José López
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Es evidente que la libertad de prensa (la libertad de expresión) en España está, como mínimo, muy limitada. La monarquía sigue siendo un tema tabú en la prensa española. Esto se intenta disimular hablando de cuestiones secundarias o intrascendentes. Un control social nunca es eficaz si no pasa desapercibido. La monarquía es la herencia más visible (aunque no la única) de la perpetuación del poder franquista en nuestro país, y es en la actualidad uno de los principales obstáculos para que la democracia avance en España. Aunque en este libro se han mostrado dos ejemplos muy significativos sobre el funcionamiento de la manipulación y (auto)censura de la prensa “oficial”, no constituyen ni mucho menos casos aislados.
Basta con echar un vistazo diariamente a la prensa alternativa, que gracias a Internet es ahora accesible a la mayoría de la población (aunque aún sigue siendo una minoría la que accede de forma habitual a la red de redes, no digamos ya a la prensa alternativa), para encontrar noticias que nunca se ven en los medios habituales, que son sistemáticamente obviadas (por ejemplo, el movimiento por la Tercera República española) o bien para poder acceder a la versión de una de las partes de cualquier conflicto o hecho que nunca tiene voz en la prensa oficial (por ejemplo, opiniones a favor de Chávez). La importantísima noticia de que el coronel Amadeo Martínez Inglés ha acusado pública y formalmente (mediante informes escritos dirigidos a los máximos responsables de las instituciones del país como los presidentes del Gobierno, del Congreso, del Senado, del Consejo General del Poder Judicial, del Tribunal Supremo, del Tribunal Constitucional, del Consejo de Estado, etc.) al Rey Juan Carlos I de graves delitos (golpe de estado del 23-F, GAL, enriquecimiento personal, corrupción, desviación de fondos reservados del Estado para pagar sus aventuras amorosas y los chantajes de alguna de sus numerosas amantes, presunto asesinato de su hermano Alfonso) pidiendo una comisión de investigación, ha sido simplemente obviada por los medios de la prensa oficial, la mayor parte de la población no se ha enterado de ella.
La búsqueda de la verdad requiere siempre contrastar versiones opuestas de los hechos, es una condición indispensable. Cuando no es posible realizar este contraste se impide llegar a la verdad. No puede haber libertad de prensa si no es posible contrastar, y cuanto mayores sean los contrastes, mayor libertad de prensa. En la actualidad, sólo es posible contrastar noticias o hechos importantes con la prensa alternativa. En la prensa oficial los contrastes nunca atañen al “núcleo” del sistema político o económico, en esta “prensa” nunca se ven críticas serias al sistema actual, existe un “consenso” difícil de explicar en una democracia, porque el consenso en las ideas o en las opiniones es incompatible con la libertad. Nunca nada es perfecto y por tanto nunca nada debe estar libre de crítica cuando hay libertad (y con mayor razón cuando además es a todas luces evidente que algo debe fallar en el sistema para que los grandes problemas de la sociedad sean “crónicos”, no sólo no se solucionan sino que al contrario, en ocasiones, se agravan). Cuando descubrí la prensa alternativa, redescubrí la PRENSA (con mayúsculas). Prensa que ya creía extinta, dado el “nivel” al que han llegado la inmensa mayoría de los medios masivos.
Prensa que investiga, que analiza, que critica, que habla claro (sin tapujos, sin hablar entre líneas) de los temas importantes, que no se entretiene con falsos debates, ni con hechos superficiales o banales. Es un auténtico placer ver que hay mucha gente inteligente y comprometida que colabora con ella. Me he informado más y mejor en pocos meses con la prensa alternativa que durante toda la vida con la prensa oficial. Ahora comprendo mucho mejor lo que ocurre en mi país y en el resto del mundo. La prensa libre informa y analiza, la prensa “tradicional” deforma y crea opinión (por supuesto favorable al poder, al sistema) y nunca analiza los asuntos a fondo (incluso se “analiza”, pero sin llegar al fondo de las cuestiones, más lo que ocurre en el otro lado del mundo que lo que ocurre en nuestro propio país), nunca va al “grano”, siempre distrae y centra su atención en lo superficial, en lo banal, en lo macabro, en los sucesos más escabrosos y morbosos, prensa que casi se ha convertido en exclusivamente rosa y negra (en una crónica continua de cotilleos, muertes, accidentes y violencia). En la prensa oficial los hechos ocurren por que sí, sin motivos aparentes, los hechos están inconexos, no existe la relación causa-efecto, y por supuesto en dicha “prensa” se manipula y oculta sistemáticamente (de manera muy sutil, inteligente y hábil). Viendo la prensa oficial uno piensa que el mundo es un desastre (a pesar de que esto se intenta suavizar) y no tiene solución, no comprende lo que pasa ni intuye cómo podrían arreglarse los problemas, aunque desde luego sí intuye que no le cuentan todo, que ocultan algo, que “huele a podrido”. Esa “prensa” incita al estoicismo, a recluirse, a aislarse, a rendirse, a desentenderse, a insensibilizarse. Viendo la prensa libre uno sabe PORQUÉ el mundo es un desastre y sabe cómo PODRÍA arreglarse. Esta PRENSA incita a pensar, a concienciarse, a comprender, a involucrarse. El contraste es enorme y evidente. Yo desde aquí incito al lector a desprenderse de sus prejuicios y a descubrir la verdadera prensa, a acceder a la prensa alternativa (si es que no la conoce aún), descubrirá todo un mundo de información que permanecía oculto para él. Al principio podrá pensar que es demasiado “radical” y que está demasiado sesgada hacia los sectores más “antisistema” (dicho “sesgo” es en cierto modo lógico, la prensa alternativa se centra en dar voz a los que no la tienen en la prensa oficial, no pretende repetir lo mismo que la prensa de masas, pretende aportar información que no es posible ver en la prensa habitual para contrastarla con ésta, y para ello ejerce cierta “discriminación positiva”).
