EL TURISMO EXPLICADO CON CLARIDAD
Autopsia del Turismo, 2ª parte
Francisco Muñoz de Escalona
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Para los empiristas o sensorialistas, las cosas las conocemos a través de los sentidos que, por ser las puertas de la percepción, lo son también del conocimiento. Para los intuicionistas, el conocimiento brota a través de las conjeturas que se forman gracias a la introspección del sujeto que lo busca.
La primera parece una postura simplista y hasta vulgar, pero es la original y sigue siendo hegemónica, la sostuvieron en el pasado insignes pensadores griegos y la sostienen hoy muchos contemporáneos, para quienes las cosas son lo que parecen ser porque son como las percibimos, pues nada hay en el intelecto, dicen, que no haya pasado antes por los sentidos. La epistemología sensualista o sensorialista está en la base de la noción que se forma la gente sobre el turismo. Turismo, dice la gente, es lo que hacen los turistas, lo que me lleva a indagar que es un turista para la gente.
La noción de turista de la gente se ha formado por observación del comportamiento de los diferentes tipos de transeúntes, forasteros, foráneos o extranjeros en el lugar donde la gente vive y su comparación con el comportamiento de los residentes y de los forasteros y de estos entre sí. Para la gente un turista no es un vecino del lugar, ni un viajante, viajero o peregrino. La gente comenzó a observar el comportamiento de los turistas mucho antes de que apareciera la palabra turista durante la primera mitad del siglo XIX. Quiero decir que el forastero al que la gente llamó turista existía ya cuando apareció la palabra, aunque, obviamente, disponer de una palabra específica mejoró la observación. La continua mejora de las comunicaciones, primero por mar, luego por tierra y más tarde por aire, que han traído las sucesivas revoluciones tecnológicas desde el Neolítico hasta hoy, convirtió en realidad el sueño de conocer la Tierra de capas sociales cada vez menos adineradas. La humanidad ha conseguido indudables triunfos en su lucha contra el obstáculo de la distancia, tanto que hoy podemos blasonar de haber achicado este planeta al que algunos llaman aldea global con harta exageración.
La gente de un lugar distingue perfectamente a quienes no viven en él, a los que percibe como transeúntes, los que van de paso, la llamada población flotante del lugar, entre los que hay o puede haber vendedores y compradores, militares en destacamentos circunstanciales, diplomáticos, mendigos, representantes de una firma comercial en viaje de negocios, investigadores y gente de la farándula, entre otros muchos. Ninguno de ellos es un turista para la gente, pero tampoco es un residente. Los residentes, habitantes, vecinos o paisanos son los que nacieron en el lugar de referencia y en él viven desde que nacieron o desde hace bastante tiempo pues algunos de los que viven en un lugar nacieron en otro y se mudaron a él y en él adquirieron el estatus de residentes que los asimila a los nativos.
Forastero y transeúnte son condiciones ineludibles del turista pero no bastan para que la gente diferencie al turista del simple forastero, que puede ser trajinante, comerciante, viajante, mercader, errante, itinerante, trotamundo, vagabundo, conquistador, buhonero, diplomático, mensajero, vendedor, transportista, investigador, estudiante, malandro, predicador, curioso, explorador, peregrino, aventurero, mendigo, misionero o evangelizador, por designar solo algunas de las muchas clases de forasteros que puede encontrar la gente en el lugar donde reside. Pero, ¿a quienes llama la gente de un lugar turistas?
La gente llama turistas a los forasteros y transeúntes que se encuentran en el lugar por curiosidad o distracción o porque no tienen otra cosa que hacer. La gente llama turistas a quienes visitan el lugar por razones diferentes a quienes lo hacen para realizar actividades relacionadas con el sustento, con el trabajo, los negocios, la mendicidad o para llevar a cabo gestiones útiles y necesarias, es decir, quienes van a un lugar a cumplir obligaciones vitales o heterónomas, legales o no. Turista es el forastero y transeúnte que va a un lugar por motivos autónomos, es decir, por gusto, sin que nadie se lo imponga excepto la ostentación o el aburrimiento que puede llevarlo a ausentarse de su residencia si tiene dinero y tiempo libre.
