Eduardo Jorge Arnoletto
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c) La cultura, el estilo y la socialización política. El cambio y el desarrollo político.
La observación reiterada nos dice que las diversas sociedades políticas no viven la política del mismo modo. Un primer nivel de investigación nos lleva a una tarea descriptiva: el inventario de los rasgos que caracterizan el universo político de un determinado país o región. Aquí se aplica el concepto de cultura política y el de estilo político. Un segundo nivel de investigación desarrolla su reflexión sobre los mecanismos que reproducen esas diferencias. Aquí se aplica el concepto de socialización política. Un tercer nivel de investigación aparece cuando se presta atención preferente al caracter dinámico y cambiante de ese proceso. La cultura y el estilo político se reproducen por la socialización política, pero ese proceso entraña una dosis grande o pequeña de renovación; hay rasgos que decaen y desaparecen y otros nuevos que surgen. Cómo cambia una sociedad?. Aquí se aplican los conceptos de cambio político y de desarrollo político, ubicados en el límite entre los modelos de orden y los modelos de conflicto (1).
Estos conceptos giran en torno de lo que, en términos muy generales, podríamos denominar "la aceptación del orden político" (2). Los sistemas políticos, los gobernantes, necesitan y buscan el acuerdo, el apoyo de los gobernados; esperan su voto, su ayuda o al menos su docilidad. Por convicción o por cálculo, comparten las creencias de los grupos que representan, aceptan los valores más reconocidos por sus conciudadanos, con mayor razón por cuanto ellos mismos los producen y/o se benefician de ellos. De esa convergencia surge la aceptación del orden vigente o su cuestionamiento en caso contrario.
Desde ese punto de vista, con algunas salvedades que luego veremos, cada comunidad política tiene, como expresión de su identidad, una "cultura política" característica. J. Lagroye (op.cit.) la define como "conjunto de creencias y valores compartidos, referentes a la vida en sociedad y el rol de las actividades políticas en la conservación y la orientación de la cohesión social; actitudes fundamentales que permiten el ajuste mutuo de los comportamientos o la aceptación de actos de autoridad que tienden a imponer ese ajuste".
El concepto de cultura llegó a la Ciencia Política desde la Antropología Cultural, por obra del behaviorismo, que vio en él un modo de equilibrar el enfoque excesivamente cuantitativo y "externo al objeto" que caracterizaba sus primeras producciones. fue Gabriel Almond quien principalmente lo puso en la palestra de la discusión académica, donde alcanzó gran difusión sobre todo en las décadas de los sesenta y los setenta, percibiéndose una merma de su importancia en años más recientes (3).
Del mismo modo que el concepto antropológico de cultura, el de cultura política ha sido objeto de numerosas definiciones. Gabriel Almond y Sidney Verba (4), grandes difusores del uso de ese concepto, lo entienden en primer lugar como "una orientación psicológica ante los objetos sociales". No se trata, desde luego, de un "reduccionismo psicológico" de la Ciencia Política, sino de una propuesta que implica el abandono de los antiguos estudios sobre "caracteres psicológicos nacionales", generalmente de inspiración genética-hereditaria, para estudiar los procesos de intervención político-social sobre los individuos, y especialmente el proceso de socialización política, al que luego nos referiremos. El nuevo enfoque sostiene con toda claridad que "la cultura política es aprendida" (5).
Para no abundar en definiciones, vamos a citar sólo una más. G. Lehmbruch (6), desde un enfoque sistémico, trata a la cultura política como "sistema de aquellas ideas directrices, explícitas e implícitas, que se refieren a los contextos de la actividad política".
En la reflexión politológica clásica el tema tiene, por supuesto, numerosos antecedentes. En todos los tiempos, los observadores y pensadores han notado que las sociedades no difieren sólo por sus prácticas y sus instituciones políticas sino también por sus creencias, ideales, normas y tradiciones; aspectos probablemente menos concretos pero sin duda tanto o más interesantes y significativos que aquellos. En los escritores políticos clásicos, por ejemplo, encontramos equivalentes al concepto de cultura política, desde las búsquedas de Aristóteles sobre los fundamentos sociales de la Polis hasta los estudios de Montesquieu y de Tocqueville sobre las "costumbres" como basamento de la comunidad política.
Quizás por esos orígenes, el concepto de cultura política contiene, aun hoy, un componente normativo e integrativo. Almond y Verba (op. cit.) aluden a ese elemento cuando mencionan las "orientaciones evaluativas" como parte integrante del conjunto de actitudes que constituyen la cultura política.
