo de esta aseveración, en el fondo, la libertad sea imposible vencerla definitivamente, sólo sea posible reprimirla temporalmente porque, tarde o pronto, el impulso innato hacia la libertad del individuo renace.

Pero, como digo, no podemos agarrarnos a esta última esperanza. No es prudente pensar que, tarde o pronto, la libertad renace porque en la actualidad, dado el nivel tecnológico al que hemos llegado, tenemos un serio peligro de autoextinción. Necesitamos, más que nunca, que la libertad triunfe definitivamente. Hay que luchar por ella explícitamente, activamente, urgentemente. Debemos en primer lugar vencer al totalitarismo en nuestras mentes. Debemos aprender a pensar libremente, a hablar libremente y, finalmente, a actuar libremente. Debemos practicar, cada uno de nosotros, una rebelión individual. Remito al capítulo “La rebelión individual” del libro “Rumbo a la democracia”. La semilla de la revolución social es la revolución individual. Sin la segunda no es posible la primera. La emancipación social pasa por la emancipación individual. La liberación social debe consistir en la coordinación de las liberaciones individuales. La libertad en la sociedad sólo podrá triunfar si triunfa en cada individuo. El frente de la lucha por la libertad está actualmente en nuestras mentes, en cada mente de cada individuo. El frente ideológico es el determinante. Si conseguimos vencer al totalitarismo en el frente de las ideas, tenemos la guerra casi ganada. La lucha se traslada del individuo a la sociedad en su conjunto. La clave, como siempre, reside en nuestros cerebros, en las ideas. Una vez ganada la libertad en el frente de las ideas, será mucho más fácil ganar en el resto de los frentes, aunque la victoria en el primer frente tampoco garantiza el éxito en el resto de frentes. Una vez ganado un terreno, aunque sea el terreno clave, hay que seguir luchando para conquistar más terreno.

La teoría debe ser complementada por la práctica. Primero teoría y a continuación práctica, aunque ésta a su vez debe realimentar a la primera para refinarla. Tan importante es la teoría como la práctica. No olvidemos la esencia del método científico, nuestro aliado técnico. De las palabras, de las ideas, hay que pasar a los hechos, lo cual no es siempre fácil. De hecho, muchas veces es más fácil hablar o pensar que hacer. Pero si no tenemos primero claras las ideas entonces no hay nada que hacer. Debemos actuar pero con guión, con objetivos claros y concretos, con estrategias claras. Este libro pretende contribuir a tener las ideas claras, pero su autor es muy consciente de la dificultad de pasar de la teoría a la práctica. Todos sabemos, por nuestras experiencias cotidianas diarias, por nuestras vivencias, lo fácil que resulta muchas veces hablar y lo difícil que es hacer lo que se dice. Pero esto no quita la importancia de saber primero qué hacer para luego pasar a la acción. Mucha gente no sabe ni siquiera qué hacer. Debemos tener en cuenta que mucha gente no es consciente, o no lo es suficientemente, de muchas ideas expuestas en este libro. A alguien que ya es consciente de las mismas puede parecerle innecesario la insistencia y la extensión de algunos de mis razonamientos, pero cuando uno debate con gente de su entorno, gente “normal”, entonces se da cuenta de que hay que hacer un gran esfuerzo de explicación y concienciación, de demostración de las ideas expuestas. Este libro va dirigido no sólo a los que ya son conscientes de la importancia de la causa republicana, de la democracia, de la libertad. Va dirigido en general a todo el mundo, incluido el gran público. Además, pretendo también, humildemente, aportar razonamientos lo más elocuentes posibles que puedan ayudar a la vanguardia de la ciudadanía, más consciente que la media, para convencer a sus conciudadanos menos concienciados.

