LAS MICRO Y PEQUEÑAS EMPRESAS MEXICANAS ANTE LA CRISIS DEL PARADIGMA ECONÓMICO DE 2009
Genaro Sánchez Barajas
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Puede decirse que el período de transición comprendió las décadas de los años 60 y 70 del siglo XX. En ese periodo el gobierno promulgó la Ley para Promover la Inversión Nacional y Regular la Inversión Extranjera (1973), mediante la cual reiteraba su interés por consolidar la soberanía económica al establecer que cualquier empresa extranjera que se estableciera en México, no podía ser dueña del 100% del capital, a lo sumo del 49% porque el 51% debía pertenecer a empresarios mexicanos; además, señalaba que su producción debía tener ciertos porcentajes de componentes nacionales, lo cual fue positivo porque se estimuló e hizo crecer a la industria nacional.
En lo que se refiere a las exportaciones, en las décadas de los años sesenta y setenta México coadyuvó a la creación e impulso de la Asociación latinoamericana de Libre Comercio, ALALC, con el propósito de que fuera el eje rector de una amplia integración económica en Hispanoamérica. Lamentablemente la opresión militar de esos años propició su desaparición y la pérdida de una oportunidad de cooperación, complementación y de comercio (Aguilar y Carmona, 2001).
En ese lapso la competencia surgida con la apertura de mercados obligó a las empresas trasnacionales a expandir su exportación de capitales y tecnologías hacia nuevas áreas de inversión como lo era México. Esta expansión fue tanto hacia las industrias maduras (como la automotriz, química, del acero, etc. base del paradigma “fordiano”) como a las nuevas vinculadas con la manufactura flexible y a la microelectrónica. Así, con la inversión extranjera directa en México y en otros países las empresas trasnacionales (Ernest & O´connor, 1989 ) pretendían:
a) Ampliar el ciclo tecnológico que estaba amenazado por la madurez recurriendo a estrategias globales de obsolescencia planeada;
b) recuperar en los nuevos países los altos costos de investigación y desarrollo necesarios para crear nuevos procesos y productos; y
c) Penetrar en mercados hasta entonces cerrados por el proteccionismo nacionalista. Muchas empresas invirtieron o vendieron paquetes tecnológicos con asistencia técnica, intensificando así la transferencia de tecnología y de conocimientos hacia los nuevos países.
En paralelo, en esta etapa de transición, en la década de los años 60 se inició la relocalización internacional (Henderson, 1989:50) de ciertos segmentos de la microelectrónica, lo cual facilitó la difusión en nuevos países de muchas innovaciones. En este caso no se pretendía expandir el ciclo tecnológico, por el contrario, se deseaba hallar nuevas fuentes de abastecimiento de mano de obra barata para eliminar las obstrucciones que provocaba el acelerado desarrollo de nuevos procesos y productos manufacturados. Así, la primera planta para ensamblar transistores y circuitos integrados (ibid.p. 51) se estableció en Hong Kong en 1961, protectorado inglés que desde la década de los años 50 había recibido inversiones para ensamblar radios y otros bienes de consumo masivo. En 1965 Taiwán se integró a la red de producción electrónica; Corea del Sur en 1966, Singapur en 1971 y Malasia a mediados de la década de los años 70. Esta asociación favorable de empresas extranjeras connacionales fue consecuencia del establecimiento de una política tecnológica de los gobiernos de esos países, mediante la que se alentaba su articulación con la inversión foránea.
México como otros países de América Latina, careció de este enlace internacional, ya que en el país se privilegió la inversión extranjera en industrias maduras y se perdió la oportunidad de que empresarios mexicanos iniciaran tempranamente con los extranjeros el proceso de aprendizaje sobre estas tecnologías de punta y no contaminantes.
Todo indica que en México, aun cuando la política de sustitución de importaciones creó grandes empresas y atrajo bastante inversión extranjera hasta la década de los años 70, no se logró el aprendizaje empresarial vía subcontratación con las empresas de otros países. Esto se explica en gran medida por la política de regulación de inversión extranjera directa y de transferencia de tecnología adoptada en ese período, que no logró atraer socios extranjeros para las empresas mexicanas y, por consiguiente, fue tardía con respecto de Asia Oriental, la formación de empresarios con vocación eminentemente exportadora: personas con capacidad para negociar exitosamente con extranjeros, con base en sus propios intereses y para operar con rentabilidad.