EL TURISMO EXPLICADO CON CLARIDAD
Autopsia del Turismo, 2ª parte
Francisco Muñoz de Escalona
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Si a cualquiera de nosotros le preguntara alguien qué es el turismo no dudaría en dar una respuesta inmediata pues todos sabemos o creemos saber lo que esta realidad hoy tan en boga es. El español, como los demás idiomas modernos, tiene palabras con las que referirse a este peculiar fenómeno social. En estas circunstancias, que alguien aspire a dar una explicación clara de lo que es el turismo puede parecer inútil por innecesario. Sin embargo, la cuestión no es que sepamos o no dar una explicación de lo que es el turismo sino que tenemos tantas que su estudio puede resultar enigmático y bizarro como afirman dos conocidos expertos norteamericanos.
Cuando oigo hablar de turismo me pasa como a Javier Sádaba cuando oye hablar de filosofía: siento una extraña mezcla de desasosiego y curiosidad y me pregunto qué será el turismo para quien habla de él con tanto desparpajo. Al contrario de lo que acontece con la filosofía, el primer encuentro con el turismo no es desconcertante. Son tantos los contactos que a lo largo de nuestra vida tenemos con él que no es fácil recordar el primero. Presente en el habla y en la vida cotidiana, el turismo está igualmente presente en todos los medios de comunicación de masas: periódicos, revistas, libros, folletos, emisoras de radio y televisión, y ahora también en Internet. Estamos rodeados de turismo y de turistas y no nos damos cuenta. Casi todas las editoriales, por no decir todas, aspiran a tener colecciones y suplementos especiales dedicados a turismo y viajes, ese redundante binomio. Creen como todos creemos que los turistas son de una clase y los viajeros de otra, que una cosa es el turismo y otra muy distinta los viajes.
Antes de dedicarme al estudio del turismo estaba, como todo el mundo, inmerso en él sin saberlo. Una y otra vez tropezaba con la palabra y la usaba a menudo, hacía viajes, iba de vacaciones, tomaba el sol en la playa, visitaba vestigios de la antigüedad y pinacotecas famosas, participaba en congresos, asistía a ferias de muestras y artesanales, iba a balnearios y hablaba o escribía de viajes, de los míos y de los demás. Lo hacía sin cuestionármelo, como es habitual, como la cosa más natural y hasta más vulgar y simple del mundo, algo sencillo y espontáneo en cuya comprensión y entendimiento no es necesario esforzarse.
El turismo me parecía algo superficial, frívolo y poco serio, no solo como actividad personal sino, sobre todo, como forma de ganarse la vida y, más aun, como objeto de investigación y estudio. ¿Estudiar, investigar el turismo? ¿Para qué? Y, sobre todo, ¿por qué y para quien?
Un buen día, allá por los lejanos y felices sesenta, supe que una amiga de la adolescencia estudiaba turismo. Lo achaqué a su manifiesta incapacidad para estudiar otra cosa. Eran, en España, los años de los planes de desarrollo económico y social (así los llamaron) que cambiaron las bases factuales de la convivencia sin modificar las formales.
En aquellos años se popularizó la idea de que el turismo se comporta como un motor de desarrollo de la economía. Todavía hoy hay quienes siguen llamando locomotora de la economía al turismo. Lo cierto es que, junto con las remesas de los emigrantes a Europa, el gobierno de España utilizó las divisas de los turistas para construir infraestructuras, modernizar su anticuada planta industrial y aumentar la productividad del trabajo, algo sin lo que no hubiera sido posible que los productos españoles compitieran en mercados que ya empezaban a estar globalizados aunque no se utilizara todavía esta palabra hoy tan de moda.
En aquellos años me dedicaba como investigador del Consejo Superior Investigaciones Científicas de España al estudio del comercio internacional de productos agrarios. Intentaba formular las leyes que rigen las importaciones y las exportaciones de estos productos para poder aconsejar la política económica que enjugara el déficit crónico de la balanza de pagos.
Pasado el tiempo volví a encontrar a la amiga que estudiaba turismo. Me contó que terminó sus estudios con calificación de excelencia, lo que atribuía a su facilidad para aprender idiomas extranjeros, la asignatura más fuerte de la carrera, que inmediatamente encontró trabajo, que era directora de una pujante agencia de viajes, que vivía en un chalet con piscina y cancha de tenis en una urbanización de las afueras de Madrid y que había dado la vuelta al mundo tantas veces que había perdido la cuenta. Cuando su trabajo se lo permitía se escapaba con su familia a una conocida localidad turística de sol y playa (así la llamó) donde tenía un apartamento en primera línea y un yate en la marina más próxima. Yo, en cambio, equivocado como siempre, seguía trabajando en un organismo público de investigación, mis viajes eran casi exclusivamente de trabajo y vivía en el mismo modesto apartamento urbano, sin sombra de tener algún día la ya entonces reglamentaria segunda residencia.
