Edgardo Adrián López
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Pudimos observar en el Capítulo II que, mientras la superioridad de lo concreto ahogue el polimorfismo de la riqueza, el “grund” tiene que ser el ámbito privilegiado de lo estrechamente material, de aquella materialidad que no dimensiona los bienes internos del individuo. Ahora bien, dentro del plano de estas reflexiones,el yerno de Lafargue (1974: 346-347) sostiene de un modo elíptico, que la relación existente entre la riqueza material e inmaterial(1) en las sociedades, fija la naturaleza del vínculo entre “basis” y “supraestructura”. Sugiere que, en razón del crecimiento relativamente indigente y de las magras valencias de las fuerzas creativas, en las comunidades que transcurrieron desde la Prehistoria al capitalismo, el dominio del tesoro concreto, de los valores de uso destinados a las necesidades elementales de los agentes y a garantizar la constancia del proceso de reproducción social, impide un desarrollo superlativo que se ubique allende el lujo de una riqueza espiritual, orientada a estimular necesidades plegadas a lo Imaginario. El tesoro que satisface a mujeres y varones por esa vía, no está a la altura de tal exigencia. Marx considera que, cuando la riqueza semiótica y de perfiles imaginarios sean los fines de la producción colectiva, lo inmaterial será entonces lo que, si fingimos la inversión de los términos, “constituya” la “base”.
Con este trastrueque lo sobreestructural no resulta ser siempre lo cultural, lo que es riqueza sígnica, lo que se ha denominado, de una manera agobiante, como las “formas de consciencia comunitaria”, sino que lo subjetivo tendría que ser, según la ficción puesta en escena, la “infraestructura” de la naciente sociedad. Las colectividades pertenecientes a la economía de la Necesidad realizaron un desplazamiento que, debido a la escasa extensión de los poderes de la praxis, privilegian lo específico en desmedro de lo semiótico. Pero lo no concreto no deja de ser material, dado que lo simbólico es un cuerpo, algo que afecta y es afectado, que induce y recibe contactos aunque no sea de una manera “física”. Engels y su amigo dirán (1978) que las manipulaciones significantes y semiotizadoras de la materia, hacen a ésta mucho más rica en alternativas. Producir es en el fondo, imbuir a las cosas, en su espera impaciente, de dimensiones semióticas; enriquecer su concreción con los efectos contundentes de lo semiótico; hacer del mundo una materia naturalmente humana. Pero esto se consigue a través del trabajo, con lo cual arribamos a la discusión de lo que es “tarea productiva” e “improductiva” (ver supra, Sección I, Capítulo II, Primera Parte, nota 1).
Los conceptos indicados son elaborados, entre otros textos, en (1983 b y c). Sin embargo, no son nociones circunscritas sólo al despliegue de la sociedad burguesa, sino coextensibles a todas las comunidades pre-socialistas. Las ideas mencionadas no son propias de las colectividades reconstruidas racional y afectivamente, por cuanto lo “no productivo” ya no es tal. Lo que era riqueza consumida sin génesis de bienes, lo que era trabajo que consume sin rendir, no es algo improductivo porque el gasto del tesoro estimula el deseo, alimenta el inconsciente. La producción se ha vuelto inmanente a sí, en virtud de que no hay resto no productivo; no existe un “afuera” de la creación de la riqueza que sea negativa para ella, que merme sus fuerzas y la derroche de modo no polivalente. Deleuze y Guattari (1985) sostienen que una “economía” libidinal tendría que ser una “economía” que no considerase improductiva la génesis de valores de uso sin/sentido, “esquizofrénicos”, como aquellos que construyen los locos por el placer del montaje, del juego de modelar la materia. Marx entiende que una sociedad en donde la producción fuese inmanente, lo que era “no productivo” no es sino un estilo para extender lo Imaginario, desarrollando precisamente una vida estética que agita la sensibilidad –el comunismo siempre habría sido estético, poblado por la/el frágil nochedía de la Belleza, su fuerza “menor”.