Pero poco a poco, si se atreve a indagar, verá que muchas “verdades” que daba por hechas e indiscutibles, simplemente no lo son, verá que muchas “verdades” que nos han “vendido” a lo largo de muchos años, son simplemente mentiras, empezará a comprender mucho mejor el porqué de las cosas, verá que hay gente que piensa como él (que no está tan solo como pensaba), verá cómo se confirman sus intuiciones (“caerá” en aquellas cuestiones que ya intuía de lejos, comprobará que efectivamente “todo está podrido” como sospechaba, pero mucho más de lo que imaginaba), verá cómo “suena” mucho más convincente lo que ve en dicha prensa (cómo concuerda mucho más con la realidad que percibe a su alrededor, con el sentido común y con la razón). La prensa libre permite que un simple ciudadano de a pie como yo, pueda publicar sus opiniones. Esto es casi imposible en la prensa oficial (a no ser que no se toque ningún tema “espinoso”, a no ser que la opinión emitida no sea una crítica seria al sistema o al poder, a no ser que se hable pero sin decir nada “peligroso”). Incluso en algunas páginas web de la prensa alternativa existe la posibilidad de la libre publicación de artículos por parte de cualquier ciudadano (sin ni siquiera la necesidad de estar registrado). Los foros de opinión en la prensa libre son casi siempre totalmente abiertos (no se requiere registro previo). En definitiva, la participación ciudadana en la prensa alternativa es mucho mayor (es decir, mucho más libre, no estamos hablando de la cantidad de gente que participa, sino de su grado de participación) que en la prensa oficial. La prensa libre tiene una calidad que la distingue claramente del resto de la prensa. Una calidad que tiene que ver más con los contenidos que con las formas de presentación (la prensa libre no puede competir con los medios de la prensa oficial y por tanto no tiene las posibilidades de presentación de la información que tiene ésta). Pero lo más importante es el contenido, la información contenida es más importante que su presentación, que su vistosidad. Y esa calidad es consecuencia de la libertad con la que sus profesionales trabajan, con la que los ciudadanos pueden participar. Libertad que es consecuencia de su independencia, de su no subordinación a los intereses del poder económico ni al mercado. Libertad que ha sido la que me ha permitido a mí también colaborar con ella, la que me ha permitido escribir este libro. Me he permitido el “lujo” de escribir lo que pienso, sin ninguna presión de nadie, sin miedo de perder mi empleo, sin miedo al éxito o al fracaso, sin la obsesión por vender (puesto que no ha habido ningún afán de lucro ni de protagonismo personal, desde el principio tuve claro que el libro sería gratuito y accesible a todo el mundo), sin ningún interés más que el de contribuir (humildemente y con la mejor intención) a la aportación de ideas para mejorar el mundo que nos ha tocado vivir. Libertad de expresión que es uno de los pilares fundamentales de una democracia. Sin verdadera libertad de expresión, no hay verdadera democracia. En nuestro país la libertad de expresión (pública) es prácticamente inexistente para la mayoría y privilegio de unos pocos. Porque aunque yo haya podido escribir y de alguna manera divulgar este libro, esto ha sido sólo posible gracias a que Internet se está convirtiendo en el “talón de Aquiles” de las democracias “controladas”. Debemos impedir que Internet acabe siendo controlado, acabe siendo dominado por los mismos que controlan los medios de comunicación “tradicionales”. Internet se ha convertido casi en la única esperanza real de libertad de expresión. Hay que luchar por que siga así. No es de extrañar que la prensa alternativa esté en pleno auge, cada vez acude a ella más gente desencantada con el cariz que está tomando la prensa tradicional, gente ávida de verdadera información, de verdadera opinión. Esto está incluso presionando a la prensa oficial a abrirse, a reinventarse para no seguir perdiendo credibilidad. Ya empiezan poco a poco a verse ciertas noticias relacionadas con temas que hasta ahora eran tabú (véase la monarquía), quizás sea el principio del fin de la censura sistemática en la prensa oficial, o quizás simplemente sea una forma de aparentar cierta “apertura” tímida para sobrevivir. En cualquier caso, actualmente la prensa alternativa es la única fuente de noticias u opiniones que tengan que ver con la “cara más oculta del sistema”, con su “auténtico rostro”. En el capítulo de referencias se muestran algunas noticias interesantes aparecidas en la prensa alternativa (mayoritariamente) y en la prensa oficial (tímidamente).
Los principales pilares de la democracia (libertad de expresión, independencia de poderes, control público y transparencia de los mismos, pluralidad, respeto a las minorías, igualdad de oportunidades, etc.) no se cumplen o se cumplen muy insuficientemente en España. Incluso el voto de los ciudadanos (principal característica que nos separa de una dictadura formal), no se ejerce en las mínimas condiciones exigibles en una democracia (pocas opciones donde elegir, y cada vez menos, al tender a un bipartidismo de partidos cada vez más parecidos salvo ligeras diferencias “cosméticas”, voto “demasiado útil” por una ley electoral injusta que impide el cumplimiento del clásico principio de la teoría del Estado democrático “un hombre, un voto”, que restringe seriamente la pluralidad en las instituciones, que con la excusa de facilitar la gobernabilidad limita mucho la representatividad de la sociedad, información cada vez más escasa, banal y de peor “calidad” sobre los candidatos a elegir, etc.). El voto de los ciudadanos es cada vez menos libre. Por tanto, podemos afirmar rotundamente que estamos más lejos de la verdadera Democracia, que de una dictadura “camuflada”. Tenemos una democracia “aparente”, “bajo mínimos”. Con una aparente pluralidad política, con una aparente libertad de prensa, con una prensa aparentemente plural. Dicho de otra manera, tenemos una democracia muy escasa (con una pluralidad muy escasa). La democracia no sólo se tiene o no se tiene, se tiene en mayor o menor grado. Y el grado de democracia en España es actualmente muy bajo (está cerca del umbral por debajo del cual ya no podemos considerar que tenemos democracia) y lo verdaderamente preocupante es la tendencia hacia niveles de democracia cada vez menores, la poca “democracia” que tenemos se está “desnaturalizando” (esto es un fenómeno que también ocurre a nivel internacional, aunque en España ocurre con más intensidad y además se parte de un nivel ya de por sí inferior). Necesitamos desarrollar la democracia en nuestro país, primero para situarnos a la altura de nuestros vecinos europeos, y a continuación, para corregir los defectos de las democracias llamadas representativas. Defectos que en su mayoría provienen del incumplimiento de sus postulados teóricos. Aún no hemos llegado al “techo” del modelo de la democracia representativa. Ésta puede dar aún mucho de sí.
El desarrollo de la democracia es uno de los retos más importantes que tiene la humanidad para su propia subsistencia (en un momento histórico en el que tenemos la capacidad tecnológica de destruir nuestro planeta varias veces, es urgente aprender a convivir en paz, es urgente desarrollar la democracia). Dicho desarrollo debe implicar la mejora de la “técnica” democrática (el desarrollo de los distintos modelos de democracia: representativa, participativa, deliberativa, directa) para aumentar y mejorar la participación ciudadana (en las “democracias” actuales el pueblo no es el protagonista del sistema político, su participación en las decisiones colectivas es mínima y su control de la gestión pública es casi nulo, el pueblo tiene un papel mínimo y pasivo). Y debe suponer la extensión de su ámbito de aplicación a todos los “rincones” de la sociedad (en particular también a la economía). Si admitimos que la democracia es el mejor método de convivencia, entonces debe haber democracia allá donde haya convivencia. Todo grupo social al que deba pertenecer obligatoriamente cualquier ciudadano debería regirse por normas estrictamente democráticas. En principio, quedan descartadas aquellas organizaciones donde no tiene sentido aplicar la democracia por cuestión de eficacia operativa (ejércitos, tripulaciones de aviones o barcos, etc.). Cuando un ciudadano puede elegir libremente pertenecer a un grupo que no tenga que ver con la satisfacción de sus necesidades más básicas (por ejemplo, que no sea una organización del mundo laboral), entonces dicho organismo no tiene por que regirse por normas democráticas. Sin embargo, un partido político es un organismo especial que debe por un lado defender ideas que no atenten contra los principios básicos democráticos (es decir, contra los derechos humanos) y que debe por otro lado tener un funcionamiento interno escrupulosamente democrático. En democracia no se pueden consentir partidos políticos antidemocráticos. Los únicos limites de la democracia son los derechos humanos, son los principios básicos democráticos. Si admitimos que los derechos humanos son irrenunciables, entonces la democracia (cuyo objetivo fundamental es su cumplimiento) también es irrenunciable y debe protegerse. No se puede eliminar la democracia, ni siquiera democráticamente. Esto no significa que la forma de implementarla sea única e intocable (lo que debe ser intocable es su filosofía, sus principios elementales). Ni tampoco significa que deba impedirse la existencia de organizaciones (no partidos políticos) que defiendan ideas antidemocráticas (siempre que lo hagan de forma pacífica y respetuosa). Ni tampoco significa que deba criminalizarse cualquier idea que replantee el sistema actual (el régimen político o el sistema económico o la estructura territorial), siempre que no atente contra los derechos humanos, y por tanto no pueda ser defendida desde un partido político. En cualquier caso, el Estado debería indicar claramente qué derechos humanos se vulneran (en caso de que se vulneren) en cualquier organización. Se deben garantizar los derechos humanos pero no se puede obligar a asumirlos en caso de libre elección, siempre que esto no afecte a los de otras personas que no deseen renunciar a ellos. Es fundamental fomentar los principios democráticos (diálogo, debate, crítica, respeto, tolerancia, acatamiento de la voluntad mayoritaria, libertad de expresión y de pensamiento, derechos humanos) en la educación y en los medios de comunicación. Éstos deben volver a servir a la sociedad, es necesario que la prensa recupere el código deontológico, la dignidad, la imparcialidad y la libertad. Y para ello es imprescindible que la prensa sea independiente, es imperativo separar todos los poderes y obviamente también el mal llamado cuarto poder. Sin una prensa libre, no hay futuro para la democracia. La educación debe permitir la adquisición de conocimientos indispensables para vivir en una sociedad participativa pero sobre todo debe permitir formar a las personas para que aprendan a pensar bien, para que aprendan a razonar correctamente, deben “formar” las mentes más que “rellenarlas” de datos (pensamiento libre y crítico).