Ni siquiera en aquel momento, que tan cerca estuve de comprobar el éxito del turismo, me planteé tomármelo en serio y mucho menos convertirlo en objeto de estudio.
Mi particular glorious thing, por usar la expresión de Thomas Cook, el primer productor de turismo comercial de la historia, se presentó cuando, por no tener financiación para investigar la agricultura bajo plástico del sur de España, decidí cambiar de objeto de estudio. Fue entonces cuando mis lecturas de obras de antropología cultural me pusieron en la senda que lleva al turismo, un camino que puede extrañar a más de uno. Pero así fue, en efecto, como empecé a interesarme por esta parcela de la realidad social, del conocimiento y de la actividad. A poco de iniciar el estudio de obras sobre la materia me planteé las primeras preguntas, a las que siguieron otras y después otras y otras, tantas como obras de turismo cayeron en mis manos y trataba de escudriñarlas y comprenderlas porque el tratamiento que daban a la materia me parecía si no hermético sí al menos excesivamente singular y sin justificación aparente. Con las sucesivas respuestas que encontré he escrito este libro que tienes en las manos, imaginativo lector, un libro que quisiera alejarse tanto como sea posible de los corsés académicos de notas y citas a pié de página porque aspira a ser sencillo, claro, coloquial, amable y abierto. Un libro que pretende ser una charla amistosa y relajada con el lector imaginativo, el que puede disimular que no sabe nada de turismo a pesar de lo mucho que sin duda sabe, como si ambos, él y yo, nos enfrentáramos al estudio del turismo por primera vez en la vida. Pero, también, un libro cuyo contenido sea abiertamente conceptual, no anecdótico, ni pintoresco, porque aspira a desentrañar, paso a paso, qué es el turismo si realmente queremos formular las leyes que lo explican para ponerlo al servicio de nuestras necesidades.
No creo que sea difícil lo que pretendo conseguir con la complicidad del lector.
Aunque,... ¿tal vez sí?
Este libro se beneficia de otro más extenso y formalizado, aun sin terminar, en el que trato de sujetarme a las rígidas pautas académicas por ir dirigido a la atención de los expertos, los que, teniendo respuesta a la inquietante cuestión de que es el turismo, como la calificó Kurt Krapf, nadie, y menos yo, les va a pedir que hagan el esfuerzo, aunque sea momentáneo, de imaginar que no la tienen.
Para escribir este libro, tuve que quemar las naves en el organismo público de investigación en el que he trabajado durante treinta años y asumir la poco vistosa figura del investigador sin proyecto, quiero decir sin proyecto financiado por alguna entidad pública o privada, que es a lo que mis colegas llaman proyecto de investigación. La tarea bordeó el sadomasoquismo: estudiar sin financiación externa una materia de la que todos sabemos lo que hay que saber, sobre todo en España, país que por algo fantasea de estar entre las dos o tres mayores potencias turística del mundo, en el que el turismo se ha convertido, como todo el mundo dice, en la primera industria nacional en poco más de tres décadas y en un campo de investigación, estudio y enseñanza en el que lo esencial está dicho y redicho y en el que nadie cree necesario ni posible aportar nada sustancialmente novedoso en el terreno conceptual. Aun así, no es extraño toparse con quienes opinan que hay que dedicar más medios a su estudio y que todas las aportaciones son bienvenidas, pero eso sí, siempre que no se ose cambiar los planteamientos que se hicieron hace ya más de un siglo, que son los que son porque son los que deben ser y porque no pueden ser otros. ¡Bendita seguridad!
Con los lectores imaginativos que quieran seguirme aspiro a adentrarme en este peculiar ámbito de la realidad para tratar de explicarlo y de explicármelo ante todo a mí mismo, advirtiendo al lector que me atendré, todo lo que pueda y sea capaz, a las normas de la lógica y del distanciamiento sentimental e ideológico que debe existir, por norma científica ineludible, entre objeto de conocimiento y sujeto investigador.
Acudo, pues, a la imaginación científica. Como dijo Keynes hablando de Sigmund Freud, la imaginación puede recolectar abundantes ideas innovadoras, posibilidades explosivas e hipótesis de trabajo que cuentan con una base suficiente en la intuición y la experiencia corriente. Me enfrento, pues, al estudio del turismo como si fuera ese mundo virgen que invita a ser penetrado por el explorador curioso, inquieto y atrevido.