La lucha por la libertad, en verdad, no acaba nunca. Debemos siempre luchar contra las peores tendencias del ser humano. Tendencias que reprimen la libertad. Una vez conquistada la libertad, la democracia, la sociedad deberá estar en permanente alerta para no volver a perderla. El sistema deberá tener mecanismos concretos que impidan la involución, el retroceso en libertades, el retroceso de la igualdad. Dichos mecanismos debe proporcionarlos la auténtica democracia. Habrá que luchar no sólo para ganar la libertad sino que incluso también para no perderla. La historia demuestra, sin lugar a dudas, que las conquistas sociales nunca están aseguradas. Lo que nos está ocurriendo en la actualidad, la pérdida de derechos laborales, el retroceso de la libertad, la involución democrática, se producen, entre otras razones, porque la sociedad, el pueblo, no lucha por mantener sus conquistas sociales. No sólo no luchamos para avanzar, sino que incluso tampoco estamos luchando para impedir retroceder. Y recordemos que el progreso es la izquierda, mientras que el retroceso es la derecha. Estamos actualmente retrocediendo porque la iniciativa la lleva la derecha, porque la izquierda auténtica está fuera de combate. ¡Necesitamos urgentemente el resurgimiento de la izquierda!

Una vez conquistado un terreno hay que seguir luchando para mantenerlo, para defenderlo. La vida es una permanente lucha. La existencia consiste básicamente en luchar. Una sociedad que no lucha está muerta, está condenada. Una persona que renuncia a la lucha, renuncia a la vida, se convierte en un muerto viviente, en un zombi. Una persona que renuncia a su libertad, que renuncia a ser ella misma, se convierte en una marioneta, en una simple pieza del engranaje social. Una persona que se conforma con sobrevivir, que renuncia a la inteligencia, a la ética, a satisfacer sus necesidades intelectuales, psicológicas, renuncia a lo que nos hace especiales como especie, renuncia a ser humana en el mejor sentido de la palabra, se conforma con ser un animal, un cerdo de dos patas. La humanidad debe luchar por ser humana, por mantener y desarrollar sus mejores facetas, las que la hacen ser una especie única en nuestro planeta, excepcional (no vamos a decir que única) en el Universo.

Cuando alguien contribuye a una sociedad menos libre, se vuelve a su vez menos libre. Cuando la libertad disminuye o se ve amenazada en la sociedad, todos los individuos somos menos libres. El miedo a perder nuestra libertad nos hace, de hecho, perder libertad. Como suele decirse, cuando un hombre está preso injustamente, ningún hombre está libre del todo. Una persona verdaderamente libre aspira a no ser oprimida ni a oprimir. Aspira a que en toda la sociedad reine la libertad, aspira a erradicar la opresión. No podemos ser completamente libres mientras la libertad no se aplique a todos nuestros semejantes. Así como una gota de aceite se expande fácilmente en un vaso de agua, la opresión, la restricción de la libertad, aunque sea inicialmente aplicada sólo a unos pocos individuos, incluso en el caso extremo a un solo individuo, se expande rápidamente por la sociedad. Amenaza por completo a toda la sociedad. Y, con el tiempo, si no se la combate, acaba por dominar toda la sociedad, acaba incluso por exportarse a otros lugares. Así como una persona verdaderamente libre aspira a que todas las personas lo sean también (exceptuando a aquellos individuos que hayan cometido delitos y sea necesario restringir su libertad, por supuesto), un pueblo verdaderamente libre aspira también a que todos los pueblos lo sean también. Como decía Engels, un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre.