La gente de un lugar comprende bien a quienes, como ellos mismos, dedican su tiempo de estancia a cumplir obligaciones. La gente de un lugar suele tener ideas poco serias, y se guarda con temor, de quienes aparecen en el lugar y no hacen lo que hacen ellos, cosas útiles y habituales, sino actividades incomprensibles o no bien tipificadas. No es de extrañar que, a mediados del siglo XIX, cuando las facilidades de accesibilidad y los servicios de hospitalidad eran ya considerables en algunos lugares, la gente llamara turistas de un modo irónico y hasta peyorativo a los transeúntes ociosos, denominación con matices de rechazo y caricatura que aun siguen latentes en la palabra. Nadie se tiene a sí mismo por turista bajo ningún concepto. Turistas son los demás, nunca el que habla. Turista es una denominación que se da a otros y puede tener un significado que oscila entre el ligero desprecio y el insulto solapado. ¡No es más que un turista!, podemos oír que dicen algunos. Isabel García Lorca incluye en su delicioso libro de memorias Recuerdos míos la carta que le escribió Margarita Yourcenar cuando, en 1953, visitó el barranco de Víznar, el lugar donde mataron al poeta granadino. Cuenta Yourcenar que se informó antes en una agencia de viajes de Granada y que el empleado que le atendió no la tuvo por turista sino por viajera por la sencilla razón de ningún turista se hubiera interesado por conocer un lugar tan inhóspito y cargado de connotaciones políticas y literarias y menos en aquellos años. Y, sin embargo, Yourcenar y su acompañante se sirvieron de una agencia de viajes, un taxi y dos guías. Compraron las cosas fundamentales que compran los turistas pero se interesaron por un lugar sin interés para los turistas por no estar todavía acondicionado para recibir visitas masivas ni figuraba en las guías turísticas al uso.
Por muchas razones la gente tiene necesidad de distinguir a los turistas de los demás transeúntes. Esa necesidad se manifestó claramente en el primer lugar en el que empezaron a llegar de un modo ostensible forasteros acomodados en misiones no tipificadas. Ese lugar fue la ciudad de París, donde había ya tantos, en determinadas estaciones del año (primavera y otoño) durante la primera mitad del siglo XIX, que los parisinos dieron en llamarlos aves de paso, una metáfora ciertamente expresiva.
La gente destaca notas o características diferenciales para distinguir a un turista de quien no lo es. La primera nota diferencial que tuvo en cuenta la gente para distinguir a un turista de los demás forasteros es la que alude a las cosas que hace o no hace el transeúnte durante su visita.
Un buen campo de observación para saber quien es turista es alguno de esos lugares en los que abundan los transeúntes ociosos en determinadas épocas del año, en los que se ven por las calles céntricas, en las proximidades de los comercios, las iglesias, los museos, los edificios oficiales, los monumentos emblemáticos, los teatros y los lugares de recreo y diversión muchedumbres de transeúntes cuya característica más común es que son forasteros y que, por no conocer el lugar, han de preguntar o servirse de un mapa y se interesan por visitar lugares que los residentes tienen muy conocidos o carecen de interés para ellos. Los turistas son transeúntes extraños en más de un sentido, pero pacíficos, con dinero y con muchas necesidades que quieren ver satisfechas.
El comportamiento de los transeúntes candidatos a ser tenidos por turistas no es observable en los lugares en los que los turistas residen habitualmente. En estos lugares no hay o no suele haber turistas. Los turistas son turistas y se comportan como turistas en los lugares llamados turísticos, lugares especialmente acondicionados para recibir flujos masivos de turistas. Los turistas son los que van de paseo, por emplear la expresiva frase utilizada en los países americanos de habla española o portuguesa. Nunca un español diría de un turista que va de paseo, expresión que se utiliza en España solo para desplazamientos cortos en el lugar de residencia o por sus alrededores inmediatos. Ir de paseo o ir a dar una vuelta son expresiones equivalentes en España. Pero en América ir de paseo se aplica también a desplazamientos de largo recorrido por motivos turísticos.
Para la gente, y también para algunos expertos, como veremos, los llamados lugares turísticos tienen la singular virtud de conferir la condición de turista a ciertos residentes, a los que se mudan a ellos para vivir permanentemente de sus rentas. La gente los llama turistas residenciales para diferenciarlos de los turistas pasajeros y de los demás residentes habituales. La denominación turista residencial es obviamente contradictoria pero el habla tiene sus razones que la razón puede no comprender.
Para la gente, turistas residenciales son esos jubilados que cambian su lugar de residencia habitual por un lugar turístico. Un lugar se convierte en turístico cuando se prepara para recibir flujos masivos de turistas de un modo sostenido y creciente que aunque pueda no ser sustentable. Adquiere entonces el singular poder de transustanciar en turistas a los nuevos residentes cuyas rentas no proceden del trabajo ni de los negocios. La gente distingue o cree distinguir a los turistas, residenciales o pasajeros, de los residentes y también de los transeúntes que son estudiantes, trabajadores, empresarios, vagabundos, investigadores o aventureros. Estos transeúntes son, como los turistas, residentes pasajeros, pero para la gente no son turistas.
Es cierto que la gente que vive en un lugar distingue sin dificultad a los turistas de quienes no lo son aunque no lo sepa explicar de un modo convincente. Lo sabe con la certeza de quien domina su idioma materno.