La democracia debe existir desde el ámbito más local al más internacional. La globalización económica está desplazando el poder político desde el ámbito nacional al internacional. Los gobiernos de los países ceden parte de su soberanía (de sus decisiones) a organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o la burocrática Unión Europea. Organismos que además de no ser (en muchos casos) democráticos, son controlados por el poder económico internacional (por ejemplo la Trilateral). Esto significa que las decisiones que afectan a los ciudadanos son tomadas cada vez más “lejos” de ellos y por organismos que no les representan. La globalización económica (además de generar los conocidos problemas económicos a los trabajadores del planeta) está poco a poco “disolviendo” la poca “democracia” existente en el mundo. Es imprescindible que dichos organismos tengan un papel meramente consultivo (o que cuando no sea así, sean plenamente democráticos y representativos). Es imprescindible evitar el “rapto” o la “cesión” interesada de la soberanía popular de los parlamentos y gobiernos nacionales a los organismos internacionales no democráticos o poco democráticos. El peligro de la “construcción europea” no radica tanto en la pérdida de soberanía nacional de los Estados sino en la pérdida de la poca soberanía popular que tienen sus ciudadanos. La “construcción europea” debe hacerse de modo escrupulosamente democrático para que las instituciones que deciden las políticas comunitarias tengan una relación directa y cercana con los ciudadanos, para que la distancia entre los órganos decisorios y el pueblo sea la menor posible, para que la soberanía popular no se pierda en una “maraña de pasillos interminables” de una burocracia excesiva y alejada de la calle, para que los gobiernos no utilicen la Unión Europea para regular sobre cuestiones que les estarían vedadas por los ciudadanos en sus propios Estados.
Este es uno de los grandes peligros: el alejamiento de las instituciones burocráticas europeas de los ciudadanos europeos, el posible retroceso en democracia. Europa debe construirse avanzando en democracia, avanzando en el cumplimiento de los derechos humanos, avanzando socialmente, con el objetivo primordial de mejorar las condiciones de vida de sus ciudadanos. Debe construirse por y para los ciudadanos, no contra ellos. Debe ser una Europa de los ciudadanos y no de las empresas, de las personas físicas y no de las personas jurídicas. El gran peligro que nos depara el futuro a todos los ciudadanos de nuestro planeta es que el poder económico (que ya tiene controlado al poder político) directamente “entierre” al poder político. Los pueblos del mundo (en especial los que están más avanzados) deben buscar soluciones para que el poder económico no acabe controlándolo todo, debe someter dicho poder al político y debe “acotarlo”. La lucha por la verdadera democracia es en realidad también la lucha por la supremacía de la política sobre la economía, por la recuperación de la política, por su liberación del poder económico, por el sometimiento de la economía a la política (y no al revés). Por otro lado, es imprescindible democratizar el funcionamiento de la ONU y potenciarla para que sea el árbitro efectivo en todos los conflictos y problemas internacionales, para garantizar la paz y el bienestar mundial (potenciando el Tribunal Internacional de Justicia, potenciando sus fuerzas de paz, etc.). Es necesaria una “globalización democrática”, la democracia debe ser universal (como universales son los derechos humanos). Es necesario desarrollar la Declaración Universal de los Derechos Humanos para corregir los flancos abiertos (faltas de concreción, posibles contradicciones, etc.) y para actualizarla. Es necesario que dicha declaración tenga carácter de ley de obligado cumplimiento para que deje de ser una mera declaración de principios que finalmente se queda en “papel mojado”.
En España, el desarrollo democrático implica, como mínimo, el planteamiento de un referéndum para que el pueblo elija por fin de forma explícita y en igualdad de condiciones entre monarquía y república. Evidentemente, en mi opinión, la mejor forma de avanzar en democracia en nuestro país sería mediante la instauración de la Tercera República (que debe ser por supuesto democrática, no estamos hablando de una república “bananera”). Al margen de lo que se opine de la monarquía actual, es obvio que la república es mucho más democrática que la institución monárquica (que es por definición antidemocrática). El problema, en mi opinión, es que en España, se nos quiere hacer ver (el sistema vigente nos quiere hacer ver) que la única diferencia entre república y monarquía sería que tendríamos un presidente de república elegido por el pueblo en vez de un rey (es la única forma que tiene el sistema actual de justificarse, no puede negar la evidencia de que la república es por principio siempre más democrática que la monarquía). Y esto no es así, el problema es que ESTA monarquía es más antidemocrática que cualquier otra de nuestro entorno (por su herencia y por sus prácticas actuales). El problema en España no es sólo si monarquía o república (como en el resto del mundo), el problema es si ESTA monarquía o UNA república (CUALQUIER república democrática). Los monárquicos intentan evitar siquiera el planteamiento de una posible Tercera República del futuro criticando la Segunda República del pasado (y además falseando la historia, comparándola con la dictadura, como si la Segunda República fuera comparable al franquismo, como si hubiera sido también condenada internacionalmente, como si también hubiera dirigido una dura represión, como si en ella hubieran existido también campos de exterminio, como si no hubiera sido instaurada democráticamente por el pueblo, como si hubiera sido también el resultado de un golpe de estado ilegal). Intentan achacar a la propia Segunda República los problemas que ésta sufrió y de los que fue la principal víctima política. Pero al mismo tiempo, y esto es lo curioso y contradictorio, justifican ESTA monarquía idealizándola, recurriendo al concepto teórico de LA monarquía. Es decir, recurren a comparar LA (no ESTA) monarquía del presente con ESA república del pasado (como si las circunstancias de esa época fueran las mismas que las actuales).
