Martín Carlos Ramales Osorio
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Como se sabe, la crisis de los años treinta fue violenta y relativamente breve. Esta crisis – según la teoría de la regulación – se caracterizó por una desconexión entre la organización moderna del trabajo y el modo de vida de los asalariados. En efecto, ante un desarrollo rápido de la productividad del trabajo después de la primera guerra mundial, el modo de vida de los asalariados no cambiaba con relación al siglo XIX. Se mantenía exterior a lo que el capitalismo producía. Se hablaba de una crisis de insuficiencia de la demanda puesto que había un exceso de producción con respecto a la demanda solvente. Se había generado un exceso de producción en un contexto de comprensión de la demanda y de propensión a consumir cuyo resultado fue un desequilibrio importante que afectó a la inversión neta. Del diagnóstico se deducía directamente el remedio: aumentar la propensión a consumir gracias a una reactivación de la demanda global. Ésta fue una de las más importantes proposiciones de John Maynard Keynes (1883-1946), quien dota al Estado de una función de regulación macroeconómica. es decir, de una función de regulación global.
Para Keynes, la filosofía del laissez-faire estaba superada. La Ley de Say ya no funciona puesto que postula que el equilibrio del mercado es espontáneo y se rehúsa a ver la potente negación que representa la clase obrera. Más específicamente, la ley de Say se rehúsa a considerar que los sindicatos de trabajadores se han vuelto suficientemente fuertes para interferir en el libre juego de las fuerzas de la oferta y la demanda. Ahora bien, para Antonio Negri, el principal mérito de Keynes “consiste en reconocer en la clase obrera un momento autónomo en el seno del capital” y en insertar en la economía política la constatación de la relación de fuerza entre las clases en lucha. El objetivo de la teoría keynesiana es la estabilización del capitalismo: frente al empuje obrero, hay que forjar los instrumentos que permitan evitar que éste se desarrolle fuera del capital. Se trata de recuperar la amenaza que representa la clase obrera sobre todo después de 1917, fecha en la cual las relaciones de fuerza entre las clases se modificaron en su favor. Se trata simplemente de reconocer el cambio acontecido en la relación de fuerzas económicas y de concebir una restructuración del papel hegemónico del capital adaptado al nuevo contexto. No se trata de cuestionar el sistema capitalista, por el contrario, las conclusiones de la Teoría general y de todos los trabajos de Keynes constituyen un elogio del sistema.
Keynes admite y predica la intervención del Estado, ya que reconoce una falla de los mecanismos del mercado para la regulación global, la determinación del nivel de inversión y del empleo. Pero limita el papel del Estado a la regulación global, ya que supone que los mecanismos del mercado no fracasan para resolver el problema de la asignación de recursos. Para Keynes, la intervención del Estado es una excepción necesaria al buen funcionamiento de la economía, cuya iniciativa privada es aún la regla directriz. El Estado debe suplir la deficiencia de la iniciativa privada, incapaz de asegurar un nivel de inversión global que conduzca a pleno empleo. Sin embargo, una vez que, gracias a “una socialización bastante completa de las inversiones”, se llegue al pleno empleo o casi, la teoría neoclásica – que Keynes llamaba clásica – recuperará todos sus derechos. En efecto, para Keynes,
Si damos por sentado el volumen de la producción, es decir, que está determinado por fuerzas exteriores al esquema clásico de pensamiento, no hay objeción que oponer contra su análisis de la manera en que el interés personal determinará lo que se produce, en qué proporciones se combinarán los factores de la producción con tal fin y cómo se distribuirá entre ellos el valor del producto final.Se diría que para Keynes los esquemas neoclásicos del equilibrio económico son válidos una vez alcanzado el pleno empleo. Los mecanismos de mercado serían capaces de asegurar la asignación de recursos, pero incapaces de asegurar la regulación macroeconómica.
En el pensamiento de Keynes, la acción del Estado se ve justificada pero solamente en la medida en que apunta a un objetivo global de estabilización de la coyuntura a través de la acción sobre agregados. Como se sabe, Keynes parte de la idea según la cual el sistema capitalista por sí mismo tiene tendencia a establecerse en situación de subempleo. Como el empleo depende de la producción y para Keynes la producción sigue a la demanda, se debe analizar la formación de la demanda global. El objetivo de establecer funciones de comportamiento tales que la demanda agregada sea una función suficientemente estable de variables reales, de tal manera que se llegue a tener un útil macroeconómico capaz de explicar el nivel de la producción y del empleo y eventualmente poder modificarlo. El papel del Estado se reduce a actuar en la dirección de una estabilización de la coyuntura, es decir, realizar un crecimiento económico lo más regular posible. El Estado debe modificar el nivel de la demanda global para intentar alcanzar el pleno empleo sin inflación. En ausencia de pleno empleo, el Estado puede dinamizar la coyuntura aumentando sus gastos y frenarla en situación inflacionista gracias a restricciones presupuestales. Pero, claro está, en Keynes la estabilización no se limita a la política presupuestal. El Estado puede actuar sobre la coyuntura gracias a la política monetaria que, a través de su efecto sobre la tasa de interés, puede modificar el monto de la inversión, aunque sea improbable – según Keynes – que la influencia de la política monetaria sobre la tasa de interés baste para llevar el flujo de inversión a su valor óptimo.
Aceptar y alentar la regulación de la coyuntura gracias a la acción del Estado implica reconocer dos hechos:
El problema dominante planteado por la coyuntura anterior a la guerra, es decir, proporcionar una explicación satisfactoria del desempleo masivo que siguió a la crisis de 1929, cedió su lugar después de la guerra al de la inflación. La contrarrevolución keynesiana ya había sido desencadenada algunos años antes. En efecto, Hicks había comenzado en 1938 la obra de recuperación de la teoría keynesiana en provecho de la teoría walrasiana del equilibrio general de los mercados. La teoría keynesiana deformada (Keynes vestido con el ropaje walrasiano) fue aplicada al análisis de la inflación. La contrarrevolución keynesiana ha proporcionado explicaciones esencialmente reales de la inflación justificando la aparición de un gap inflacionista por el comportamiento real de los agentes económicos, como podría ser, por ejemplo, un crecimiento muy fuerte de los salarios. Todos los modelos neokeynesianos fundamentados en el análisis IS-LM, nos dice E. Alphandéry, “desprecian la moneda. El stock de moneda se supone que tiene un papel pasivo. La lucha contra la inflación requiere la acción sobre las variables reales”. En este enfoque neokeynesiano, puesto que la economía capitalista tiene una tendencia natural a la inestabilidad, es decir, a un exceso o a una insuficiencia de demanda global según el caso, el Estado debe intervenir practicando políticas presupuestales de estabilización para intentar alcanzar el nivel de demanda compatible con el pleno empleo sin inflación, hecho contra el cual siempre se ha manifestado la ortodoxia neoclásica.
Extractado de Guillén Romo, Héctor: “Orígenes de la crisis en México. Inflación y endeudamiento externo (1940-1982)”, Ediciones Era (colección problemas de México), tercera reimpresión de la primera edición, México 1988, pp. 16-19.