Quien vive todo el año en un lugar, sobre todo si el lugar no es grande, huele de lejos a los turistas. El turista no es que huela a nada en particular, es simplemente un perfecto desconocido para los residentes, que saben a primera vista que nunca antes lo vieron. Si el turista es un desconocido para la gente que vive en un lugar es porque tiene un aire diferente a sus vecinos, de los que puede no saber el nombre, ni donde viven o en qué trabajan, pero sí que visten según la costumbre insoslayable del lugar, caminan como todos y se comportan normalmente.
Como digo, turista es, pues, para la gente que vive en un lugar, ante todo, alguien que viene de fuera. En el pasado profundo bastaría con que viniera de un lugar relativamente cercano. La gente se daría fácilmente cuenta de estar en presencia de un foráneo porque, no siendo habitual encontrarse con él, destacaría con facilidad entre los lugareños.
Para que la gente que reside en un lugar diferencie hoy con cierta facilidad a un turista de quien no lo es tiene que proceder de un lugar lejano, ser ajeno a la cultura del lugar, extraño a sus costumbres y a su forma de vestir y hablar de un modo diferente. En el pasado inmediato, el simple aspecto externo y el habla bastarían para que la gente distinguiera a un turista de quien no lo fuera. Pero cuando el turismo empezó a difundirse, como primera fase hacia el actual turismo masivo, la gente añadió a su concepción de turista que es alguien que, además, forma parte de un flujo abigarrado, variopinto y estacional de personas interesadas en algo tan inusual en el pasado como el patrimonio cultural, el paisaje, las ruinas o cualquier otra singularidad del lugar de referencia.
Resumiendo. Para la gente, turista es quien se ausenta algún tiempo, generalmente corto, de donde vive todo el año cuando se lo permiten sus obligaciones negociosas, para descansar, distraerse, divertirse, practicar deportes y conocer otros pueblos y otras costumbres o para estar pasajeramente en lugares que por algún motivo llaman su atención, lo que implica afrontar gastos en servicios de transporte, refección, alojamiento, guías, museos, visitas, fiestas, espectáculos, recreo, deportes y otros atractivos similares, sin olvidar la compra de tornaviajes, los llamados suvenires por quienes gustan de galicismos. El conjunto de actividades que realizan los turistas suele tener claras características eutrapélicas.
Para la gente, turismo es lo que hace, en lugares en los que no vive todo el año, el viajero transeúnte al que llama turista, de un modo eutrapélico, es decir, dentro de costumbres socialmente bien vistas, no agotadoras, recuperadoras de fuerzas y de entusiasmo. El turista es algo simple pero gente de orden, pacífica, gastadora y fugaz.
El turista moderno es el productor de clase media y media baja que está de vacaciones fuera de su lugar de residencia, del que se ausenta para refeccionar sus agotadas fuerzas de trabajo. Para la gente, poco tiene este turista que ver con el turista de antaño, el turista adinerado de mediados del siglo XIX a mediados del siglo XX, hoy tenido por viajero, para quien hacer turismo fue una manera de combatir el spleen, el tedio de vivir. A aquellos turistas, la gente los ve hoy como viajeros porque llegaban al lugar como una forma entre otras de practicar un consumo ostentoso. Hoy viajar puede haber dejado de ser una actividad distinguida como se desprende de lo que la cantante francesa Françoise Sagan dijo “a un intruso viajero y parlanchín: ¿Ah, pero usted todavía viaja? Qué gracioso” (contado por Francisco Umbral en su penúltimo libro)
La Real Academia Española, en defensa del idioma, tardó en admitir la palabra turismo más que otras instituciones menos integristas. Lo hizo en 1925, en la edición 15ª de su diccionario, dándole el significado de afición de viajar por gusto de recorrer un país, generalmente un país extranjero. Hay diccionarios más atrevidos. El Dizionario della Lingua Italiana Contemporanea, por ejemplo, que es del año 1980. Su modernidad le permite decir que turismo es el conjunto de turistas que afluyen durante un periodo de tiempo a un centro, lugar o país. Pierre Larousse incluyó el término turista en su Grand Dictionaire Universel de 1865 con el significado de persona que viaja por curiosidad y ociosidad. Larousse, (¡ya a mediados del siglo XIX!) elige frases de conocidos autores en las que se usa la voz touriste en contextos claramente despectivos y más bien humillantes: Este pequeño país es pobre pero pintoresco; lo que más me gusta de él es que sea desconocido y que ningún turista indiscreto haya violado su misterio (J. Sanden). Hace poco un turista cogió y se comió una ciruela en el campo y pagó por ella 50 florines (Víctor Hugo). Los turistas ingleses parecen no haber visto nada, no haber imaginado nada (G. de Nerval). Los turistas no creen más que en cosas lejanas y famosas (George Sand). La mayor parte de los turistas franceses van de excursión a Suiza e Italia, (H. Berthoud)
Además de informar sobre los países que los franceses visitaban con preferencia durante la primera mitad del siglo XIX, Larousse incluye al excursionista en la voz turista ya que son términos que funcionaron como sinónimos hasta que la OMT propuso significados diferentes para ambos. Larousse documenta en su diccionario la voz turista como sustantivo y también como adjetivo. Para atestiguar su uso como adjetivo aporta frases de escritores como estas: En nuestra calidad de viajeros turistas y curiosos preguntaremos y conoceremos, sin duda, el destino de este magnífico establecimiento (E. Sue). Era uno de esos ingleses turistas que gastan su fortuna en viajes (A. Dumas)
El Diccionario del Español Actual, de Manuel Seco y colaboradores, sigue anclado, a pesar de ser reciente, en la tradición más añeja. Para él, turismo es, pura y simplemente, el hecho de viajar por placer. Sin complejos tautológicos, dice también que turismo es el conjunto de actividades relacionadas con el turismo. En la última edición del diccionario de la Real Academia Española se lee que turismo es, en primer lugar, la actividad o hecho de viajar por placer. En segundo lugar, el conjunto de los medios conducentes a facilitar estos viajes. Turismo es, también, el conjunto de personas que realizan este tipo de viajes destacando la dimensión masiva de lo que dice la gente que es el turismo.