Intentan deslegitimar el propio concepto general de república (LA república) criticando una experiencia concreta del pasado y diciendo que por esa experiencia ya no tiene ningún sentido en nuestro país el modelo de Estado existente en la mayor parte de países del mundo en la actualidad, y al mismo tiempo, defienden un modelo de Estado claramente anacrónico (y en retroceso en el mundo) por una experiencia del presente idealizada, y a la vez olvidando las experiencias pasadas (algunas de la misma época que ESA república en la que se basan para “argumentar”) de la monarquía española (como si ésta estuviera libre de “pecados”). Defienden una monarquía idealizada, sacralizada (y probablemente muy lejana de la realidad) existente frente a una república del pasado “distorsionada”, que por otro lado no tiene por que ser necesariamente la del futuro. Defienden un concepto idealizado de la monarquía del presente frente a un concepto demonizado de república distorsionando sus experiencias prácticas del pasado, a la vez que olvidando las experiencias prácticas del pasado de la monarquía. Si tuviéramos que tener en cuenta, además del presente, el pasado (y no sólo el de principios del siglo XX, sino el más cercano), lo que debería descartarse como modelo de Estado es precisamente la monarquía (heredada de forma directa de una dictadura). Aquellos mismos que fomentan la “amnesia” histórica reciente (apelando al espíritu de “mirar para adelante”, de “pasar página”), recurren a hechos históricos anteriores cuando les conviene (hechos que encima falsean interesadamente). En resumen, los monárquicos no tienen argumentos serios para combatir la idea de república, deben recurrir a argumentaciones muy “estrambóticas” y “extravagantes”, deben recurrir a crear confusión y “ruido” y sobre todo necesitan censurar el movimiento republicano para sobrevivir. Pero muy a su pesar, el debate república/monarquía es una cuestión que sigue latente y que en el futuro cobrará mayor protagonismo. En cuanto las ideas republicanas puedan ser defendidas públicamente en igualdad de condiciones que las ideas monárquicas, el movimiento republicano será imparable.
La estructura básica del Estado nos afecta a todos, no podemos aspirar a mejorar nuestras condiciones de vida si dicha estructura lo impide (véase, justicia, vivienda, sanidad, etc.). España debe cerrar definitivamente la página de la “transición” y esto implica inevitablemente, tarde o pronto, el susodicho referéndum y la declaración del franquismo como ilegal en su totalidad y con todas las consecuencias. Los crímenes contra la humanidad no prescriben y no deben quedar impunes. Los problemas que tiene la democracia española son muchos de ellos comunes a la mayoría de las democracias de nuestro entorno, pero en España dichos problemas son más agudos, y además en nuestro país tenemos ciertos problemas exclusivos por la herencia de nuestra historia reciente. La República puede suponer un avance importante, pero no tanto por la magnitud del “paso” dado (que también) sino sobre todo por el hecho de dejar de estar “parado”, por el hecho de iniciar un “camino continuo” hacia la democracia plena, por el hecho de desbloquear el desarrollo democrático (actualmente “estancado”). El verdadero avance es empezar a avanzar, es dar un PRIMER paso para posteriormente seguir “andando”. La República no es el fin en sí mismo, es la forma que debe adoptar el Estado democrático, es la forma de avanzar en democracia, es un primer paso importante hacia una sociedad plenamente democrática. Tampoco debemos conformarnos con cualquier República (“no hay que juzgar el contenido por el envoltorio”). La República debe tener “contenido”, pero éste debe consistir sólo en las “reglas del juego democrático” (nada más y nada menos). No sólo se trata de posibilitar que el jefe de Estado sea elegido democráticamente (aunque esto mismo ya supone un avance importante), se trata sobre todo de desarrollar la democracia hasta sus últimas consecuencias. Así como tampoco se trata de establecer cierto “juego” (de imponer cierta “ideología”, de imponer ciertas políticas por ley), no hay que confundir las “reglas del juego” con el propio “juego”. Las “reglas del juego” deben posibilitar que “el juego sea limpio y dinámico”, debe evitar un “falso juego”, un “juego estancado y excesivamente limitado”. La Constitución de la nueva República no debe ser obstáculo (más bien al contrario) para ser ella misma mejorada, debe estar suficientemente “abierta” para posibilitar (e incluso fomentar) la evolución permanente. La República debe posibilitar un desarrollo CONTINUO de la democracia, que a su vez posibilite la aplicación de políticas verdaderamente plurales para aumentar notablemente la probabilidad de resolver los problemas de la sociedad. La democracia, no lo olvidemos, tampoco es un fin en sí mismo, sino que es el medio para conseguir una sociedad justa y libre, para conseguir convivir en paz. En definitiva, la República debe suponer el INICIO del desarrollo democrático en España, así como la democracia debe suponer la “herramienta” fundamental para mejorar la sociedad.
El movimiento republicano español tiene el gran reto de luchar ACTIVAMENTE por la concienciación masiva sobre la NECESIDAD de la Tercera República española y para ello debe iniciarse un debate “interno” (pero abierto a la sociedad) sobre el MODELO que debe adoptar dicha república. La república no debe ser sólo la negación de la monarquía sino que debe ser un modelo alternativo perfectamente definido y conocido. El camino hacia la Tercera República será largo y difícil. Es imprescindible que a esta marcha se vaya uniendo progresivamente la mayoría de la población. Para ello es necesaria la unidad de acción republicana, sobre la base de que la República debe suponer más democracia y sobre la base de que el “camino a recorrer” debe hacerse usando la propia democracia como herramienta fundamental.
La izquierda mundial (la verdadera, la que no renuncia a cambiar radicalmente el sistema) debe resurgir. Tiene los grandes desafíos de recomponerse internamente, de recuperar la comunicación con la sociedad, de desarrollar la democracia, como herramienta imprescindible para transformar la sociedad, para conseguir una sociedad más justa y libre. La izquierda debe esforzarse por hacer ver al pueblo que es posible y necesario mejorar NOTABLEMENTE la democracia y que ésta es FUNDAMENTAL para conseguir mejores condiciones de vida. La causa del desarrollo democrático es una causa fácil de defender y de ser aceptada por el conjunto de la población. Por tanto se puede convertir en el auténtico “catalizador” del renacimiento de la izquierda si ésta sabe abanderarla adecuadamente. Las revoluciones violentas no parecen ser actualmente la “salida” a los problemas de la sociedad capitalista (aunque en casos extremos quizás se puedan dar las condiciones para que se produzcan, pero más por la desesperación que por la fe en que realmente puedan resolver los problemas de fondo). La falta de liderazgo político, la falta de organizaciones de izquierda revolucionarias fuertes capaces de liderar a las masas, probablemente harían fracasar dichas revoluciones, que más bien serían explosiones violentas espontáneas y desorganizadas movidas por la desesperación ante la situación actual más que por la fe en alternativas que implementar (entre otras cosas por el desconocimiento general de las mismas). Algunos de los mayores avances sociales en el mundo los estamos viendo en países que consiguen hacer revoluciones “tranquilas” y pacíficas (a pesar de ciertos brotes de violencia puntual instigados por las clases dominantes y por las oligarquías nacionales e internacionales que se oponen a los cambios) desde sistemas “democráticos” (aunque dichas democracias sean inicialmente muy limitadas), desde dentro del propio sistema (cuando éste no puede impedir, a pesar de todo, el acceso al poder político de fuerzas “descontroladas”). Parece que el camino a seguir para poder avanzar socialmente es profundizando en democracia, no tanto rompiendo con los sistemas “democráticos” actuales sino más bien haciéndolos desarrollar hacia auténticas democracias. La izquierda debe aprender de las experiencias históricas para usar nuevas estrategias. Siempre es imprescindible actualizar y refinar las teorías en base a los éxitos o fracasos de las experiencias prácticas, hay que huir de los dogmatismos. La revolución está tanto en el fin como en el medio de alcanzarlo. No puede llevarse a cabo un fin revolucionario sin un medio revolucionario, sin una nueva manera de hacer las cosas. No puede conseguirse un mundo nuevo con los viejos métodos de siempre, con éstos sólo se consigue cambiar el aspecto del mismo pero no su esencia. Un objetivo revolucionario no se puede conseguir sin una herramienta revolucionaria. La democracia auténtica debe ser la herramienta que permita la revolución de la sociedad porque ella misma es a su vez revolucionaria. En realidad, la verdadera revolución consiste en cambiar radicalmente la manera de hacer las cosas, y la democracia verdadera es la más revolucionaria de las formas de hacer las cosas (tan es así que prácticamente aún no se ha intentado en la historia de la humanidad). El desarrollo de la democracia debe ser la nueva estrategia de la izquierda en el siglo XXI.
