Edgardo Adrián López
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En el Capítulo III de la Sección I, vimos que la interacción base/superestructura y los “universales” derivados de la “ley del valor” que “encarpetan” las acciones, se transcriben en dialécticas sociales que son “recursividades” constituidas. Pero antes, es conveniente reflexionar acerca de las “clases” de dialecticidad que están esbozadas en el recorrido de la firmaMarx.
Si tenemos en vista que en la Diferencia entre la filosofía natural democrítea y epicúrea (1988 b) se sostiene que hay, de un lado, una dialéctica de la desmesura y, del otro, una interacción mesurada y sobria, podríamos concebir la existencia de una dialéctica mayor. Ésta sería metafísica, (ya sea en sentido teológico –una interacción de la Caída-, mesiánico –una dialéctica de la Salvación-, especulativo –un discurrir de lo Absoluto-, ontológico –un devenir del Ser en la historia-, antropológico –una esencia humana trascendental), y se opondría a una dialecticidad “menor”, oriental, postmetafísica. Sin embargo, las interacciones de las sociedades precomunistas (en especial, la opresiva interacción entre estructura e hiperestructura), en cuanto reproducen en su seno lo Real que se resiste y en tanto no cesan de ampliar y reforzar el endurecimiento de lo humano, también son desmesuradas.
Así, obtendríamos dos grandes niveles de magna dialecticidad, a saber: el ideal/metafísico y el real-metafísico, dado que este último sería tal en virtud de que, f. i., el capitalismo es la continua puesta en vigencia de “en sí” platónicos objetivados, (dinero, mercancía, capital –agregaríamos que, para Marx, las colectividades que no se guían con relaciones transparentes entre los individuos, por estar rodeadas de una “niebla” de negativos espectros, son platónicas). Las dialécticas sociales que, aunque reales, son metafísicas por dar lugar a fantasmas que absurdamente dominan a los hombres, son igualmente dialécticas constituidas. Aquí, se plantea la existencia paralela de dialécticas constituyentes, es decir, de aquellas otras interacciones que, a pesar de ser nucleares, están subordinadas a la rigidez de las dialécticas constituidas, (algunas de esas otras dialécticas, ya mencionadas, son la interacción riqueza-praxis, fuerzas/formas, desvío/belleza emancipatoria, etc. -cf. Sección I, Capítulo IV). La resistencia que esas dialécticas presentan para no ser subsumidas en las dialécticas pre/formadas y real-metafísicas (resistencia que, entre otros fenómenos, puede constatarse en la impotencia de la dialecticidad de la valorización del capital a fin de prevenir las crisis), exige pensar en que dichas interacciones se niegan a ser empobrecidas de tal suerte. Habrían pues, dialécticas empobrecedoras e interacciones que acaban parcialmente desgastadas por la violenta acción de las primeras. Por último, lo que explicaría por qué se contraponen de ese modo las dialécticas sociales, sería la insistencia de un “ángulo de desvío” que, poco a poco o de manera discontinua, ocasionaría que una determinada interacción fuese “amplificando” sus efectos perjudiciales; acabaría entonces, en una dialéctica mayor. Si, por el contrario, ese clinamen nos permitiera alejarnos respecto a cualquier “centro gravitatorio” de poder, las interacciones constituyentes podrían ser también dialécticas del Desvío. Una tal dialéctica tendría, a su vez, otros niveles “internos”: crítico/deconstructivo (el cuarto momento(1) potenciaría una reflexión que intentara escapar de la filosofía de la Presencia, de la cristalización de Sentido y de su propia dogmatización); “epistémico-metodológico” (ese instante impediría la metafísica cerrada de la elevaciónsuperación hegeliana); crítico/práctico(2) (el desvío que nos arranca de la teoría sería el de una acción revolucionaria); y crítico-vital, (el alejarse de todo poder funcionaría como un “derecho” epicúreo a pulsar la vida respetando la singularidad de cada cual, y a embellecer los días sobre la base del amor por los minúsculos desvíos que anidan en las cosas).
NOTAS
(1) Las sugestivas herramientas del semanálisis nos dieron la ocasión de, al menos, intuir la “torsión” de la dialéctica hegeliana por Marx, en el sentido de una interacción de cuatro instantes. Sin embargo, el “viejo titán” lo había advertido más que explícitamente en su monumental obra Ciencia de la Lógica: la dialéctica consta de momentos específicos, pero no deben reducirse a una numeración lineal (1956 b: 562-575). Tanto puede afirmarse que se apoya en tres como en cuatro escansiones (op. cit.: 574-575). Lo intrincado sólo puede tener lugar en una dialecticidad que no se recluya en un tercer momento, sino que se abra deconstructivamente al cuarto, a lo que excede.
Desde otro punto de vista, las dialécticas sociales que son interacciones constituidas generan totalidades que, ellas sí, deben pasar por cisuras que van de síntesis en síntesis, ampliando esquemas opresivos (1973: 231). En ello, existen dos problemas que aquí no podemos abordar: a) ¿qué es lo nuevo que Marx, y nuestra lectura sobre él, vendría a añadir estructuralmente si Hegel previó la alternativa de plegar/desplegar la dialéctica en cuadriplicidad?; b) además del contexto de los conflictos mundiales y, luego, de las tensiones de la “guerra fría”, ¿qué impidió que el marxismo del siglo XX pudiera leer todo el pensamiento de Hegel y de Marx con el plus de una dialéctica-diseminación, señalado por Lenin mismo (cf. 1972: 217)? No sería exagerado creer que, acaso, un marxismo otro sea viable si logramos acercarnos a respuestas que no cristalicen el laberinto/Marx en escuelas, internacionales dogmáticas, noches de no soñar.
(2) La “ventaja” que tiene la deconstrucción materialista respecto a otras formas de argumentación racional (filosofía, genealogía del poder, ciencia, “pensamiento salvaje”) es que pretende, de una manera deliberada y consustancial a su epicureismo, conservarse en las márgenes de la superestructura. La crítica es coetánea a su época, pero procura mantenerse en “estado de curvatura” en relación con ella a fin de poder devanarla. Ciertamente, sus intenciones en más de una ocasión resultaron frustradas; sin embargo, esta contingencia no desestima la capacidad de la crítica para “desviarse” a sí misma de aquello de lo cual toma distancia. Nada más lejos de Marx que intentar contraponerle a la economía política “burguesa”, una que fuese científica por pertenecer al materialismo histórico. Semejante lectura ignora el subtítulo de sus principales obras, que incluye el lexema “crítica”: sus aspiraciones se detienen antes de que se “molarice” en ciencia o en otro saber y sea cooptada por la superestructura del siglo en que anida.