Al abigarrado conjunto de actividades eutrapélicas (morigeradas) y propias del tiempo libre de compromisos, realizadas en lugares deliberadamente acondicionados, preferentemente en ciertas épocas del año, por una cantidad masiva de turistas es a lo que llama la gente turismo. La masificación es consustancial a la noción de turismo que tiene la gente. Para la gente, un turista no hace turismo como una golondrina no hace primavera.
Hay sin embargo una minoría para la que el turismo no solo no es eutrapélico sino que es, en sí mismo, algo corrupto. Es la minoría para la que el turismo se basa, más o menos veladamente, en algún tipo de explotación sexual de pueblos exóticos económica y políticamente débiles, por quienes son ricos y residen en países ricos. El turismo sexual no está bien visto y la mayor parte de la gente lo ignora porque no tiene información. Es el turismo que muchos europeos, americanos, australianos y japoneses hacen en Bali o en Tailandia y que rechazan activamente los integristas religiosos. El lector imaginativo puede leer la obra de Michel Houellebecq Plataforma. En ella se hace un retrato del turismo de sexo y se pinta con vivos colores la forma de actuar de los turoperadores especializados.
En cada lengua se impuso el uso de turista y sus derivados cuando el flujo turístico adquirió cierta notoriedad. Hasta entonces se usaban otras denominaciones. En el caso de España, por ejemplo, el uso se generalizó en la década de los sesenta. Antes no se decía hacer turismo sino ir de excursión, ir o estar de viaje o dar un paseo largo. Pasar el verano en el campo o en la playa era veranear no hacer turismo. Una temporada en un balneario termal era tomar las aguas no hacer turismo. Al generalizarse las voces turista y turismo fueron estas las que la gente pasó a usar para referirse también a estos viajes. Pero si la gente llama turismo a veranear o a la balnearioterapia se debe a la generalización del vocabulario de los expertos.
En las memorias de un aristócrata y diplomático español del siglo pasado se cuenta que, con motivo de la primera visita de Estado a un país extranjero (Francia) que hizo el entonces joven rey de España Alfonso XIII (año 1905), después de la recepción protocolaria de las autoridades francesas, el monarca y parte de su séquito dedicaron la tarde al turismo en la ciudad de París. Llamar al rey y a su séquito turistas supone usar la palabra fuera de lo habitual porque el motivo del viaje no fue la curiosidad, el asueto o la diversión, pero indica que el significado de turista había roto los primeros moldes y había pasado a referirse a quien hace determinadas actividades.
A partir de su generalización y desbordamiento del significado original, la gente puede llamar turista también al residente que dedica sus horas libres a visitar una pinacoteca o un parque temático. Para la gente, hoy ya ni siquiera hace falta ser forastero para ser turista. Basta con hacer lo que convencionalmente hacen los turistas: recrearse, divertirse, pasear por lugares emblemáticos de la ciudad, fotografiar monumentos, etc.
Hay una característica del turista en la que quiero insistir porque forma parte de lo que la gente percibe que es una de sus principales notas diferenciales. Me refiero a la estacionalidad. Félix de Azúa ha descrito así una tradicional escena turística, veraniega y playera: Ya estamos todos aquí de nuevo. A mi alrededor hablan holandés, catalán, francés, español, alemán, para decir lo mismo, que el agua está helada, que te pongas crema, que cómo quema la arena. Cada año igual, como los girasoles.… Chillidos, risas, tiernos insultos. Cada año igual.
