CONSIDERACIONES TEÓRICAS ACERCA DE LA ECONOMÍA INFORMAL, EL ESTADO Y LA GERENCIA
Alexei Ernesto Guerra Sotillo
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La heterogeneidad semántica de enfoques teóricos e ideológicos, en la adjetivación del hecho económico, genera implicaciones no sólo en la construcción de un diagnóstico del espacio de la informalidad, sino de la identificación de acciones y estrategias que desde el Estado, en sus múltiples instancias jerárquicas y territoriales, se proponen y desarrollan para abordarlo.
Tal es el planteamiento de Tockman (2001) quien afirma que las diversas interpretaciones y la heterogeneidad de las actividades informales derivan en estrategias diferentes, y que el énfasis otorgado en la perspectiva regulatoria ha tenido como consecuencia la asimilación de la informalidad con la ilegalidad y la precariedad laboral, dos características vinculadas a ella, pero conceptualmente distintas.
Según este autor, en promedio, seis de cada diez nuevos puestos de trabajo generados desde 1990 en la región han sido informales. En la década de los noventa, alrededor de tres de cada seis nuevos ocupados informales se desempeñan por cuenta propia, dos están en microempresas y uno en el servicio doméstico.
A decir de Tockman (2001), esta característica requiere de análisis en profundidad, pues la calidad de los empleos en microempresas es mejor que la de otras ocupaciones informales, ya que permiten alcanzar ingresos que son sólo entre 10 y 20% inferiores a los que se obtendrían en los sectores modernos.
Se distingue entonces a aquella informalidad más individual, representada en el autoempleo o cuentapropismo, y a la informalidad expresada en la microempresa, en tanto gestión más colectiva, quizá familiar, y con mejor potencial de crecimiento y formalización.
Distingue este autor dos perspectivas en el análisis de la informalidad. La primera se ubica en la lógica de la sobrevivencia, donde el sector informal es el resultado de la presión del excedente de mano de obra por empleo, cuando los buenos empleos, generalmente en los sectores modernos, son insuficientes.
La segunda perspectiva, de desarrollo más reciente que la anterior, es la de descentralización productiva, atribuida por Tockman a Castells y Benton (1989). Ella se asocia a la globalización y a los cambios que ocurren en la división internacional del trabajo, contexto que requiere de una adaptación de las empresas modernas para enfrentar una demanda más inestable y, por ende, de la introducción de sistemas de producción que resulten a la vez más flexibles y eficientes. Para ello, este enfoque defiende la descentralización de los procesos de producción y trabajo, lo que permite reducir los costos de producción, y principalmente, los laborales, y facilita trasladar las fluctuaciones de la demanda hacia el exterior de la empresa.
La subcontratación (o “outsourcing”, siguiendo la jerga gerencial anglosajona) implicaría de esta manera un mecanismo defensivo, definido estratégicamente por algunas empresas para reducir costos laborales, racionalizar sus recursos y esfuerzo gerencial, y básicamente, para subsistir en un contexto pleno de oportunidades y amenazas. La incertidumbre se traslada, gracias a esta modalidad, al tercero, empresa o microempresa subcontratada.
Debe acotarse, en este sentido, que toda actividad generada por la necesidad de sobrevivir es marginal o desconectada del resto del sistema. Como ya se ha comentado, el enfoque de la descentralización productiva, evidenciaría un tipo de informalidad funcional a las grandes empresas, es decir, a una informalidad desarrollada concientemente por organizaciones, por razones de eficiencia o economía de costos y reducción de riesgos.