Aunque se la defina como "conjunto de actitudes frente al sistema político", el concepto de cultura es más amplio que el de sistema: puede haber varios sistemas bajo una misma cultura. Así, por ejemplo, la cultura política "anglosajona" abarca varios sistemas: inglés, norteamericano, canadiense, australiano, neozelandés. Del mismo modo, podría hablarse de una "cultura política iberoamericana", que cubriría los sistemas políticos de muchas naciones de nuestra región.
Por otra parte, no debe olvidarse que el concepto de cultura política conserva su relación originaria con el concepto antropológico general de cultura. De hecho, se lo puede definir, en una primera aproximación, como la parte de la cultura relacionada con las cosas políticas. Se trata, en síntesis, de un conjunto de actitudes, normas, valores y creencias, más o menos compartidas por los integrantes de un grupo, referidas asuntos políticos.
Esa expresión, "más o menos compartidas", nos lleva a un punto que, con mucha agudeza, apunta J. Lagroye (op. cit.): la existencia de un "fondo común" de creencias compartidas es algo que postulan y buscan los teóricos de muy diferentes corrientes, pero está claro a todos que en una sociedad no hay una homogeneidad cultural total, sino varias subculturas contenidas en el marco de algunos principios muy básicos y elementales, algo así como las "reglas del juego", de las que hablan algunos politólogos.
La cultura política no es, en efecto, algo homogéneo. Está constituída por un conjunto de subculturas, a veces con supervivencias étnicas, lingüísticas, etc., derivadas del proceso de formación nacional; y otras veces relacionadas con situaciones económicas, de clase, culturales, etc. Desde un punto de vista puramente político, esas subculturas están vinculadas a las corrientes de pensamiento, símbolos y organizaciones de las diversas fuerzas políticas existentes en una nación.
A su vez, esas subculturas tampoco son completamente homogéneas y presentan, por otra parte, frecuentes "áreas de intersección" entre ellas. Es muy importante la influencia del factor geográfico-histórico en la formación de estas subculturas.
Analíticamente, en el conjunto de valores que constituye una cultura política podemos distinguir, según Almond y Verba (op. cit.) tres tipos de elementos: - conocimientos: referidos a las instituciones, las prácticas y las fuerzas políticas que operan en un contexto determinado.
- orientaciones: o sea actitudes más o menos generalizadas o difundidas en el grupo, tal como indiferencia, cinismo, rigidez o dogmatismo; o, por el contrario, confianza, adhesión, tolerancia, etc.
- normas: como las que especifican los derechos y deberes cívicos, como la obligación de aceptar las decisiones tomadas por mayoría, o la de rechazar la violencia como modo de interacción política.
El hombre, como sujeto y objeto de la cultura política, puede adoptar posiciones o modos de ver referidos a la política según tres orientaciones básicas: - orientación cognitiva: dada por el conjunto de conocimientos y creencias relativos al sistema político, a sus funciones y a los titulares de esas funciones.
- orientación afectiva: dada por sus sentimientos respecto del sistema, sus estructuras, su finalidad, los hombres que ocupan cargos en él, etc.
- orientación evaluativa: que requiere información, sentimientos y criterios de evaluación, y se manifiesta en juicios y opiniones sobre fenómenos políticos.
En la misma obra ya citada, Almond y Verba plantean una tipología de las culturas políticas, en tres tipos, que probablemente sea la que alcanzó mayor difusión: - cultura política parroquial: propia de sociedades tradicionales, simples, aisladas, no diferenciadas, cuyas funciones políticas coinciden con funciones o estructuras económicas o religiosas.
- cultura política de subordinación: en ella, los conocimientos, sentimientos y evaluaciones de los miembros de la sociedad se orientan y atienden a los exumos del sistema, al aparato ejecutor de las decisiones, desde una actitud eminentemente pasiva. Es una cultura "de súbditos", que modernamente corresponde principalmente a los regímenes autoritarios.
- cultura política de participación: en ella, los conocimientos, sentimientos y evaluaciones de los miembros de la sociedad se orientan y atienden a exumos e insumos del sistema político, pero poniendo el acento en los insumos, esto es, en su posibilidad participativa como ciudadanos, de formular demandas y apoyos al sistema, desde una posición activa. Es una cultura de ciudadanos.
Los procesos de integración de comunidades pequeñas en unidades mayores, generalmente van acompañados por una transición desde una cultura parroquial a una cultura de subordinación, y de ella a una cultura de participación, muchas veces en base a un proceso dialéctico de reacción antiautoritaria. En general, los cambios de estructura política, para ser perdurables, deben ir acompañados de cambios de cultura, lo cual plantea problemas de adaptación y de congruencia. El caso yugoeslavo sería un ejemplo de lo que ocurre cuando esa adaptación hacia la congruencia no se produce.