La frase de Azúa recoge una de las características del turismo, la estacionalidad, pero destaca también otras características consustanciales del turista moderno para la gente, la despreocupación, la superficialidad, cierto infantilismo, el juego.
Para la gente, turistas son los transeúntes de un lugar que hacen cosas lúdicas. La filosofía es un juego, dicen los filósofos actuales, pero nadie confundiría a un turista con un filósofo. La confusión encerraría un insulto insoportable para la gente que ve al turista como un ser detestable por gregario, que se deja conducir, que viaja para ver y no ser visto, que escucha al guía y asiente sin rechistar, que no sabe de donde viene porque viene de cualquier nolugar. El turista puede ser un individuo sin sensibilidad para la belleza, que solo valora el confort, la seguridad (física y jurídica), la moda y la vida fácil.
Las definiciones de turista y de viajero de algunos escritores reflejan perfectamente bien la aplicación del método de notas diferenciales de la gente. Los escritores escriben para que la gente compre y lea lo que escriben. Mimetizan el lenguaje de la gente si no lo prohíbe su particular sentido del estilo.
Para el periodista y sociólogo recreativo Vicente Verdú, un turista es quien sube y baja de los aviones, provisto de una cartulina con los emblemas de una agencia, lleva pendiente del hombro una bolsa o una cámara y se ha provisto de una cremallera donde guarda el cambio de la moneda del próximo país, contempla las pirámides de Egipto y le decepciona su altura evocada en los libros de texto, le deslumbra, no obstante, el azul del mar de Grecia y el templo horadado en las rocas del mar de Grecia, sube inexorablemente hasta el último escalón de Chichen Itza, come sin cesar las tapas de los chiringuitos, aunque siempre una comida le parece tanto más apetitosa cuando más se acerca al auténtico sabor de su patria, reside en Holiday’s Inn iguales en cualquier parte del globo y presta una atención escolar a las retóricas palabras del guía, se afana por recordar el nombre de los museos, la designación del río más caudaloso, los pormenores de una fabulación, prepara las fotos con la misma perspectiva de las postales en aquellos famosos lugares que visita en la excursión, acude a constatar que el mundo es tal como lo ha visto en la televisión, considera que el mundo real tiene lugar cuando consigue acoplarse a él, se deja conducir, es un ser detestable, realiza en su grado más alto la metáfora superior del viaje, no ensaya ser un mexicano en Puebla ni un dogón en Malí, se conforma con tender a ser nada, es decir: a producir, con su traslado, el grado absoluto de la metamorfosis: la desaparición, no piensa que va de aquí para allá, que pisa tierra diferente, simplemente se desliza por una cinta con paradas hoteleras homogéneas y bajo el dictamen reglamentario, más que una voluntad de experimentar algo distinto, la apelación que se hace es, nada menos, que a la experiencia de no existir, selecciona sus destinos, inaugura rutas o prueba la aventura de lo marginal, pretende pasar el rato, su cenit es no existir, dejar de ser, viaja no para hacer algo sino para dejar de hacer, hace dejación de su voluntad y de él mismo en el forfait, se sumerge en la aglomeración de las playas para despojarse de su identidad junto al deshabillé, se disipa en la estela del viaje, viaja con seguro y a seguro, empaquetado y a salvo de peripecias, bordea los barrios peligrosos de las megaciudades, circunda la selva o el río, observa el mundo y sus indígenas como un parque inicuo y natural, lo tiene todo vacunado, cuando regresa de su viaje, no tiene nada que decir o que escribir, ha cruzado por parajes innumerables, ha visitado santuarios, reliquias y monumentos pero, personalmente, no se ve que le haya pasado nada, cuando regresa, no importa el lugar ni el tiempo que haya transcurrido, no tiene nada que decir, su completa trascripción de la experiencia se agota en unos minutos sin relieve, su viaje no se orienta a descubrir nada ni a establecer vidas nuevas, sino solo a dar cuenta de que lo previsto se encuentra allí, quieto e indemne, se conforma con personalizar con el objetivo de su cámara lo que se encuentra de antemano consolidado, lo que anhela ante todo es volver con buena salud, que no haya pasado nada, se sume en el menú que se reparte colectivamente por el tour operador, aspira a dejarse llevar, olvidarse mecido por los traslados, prefiere la aventura sin dolor, rebozándose en el consumo de perderse y de perder el tiempo, tiene ya el billete en el bolsillo para viajar al Nilo o a Katmandú, para recorrer en una semana las islas griegas o los fiordos noruegos, la India o Nueva York. Todo habrá dependido de los precios, de las temporadas, de las fechas justas, casi del estado de ánimo en el momento mismo de acodarse sobre el mostrador de