La izquierda debe liderar a las masas formándolas, concienciándolas, asesorándolas, apoyándolas, dirigiéndolas, pero NUNCA debe suplantarlas. La izquierda debe hacer una ardua labor de concienciación masiva para combatir el conformismo y la pasividad, para cambiar el pensamiento general de que “esto es lo que hay”, de que “siempre ha sido así y siempre será así”. La izquierda debe llegar a la gente “despertando” sus mejores sentimientos y sus mejores cualidades mentales como seres humanos, es decir, apelando al corazón y a la razón. Debe hacer ver al pueblo que hay alternativas al sistema actual, que es posible y necesario cambiarlo. Y para esto, es imprescindible usar un lenguaje sencillo, directo, concreto y asequible al ciudadano medio, al trabajador, a toda la población. Es imprescindible facilitar al ciudadano de a pie el acceso a ideas alternativas organizándolas de manera eficiente en documentos accesibles gratuitamente (por un lado documentos introductorios que le permitan tomar contacto de manera resumida, breve, amena y cómoda con las principales ideas, y por otro lado, documentos de referencia que le permitan profundizar en las ideas expuestas en los primeros documentos). Es imprescindible hacer una exhaustiva labor de recopilación y selección de documentación para evitar desbordarlo de un abrumador exceso de información caótica y mal organizada. Organizarse bien siempre es necesario para ser eficiente, pero es imprescindible cuando se pretende cambiar el mundo. Es más, la única forma de cambiar realmente el mundo es que las masas se organicen, se unan y se coordinen (alrededor de organizaciones de izquierda populares que deben ser sus instrumentos, que deben estar al servicio de ellas y no al revés). Sólo será posible alcanzar la verdadera democracia si las masas son capaces de organizarse (condición necesaria aunque no suficiente). En este punto, las nuevas tecnologías, como Internet, pueden facilitar mucho la labor de organización y de difusión de ideas. Pero, sin descuidar nunca la teoría, la izquierda debe dar prioridad a la práctica, debe estar siempre en permanente contacto directo con la realidad, escuchando al pueblo, es decir, a los trabajadores, a los desfavorecidos, a la población en general (e incluso a los privilegiados, para tener una visión global y fiel a la realidad de la sociedad que pretende mejorar). Debe incitar a los trabajadores a asociarse en cooperativas, en empresas democráticas de titularidad conjunta, formando, asesorando y apoyando lo máximo posible (en base a otras experiencias, empezando por las de las propias organizaciones populares de la izquierda). Hay que ir construyendo poco a poco realidades alternativas a las actuales, pasando de las palabras, de la teoría (pero sin nunca descuidar ésta, imprescindible primer paso) a los hechos, a la práctica. La izquierda debe ser ACTIVA y denunciar en TODOS los frentes posibles los defectos de las “democracias” actuales, debe esforzarse por deslegitimar al sistema actual, y al mismo tiempo, debe ir creando una sociedad nueva dentro de sus organizaciones populares. Como dijo Noam Chomsky: Si se va a una manifestación y luego a casa, es importante, pero los poderosos pueden soportarlo. Con lo que no pueden vivir es con una presión sostenida que funcione, con organizaciones que hagan cosas, gente que aprenda lecciones para mejorar su actuación en el futuro. Cualquier sistema de poder, incluso una dictadura fascista, reacciona ante la disidencia popular. […] Si las elecciones son una cita donde una parte de la población acude y presiona un botón cada par de años, no se preocupan.
Pero si los ciudadanos se organizan para presionar sobre un determinado aspecto, y a su vez presionan a los elegidos sobre ese asunto, las elecciones pueden tener una importancia significativa. […] Se pueden organizar métodos de presión sobre nuestros representantes. […] También se pueden realizar nuestras propias investigaciones. […] Los resultados de la investigación pueden cambiar la manera de pensar de la gente. Las verdaderas investigaciones son siempre fruto de un trabajo colectivo, y sus resultados pueden contribuir significativamente a incrementar la conciencia de la gente, aumentando la capacidad de crítica y de conocimiento de la realidad, y conducir a una acción constructiva.
La izquierda debe recordar que luchando por conseguir verdaderas democracias en los llamados países del Primer Mundo, en los países poderosos que marcan las pautas de la política internacional, se lucha además contra el imperialismo, contra la alienación del Tercer Mundo. Mientras las “democracias” de los países más desarrollados estén “secuestradas” y controladas por oligarquías cuyo único fin es el mantenimiento (incluso el aumento) de sus privilegios, a cualquier precio, a costa de las vidas de seres humanos inocentes (en cualquier parte del mundo) que muchas veces no tienen ni siquiera comida que llevarse a la boca, no será posible un mundo mínimamente justo, digno y humano. Hay que “atacar” el núcleo del sistema que permite (y fomenta) el hambre, las desigualdades escandalosas, las guerras, las dictaduras (formales o “camufladas”). Y dicho núcleo es el sistema político de las llamadas “democracias occidentales”. El día en que existan verdaderas democracias en los países más desarrollados del planeta (democracias que tendrán como referencia fundamental la universalidad de los derechos humanos), es cuando realmente podrán erradicarse los grandes males de la humanidad. Democracias que fomentarán (al contrario de lo que hacen en la actualidad) la paz, la justicia, la libertad, la igualdad, el sistema democrático, en todos los países del mundo, produciéndose un auténtico “efecto dominó” a escala planetaria.
Debe crearse un frente unitario internacional de izquierdas (que a su vez aglutine a los frentes unitarios de izquierdas nacionales o locales) que consiga una verdadera unión sustentada en el respeto escrupuloso de todas sus corrientes, en la priorización de sus objetivos comunes y en la democracia radical (tanto en las ideas defendidas como en la forma de defenderlas, tanto en sus postulados como en su funcionamiento interno). La izquierda tiene que ser ejemplar en sus comportamientos para tener credibilidad. Pero además, dicho frente unitario tiene que tener una organización muy eficiente, tiene que estar muy bien estructurado para que su funcionamiento sea viable y pueda realmente llevar a cabo su ambiciosa labor de liderar y forzar cambios en la sociedad. Tan importante es una unión éticamente aceptable como una unión eficaz en su funcionamiento, sin lo uno no es posible lo otro. Cuando la izquierda (es decir las masas organizadas) haya sido capaz de organizarse bajo los principios de la verdadera democracia, es cuando realmente será posible “exportar” dicho modelo de democracia al conjunto de la sociedad. Sólo con una izquierda verdaderamente unida (y por tanto fuerte), verdaderamente comprometida con cambiar el sistema y capaz de hacerlo por su propia experiencia, será posible ir rumbo a la democracia, será posible desbloquear el desarrollo democrático. A la espera del resurgimiento de una izquierda fuerte y decidida por el desarrollo democrático, se puede usar la abstención (no votar en los procesos electorales) como forma de presión, como forma de deslegitimar el sistema “democrático” actual, por lo menos evitando que éste nos utilice como si fuéramos sus “marionetas” para perpetuarse.
