Edgardo Adrián López
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El semanálisis efectuado, nos aproxima la “imagen” de que la sociedad libertaria tendría que ser una sociedad-flujo o en permanente devenir. Sin embargo, los estudios sociales del acosado por la recalcitrante Europa, muestran que el todo humano está segmentado, escindido en diferentes esferas o ambientes que ciñen el despliegue de la inteligencia social y de la praxis. Así, nos percatamos que lo comunitario se descompone en capas hojaldradas en la que cada una, a pesar de estar sujetadas a las demás, encierra a los hombres en espacios entrejuntados de aprehensión semiótica del mundo y de acciones sin un alcance que esté en armonía con las posibilidades que, teóricamente, podrían acrecentar. Constatamos la idea cuando se expresa que
“... si el hombre atribuye una existencia independiente, envuelta en una forma religiosa, a su relación con su propia naturaleza, con la naturaleza exterior y con los otros ..., de modo que es dominado por esas ideas, entonces necesita (de) sacerdotes y (de) su trabajo ...” (Marx 1975 b: 409; lo destacado pertenece al texto).
Puede apreciarse que la mención de la forma religiosa en que son fetichizadas o detenidas la “intelligentsia” y la praxis no es más que, desde cierta perspectiva, una de las maneras en que lo semiótico y el trabajo quedan empobrecidos; en la historia transcurrida al presente, lo sígnico y la tarea general han consentido distintos estados de cristalización (desde la marca de huellas en la Prehistoria, hasta los grandes sistemas, tales como la magia, la filosofía, el arte, etc.). No obstante, el intelectual germano reconoce en lo religioso una lógica fundamental a esa operatoria de exploración de la alteridad: se comportaría de modo semejante la génesis de “estructuras”; éstas son como las protecciones que parcelan la visión en los animales de tiro, esclavizándolos al camino que le indica un “alter ego” que está fuera de su alternativa de influencia o confrontación. Enclaustradas la praxis y el ingenio universales del obrero colectivo, lo material en general (el proceso de vida disminuido a modo de producción de riqueza concreta) y lo semiótico/institucional (el proceso vital de génesis de tesoro humanamente significativo, engastado en una superestructuración que empieza a ser restringida por lo primero), dan “origen” a una dialéctica de rasgos violentos. Tanto es así que las alteraciones que delimitan épocas por el cambio en los modos creativos de valores de uso, requieren de gastos de energía, fuerzas, vidas, etc., esto es, de revoluciones.
Pero la interacción poco flexible entre base e hiperestructura, que pauta un materialismo retraído y que somete irracionalmente a sus propios responsables, vuelve sobre la praxis y la capacidad de aprendizaje comunitaria: de nuevo, entendimiento y acción son empujadas a permanecer en sus asfixiantes campos de producción, elevando el costo para la autosubversión de las estrategias para el conocimiento de lo real y subvaluando las potencias que intervienen en una praxis hábil en recusarse a sí misma. Sin que el ejemplo traiga con él un pensamiento de la no/complejidad (prestos como están algunos, de acusar a todos de no practicar la metafísica del método –cf. Morin 1986; 1993; 1995), podríamos imaginar que, en un instante “0” ideal, lo humano no está partido linealmente pero que, en un punto subsiguiente, lo que era un “todo” interconectado es escandido por fuerzas internas y por la inmadurez a fin de destilar el poder externo del cosmos, en esferas separadas unas de otras como el agua del aceite. Ahora bien, en Marx no existe el momento inicial que intercalamos; sin embargo, el futuro de una liberación en la que los productos no se endurezcan y se enfrenten a sus gestores en cuanto potencias articuladas sin plan consensuado, ayuda en la “identificación” del corte que hace manifestable la distribución de lo comunitario en fuerzas diferenciadas (poderes económicos, políticos, religiosos, etc.), englobados en dos grandes topicalizaciones de la vida.
A su vez, la dialéctica malograda entre inteligencia y praxis, y la interacción entre la infraestructura y lo superestructural adquieren el carácter de “amplificadores” del materialismo cuasi-determinista/mecanicista (sin que por esto mismo, la teoría marxiana sea penetrada por la filosofía correspondiente), en que se encuentran insertadas las asociaciones anteriores a su reconstrucción racional.