la agencia, viaja para verse a salvo de percances e incluso a resguardo del contacto con los indígenas y sus enfermedades posibles, cuando decide viajar al extranjero emplea los servicios de una agencia conocida sin haber reflexionado demasiado sobre el destino, visita las playas de Benidorm y Cullera, habrá adquirido un apartamento de cinco millones en Santa Pola, Torrevieja o en Guardamar, hará excursiones al cabo de Gata, a Peñíscola o a Polop, se desplaza con una maleta sucinta en la que no faltan sin embargo medicinas que no cree encontrar en el trayecto y alguna prenda de abrigo, siempre receloso de los pronósticos que facilitan los demás, es un ser propicio a la desconsideración o el desdén de la especie culta y cultivada (sic), viaja para no hacer algo sino gracias a que no tiene nada que hacer ni aquí ni allí, soporta una consideración infame, es un artículo cultural a desdeñar o una sustancia masiva que debe sortearse en las excursiones, se desplaza como un bacilo de autobús en autobús, ha emergido en el mundo como una etnia, con sus costumbres, su alimentación, su cultura, sus deseos, sus ritos, esa masa ingente, trashumante, ha dejado de ser por completo una anécdota cualquiera de la Humanidad, es ya la Humanidad, una de sus porciones más suculentas, decisivas, dinámicas, humanas, tal ser apestado es hoy, sin embargo, una vez que el mundo se ha convertido por entero en un parque temático, que los negocios de souvenir en San Francisco están en manos de coreanos, los de Copenhagen en poder de los rumanos o en Málaga bajo la administración de marroquíes; que los karaokes de cualquier parte forman una red mundial de recién casados cantando iguales melodías y que los monumentos, uno a uno, han ingresado, reciclados y desinfectados, en los itinerarios normalizados del touroperator, el turista es una especie humana de extraordinario valor, no un ser, como antes, desplazándose como un bacilo de autobús en autobús, sino permanentemente, noche y día, 365 días sobre 365 días.
Viajero, por el contrario, es, según el autor citado, quien se siente degustador de lo autóctono, un exquisito de lo natural, un devoto de la diferencia, corre en busca de obtener extractos de materia desconocida, se empeña en inaugurar senderos, sumergirse en la vida de los nativos como un nativo más y traspasar así la actitud del espectador que contempla espacios y habitantes como un entretenimiento en vacaciones, induce, se inmiscuye, obra activamente, cree recuperar por su conducta el genuino sentido del desplazamiento, presume de haber contraído una malaria, el paludismo, una fiebre tropical o una deshidratación, llega de su odisea y no para de contar los hechos que le habían acaecido, hazañas y sobresaltos que constituían el barroco de su osadía, trata de agrandar sus experiencias, adensar y definir más su biografía con la experiencia del viaje, se dirige a una captura vivencial, en busca de sensaciones desconocidas y parajes por inaugurar, pretende llegar a ser más de lo que es tras realizar el viaje, cree afianzar la peculiaridad de su yo con la proeza del periplo cocinado personalmente.
Verdú aporta notas diferenciales en cadena para distinguir a los turistas de los viajeros. Como la gente. Las frases las he tomado de diferentes columnas aparecidas en el diario El País, periódico que publica un suplemento semanal, El Viajero, que por su contenido debería llamarse El Turista, y de un artículo aparecido en Revista de Occidente. Verdú se encuentra entre los escritores que aplican el viejo método que el francés Maurice Alhoy utilizó en 1848, basado en notas diferenciales, entre los que destacan Taine, Daudet, Stendhal, Queiroz y otros. Sterne se adelantó varios años a todos ellos. El método es el mismo que utiliza la gente y también, como veremos, los expertos en turismo. Es tan atractivo y agradecido este método que también lo utiliza un fotógrafo, el catalán Marc Ripoll, quien lo debe de considerar ingenioso y extremadamente original. Para Ripoll, turista es quien no resiste la tentación de marcar con un puntito en un mapamundi aquellos países que ha visitado, en Egipto opta por un viaje de veinte días en el que pasará por todo Egipto, Jordania y Siria, nunca se plantea volver a un país en el que ya ha estado aunque solo haya pasado cinco días, viaja en las fechas impuestas por las vacaciones laborales, viaja acompañado, le interesa conocer los monumentos, museos y cataratas más que a los nativos, se relaciona con otros turistas, siempre lleva un poco más de peso (en el equipaje) del que puede cargar, si puede ser en cuatro bultos, mejor que dos, suele regresar del viaje cargando con el libro con el que salió de casa, se caracteriza por marearse al leer en un vehículo, lleva bloc de notas para anotar regalos comprados, puede tener desarreglos intestinales, le gusta ponerse cuantas más