Estos puntos de referencia y tal como hubiera soñado el Derrida menos sensible con la firma que asedia por no comprenderla, nos permiten dibujarle una transversal a la concepción sobre lo productivo e improductivo, descentrando la esencialidad desmedida de los resultados del trabajo, y haciéndola trasladarse en torno a una política libidinal y a una energética emancipatoria de lo espectral. No interesa únicamente, el hecho de que la labor productiva sea aquella que induce riqueza integrable de nuevo en el proceso de elaboración de valores de uso, sino si dicho tesoro es o no un “coeficiente” que estimula las pulsiones y lo Imaginario. En Marx, el trabajo no productivo no es sólo aquella tarea que no origina objetos útiles que pueden volver a formar parte de su movimiento genético, sino que es la actividad que se conecta con lo Imaginario, sin que esa relación sea fundamental a la producción. En estas condiciones, la tarea improductiva (como la de los que, en una sociedad dada, “guardan” la función de “educar” a la fuerza de trabajo –la riqueza es, en este contexto, un valor de uso no reponible en el proceso creador) es una labor que ocupa el lugar de lo supraestructural. Por el contrario, todo lo que es trabajo productivo (como el de aquellos que, en una comunidad históricamente situada, constituyen la fuerza generadora del tesoro necesario para asegurar la continuidad del proceso de producción), integra la “basis”.
No obstante, es fácil advertir que la tarea que es no productiva, en razón de que está unida con una política de lo libidinal y con una energética positiva, “tendría que ser” la fuerza que anima el proceso social, id est, la “base”. Pero en las sociedades pre/comunistas ello no es así. La labor improductiva no es únicamente una obra supeditada a los avatares del trabajo productivo, sino que es una tarea comunicada con todos aquellos niveles institucionales y semióticos que protegen la escisión de las potestades administrativas de la vida colectiva, de la energía de los agentes en relación. El ejemplo más patético lo representa el Estado (conjunto de potencias para el control de la vida social con una fuerte autonomía), que está opuesto a las fuerzas del obrero comunitario. El trabajo improductivo se conecta con la actividad de los funcionarios estatales; labor que reproduce la división entre poderes administrativos y entre la facultad de autoorganización de la sociedad(2). Empero, cuando aparece una comunidad de hombres capaz de auto-organizarse y auto/administrarse; cuando se genera una colectividad en la cual el trabajo que suscita tesoro no remisible al proceso de producción ya no es “no productivo”, esa labor no es parte de la hiperestructura sino de la “basis” (siempre que, para asimilar mejor los contrastes, aceptemos el acercamiento propuesto en estas páginas).
Ese por quien se tiene la valentía casi “inoportuna” de (auto)proclamarse marxista, afirmará (1983 a: 461-462) que la educación de los hombres, que la cualificación de sus facultades es el proceso creador por excelencia. Sin embargo, en las sociedades pre-comunistas la educación es una tarea improductiva y superestructural. El Materialismo Histórico enuncia que esto debiera invertirse, de tal suerte que el trabajo educador sea productivo. Su resultado no es un valor de uso que se integra directamente al proceso genético, pero comulga de manera indirecta en su seno, en la medida en que enriquece las fuerzas internas(3) del hombre y lo alimenta por vía del registro Imaginario.
NOTAS
(1) Innumerables intelectuales le achacan a Marx que, por su obsesión clínica respecto al determinismo “en última instancia” de lo económico, descuidó lo inmaterial. Nada más inexacto; au fond, lo que habría que comenzar a sostener es que, aquellos que proclaman tal “descubrimiento” acerca de esa supuesta falencia en los estudios materialistas, poco conocen de sus lineamientos generales. Así lo constatamos en un divulgador de algunos de los pensadores polémicos que se ubican entre los siglos XVIII y XX. Luego de sostener que Marx no sólo no era ni estudioso ni científico, sino moralista (2000 b: 73) y quizá un académico frustrado (2000 b: 76) que no tuvo el nivel de preparación requerido para acceder a un cargo docente (2000 b: 73), sentencia que los volúmenes II y III de El capital son aburridos y confusos (2000 b: 83). Comentarios de ese tenor demuestran más bien las limitaciones del que efectúa las reseñas, antes que las deficiencias argumentativas de una teoría aun no desglosada con la necesaria parsimonia.