Cuando un pueblo oprime a otro es en realidad porque la élite del primero oprime al segundo. Porque existe una élite dominante en el pueblo opresor, y, además, generalmente, una élite opresora cómplice en el pueblo oprimido. La élite del país opresor no sólo oprime a un pueblo extranjero sino también a su propio pueblo, aunque a veces menos. Un pueblo que oprime es en verdad también oprimido, aunque no necesariamente con la misma intensidad ni de la misma forma. Para cualquier élite opresora no importa quiénes sean los oprimidos, importa explotar a quien sea para enriquecerse. Para cualquier élite, que se esconde bajo el disfraz de la nación correspondiente, de los intereses generales, lo único importante es el dinero (su auténtica patria), sus intereses particulares. Por esto, cuando el concepto nación ya no les sirve, como ocurre en la actualidad, cuando la actividad económica trasciende fronteras, las élites, cuya única nación común es el dinero, el capital, prescinden de dicho concepto y lo sustituyen por un falso internacionalismo. Lo único que tienen en común las distintas élites de los distintos países es su afán común por seguir enriqueciéndose. El internacionalismo de la derecha es el que gira alrededor del dinero, de la explotación. Es la explotación global de los recursos planetarios para beneficio de unos pocos. Explotación que adopta distintas formas a lo largo de la historia: colonialismo, imperialismo, y ahora globalización económica. El internacionalismo de la izquierda, sin embargo, gira en torno a los derechos humanos. La derecha pretende explotar internacionalmente. La izquierda, al contrario, pretende liberar internacionalmente.

La izquierda, que aspira a que los pueblos sean libres, debe defender por tanto la soberanía nacional y la soberanía popular, ambas. Por esto, entre otras razones, la izquierda debe defender también el derecho de autodeterminación de cualquier grupo humano (remito a mi artículo “El derecho de autodeterminación”). Aunque sin olvidar que el objetivo último, el primordial, es la soberanía popular. Un pueblo que se independiza de otro pero que no alcanza la soberanía popular, en verdad no gana mucho, simplemente sustituye una oligarquía extranjera por otra local. Para el ciudadano de a pie no hay mucha diferencia entre ser explotado por un capitalista extranjero o por uno de su propio país. Esto nunca debe olvidarlo la izquierda. La soberanía nacional no es un objetivo en sí mismo, es un medio para alcanzar la soberanía popular. Ésta es la principal diferencia entre el nacionalismo de derechas y el de izquierdas. La izquierda, en verdad, no tiene vocación nacionalista. Tiene vocación emancipadora. El nacionalismo le sirve, en determinadas circunstancias, sólo como medio de emancipación popular. La izquierda defiende unos valores universales. La aplicación efectiva de los derechos humanos, que son universales, que se reconocen por igual para todos los seres humanos independientemente de su sexo, raza, o nación.

En Latinoamérica se produce el cambio porque en la sopa del cambio, el principal ingrediente, la necesidad, existe en gran cantidad. Los países de Iberoamérica no pueden desarrollarse con todo el potencial que tienen porque las oligarquías locales constriñen su desarrollo. En dichos países, muchos de ellos potencialmente ricos, sus habitantes, la gran mayoría, viven en la pobreza mientras ven que sus riquezas naturales se van a otros lares. Dichas oligarquías han apostado por hacer de intermediarios entre los recursos naturales de sus países y los explotadores de dichos recursos, las potencias extranjeras, en vez de explotar ellas mismas sus recursos. A diferencia de otras zonas del mundo, donde la burguesía lidera el desarrollo económico para su enriquecimiento, donde la burguesía explota los recursos locales para luego explotar los remotos, en Latinoamérica, por el contrario, la burguesía local se limita a poner en manos de la burguesía internacional sus países y a cobrar por los servicios prestados, por simplemente hacer de intermediarios. Es por este motivo que en dichos países, la burguesía local es aún más dañina, porque ni siquiera se preocupa del desarrollo local. Por lo menos las burguesías norteamericana o europea han posibilitado cierto desarrollo en sus países porque lo han liderado directamente, han posibilitado que a sus respectivos pueblos les llegue algunas migajas de la riqueza obtenida a partir de sus recursos naturales, además de los recursos naturales explotados en el extranjero. Aunque también limitan el desarrollo de sus países por su afán de no perder el control de la economía, aunque impiden que las riquezas obtenidas sean disfrutadas por todo el pueblo, al que sólo le llegan migajas, por lo menos al pueblo le caen algunas migajas, cosa que no ocurre en Latinoamérica. En el “nuevo” continente se dan más contradicciones y más intensas que en otras zonas del planeta. Y por consiguiente, dichas contradicciones estallan cada cierto tiempo. En pocos lugares han existido durante tanto tiempo tantos movimientos guerrilleros como allí. Lo interesante de lo que está ocurriendo actualmente en ese continente es que parece que ciertos países han optado por otra vía para el cambio: el desarrollo de sus democracias. Parece que el ejemplo del Chile de Salvador Allende está cundiendo por todo el continente: la transformación del sistema burgués desde dentro, usando sus propias armas.