vacunas mejor, pondrá el grito en el cielo si encuentra una salamandra en su habitación, tiene algo de masoquista, tiende a escoger el autocar, incluso si el mismo recorrido puede hacerse en tren, en avión elige la clase turista, se apunta a viajes organizados, hace numerosas llamadas telefónicas en las que dilapida una parte considerable de su tiempo y de su presupuesto, viste de manera llamativa, aprovecha un viaje para vestirse con aquellas prendas que nunca se atrevería a ponerse en su ciudad, solo camina del hotel al autocar y cualquier calzado le sirve, abusa de los shorts y las camisetas en los viajes, lleva riñonera, gorra, chaleco de bolsillos y sandalias, prendas de turista por excelencia, utiliza hoteles de varias estrellas en los que no es posible conocer más que a otros turistas y hombres de negocio (sic), se pasa las vacaciones enteras en el recinto hotelero, los resorts, en los que todo está dispuesto para que no tenga ninguna necesidad de abandonar el recinto, lleva dentro un pequeño dipsómano, no puede evitar llevarse todo aquello que le cabe en su maleta, se caracteriza por su afán consumista, por definición es un ser incapaz de documentarse ni de orientarse por sí mismo, motivo por el cual recurre habitualmente a esos peligrosos especialistas denominados guías turísticos, limita sus movimientos a hoteles de categoría y zonas con restaurantes de cocina internacional por lo que nunca tiene problema alguno en seguir con sus costumbres alimenticias, se decanta en sus viajes hacia restaurantes europeizados, quiere restaurantes donde no tenga problemas para interpretar la carta, le gusta hacer pases de diapositivas, o incluso peor, de videos, mantiene el afán de velocidad que caracteriza la sociedad actual incluso cuando viaja, se aburre y cambiando continuamente de lugar se entretiene buscando transporte y hotel, de modo que no le queda mucho tiempo para el tedio, viaja para poder explicar todos los sitios donde ha estado.
Para Ripoll, el viajero es lo contrario del turista, es quien se queda absorto ante un mapamundi, se ciñe a una zona concreta, el Alto Nilo por ejemplo, y deja Alejandría, El Cairo, la zona de los oasis y la península del Sinaí para futuros viajes, evita las fechas fatídicas impuestas por las vacaciones laborales, viaja solo, le interesa conocer a la gente, los nativos, más que monumentos, museos o cataratas, se relaciona con los nativos y con otros viajeros, siempre lleva el equipaje justo, ni mucho ni poco, nunca tira el libro y por supuesto tampoco carga con él de vuelta a casa sino que se lo regala a otro viajero, está curtido por largos trayectos en autobuses y es perfectamente capaz de concentrarse en la lectura, lleva bloc de notas para anotar reflexiones, impresiones, anécdotas, hacer dibujos, es raro que padezca desarreglos intestinales, pasa antes por un centro de vacunación internacional donde le indican cuales son las vacunas obligatorias, sabe que con un par de salamandras en el techo del dormitorio tiene felices sueños garantizados, elige siempre el tren, en avión elegiría la clase viajero si existiera porque le molesta profundamente la clase turista por no serlo, optaría antes por hacer el camino de Santiago de rodillas que apuntarse a un viaje organizado, viaja sin teléfono móvil, intenta pasar mínimamente desapercibido con el objetivo de no atraer a los cazaturistas y de no parecer un idiota, camina mucho, sabe que el calzado es una pieza fundamental de su equipaje, llevando siempre zapatillas o botas cómodas y adecuadas al clima del país que visita, usa camisas y unos pantalones de algodón fino que además protegen de la luz solar y de los insectos, tiende a usar la ropa que lleva la gente del lugar visitado, se hospeda en pensiones, las cuales permiten conocer a gente del lugar, a diferencia del turista, nunca caerá en la trampa de una visita guiada. Además, se habrá documentado previamente e irá provisto de un buen guía – libro, no persona, está dispuesto a alimentarse con comidas que no son de su agrado o a repetir el mismo menú durante días si no hay nada más para escoger, sabe que viajando tendrá que cambiar sus hábitos y adaptarse a lo que encuentre, huye de los restaurantes europeizados y busca aquellos donde los clientes, o la mayoría de éstos, sean nativos, uno de los máximos placeres, incluso uno de los motivos del viaje, es conseguir ser invitado a comer en casa de algún nativo, no hay ningún plato que sea imposible de comer, dispone de tiempo, el primer requisito del auténtico viajero, tiene la virtud de la paciencia, tiene en la vida cotidiana un carácter más calmado, reflexivo que el turista, lo que lee le permite disfrutar plenamente de lo que ve.
Quién habría sospechado encontrar tantas coincidencias entre un sociólogo recreativo y un fotógrafo ambulante en la forma de diferenciar a un turista de un viajero.