En efecto, en el vol. I de Teorías sobre la plusvalía existe un capítulo dedicado a las complejas relaciones entre la producción material y la espiritual. Para no tener que efectuar un resumen aquí de lo planteado, aludiremos a que los sistemas semióticos e institucionales son para Marx parte de la génesis de riqueza inmaterial: de igual manera que el proceso de circulación es apenas, un elemento del proceso más abarcativo y multidimensional que es la reproducción en escala ascendente, así también la superestructura en su conjunto es un momento del fluir universal de autogénesis de la sociedad. El tesoro puede ser concreto o espiritual:
“... distintos tipos de producción espiritual corresponden (a la) ... producción material ... (Si ésta) no se concibe ... en su forma histórica ..., es imposible entender qué hay de específico en la producción espiritual correspondiente a (aquella), y la influencia recíproca de una sobre la otra ...” (1974: 240-241; el énfasis es del autor). Luego, se perfila que la
“... producción no material ... puede ser de dos tipos: 1) (algunos) ... valores de uso ... pueden ... circular como mercancías vendibles, tales como los libros, los cuadros ... 2) La producción no puede separarse del acto de producir, como ocurre con ... los ... oradores, actores, maestros, médicos ..., etc. ...” (1974: 346-347; el cambio de tipo es ajeno).
(2) Uno de los grandes enigmas que preocupan al compañero de Engels, en su análisis de la dialéctica entre base y superestructura, tal cual lo enunciamos en la Sección I, Capítulo I, es por qué causas y/o factores las potencias de autocontrol con las que se orientan los individuos “necesitan” separarse, diferenciarse negativamente, estrecharse y aquitinar sus valencias.
En los escritos periodísticos acerca del régimen colonial del capitalismo, encontramos que dicho proceso le resulta absurdo: en condiciones sociales racionales
“... no sería necesaria intervención parlamentaria alguna ..., como no sería necesaria ... la intervención del soldado, el policía y el verdugo ... La legislatura, la magistratura y las fuerzas armadas ... son ... el resultado de condiciones sociales (ilógicas), que impiden que entre los hombres se establezcan ... acuerdos que hagan inútil la (injerencia) ... de un tercer poder soberano ...” (Marx 1964 b: 76). Señalemos de paso, que el imperativo de comunicarse sin las distorsiones del dominio no es una “patente” del epígono más ambiguo de la Escuela de Frankfurt; en una sociedad libertaria es eso lo que se debe recuperar sin descuidar, no obstante, que en el lenguaje y en la comunicación también anida el poder (cf. Bernestein 1990: 31, quien empero, encuentra objetable la teoría de la hiperestructura en más de un punto –op. cit.: 18- y comete en simultáneo, el error de englobar a los segmentos sociales “intermedios” que no son clases, en el lexema ideológico de “clase media” –loc. cit.: 21).
(3) El pensador glosado retoma de otros economistas la existencia de bienes internos, tales como la inteligencia, la voluntad, las pasiones de vida (solidaridad, cooperación, etc.). Aunque polemiza contra Storch, acepta gran parte de una cita que extrae de una de sus obras:
“... el hombre sólo llega a la producción de la riqueza en la medida ... que está dotado de bienes internos ...” (1974: 240). Junto a Engels, hablando de un personaje femenino de una novela de Eugene Sue, diagnostica que existen
“... fuerzas y medios de gracia naturales y espirituales ...”, a manera de condiciones para el libre desarrollo (1978: 202).