CONSIDERACIONES TEÓRICAS ACERCA DE LA ECONOMÍA INFORMAL, EL ESTADO Y LA GERENCIA
Alexei Ernesto Guerra Sotillo
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Para Cortés (2000), en América Latina, la primera conceptualización que intenta dar cuenta del fenómeno es la desarrollada por el Centro de Investigación y Acción Social Desarrollo Social para América Latina (DESAL, 1965; DESAL 1969; Cabezas, 1969, Giusti, 1973; Vekemans, 1970) que se inserta dentro de la teoría de la modernización, con un fuerte componente de la teoría rostowiana (Rostow, 1960). La teoría desaliana visualiza a la sociedad escindida en dos grandes sectores: uno tradicional y el otro moderno. El proceso de modernización de la sociedad conlleva, según el citado autor, flujos migratorios campo-ciudad, y en el proceso de tránsito un problema de asimilación urbana. (Cortes. 2000:594).
Cortes (2006) sostiene que para la teoría de la modernización, las sociedades “subdesarrolladas” se caracterizan por la coexistencia de un segmento tradicional y otro moderno siendo el primero el primer obstáculo para alcanzar el crecimiento económico y social autosostenido. DESAL distinguió en su momento, cinco dimensiones del concepto de marginalidad, todas ellas referidas a personas e individuos: ecológica, sociopsicológica, sociocultural, económica y política.
A la teoría desaliana se le opuso, según refiere Cortés (2006) la teoría de la “marginalidad económica” desprendida del marxismo en su versión dependentista, según la cual el concepto marginal hacia referencia al lugar que ocupaban las relaciones sociales de producción respecto al modelo de acumulación; éstas podían ser centrales o marginales.
Por otra parte, en la tesis de Cortes (2000), en el camino que va desde la marginalidad hasta lo informal como extralegalidad, se ha pasado de la unidad de análisis individuo (marginalidad desaliana) a la unidad de análisis actividad económica (las restantes perspectivas), que exceptuando el enfoque desarrollado por la escuela brasileña, todos son dualistas, aunque los criterios para establecer los polos son diferentes (marginales al proceso de modernización; actividades marginales a la acumulación capitalista; actividades informales en función de la tecnología y la localización en los mercados, o informales por ser extralegales) y que la noción de informalidad que engloba actividades extralegales es un indicador empírico cuya localización teórica no es precisa, de modo que la comparten el neomarxismo y el neoliberalismo.
El investigador citado, en la discusión sobre la informalidad, se identifica con lo planteado por Orlandina de Oliveira y Bryan Roberts (1993:53) quienes analizando datos censales de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México y Perú para el período 1940-1980, y basados en una extensa revisión bibliográfica, son citados por Cortes cuando afirman que
Para nosotros, el problema que representa el empleo informal no se debe a la regulación gubernamental excesiva, sino a su naturaleza ineficaz. El empleo informal ha sido sustituto de un sistema de Estado de Bienestar inadecuado y su crecimiento es el resultado de las presiones de una pobreza urbana. Estas presiones han aumentado porque tanto el Estado como el mercado no han podido proporcionar empleo estable, salarios suficientes, para satisfacer niveles mínimos de bienestar, viviendas adecuadas y otras comodidades urbanas. (De Oliveira y Roberts, 1993:53)
Cortes (2000) manifiesta igualmente una opinión crítica en la asociación que en ocasiones se evidencia, en muchas definiciones de la informalidad con la extralegalidad. Para este autor, siempre que se aplica el indicador de extralegalidad para conformar empíricamente el sector informal en los países en vías de desarrollo, se corre el riesgo de convertirlo en un cajón de sastre, ya que da la posibilidad de clasificar dentro de la misma categoría a actividades capitalistas con motivaciones y complejidades diversas (estrategia del capital para enfrentar la crisis; talleres artesanales; autoempleo y subsistencia). Difícilmente se podrá tener, según Cortes, una aproximación que dé cuenta de la complejidad del fenómeno, si se lo reduce a un indicador que ha perdido la teoría. Por ello, parece fundamental dejar de lado el criterio empírico de extralegalidad y volcar la atención sobre las teorías.