La congruencia o falta de congruencia en la relación entre cultura y estructura política se expresa en: - adhesión, cuando conocimientos, sentimientos y juicios son positivos.
- apatía, cuando la actitud generalizada es de indiferencia.
- alienación, cuando la actitud es de hostilidad.
Al margen de la citada tipología, que es la más usual y difundida, ha habido muchas dificultades para diseñar sistemas clasificatorios de las culturas políticas, lo cual no es extraño, ya que en el fondo se trata de hacer generalizaciones sobre fenómenos sociales de naturaleza muy específica. Aunque pueden discernirse rasgos comunes, cada cultura tiene una identidad, un perfil, propio e inconfundible.
Un primer intento de Almond, que planteaba cuatro tipos básicos: preindustrial, totalitaria, angloamericana y europea continental, resultó demasiado esquemática y basada en rasgos heterogéneos, difícilmente comparables.
Harry Eckstein (7)planteó una tipología basada en los factores de división y cohesión actuantes en el seno de la comunidad política: - sistemas de consenso (tipo Gran Bretaña).
- sistemas mecánicamente integrados (tipo U.S.A.).
- sistemas comunitarios de solidaridad y fragmentación (tipo Noruega).
G. Lehmbruch (8) elaboró una tipología en base al pluralismo y al modo de regulación política de los conflictos sociales: - modelo competitivo (que funciona en base al principio de mayoría).
- modelo proporcional (que funciona en base al arbitraje, la negociación y la componenda amigable).
- modelo jerárquico-burocrático (que funciona en base al principio autoritario de orden y obediencia).
A. Lijphart (9) propuso otra tipología, que además del pluralismo y del modo de resolución de los conflictos sociales, tenga en cuenta la índole de las relaciones élite-masa. En su versión definitiva se expresa así: - democracia concordante: sociedad de caracter oligárquico pero con hábitos de compromiso entre las élites, que posibilitan una democracia estable; grupos sociales muy fragmentados pero compuestos por individuos con elevado nivel de organización y disciplina social (por ejemplo, los Países Bajos).
- democracia centrífuga: sociedad caracterizada por una cultura política fragmentaria, y por el inmovilismo y la inestabilidad (por ejemplo, Francia durante la III y IV Repúblicas, Italia antes del fascismo, y la República de Weimar en Alemania).
- democracia centrípeta: sociedad caracterizada por una cultura política muy homogénea y estable (por ejemplo, Inglaterra).
En su reciente trabajo, ya citado, J. Lagroye (2) plantea una tipología basada en una combinación "de las creencias que conciernen a la posibilidad o imposibilidad de un acuerdo entre grupos, por una parte; y de las apreciaciones referentes al valor del regimen y de los gobernantes por otra". Esquemáticamente plantea estas relaciones del siguiente modo: ------------------------------+--------------------------------- CULTURAS POLITICAS Y | APRECIACIONES SOBRE EL ORIENTACIONES DOMINANTES | REGIMEN Y LOS GOBERNANTES |--------------------------------- | POSITIVAS | NEGATIVAS ------------------------------|--------------------------------- CREENCIAS | ACUERDO | APOYO ENTUSIASTA| DEMANDA DE CONCERNIENTES | POSIBLE | AL REGIMEN | REFORMAS A LAS RELACIO-|---------------|-----------------|--------------- NES ENTRE | ACUERDO | APOYO RESIGNADO | EXIGENCIAS GRUPOS | IMPOSIBLE | AL REGIMEN | DE CAMBIO SOCIALES | | | RADICAL --------------+---------------+-----------------+--------------- A partir de este esquema, Lagroye diseña tres grandes tipos de cultura política: 1.- "una cultura que privilegia el apoyo (entusiasta o resignado) al regimen y a los gobernantes porque ellos son percibidos como capaces de asegurar la negociación regular entre grupos o porque ellos garantizan autoritariamente el orden social perturbado por conflictos aparentemente insuperables".
2.- "una cultura favorable a reformas progresivas, cuando el regimen y los gobernantes no satisfacen plenamente, pero cuando aun es considerado posible un acuerdo entre los grupos".
3.- "una cultura que conduce a enfrentamientos revolucionarios, cuando el acuerdo sobre la transformación progresiva de un regimen desprestigiado es juzgado imposible".