Pero además de organizarse colectivamente, también es necesario un compromiso personal de cada individuo que conforma la sociedad. Como dijo Edmund Burke, Para que triunfe el mal, basta con que los hombres de bien no hagan nada. Sólo es posible cambiar el sistema, si entre todos colaboramos, si cada uno de nosotros adopta una actitud responsable, activa y comprometida por cambiarlo, si aprendemos a ser distintos, si aprendemos a ser nosotros mismos, si nos rebelamos contra todo aquello que va contra lo mejor de la esencia del ser humano, si empezamos a practicar una rebelión individual en nuestra vida cotidiana. Hay que por lo menos, dejar de ser “cómplice” del sistema actual, dejar de colaborar “ciegamente” con él. Hay que empezar a “mojarse”, a implicarse y a asumir la parte de responsabilidad que tenemos cada uno de nosotros. Podemos empezar a cambiar el mundo cambiando nosotros mismos para cambiar nuestro entorno más inmediato (“pensando globalmente y actuando localmente”). Hay que empezar a usar los medios a nuestro alcance (por ejemplo Internet) para difundir activamente ideas, para debatir, para luchar en el “frente de las ideas”. Hay que propagar la idea de la necesidad de avanzar en democracia a nuestros familiares, a nuestros amigos, a nuestros compañeros de trabajo, además de acudir a asambleas o a manifestaciones en la calle. Hay que ser ACTIVO también a nivel individual. Hay que predicar con el ejemplo aplicando en la práctica diaria nuestros principios teóricos. Si queremos conseguir una sociedad plenamente democrática, debemos aprender a comportarnos democráticamente en nuestra vida cotidiana. El sistema lo hacemos entre todos, nos afecta a todos y entre todos podemos y debemos cambiarlo. ¡Salgámonos del “guión” preestablecido, cambiemos el “guión”, rebelémonos contra el destino que nos han marcado, seamos dueños de nuestro propio destino!
La lucha por desarrollar la democracia, por partir rumbo a la Democracia, debe ser a todos los niveles y en todos los frentes. Debe ser una lucha conjunta y organizada (mediante organizaciones populares de izquierdas unidas y coordinadas) pero también individual (mediante el cambio de actitud de cada individuo que conforma la sociedad). Debe compaginar las luchas puntuales y concretas a corto plazo con una lucha global contra el sistema a largo plazo (no se trata sólo de “podar las ramas” del árbol, también hay que cambiar el “tronco”). Debe ser una lucha política pero también sindical, económica, cultural, etc. Debe ser una lucha teórica (en el “frente de las ideas”) pero también práctica (en la calle, en las empresas, en las instituciones, en los tribunales, etc.). Debe ser una lucha internacional pero también local. Debe ser una lucha TOTAL donde las distintas luchas parciales se complementen y realimenten mutuamente. Sin embargo, no hay que esperar a que se den todas estas condiciones para iniciar esta lucha total (sino nunca se iniciaría). La lucha debe comenzar aunque no se den todas las condiciones necesarias para que sea exitosa, éstas se irán dando progresivamente. Hay que empezar las luchas parciales (de hecho ya han comenzado, realmente siempre han existido en mayor o menor “intensidad”) para progresivamente irlas “coordinando”, para ir conformando la lucha total. La lucha total no “partirá de cero”. Una posible “hoja de ruta” sería por un lado que cada persona inicie ya su particular rebelión individual (en la medida de sus posibilidades), en particular (aunque no exclusivamente) el uso de la abstención, y simultáneamente, en paralelo, por otro lado, que las distintas organizaciones populares y políticas (comprometidas con el desarrollo de la democracia) inicien un proceso de contacto en búsqueda de objetivos comunes cara a una alianza estratégica de unidad de acción.
La progresiva unión de las organizaciones comprometidas con el desarrollo democrático deberá hacerse ineludiblemente a nivel local y a nivel internacional, quizás se puede hacer en ambos ámbitos en paralelo o quizás de un ámbito a otro (parece más factible unirse primero localmente para posteriormente hacerlo internacionalmente, aunque tampoco puede descartarse lo contrario). Las distintas corrientes de la izquierda deben hacer un enorme esfuerzo de integración y de ver más lo que les une (sus objetivos) que lo que les separa (la forma de alcanzarlos). En este punto puede ser muy útil plantearse objetivos a corto plazo en primer lugar para una vez alcanzados éstos replantearse nuevos objetivos. Es decir, la unión no tiene por qué hacerse en base a metas a largo plazo (excesivamente utópicas), sino que se puede hacer en base a metas concretas a relativo corto plazo. Por ejemplo, en España, la causa republicana puede suponer el “catalizador” de la reunificación de la verdadera izquierda sobre el que construir una unión inmediata con posibilidades de hacerse más duradera a largo plazo. En cualquier caso, la unión debe construirse mediante métodos radicalmente democráticos. Y además, la rebelión individual debe “promocionar” la lucha organizada y a su vez ésta debe también “promocionar” la primera. La lucha debe extenderse por toda la sociedad mediante una “promoción” continua. Es decir, se trata de ser ACTIVO tanto a nivel individual como colectivo. El objetivo a corto plazo debe ser presionar a las “democracias” actuales para forzar cambios que posibiliten ir corrigiendo sus errores y carencias y sobre todo para forzar su desarrollo continuo (lo más importante es “quitar el freno de mano para ponerse en marcha y que ésta no se detenga nunca”). De todas formas, existen claros antecedentes en la historia que posibilitaron el éxito (al menos inicial) de las revoluciones o que posibilitaron el acceso al poder político de fuerzas transformadoras, gracias a una eficaz labor de unión y organización. Es necesario aprender de las experiencias históricas para mejorar la lucha y para evitar repetir los errores cometidos (en particular los que condujeron a la degeneración de los ideales iniciales). Existe un “patrimonio cultural de luchas populares” que debe reutilizarse adaptándolo a los tiempos actuales, tampoco “partimos de cero”. Asimismo, los errores y aciertos de las experiencias actuales deben proporcionar los conocimientos necesarios para mejorar cada día la lucha. La experiencia práctica es siempre la mejor fuente de conocimientos.
La lucha democrática debe ser una lucha donde el fin no justifique los medios, donde el fin esté en los medios. Debemos alcanzar la Democracia de forma democrática, de forma pacífica, aprovechando todas las “grietas” del sistema actual. La receta teórica es bien sencilla: unión, organización, rebeldía, inconformismo, resistencia, respeto, determinación, activismo, iniciativa, idealismo, realismo, pragmatismo, paciencia, coherencia, inteligencia, astucia, originalidad, creatividad, imaginación, autocrítica, … y sobre todo PRÁCTICA DEMOCRÁTICA.
