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REPLANTEANDO LA INTERACCIÓN GOBIERNO-SOCIEDAD: LECCIONES DE LA GOBERNACIÓN AMBIENTAL EN LA FRANJA MÉXICO-ESTADOS UNIDOS

Ricardo V. Santes-Álvarez


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V. LA FRANJA MÉXICO-ESTADOS UNIDOS

Se aborda ahora la experiencia de la franja México-Estados Unidos. Se busca determinar el o los esquemas de gobernación ambiental privilegiados en el marco de instituciones que inciden en esa región, con lo que se da cumplimiento al tercer objetivo de la obra.

El capítulo se divide en cuatro secciones. En la primera, se expone una panorámica de las características principales de la frontera; se describen aspectos poblacionales, económicos, políticos y ambientales, así como el desafío que esa complejidad de aspectos significa para la gobernación fronteriza. En la segunda y tercera, se hace énfasis en la problemática de la gobernación ambiental de la región, destacándose dos temas principales: el deterioro de la calidad del aire y la gestión de los residuos peligrosos. Problemas que por largo tiempo han causado preocupación en la población local, han puesto a prueba las estructuras burocráticas supuestamente encargadas de darles solución, y han sido fuente permanente de conflicto binacional. En la cuarta sección se presenta una evaluación preliminar de las condiciones prevalecientes en la franja fronteriza, destacándose la necesidad impostergable de estudiarla con enfoques alternativos y ofrecer propuestas viables para el tratamiento de sus problemas.

5.1. CARACTERÍSTICAS GENERALES

Las fronteras son los límites geopolíticos de los estados-nación modernos, donde la jurisdicción de uno termina y la de otro empieza. Ya sean físicas o artificiales, las fronteras no son únicamente líneas en los mapas; ellas son esenciales para entender los resultados de la vida política de países vecinos.

México y Estados Unidos comparten una línea divisoria de 3,141 kilómetros, que va desde el Océano Pacífico hasta el Golfo de México. La división está hecha de dos grandes porciones, una artificial y otra natural: la primera, es una línea que corta el terreno desde el área de Tijuana-San Diego hasta Paso del Norte, y comprende aproximadamente el 39 por ciento de la frontera; la segunda, que define el 61 por ciento restante, es un trazo elaborado por el cauce del río Bravo (Grande, en Estados Unidos) en dirección hacia el Este.

La línea divisoria mexicana-estadounidense es, no obstante, mucho más que una definición meramente técnica. En cercano acuerdo con la opinión de Malcolm Anderson, es el encuentro y choque de dos mundos con características económicas, sociales y políticas bastante diferentes, las cuales en conjunto han delineado la relación de ambos países desde el principio. En esta tesitura, la línea observa la mayor intensidad de la relación bilateral, manteniendo una dualidad de tensión y cercanía entre ambos países; la tensión, ocurriendo desde el mismo trazo de la división a mitad del siglo XIX, como resultado del evento más indeseable que México y Estados Unidos han vivido desde su emergencia como naciones independientes: una guerra; también, desde la así llamada “Compra de Gadsden”, por la cual Estados Unidos adquirió de México una parte de su territorio norte.

El conflicto y la negociación desigual, o lo que es lo mismo, la fuerza de las armas y el poder económico estadounidense, fueron expresiones del clima de tensión que ha caracterizado la relación bilateral desde entonces. Más recientemente, la tensión ha continuado, con impactos menos fuertes por cierto, pero con temas más diversificados; suficiente es mencionar aquí los desacuerdos por el aprovisionamiento de agua de los ríos Colorado y Bravo, la propiedad de la tierra (la disputa del Chamizal), y el cruce ilegal de personas y mercancías a lo largo de toda la línea.

El acercamiento, en el otro lado de la moneda, ha estado presente a través de diferentes intentos de cooperación con relación a problemas comunes. Localmente, los residentes de ambos lados de la división internacional mantienen fuertes vínculos y usualmente se ayudan los unos a los otros de cara a contingencias; ellos también han pugnado durante mucho tiempo por mantener un estatus de excepción (en aspectos fiscales, principalmente), y han rechazado incorporar en sus rutinas diarias fórmulas centralistas que llegan desde las capitales nacionales. El acercamiento aparece también en el contexto gubernamental, por ejemplo, cuando México y Estados Unidos llegan a acuerdos respecto de asuntos e intereses comunes; de ellos, dos de los más recientes han sido un acuerdo de libre comercio, el TLCAN o NAFTA, así como la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte (ASPAN) que en esencia tiene el objetivo de reforzar la seguridad en las fronteras nacionales.

Con todo, es común en esta geografía escuchar voces de reproche por la falta de interés que los burócratas de México, DF y Washington, DC han mostrado frente a los problemas fronterizos. Pero alguna respuesta tenía que llegar, y es así que, desde hace aproximadamente dos décadas, las autoridades federales de ambos países admitieron que se habían mostrado negligentes para con los problemas de la frontera, por lo que acordaron poner mayor atención a la región para subsanar ese olvido, y darle inclusive un tratamiento diferente. Ese nuevo tratamiento empezó, efectivamente, a partir de la conceptuación misma de la región como un área de índole binacional hacia la que ambos gobiernos deberían dirigir esfuerzos conjuntos. Nacía, de esta manera, la “franja fronteriza”.