Fernando Vallejo, biólogo y escritor colombiano, también utiliza el método diferencial y propone estas definiciones del turista y del antiturista (naturalmente, el viajero) en su pentalogía El río del tiempo: El turista es un ave corriente de colores chillones, pasajera, que picotea aquí y allá, se alimenta de sandwiches y frivolidades, ve museos, toma fotos, compra souvenires basura, y se va. El antiturista es, por el contrario, alguien como Miss Klinengferter, miembro de una asociación filantrópica alemana que viene a traer para los pobres de Colombia una donación. ¿Qué quiere ver Miss Klinegferter? ¿Quiere ver la plaza de Bolívar? ¿La basílica primada? ¿El museo del oro? ¿Los edificios de cristal? ¿La catedral de la sal? No. Ella quiere ver la pobreza. A eso vino. A ver miseria, que la lleven a donde están los pobres. Entonces va a ser muy feliz aquí en su estancia en Bogotá. Miseria aquí es lo que sobra.
Son tantas las notas que aportan Verdú, Ripoll y Vallejo que más que retratos robot del viajero y del turista son fotografías de personas en las que cada escritor se inspiró para formularlas. Configuran individuos de carne y hueso adecuadamente caricaturizados. Su noción de turista y de viajero es envidiablemente sólida. Sin embargo, el poeta Hugo von Hofmannsthal, uno de los creadores de los Jung Wiener, entusiasta como Goethe de los viajes por países del Mediterráneo, que estuvo en varias ocasiones en Grecia entre 1908 y 1917, pudo tenerse por viajero, pero, en Momentos en Grecia, según las notas diferenciales de Verdú y Ripoll, fue un turista porque, al visitar la Acrópolis, escribió esta comprometida frase: Un soplo de desaliento me rozó, una sensación de desencanto me hirió de antemano. Retornó aquella mañana el interminable deambular de una cosa a otra. El cansancio del camino, había piedras y ruinas de piedras; allí estaban las excavaciones de Ágora, allí estaba la Pnyx, allí estaba la colina de los oradores, allí la tribuna; allí los vestigios de sus casas, sus prensas de vino, allí estaban sus monumentos funerarios junto a la vía eleusina. Eso era Atenas. ¿Atenas? Así que eso era Grecia, eso era la Antigüedad. Un sentimiento de desilusión me embargó…
Del libro de viajes del holandés Cees Nootboom Hotel nómada (la gente y los escritores suelen llamar nómadas a los que viajan mucho. También los expertos usan esta metáfora con harta frecuencia a pesar de su imprecisión) extraigo la frase siguiente, muy del gusto de quienes, teniéndose por viajeros, se esfuerzan en distinguirse de los turistas: Este es un libro dedicado a los viajeros, a quienes entienden el viaje no como una huida sino como un modo de conocerse a sí mismos; a quienes creen que a viajar se aprende como se aprende a leer, a amar, a morir. En este libro, Cees Nooteboom nos lleva a conocer su condición de nómada en una serie de viajes a través del tiempo. Nómadas todos porque el origen de la existencia es el movimiento: por eso el viaje es una experiencia que no tiene fin... El último pensamiento lo toma el autor del sabio árabe del siglo XII Ibn‘Arabí. La frase termina así: ... tanto en el mundo superior como en el mundo inferior.
Eva Duarte de Perón expresó en una entrevista este singular deseo: Quiero asomarme al mundo como quien se asoma a una colección de tarjetas postales. La frase incluye sin duda a la glamourosa y mítica dama argentina entre los turistas aplicando las notas diferenciales de los escritores citados.
Un escritor emplea términos que reproducen las imágenes adecuadas a lo que se propone transmitir a sus lectores. Es evidente que el viejo método de Alhoy, utilizado por los escritores, coincide con el que la gente emplea para expresar la noción de turista. Los empresarios lo utilizan porque lo hace la gente, pero no deberían hacerlo porque el juego está reñido con el negocio. Más grave es que lo empleen los expertos porque usar términos confusos para transmitir sus proposiciones o expresar los resultados de su investigación está desaconsejado por la ciencia.
La gente y los escritores tienen el privilegio de disponer de una noción muy sólida de turista y, en consecuencia, de turismo. Podría alargar tanto como se me pidiera este capítulo incluyendo frases tomadas de los periódicos y otros medios de comunicación. En TVE, por ejemplo, acaban de llamar turistas suicidas a los miembros de un matrimonio inglés de enfermos no terminales que viajó a Suiza para recibir servicios eutanásicos. ¿Por qué les llaman turistas? Pues, porque no siendo enfermos terminales, se admite implícitamente que hicieron el viaje por gusto, sin necesidad, como los turistas, a pesar de que no volvieron, obviamente, a su lugar de residencia. En una emisora de radio de la misma cadena oigo hablar a un periodista especializado en literatura de viajes de la para él deseable transformación de los turistas actuales en viajeros, pero sigue hablando de turismo. ¿Hay entonces turismo sin turistas? Para el periodista, y también seguramente para quien le entrevistó, y para muchos de los oyentes del programa, sí. Estamos frente a una nueva singularidad entre tantas como abundan en el mundo del turismo.