A todo esto hay que añadir la enorme importancia para la lucha por el desarrollo democrático que tiene la Revolución de las comunicaciones. Así como la Revolución industrial cambió enormemente la sociedad en el siglo XIX y XX, la Sociedad de la Información está transformando la sociedad del siglo XXI. Internet puede ser una herramienta determinante para construir condiciones subjetivas favorables a la revolución democrática. Puede ser un arma muy poderosa de concienciación. Y también puede ser un instrumento muy eficaz de propagación de la revolución. Por primera vez en la historia de la humanidad, casi cualquier ciudadano (aunque aún hay una parte importante de la humanidad que no tiene acceso a las tecnologías de la comunicación por causas sociales) puede aportar su granito de arena de manera potencialmente eficaz. La democratización de las comunicaciones humanas, que supone Internet (quizás el segundo invento más importante de la historia tras la imprenta), puede extenderse al resto de facetas de la sociedad humana. La democratización de las ideas, de la verdad, puede traducirse en la democratización completa de la sociedad que conformamos los seres humanos. Y digo puede, porque en la historia humana, nada es inevitable, todo puede tender hacia una dirección o hacia su opuesta, dependiendo de qué tendencias contrapuestas se impongan finalmente. La historia humana no se hace por sí sola, la hacemos los humanos. Dependiendo de qué partes de la sociedad tengan la iniciativa, el resultado será uno o su opuesto. Internet puede fomentar la revolución, pero también la reacción. La tecnología puede liberar al hombre, pero también alienarle.

De hecho, ya existe una lucha encarnizada entre los ciudadanos que desean mantener el espíritu de libertad con que ha nacido Internet y los poderes que desean controlarla, conscientes de su enorme poder, del peligro que supone para el status quo actual. Internet puede suponer la última esperanza para la revolución, para la salvación de la humanidad (aunque esto suene muy grandilocuente). Gracias a Internet, los ciudadanos pueden liberarse del dominio intelectual de las clases dominantes de sus respectivos países, y no olvidemos nunca que toda élite sólo puede seguir siéndolo si controla la forma de pensar de sus ciudadanos. Indudablemente, hay muchos elementos para la esperanza, que presagian una revolución democrática mundial. Revolución que probablemente será liderada por ciertos países atrasados (al menos democráticamente hablando) y que tendrá importantes apoyos en los sectores más comprometidos y concienciados de los países adelantados. No hay más que ver lo que ya está ocurriendo en Latinoamérica. No hay más que ver las importantes protestas que se producen cuando tienen lugar cumbres mundiales en los países del Primer Mundo (Copenhague recientemente). En el crítico momento histórico actual, tenemos diversas tendencias contrapuestas: unas minorías de ciudadanos o países activos, que resisten, que luchan, que fomentan la revolución; otras minorías privilegiadas que controlan la sociedad e intentan impedir los cambios, que incluso fomentan la involución; y unas mayorías de ciudadanos o países que por el momento permanecen pasivos. Veremos cuál de dichas tendencias se impone. El rumbo de la historia la marcan muchas veces las minorías activas, pero las mayorías tienen la última palabra.


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