Un enfoque similar lleva a otros autores, como G. Almond y G.B. Powell (10) a plantear una tipología binaria de las culturas políticas, construida en base a las posiciones declaradas de los individuos sobre los problemas políticos y el tipo de soluciones que a su juicio se les puede dar: 1.- "cultura consensual, donde la mayoría de los miembros de la comunidad política comparten opiniones moderadas sobre las reformas a emprender, y donde la creencia en la aptitud del regimen y de los gobernantes es fuerte; y donde la negociación entre grupos es valorizada".
2.- "cultura polarizada, donde la mayoría de los individuos adpta posiciones inconciliables entre ellas, sobre los problemas sociales y políticos; esa mayoría no cree en la posibilidad de un acuerdo y evidencia desconfianza hacia los dirigentes y las instituciones".
En forma gráfica, Almond y Powell esquematizan esta tipología del siguiente modo: Culturas políticas: consensual y polarizada.
POSICIONES FRENTE A LOS PROBLEMAS EXTREMA IZQUIERDA CEN- DERECHA EXTREMA IZQUIER. MODERADA TRO MODERADA DERECHA | | | | | % DE 100--------|---------|--------|--------|--------|-- CIUDADANOS | | | | | QUE 75--------|---------|--------|--------|--------|-- ADOPTAN | | | | | ESAS 50--------|---------|--------|--------|--------|-- POSICIONES | | | | | 25--------|---------|--------|--------|--------|-- | | | | | 0--------|---------|--------|--------|--------|-- REFERENCIAS: CULTURA POLITICA CONSENSUAL CULTURA POLITICA POLARIZADA Este planteo intenta describir simultáneamente las características generales de las culturas políticas (consensual y polarizada) y la distribución habitual de las opiniones políticas. Su debilidad estriba principalmente en haberse basado en las opiniones verbalmente expresadas por los individuos; nada permite asegurar que los comportamientos habituales vayan a corresponder exactamente a esas opiniones. Por otra parte, este tipo de enfoque parece considerar que todos los miembros de una sociedad, pese a sus diferencias de opinión, comparten una misma cultura y adoptan actitudes fundamentales similares.
El empleo del concepto "integrador" de cultura política no nos debe hacer olvidar o minimizar la importancia de las luchas entre grupos sobre el "modelo deseable" de vida social y política a construir; ni a ignorar que en cada sociedad hay diversos grados de relación consciente con la política. En realidad son pocos los que usan deliberadamente las categorías que definen su cultura política.
En el empleo de este concepto hay un gran riesgo de recaer, bajo la apariencia fuertemente científica de "estudios sobre la cultura política", en el empleo de los prejuiciosos estereotipos del pasado, sobre el "alma" de los pueblos (el "pragmatismo" inglés, el "conformismo" alemán, el "dogmatismo" francés, la "desidia" de los pueblos de color...) y sobre la "mentalidad" característica de los integrantes de esas nacionalidades; estereotipos que en muchos casos son simplemente expresión de un marcado etnocentrismo o racionalizaciones justificatorias de privilegiados "statu quo".
Respecto de la cultura política de un pueblo, tiene especial interés la distinción entre "cultura política de las élites" (en la que a su vez hay que diferenciar entre la de la élite gobernante y la de la oposición) y la cultura política de las masas. En los casos normales, sanos, ambos mantienen una elevada relación de congruencia, y la cultura de la élite se diferencia porque presenta una mayor "densidad de valores" antes que valores diferentes, y un mayor índice de autoconciencia, de organización y de compromiso hacia la acción. No son raros, sin embargo, los casos que presentan una acentuada divergencia entre ambas culturas, las que, en casos extremos (como el "herodianismo" del que habla Toynbee) llegan a ser prácticamente extrañas entre sí, generando tensiones sociales patológicas difícilmente superables.
La cultura política de las masas, más que indicar lo que es correcto hacer, marca los límites de lo que no se puede hacer. Son las élites las que, generalmente, llevan la iniciativa: definen los temas del debate político, arrastran en una u otra dirección a la opinión pública y toman decisiones que afectan a la estructura del sistema, sobre todo cuando las transiciones están en ese estado fluido previo a la consolidación de las instituciones sociales.
Resulta claro a esta altura de la exposición que el empleo del concepto y del enfoque de cultura política presenta notables ventajas e inconvenientes. La principal ventaja o mérito quizás sea su papel en la lucha contra una comprensión puramente institucional de la política. También tiene sus riesgos: una insegura transición desde el microanálisis (colindante con la psicología individual) al macroanálisis (colindante con la sociología y la antropología); una innegable valoración unilateral del ideal político anglosajón, tomado como meta y patrón de comparación; un sesgo estático en el enfoque metodológico, que tiende a pasar por alto el caracter dinámico del proceso cultural; una cierta parcialidad favorable a la cultura de élites, que es sobrevalorada en su poder transformador, infravalorando la "persistencia" de la cultura de masas; y, finalmente, un cierto escepticismo respecto de las posibilidades dinamizadoras de la participación política intensa, actitud afín con las conocidas tesis de la "apatía estabilizadora".