Se reconoce oficialmente como franja fronteriza al cinturón que corre a lo largo de los miles de kilómetros de la línea divisoria y cubre 100 Km en cada lado de las fronteras terrestre y marítima de los dos países. Está localizada en la interfase de las latitudes subtropical y templada, en coordenadas geográficas 31-34° Norte, 118° Oeste, y 25-27° Norte, 96° Oeste (figura 11). La mayor parte de la región está caracterizada por un panorama desértico, en donde la vegetación es considerablemente escasa, obra de una precipitación muy pobre en más del 80 por ciento del área y de temperaturas extremosas. A esto se aúna la existencia de un sistema hidrológico similarmente pobre, que tiene como soportes principales a dos afluentes, el río Colorado al occidente, y el Bravo en las partes central y oriental; las fuentes de agua subterránea se corresponden básicamente con estos ríos mayores.

La franja fronteriza es una tierra de contrastes. Estudiosos de la región, así como algunos escritores poco objetivos describen a esta región de diferentes maneras: donde el sur se encuentra con el norte; el pobre se encuentra con el rico; el mundo latino se encuentra con el anglosajón; el hispano-hablante conoce al anglo-hablante; el subdesarrollado choca con el desarrollado. Donde una sociedad con profundo arraigo a su pasado se encuentra con otra con una visión muy corta de la historia. Son muchos los ejemplos de atención académica a la frontera. Los trabajos de Robert Pastor y Jorge Castañeda; Lawrence Herzog; Tom Barry, Harry Browne y Beth Sims; Paul Ganster; Oscar Martínez; y Samuel Schmidt, son algunos ejemplos de este grupo. Simon, por su lado, se apega al grupo de escritores sensacionalistas.

Pero es cierto que la frontera puede ser fácilmente incomprendida si el contexto histórico no es tenido en cuenta. La división internacional no es resultado de una idea de los residentes fronterizos. Su creación obedece a circunstancias ajenas a ellos y de mayor trascendencia, como se ha anotado. Por esta razón aquellos mexicanos que en la mitad del siglo XIX se hallaban viviendo en territorios del norte repentinamente se encontraron con que estaban siendo ubicados en otro país, regidos por leyes y lenguaje distintos, y obligados a obedecer a otro gobierno. Sin sorpresa, esos residentes tuvieron que instrumentar estrategias para superar la separación de familiares y amigos debido a un “acuerdo” al que llegaron diplomáticos que vivían muy lejos de la línea.

Desde aquellos años, los gobiernos centrales intentaron redirigir la lealtad de la gente hacia adentro. Sin embargo, conceptos de nacionalidad o soberanía no coincidían con la realidad por lo que, desde que se estableció la división, en la región evolucionó un sistema dual de cooperación transfronteriza: uno formal, conducido por los gobiernos, y uno informal, mantenido por una red de cultura e instituciones tradicionales. En ambos lados de la línea, los mandatos federales fueron ignorados primero, “rodeados” después, y finalmente traducidos a costumbres y conductas locales. La gente se acomodó a hacer que la línea significara menos que una distinción impuesta.

Actualmente, mucho antes de alcanzar la línea internacional, uno sabe que ha entrado ya en la “zona fronteriza”. Quien cruza hacia el sur encuentra un collage de pobreza y riqueza dispersa, con áreas urbanas carentes de infraestructura de servicios básicos, y caminos sin pavimento. Aquél que viaja al país del norte, encuentra riqueza, coches desplazándose a través de espaciosas autovías, y verdor en el desierto. El patrón es prácticamente constante en todas las áreas de cruce.

Con todo, las diferencias entre México y Estados Unidos se tornan un tanto imperceptibles en la franja fronteriza, pues ésta exhibe, a la vez, características que ligan claramente a ambos lados. Ejemplos cotidianos ayudan a ilustrar esta aseveración: mientras que en el lado sur, los propietarios de comercios diversos llaman la atención de los potenciales compradores mediante anuncios como “We speak English”, en el lado norte el anuncio “Se habla Español” sirve para los mismos propósitos; también, el “taco” en el norte y el burger en el sur son atractivos culinarios cada vez más asimilados. Estas conexiones no son fáciles de entender en toda su magnitud para un visitante, a quien disgustarían los estilos “transculturales” que adoptan los locales. Como se ha comentado, si el contexto no es tenido en cuenta, cualquier explicación de estas actitudes sería difícil de hallar.

El reconocimiento y creación de la franja fronteriza a principios de los ochenta como una región de interés bilateral, significó asimismo su aceptación como una realidad diferente. En términos geopolíticos, la franja contiene, total o parcialmente 74 municipalidades y 47 condados, a lo largo de seis estados mexicanos y cuatro estadounidenses, respectivamente. 14 ciudades “hermanas” o “gemelas”, ubicadas en el mismo número de áreas geopolíticas nacionales, representan la mayor interacción: de Oeste a Este, las ciudades gemelas son Tijuana-San Diego, Tecate-El Centro, Mexicali-Calexico, San Luís R.C.-Yuma, Nogales-Nogales, Naco-Naco, Agua Prieta-Douglas, Palomas-Columbus, Ciudad Juárez-El Paso, Ciudad Acuña-Del Rio, Piedras Negras-Eagle Pass, Nuevo Laredo-Laredo, Reynosa-McAllen, y Matamoros-Brownsville (figura 12).


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