Aunque su ejecución, al contrario, es muy difícil (pero no imposible). La lucha democrática será larga y complicada, por la resistencia del poder a perder el control, por la dificultad de que el pueblo se una y se coordine (quizás el principal obstáculo), por la dificultad de que cada individuo se rebele. Pero es una “guerra” que en realidad es casi tan antigua como la propia humanidad. Realmente estamos hablando de un “contraataque” contra un poder que en las últimas décadas se ha afianzado. Se trata de una nueva fase en la “guerra” que mantiene la humanidad por su propia emancipación. Y hay ciertos indicios que parecen sugerir que esta nueva fase, en realidad, ya ha comenzado. Uno de estos indicios es quizás la existencia de este libro, que no es un caso aislado de concienciación sobre la importancia de la democracia y sobre la necesidad de desarrollarla. Las ideas expresadas en él se “huelen en el ambiente”, lo único que se necesita es que “recuperemos el olfato”, que “despertemos” del “sueño narcótico” en el que nos han sumido. Hasta tal punto se “huele en el ambiente” la idea de avanzar en democracia, que un simple ciudadano normal como yo, ha sido capaz de expresarla por escrito en un libro que ha llegado al lector mediante la “paloma mensajera” de nuestros días (Internet), mediante el “boca a boca digital”. Es imprescindible que empleemos los medios tecnológicos a nuestro alcance para que, por una vez, la tecnología sirva para emanciparnos en vez de para alienarnos, en vez de para entretenernos con asuntos secundarios. ¿Qué mayor utilidad puede tener la tecnología que conseguir mejorar las condiciones de vida de la mayoría de la gente facilitando la lucha por la democracia? Debemos ser conscientes de que las ideas expresadas en este libro son consecuencia de la actitud activa de un ciudadano NORMAL que simplemente ha decidido involucrarse y usar los medios a su alcance (medios cada vez más accesibles a la mayor parte de la población). No es necesario ser ningún “gurú” para llegar a las conclusiones expuestas en este libro. Cualquiera con un mínimo de inteligencia y de conocimientos, y sobre todo con una actitud ACTIVA, podría haber llegado a conclusiones similares o distintas (cualquiera puede involucrarse para opinar sobre el sistema político y la democracia). Esto es muy importante tenerlo en cuenta porque demuestra que el propio pueblo puede liberarse a sí mismo. El sistema siempre desea hacernos creer que es muy complejo “técnicamente” arreglar el mundo, necesita que nos sintamos (además de sumisos) inútiles e incapaces (ni siquiera de opinar), que dependamos de “élites” para poder controlar a éstas, para evitar intentar cambiar las cosas, para evitar siquiera replantearlas. “Élites intelectuales” que muchas veces (demasiadas) permanecen calladas en el mejor de los casos, cuando no apoyan descaradamente un sistema a todas luces injusto. Siempre es más fácil controlar a pocas personas que a todo un pueblo. Evidentemente tampoco hay que caer en el argumento simplista de creer que todo el mundo entiende de todo. Pero los conceptos fundamentales, las ideas principales expuestas en este libro sobre la democracia no son tan complejas, todo el mundo puede entenderlas, puede criticarlas y puede exponerlas. Es más, en una democracia es necesario que sea así, es necesario que el pueblo se involucre y comprenda el sistema político del que se supone debe ser protagonista. No hay que dejar que la indiscutible complejidad de los “detalles técnicos” de implementación nos impidan ver la sencillez de los principios democráticos. Así como no hay que dejar que los “detalles técnicos” dominen sobre los principios (¡cuántas veces se intenta justificar graves defectos, graves incumplimientos de principios básicos, por cuestiones puramente “técnicas” de importancia secundaria!). Los detalles de cómo llevar a la práctica la democracia deben estar “al servicio” de los principios fundamentales democráticos y no al revés, y nunca pueden servir de justificación del incumplimiento de ninguno de dichos principios. El mundo es complicado de arreglar, pero no tanto porque no se sepa en teoría qué podría hacerse, sino que sobre todo por la falta de voluntad de llevarlo a la práctica (falta de voluntad de la élite dominante, plenamente justificada porque sus intereses van por otro lado, y falta de voluntad del pueblo, plenamente injustificada, por emanciparse a sí mismo), además de por las innegables dificultades “técnicas” por implementar la teoría (pero estas dificultades no son la principal causa por la que dicha teoría no se intenta llevar a la práctica). En todo caso, lo que nunca puede justificarse es no intentar mejorar la democracia paralizando su desarrollo, evitando seguir avanzando para superar las inevitables dificultades de su puesta en práctica. Siempre todo es mejorable y nunca debe dejarse de intentar mejorarlo (y más aun cuando se trata del sustrato básico de organización de la sociedad, como es el sistema político).
La lucha por la democratización plena debe ser una lucha sin grandes protagonismos ni excesivos liderazgos. Es inevitable en toda lucha organizada cierto liderazgo, pero éste debe ser sobre todo “técnico” (es decir, su función debe ser básicamente la coordinación y la ejecución de decisiones tomadas democráticamente en asambleas populares), limitado y transitorio, en ningún caso debe ser ideológico (esto no significa que no deba haber ideología, significa que ésta no debe ser “patrimonio” de nadie). El pueblo debe tomar la iniciativa si desea emanciparse, no puede esperar a que nadie lo haga por él (ni siquiera puede esperar una verdadera emancipación de una “vanguardia” intelectual, en todo caso sólo puede esperar un “empujón”), y debe protagonizar su emancipación. La verdadera emancipación debe consistir en hacerlo por sí mismo.
Pero lo realmente importante es la VOLUNTAD, sin ésta no hay nada que hacer.
Como decía Einstein, Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad. Debemos tener las ideas claras y tener la determinación de LUCHAR por ellas sin esperar resultados inmediatos, simplemente por la obligación moral (además de por las necesidades materiales) que tenemos de intentar un mundo mejor, de intentar no destruirlo, de intentar no destruirnos a nosotros mismos. Hay que LUCHAR por que las utopías dejen de serlo, si no lo intentamos nunca dejarán de serlo. Como dijo Noam Chomsky, Si supones que no existe esperanza, entonces garantizas que no habrá esperanza. Si supones que existe un instinto hacia la libertad, entonces existen oportunidades de cambiar las cosas. Si a lo largo de la historia, la humanidad ha conseguido ciertos avances, ha sido gracias a que ciertas personas no renunciaron a las utopías. Las utopías de hoy pueden ser realidades del mañana, así como ciertas utopías del pasado son realidades en el presente. Si hemos sido capaces de volar (cuando en el pasado nos parecía no sólo utópico sino que imposible), debemos ser capaces de convivir en paz, de conseguir una sociedad justa y libre, de desarrollar la democracia como “herramienta” fundamental para lograrlo. Nuestra propia supervivencia como especie (y la de nuestro planeta) está en juego. Una sociedad sin utopías es una sociedad sin rumbo. Y una sociedad sin rumbo no puede evolucionar, es decir, no puede mejorar (puede cambiar pero no necesariamente a mejor). Las utopías marcan el rumbo de la evolución de la sociedad. A cuanto más aspiremos, más conseguiremos. Y a su vez, las condiciones materiales de nuestra existencia y la legítima aspiración a mejorarlas crean las utopías, crean las ideas. Las utopías son NECESARIAS para mejorar la realidad y a su vez “nacen” de ella. La realidad “imperfecta” crea utopías y a su vez éstas perfeccionan dicha realidad (siempre que se consigan llevar a cabo, para lo cual lo primero, que no único, es no renunciar a ellas). Como decía el famoso lema de mayo del 68, Seamos realistas, exijamos lo imposible. Los