En efecto, mientras que la riqueza concreta es suscitada en contextos regidos por los distintos rostros del dominio que asoman en las divisiones del trabajo, a los hombres no les queda más que separarse entre aquellos que serán los productores directos y los que compondrán el grupo de los no trabajadores (Engels 1971 b: 132), los cuales se encargarán de la reproducción de semióticas e instituciones(1) o, más tarde, de poseer un control excluyente sobre los medios genéticos de tesoro, de subsistencia y de las ventajas que acompañan el despliegue de oportunidades (Marx 1983 a: 743). Tal situación, empuja a la mayoría a un condicionamiento angustiante en la solución de los problemas de continuidad en el mundo; siempre que éstas, por un rizo “fractal”, dicten la servidumbre a la riqueza por el costado de la subsunción al trabajo muerto. Son famosas las palabras (1972 b) por las que se argumenta que, en la situación de la colectividad burguesa, el capitalista debe esclavizarse al capital y a sus imperativos de valorización. En años posteriores, al ser enfocado el descenso de la cuota de lucro (la cual, según nuestra opinión, demuestra que el capitalismo se vuelve progresivamente impotente para someter los valores de uso, el trabajo, la producción, las fuerzas creativas y lo social en general, a la lógica absurda del beneficio, id est, que la complejidad(2) de lo humano no puede reproducirse satisfactoriamente a través de la economía), se afirmará que el “propietario” del valor automatizado tiene que resignar placer en pos de acrecentar lo objetivo bajo la figura de un vampiro insaciable (1983 c: 275, 277, 282). No interesa siquiera la ganancia; más aun, ella es como un “señuelo” que alimenta al hombre-capital en tanto guardián del sistema anónimo de poder y de sus ciclos de acumulación, apenas interrumpidos por las crisis (que “avisan” de la naturaleza inadecuada del capital, a fin de administrar la existencia de la especie).
En consecuencia, si en la colectividad en la que el mercado ayuda a brotar una historia mundializada puede observarse que, desde hace milenios, el hombre estuvo condicionado por un materialismo y por una materialidad de valencias exiguas, aunque de mucha potencia, la dialéctica allí alojada es cuasi/determinista, en virtud de que el obrero universal no se conduce por una voluntad de cooperación racionalizada. El mecanicismo y el causacionismo restringidos de las asociaciones pre-socialistas, no son un defecto de la teoría que la denuncia, sino algo imputable al objeto mismo; la crítica marxiana explicita las condiciones que ocasionan que los individuos sean el barco de papel que se despedaza y naufraga en el centro de acontecimientos que no entiende.
NOTAS
(1) El nacido en Tréveris, reconoce la necesidad de la categoría “obreros improductivos” a la que inicialmente define en el plano de la discusión en torno al trabajo productivo e improductivo, según Adam Smith. Empero, la citada noción no es sólo aplicable al capitalismo; por empezar, los trabajadores improductivos existieron en otras sociedades de clases. En efecto,
“... (las) ilustres ocupaciones honradas a través de los siglos –soberano, juez, funcionario, sacerdote, etc.- (son idénticas al) enjambre de ... lacayos y bufones (de la propia burguesía) ...” (Marx 1974: 254; el énfasis es nuestro).
Sin embargo, no todos los obreros consumidores de tesoro que no son, a su vez, productores, tienen el mismo status; existe la necesidad de diferenciar entre los privilegiados y los no privilegiados. Con ironía, dirá que en el
“... mercado (existen), junto con el trigo y la carne, etc., prostitutas, abogados, ... soldados, políticos ...” (1974: 142; cf. también 185, 254). Después, el confiado en Engels mismo señala que
“... los llamados obreros de ‘categoría superior’ (son) ... los funcionarios ..., los militares, artistas, médicos, sacerdotes, jueces, abogados, etc. ...” (1974: 147). Los trabajadores improductivos privilegiados o superiores, constituyen lo que se denomina “clases ideológicas” por ser creadoras, reproductoras y consumidoras de legitimaciones (1974: 148). Casi siempre, los no productivos en general suscitan riqueza inmaterial o espiritual (1974: 225), pero hay quienes no promueven ni tesoro concreto ni refinado (1974: 244). Por último, ciertos obreros improductivos contribuyen, de manera indirecta, en la génesis de valores de uso: la labor del magistrado
“... participa indirectamente en la producción ... El policía me ahorra el tiempo de ser mi propio gendarme, el soldado de defenderme, el funcionario ... de gobernarme ... (De otro modo, todos) ... tendrían que cumplir una gran cantidad de funciones ...” (1974: 248, 251). Incluso, los costos de producción de los obreros no productivos no se regulan de acuerdo a la ley del valor en sentido estricto y su abundancia es motivo de disputas:
“... (con) determinadas condiciones de producción, se sabe ... cuántos (obreros) hacen falta para producir una mesa, cuál debe ser la cantidad ... de trabajo para crear un producto en particular. En el caso de ... ‘productos inmateriales’ ... la cantidad de trabajo necesario para llegar a un resultado ... es ... conjetural ... La cantidad de soldados, ... de policías ..., de funcionarios ..., (que debe haber es problemática) ...” (1974: 227).
