Edgardo Adrián López
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Obras “de” Marx-Engels
“Basis”
1- La Ideología Alemana (op. cit.): 28
Sobreestructura
1. La Ideología Alemana (op. cit.): 38
Base/Superestructura
1- No se detectaron
Textos “de” Marx
“Basis”
1. “La cuestión judía” (op. cit.): 51
2. “Contribución a la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel. Introducción” (op. cit.): 78
Hiperestructura
1- No se detectaron
Base/Superestructura
1. “Prólogo a la Contribución a la crítica de la Economía Política” (op. cit.): 215
La palabra “de” que asigna “atribución” y “propiedad” fue entrecomillada para no enredarnos ni en la función “autor”, ni en las alucinaciones de lo “propio” que “permitirían” justificar que haya un “corpus” de frases que serían pertenecientes con propiedad y propiamente, a los intelectuales revolucionarios que (des)glosamos, apropiación que posibilitaría además, reclamarse un “hijo” y “heredero” legítimos de quienes, a pesar de haber fallecido, continúan engendrando...
(6) Lo estético que constituye una visión del mundo topicalizada es un elemento de lo supraesestructural, dada su dimensión semiótica. En términos deleuzianos, una estética cristalizada sería un Arte mayor. Por el contrario, la estética que se practica para deconstruir los desiertos días y que, en los movimientos creativos comienzan con la lógica de la ruptura, son el arte como fuga de las sombras del mundo. Proust (1970: 414), en su admirable novela, habría dicho que
“... en todas partes ve uno a la Belleza, la desea, la busca, lo mismo que hace el enamorado con la mujer amada”. Sin duda, habría también que tener en cuenta que lo estético, tal cual lo sugiere un Bourdieu (1995 a) mucho más crítico que aquel que se opone sistemáticamente al denostado por Weber, puede convertirse en una forma de distinción que naturaliza diferencias y desigualdades en la producción, en el acceso y en la “ostentación” de signos y bienes culturales, disimulando lo arbitrario social. De ahí que aceptemos una visión amplia de la ideología que incluye las “distinciones” estéticas, las filosofías, las religiones, las costumbres, etc. Es decir, tanto las ideologías con algún componente “argumental” o narrativo (filosofía, arte), cuanto las afincadas en un “sentido práctico” menos mediatizado (tradiciones, hábitos) (cf. Althusser 1973: XI –contra quien no podemos presentar las debidas objeciones en este espacio, puntuando su notable resistencia hacia el pensamiento de Marx-; Engels 1972: 34, 44).
(7) En la época de Stalin, que acabó por arruinar desde adentro la “comuna rusa”, hubo un debate en torno a si los cambios de la base implicaban alteraciones en el lenguaje, en tanto que elemento de la superestructura. Sin embargo, y tal como nos llegó a nosotros la polémica (en particular, a través de los escritos dogmáticos del Secretario del CC del PCUS), no se relevó que en El Manifiesto Comunista Marx y Engels opinaron que ciertos elementos de lo sobreestructural pueden sobrevivir a cambios de modos de producción. En efecto, la religión, e. g., es un sistema semiótico que es propio no de tal o cual modo genético de tesoro, sino de una época milenaria en la que las condiciones de existencia se traducen en espectros negativos. Por consiguiente, hay componentes de la superestructura que, para sufrir modificaciones sustanciales, requieren de una larguísima duración. El lenguaje es otro de tales elementos, cuya dinámica de transformaciones corresponde a lapsos mayores que los de un modo creativo de riqueza concreto.
No obstante, todavía queda un aspecto que no fue discutido y es que el lenguaje no es únicamente de la dimensión de la superestructura. Por ser algo fundamental en la comunicación intersubjetiva, en la reproducción de sistemas semióticos y en la génesis de significados y sentidos es “cimiento” de otros fenómenos; en consecuencia, integra la “basis”, (ahora bien, existen elementos de la base que también adquieren el carácter de constantes “transhistóricas”, como la ley del valor, la división sexual del trabajo y en el acto amoroso –con los pares de lo femenino/masculino, activo/pasivo, etc. que estructuran lo que cada cual habrá de sufrir en calidad de destino-, y, en suma, los disímiles “rostros” del oprimir).
Por lo demás, la retroinfluencia entre base e hiperestructura no es una dialéctica “estática” por cuanto la dimensión temporal se incluye precisamente en lo dialéctico y en los ritmos históricos de las alteraciones. Las modificaciones de los “elementos” de ambas esferas son de tal complejidad, que incluso puede haber componentes que se diluyan sin un “necesario” correlato: si así acontece en el ámbito de la “basis”, es factible que no se desgrane ninguno en la superestructura y si afincamos el cambio en la hiperestructura, es genuino aguardar que nada o muy poco se “reacomode” en la base. Son los estudios puntuales los que orientan un “esquema” para entender los procesos, “cartograma” que de otro modo es una forma vacía y escolastizante.
(8) Al igual que acontece con lo lingüístico, la educación es tanto del orden de la “basis” como de la sobreestructura. El surgimiento de la fábrica y la instrucción primaria fueron
“... la demostración práctica de la posibilidad de unir la enseñanza y la gimnasia con el trabajo manual ... El sistema fabril fue el primero en hacer germinar la educación del futuro, que unirá ... el trabajo productivo con la instrucción y la gimnasia, y ello, no sólo como método para acrecentar la producción social, sino como el único método para producir hombres completos” (Marx 1983 a: 461/462; el énfasis no es del “autor”).
(9) El capitalismo emplea no sólo la técnica para incrementar la productividad, sino además el arte:
“... El capital ... aumenta el tiempo de plustrabajo ... mediante ... los recursos del arte y de la ciencia ...” (1972 a: 231; el cambio de tipografía nos pertenece). Pero si el valor automatizado necesita de lo estético (aun cuando no empuje su nivel a extremos sublimes), quiere decir que el arte es una fuerza de producción tal cual lo científico. Y si lo estético es ideología, ésta también resulta ser una potencia genética que contribuye en la génesis de tesoro.