logros que ha conseguido la humanidad no se han producido nunca “espontáneamente”, han sido siempre el resultado de luchas populares muy sacrificadas y duras lideradas por personas con nombres y apellidos que se han involucrado PERSONALMENTE y que han sabido llevar a la realidad (a pesar de las enormes dificultades) las utopías que muchos de sus congéneres de su época consideraban imposibles de alcanzar. Si no sólo renunciamos a las utopías actuales (posibles realidades del futuro), sino que además no hacemos nada para evitar que las utopías del pasado (realidades del presente que tanto costaron lograr) “desaparezcan” (en perjuicio de la mayoría de la sociedad y en beneficio de una minoría privilegiada) entonces la sociedad no evoluciona (no mejora) sino que al contrario involuciona (empeora) y, en el peor de los casos, incluso se encamina a su autodestrucción. El sentido del cambio (a mejor o a peor) de la sociedad depende (como siempre ha sido) de qué parte de la sociedad lleve la iniciativa en esta lucha histórica (el pueblo o la clase minoritaria dominante de turno, respectivamente). No debemos conformarnos con la realidad actual, debemos “recuperar el rumbo”, debemos recuperar la ilusión por las utopías. Pero siempre con “los pies en la tierra”, debemos ser conscientes de que hay utopías más alcanzables a “corto plazo” que otras, debemos alcanzar primero las metas menos utópicas para a continuación proseguir hacia nuevas metas más utópicas (sin nunca renunciar a las más utópicas, sin nunca renunciar a seguir “caminando”, sin nunca renunciar a seguir mejorando). Si queremos que las utopías se conviertan algún día en realidades, hay que hacerlo paso a paso y sin perder de vista la realidad actual. Actualmente la verdadera democracia es una utopía (en unos países más que en otros), pero debemos “partir rumbo a ella", debemos intentar acercarnos a ella lo más posible, pero no de cualquier manera, para conseguirlo hay que tener en cuenta la realidad actual de la que se parte y hay que marcarse un camino por etapas (“no se puede cambiar el mundo de la noche a la mañana”, “no puede llegarse a la meta final de repente y de golpe”, pretender llegar al final del camino de forma inmediata sin pasar por etapas intermedias no sólo es utópico sino que es simplemente imposible). Para cambiar la realidad debemos ser a la vez idealistas y realistas, es decir, para recorrer el “camino” hacia una realidad mejor, debemos marcarnos un “destino” a alcanzar (utopía) pero también debemos ser conscientes del “origen” del que partimos (realidad actual). Lo más importante es que no perdamos el espíritu de lucha. Como dice el famoso lema, La única lucha que se pierde es la que se abandona.
Sin embargo, aun reivindicando siempre la necesidad de las utopías, es conveniente recordar que la mayor parte de las ideas expuestas en este libro son perfectamente realizables, algunas más pronto, otras más tarde, pero la inmensa mayoría se pueden llevar a la práctica en un tiempo prudencial (aunque no sin dificultades). No estamos pidiendo que las “vacas vuelen”. La principal dificultad para que no se lleven a la práctica es la falta de verdadera voluntad. Su carácter “utópico” viene realmente de este hecho, no del hecho de que sean utópicas en sí mismas, de que sean de por sí irrealizables, sino del hecho de que en este momento histórico (en el que la pasividad y el conformismo son la norma) no parece haber la suficiente voluntad para llevarlas a cabo. No es lo mismo pedir “el amor universal” que pedir que se apliquen medidas correctoras concretas y razonables que permitan de manera realista y a corto/medio plazo (sin tampoco perder de vista el largo plazo) mejorar el mundo que nos ha tocado vivir, lo primero suena muy bonito pero extremadamente utópico, más bien imposible, o dicho de otro modo, es una utopía “a muy largo plazo”, es prácticamente un sueño irrealizable, es un “canto celestial”, pero, por el contrario, lo segundo es “técnicamente” posible porque se trata de reivindicaciones CONCRETAS en base a una realidad EXISTENTE. El problema es que la creciente falta de voluntad puede acabar convirtiendo en “utópico” absolutamente todo. Si no cambia la actitud generalizada de la gente (si no se pone freno a la pasividad y al conformismo), llegará un momento en que cualquier cosa nos parecerá utópica. Tenemos que reivindicar la utopía como necesario “faro” de la evolución de la sociedad, pero también tenemos que luchar por que lo realizable, lo concreto, lo lógico, lo factible, lo evidente, no se convierta automáticamente en “utópico”. Tenemos que evitar que cualquier mejora que se plantee acabe sonando automáticamente utópica, porque esto sería la demostración más palpable de que la sociedad se estanca o retrocede. “La utopía representa el faro hacia el que debe dirigirse el barco de la sociedad pero hay que evitar que el simple hecho de elegir el rumbo o de poner en marcha los motores se convierta en utópico, porque sino, el faro nunca podrá alcanzarse”. “Es necesario arrancar los motores, es necesario tomar el rumbo correcto, es necesario recuperar la maniobrabilidad y movilidad del barco, es necesario que su movimiento controlado no parezca utópico, es necesario que el capitán esté al servicio del conjunto de la tripulación, y es necesario ver el faro para dirigirse hacia él, porque sino, el barco no llegará a buen puerto o se irá a pique tarde o pronto”. La sociedad actual tiene un “faro muy luminoso” al que dirigirse. ¡Pongamos rumbo a la Democracia!
Si queremos conseguir un mundo más justo y libre, un mundo en el que todos los seres humanos tengan las mismas posibilidades de sobrevivir y de ser felices, en el que cada individuo sea dueño de su propio destino, un mundo en el que el respeto sea la norma y no la excepción, un mundo en el que la paz sea universal, no basta con declaraciones de buenas intenciones, no es suficiente con desearlo, es necesario además, y sobre todo, luchar por conseguirlo en la práctica, es necesario construir formas de convivencia concretas que lo permitan, es necesario pasar de los discursos a los hechos. No basta tampoco con actos simbólicos basados en la caridad, los parches, aunque puedan suponer cierto alivio puntual, no solucionan los problemas de fondo. Es necesario combatir las causas del hambre, de la guerra, del paro, de la violencia, de las desigualdades exacerbadas, de las injusticias. Es imprescindible cambiar los cimientos de la sociedad. Los grandes males de la humanidad requieren soluciones globales que ataquen a las raíces de los mismos, no se pueden solucionar con medidas puntuales que apelen a la solidaridad más o menos individual. Los problemas que afectan al conjunto de la sociedad requieren soluciones que atañen al conjunto de la sociedad. La verdadera democracia puede y debe ser el vehículo que nos permita llevar a la realidad nuestros sueños de una sociedad mejor. La Democracia, llevada hasta sus últimas consecuencias, aplicada a todos los ámbitos de la sociedad, puede ser la herramienta de convivencia que nos permita sobrevivir a nuestras peores tendencias. La Democracia puede ser la única esperanza de supervivencia de la humanidad porque es la única forma de que ésta sea dueña de su propio destino.
Para acabar, quisiera dedicar este libro (además de a mi padre Alfonso) a TODAS aquellas personas que a lo largo de la historia se han sacrificado por los demás, que han sido capaces de anteponer el bienestar de la mayoría al suyo propio, que han sido capaces de “mirar más allá de su propio ombligo” para darse cuenta de que no hay lucha más enriquecedora, más importante, que la lucha por la emancipación (individual y social) de la humanidad. Personas que han sido realmente las depositarias del “patrimonio moral y ético de la humanidad”, que han sabido mantener lo mejor de la esencia del ser humano. Personas sin las que probablemente la humanidad habría dejado de ser “humana”, en el mejor sentido de la palabra.