Cabe aclarar que los grupos sociales que Marx caracteriza no se reducen a las clases ni a los obreros improductivos; también considera que existen lo que podríamos denominar, a falta de un mejor término, “sectores ‘independientes’”, los que incluyen a los campesinos medios y pobres (éstos no son ni clase dominante ni dominada, y tampoco obreros improductivos –1974: 344). Los sectores independientes y los trabajadores consumidores de renta conforman estratos o “estamentos”.
Es preciso agregar que, según una opinión que no podemos justificar ahora, los miembros de las fuerzas “armadas” en general (policías, gendarmes, militares, guardacostas, etc.) no los incluimos en los obreros improductivos sino en los “sectores independientes”.
(2) La competencia entre capitales (entre otros factores) suscita una tasa de ganancia media que cuantifica la distribución de la plusvalía que le corresponde a cada cual. Sin embargo, la citada tasa muestra que, a fin de que un capital dado pueda mantener un alto coeficiente de valorización, debe empujar a las fuerzas creativas y a las potencias del trabajo a elevar, fuera de cualquier patrón anterior, su productividad. Con ello, el capital se incrementa en su aspecto objetivo, en su parte constante (en máquinas y en materias primas), pero disminuye en su fracción subjetiva, en trabajo vivo (Marx 1972 a: 49, 62). Como el plusvalor sólo surge de la explotación de la fuerza laboral, la merma relativa de la cantidad de obreros empleados por un capital con una composición considerable en tecnología, repercute en la tasa de ganancia. Ésta disminuye y entonces el capital encuentra problemas de valorización, es decir, de crecimiento. Por ende, cuando llegamos al registro de la tasa de ganancia, el proceso de incremento ya no puede ser sencillamente sostenido y ampliado sin cesar.
En consecuencia, la tasa de lucro (atractor y fractal), que debiera ser la que otorga coherencia y cohesión al sistema de exudaciones de espectros, falla. Por ende, si el descenso del beneficio es concebido en términos de las dificultades progresivas que encuentra el capital para su reproducción en escala ampliada, el valor automatizado se presenta en cuanto una estrategia inadecuada e irracional, según sus propias metas, para la continuidad de lo social en el tiempo.
Igualmente, si la merma de la ganancia indica un elevado desarrollo de las fuerzas creativas y un incremento en la producción de valores de uso, pero el capital no puede reconducir estos rasgos a su lógica, las potencias genéticas y el tesoro tienden a liberarse de su figura económica estrecha.
Por lo que antecede, la economía, en tanto que esfera subordinada al capital, viene a ser así una herramienta defectuosa para solucionar los problemas de reproducción de lo humano. La “declinatio” de la ganancia, manifiesta esta pobreza del poder de lo económico, respecto a la complejidad desbordante de lo colectivo.
Desde otro plano, el desnivel del beneficio expresa, de manera indirecta, la concentración del capital y, en consecuencia, el grado de su fuerza, como también el grado en que ese poder se enfrenta al poder constituyente de los hombres. La baja aludida significa que los individuos no pueden ser eternamente dominados por una contradicción entre una potencia que ellos mismos constituyen (la fuerza social abstracta del capital), y el poder que detentan para vincularse humanamente, (que, no obstante, es canalizado a fin de objetivar sus fuerzas positivas en un ente ilógico -el capital como potencia inconsistente e irreal de lo social, devenida autónoma respecto a la voluntad libremente concertada de los individuos).
Por último, si el desarrollo de la riqueza y de las fuerzas productivas es una señal de la capacidad de movimiento de lo humano, y si ese despliegue no puede ser completamente administrado por el capital en virtud de las dificultades marcadas por la caída de la tasa de ganancia, el movimiento, el carácter de sociedad/flujo de la comunidad de individuos, escapa cada vez más de los horizontes fijados por la débil lógica del valor que se autoincrementa. En otras palabras, la disminución progresiva de la tasa de beneficio sugiere que lo social únicamente puede ser un puro devenir, sin dar lugar a formaciones semióticas (ideología, ciencia, etc.), económicas (el capital, la propiedad privada, el dinero) e institucionales (el Estado, la burocracia, etc.), anquilosadas frente al obrero universal, cuando los hombres emancipen ese discurrir de las dialécticas constituidas.