Al referirse a la noción de “exclusión”, cercana para muchos a la de marginalidad e informalidad, Cortes (2006) sostiene que en los hechos, el concepto intenta describir el proceso a través del cual una serie de actores sociales que habían sido incluidos en los frutos del desarrollo y el bienestar en los años de la bonanza económica, emergencia y consolidación del Estado Benefactor son excluidos (especialmente del mercado laboral), debido a los cambios inducidos, directa o indirectamente por la globalización.
Para este autor, existen diferencias contextuales e históricas en el uso de la noción de exclusión para caracterizar procesos socio-económicos en Europa y en América Latina. Mientras que en Europa, la población que queda a la vera del desarrollo es excluida porque alguna vez estuvo incluida, es decir, la exclusión se sigue de la inclusión. Por el contrario, en América Latina, aun hoy hay sectores de la población que nunca han estado incluidos o excluidos, y están insertos en relaciones sociales de producción pre-capitalistas (marginales económicos), relaciones que según la teoría de la dependencia serían destruidas por el avance del capitalismo. Sin embargo, han sobrevivido debido al escaso dinamismo de la economía capitalista que no ha destruido las antiguas relaciones sociales de producción.
Reconociendo así a la idea de “marginalidad” como antecedente inmediato, la institucionalización del concepto de informalidad se debe al antropólogo del desarrollo Keith Hart quien, en un estudio titulado “Informal income opportunities and urban employment in Africa” (Susex, 1971), definió dos tipos de generación de ingresos: formal (mediante el empleo asalariado) o informal (mediante el autoempleo).
El referido informe, resultado de un estudio que Hart realizó en Ghana para la OIT, identificaba los rasgos que caracterizaban a la informalidad: baja calificación de los llamados informales, el bajo aporte de capital en las actividades, la gran incidencia de la familia en los emprendimientos, la pequeña escala de las operaciones, la baja tecnología, la intensidad del trabajo y la existencia de mercados no regulados.
Así, las reflexiones de Hart constituyeron para la comunidad académica internacional el punto de partida de muchas elaboraciones teóricas y empíricas que se desarrollarían en los años sucesivos.
Candia (2003) en una línea argumental en sintonía a la postura de Cortes (2000), plantea que el citado informe de la OIT de 1972, sobre la situación en África, marcó otro hito fundamental en la discusión sobre el análisis de la pobreza y la exclusión social. En sentido estricto, fue en este reporte de la OIT donde se utilizó, por primera vez, el concepto de “sector informal urbano”. Pocos años después, las referencias a esta definición, eran un lugar común en estudios académicos, programas de gobierno y documentos de organismos internacionales.
Afirma este autor, que la aparente neutralidad ideológica lo hizo atractivo para las autoridades laborales y lo puso a salvo de la polémica sobrepolitizada con que se abordó el tratamiento del concepto de marginalidad. Desde una peculiar interpretación de la génesis del término, y del contexto teórico en el mundo de las ciencias sociales del momento, Candia relata el hallazgo:
Un informe, casi rutinario para la enorme producción documental que genera la maquinaria burocrática de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), elaborado en 1972, (OIT, 1972) fue el detonante que dio lugar a una polémica que parece vivir sus horas agónicas. La formulación de un concepto novedoso, avalado por un organismo internacional de sobrado prestigio, ofreció a sociólogos y economistas, la atractiva oportunidad de identificar y situar – en el campo de la teoría y en el terreno de las políticas públicas – a un sector social que escapaba a los paradigmas clásicos de empresarios y trabajadores; terratenientes o industriales; comerciantes y clases medias. Había indicios abrumadores de que una vasta capa de la población trabajadora de los países periféricos obtenía sus ingresos de actividades laborales que no estaban claramente definidas en los estudios y diagnósticos que servían de base para sustentar los programas de asistencia social y de combate a la pobreza. El tema había sido parcialmente tratado, por la sociología marxista, como un fenómeno de crecimiento desmesurado del trabajo no asalariado, y de formas atípicas de producción en las sociedades menos desarrolladas. (Candia, 2003: 1).
Luego de la clara identificación de los antecedentes del concepto de economía informal, ubicados en el desarrollo de la discusión teórica y política hacia mediados del siglo XX, junto a los procesos económicos, sociales, productivos y laborales que dieron pie a tal debate, es pertinente realizar una mirada panorámica sucinta, a las diversas clasificaciones o distinciones que varios autores han realizado alrededor del tema de la informalidad.