Este es el extraño reto que me propongo y para el que solicito de antemano la ayuda de los lectores imaginativos, entre otras cosas porque, como ha dicho alguien, la primera condición del discurso es una cierta seguridad de ser escuchado.
Quien espere encontrar descripciones pintorescas de lugares, paisajes, monumentos y ruinas es mejor que abandone desde ya la lectura. Este no es un libro pintoresco, jaranero y festivo. Aspira, muy al contrario, a ser científico, serio, honesto y didáctico aun a sabiendas de que pueda parecerle a alguien poco atractivo.
Espero, sí, que el libro responda a lo que promete el título. Me propongo explicar la materia de una forma clara, tratando de no menoscabar la precisión ni la integridad de sus partes constitutivas. He elegido un estilo discursivo y una estructura didáctica que se inicia con la noción que de turismo tiene la gente, pasa por la que tienen los empresarios y sigue con la que sostienen los expertos y consideran la única científica por contar con las bendiciones de la comunidad internacional y estar consagrada por las organizaciones internacionales. Dedico especial atención a lo que dicen todos porque, como afirma José Antonio Marina, nuestra inteligencia es estructuralmente lingüística. En esto se consume la primera parte del libro.
La segunda parte formula el modelo teórico hegemónico o convencional que explica lo que se viene llamando desde la segunda década del siglo pasado economía del turismo, un modelo que se consolidó en la década de los cincuenta con las aportaciones hechas durante las seis o siete décadas anteriores. Quiero decir que, entre los diversos modelos explicativos que pueden extraerse de la literatura disponible, me decanto por el económico, el que se ocupa de la producción, la consumición, el mercado, los precios, los gastos y los ingresos, y dejo de lado otros modelos, entre los que brillan con especial fuerza el sociológico y el geográfico, ambos muy próximos entre sí. En esta parte incluyo un análisis crítico del modelo convencional con el que se explica y maneja la realidad a la que se da el nombre de turismo, ofrezco una evaluación de su grado de coherencia interna y destaco las anomalías en las que cae a la luz del análisis microeconómico.
En la tercera parte indago si existe la posibilidad de aplicar el análisis microeconómico al estudio del turismo con todas sus consecuencias partiendo de preguntas como estas: ¿Es el turismo un producto objetivamente identificado? Y, si lo es, ¿que necesidad satisface? ¿Qué consume un turista? ¿Están adecuadamente catalogadas y tipificadas las empresas de turismo en los catálogos y clasificaciones de las actividades productivas? Preguntas que para unos pueden tener la impronta de la ingenuidad y para otros de la impertinencia.
Si logro plantear las preguntas de un modo correcto y responderlas afirmativa y positivamente cabrá la posibilidad de elaborar un nuevo modelo teórico y aplicar sin anomalías los instrumentos analíticos que se aplican al estudio de cualquier rama productiva. Este es el contenido de la cuarta parte del libro. Se podrá pasar así de considerar el turismo como una actividad diferente y sui generis, como sostienen los autollamados expertos científicos en turismo, a considerarlo como una única rama productiva similar a cualquier otra en su estructura aunque diferente, como es obvio, en cuanto al producto obtenido, a la tecnología utilizada y a la necesidad que satisface.
Espero hacerme entender por cualquier lector pero sobre todo por esa pléyade de jóvenes animosos y esperanzados que han decidido estudiar turismo con fines diferentes con libros y discursos para cuyo entendimiento se requiere aceptar como un dogma que el turismo es tan complejo que ha de ser tratado con esquemas conceptuales únicos e intransferibles. Si lo consigo espero que se acepte la invitación que vengo haciendo desde hace años al ineludible debate que debe preceder a la eventual implantación del modelo alternativo entre los empresarios: para reorientar o corregir, si procede, ciertas estrategias inversoras, y entre los investigadores y los profesores de economía del turismo: para cambiar la literatura especializada y el contenido de la investigación y la enseñanza. Pero también espero hacerme entender entre los demás lectores, entre quienes hablan y oyen hablar de turismo y podrían empezar a entenderlo no como un fenómeno enigmático y bizarro sino como algo que por ser producido para obtener beneficios y ser consumido para satisfacer necesidades tiene las propiedades de cualquier mercancía, fatídica palabra, junto con la de producto, de la que tantos bienpensantes anclados en el antiguo régimen huyen como de la peste.
¿Pido demasiado? El lector imaginativo tiene la palabra.