El concepto de cultura política es útil si se lo maneja con criterio y ponderación, con conciencia de sus posibilidades y limitaciones. En este sentido, parece muy interesante el aporte de J. Lagroye cuando recomienda ver a "la cultura política como resultado de múltiples interacciones entre grupos sociales en el curso de su historia, resultado que constituye una especie de ideología-madre, vinculada al lenguaje común y por lo tanto al grupo lingüístico o a la sociedad global". Aunque en una sociedad diferentes grupos o clases confronten sus opuestas concepciones de la sociedad, lo hacen desde lo que tienen en común, comenzando por la lengua. Sin ese acervo común, construido en un proceso de larga duración, hecho de conflictos y transacciones, no sería imaginable la confrontación que hoy los separa, ni las posibilidades de su resolución. Esta concepción de la cultura como producto de interacciones, plantea también la importancia, mal entendida hasta ahora, del estudio de las subculturas grupales y regionales, y de sus modos de interacción, especialmente sus relaciones asimétricas de dominancia y subordinación. La cultura política de una sociedad es en primer lugar la de sus dirigentes, que legitiman con ella la organización política vigente; pero es también la de sus masas, que por interacción hacen aceptar a sus dirigentes los valores de su demanda social, que siendo originariamente sectoriales y reivindicativos llegan a ser valorres esenciales del sistema global.
El concepto de estilo se emplea en Teoría Política desde el siglo XIX ( en expresiones como "el estilo parlamentario") con un sentido de modalidad, de forma de hacer algo, especialmente cuando se trata de algo nuevo, que no entra en los cánones institucionales establecidos.
El concepto de estilo nació en la retórica clásica, como "genera dicendi", o sea el modo de hablar según las condiciones de vida y posición social de cada interlocutor. De allí pasó, por una parte, a la historia del arte, entendida durante mucho tiempo como "historia de los estilos", vinculados con la creatividad de los artistas y con el "espíritu de las épocas, las naciones, etc.; y por otra parte al lenguaje de la administración de justicia, especialmente en Francia, como "manière de procéder", o sea como técnica procesal acorde a determinadas exigencias. Probablemente desde el ámbito jurídico haya pasado al lenguaje de la política y de la ciencia de la política, aunque también es probable una transferencia desde el campo de la estética, que siempre sugiere analogías con la política.
Al concepto de estilo le es inherente cierta vaguedad, como es lógico en algo que puede referirse a realidades de muy distinta escala, desde el estilo personal hasta el estilo nacional y aun más allá. Dicha vaguedad aumenta por la vinculación que suele hacerse entre el estilo y los estudios sobre el "caracter nacional" o de determinadas regiones.
Un tipo de estudios sobre estilo político que ha producido resultados interesantes es el que intenta vincular los estilos personales de conducción de los líderes políticos (por ejemplo, los presidentes norteamericanos) con datos de su formación y procedencia social. Las correlaciones encontradas permiten referir los estilos individuales a los estilos sociales, o al menos encontrar las bases sociales de las modalidades personales (11). Quizás sea éste el límite de la aplicabilidad empírica del concepto de estilo, ya que si se abusa de él confundiendo el estilo individual con el epocal o espacial, se lo torna inutilizable como herramienta seria de análisis social.
El concepto de estilo también ha sido usado en el estudio del comportamiento de las élites en las instituciones. Aquí resalta claramente el caracter ambiguo de su contenido, ya que por un lado designa lo inconfundiblemente propio del individuo creador, y por otro expresa una pauta imperativa de comportamiento, que no puede evadirse sin riesgo de sanción social (12). K.E. Jordan considera un estilo concreto: el estilo de gobierno, y junto a él otras tres modalidades: el estilo de los cargos o instituciones (hay instituciones y puestos que están particularmente rodeados de "ceremonial de estilo" y de conductas pautadas y esperables, y hasta de un modo de hablar consagrado -piénsese, por ejemplo, en la cancillería y en la figura del ministro de relaciones exteriores); el estilo de un grupo o partido (por ejemplo, la forma característica que tenga un partido de hacer su campaña electoral); y el estilo nacional, entidad de dudosa consistencia empírica pero que se emplea mucho, sobre todo en el ámbito de las relaciones internacionales, entendido como un factor que acrecienta la previsibilidad de las reacciones de los estados como actores internacionales; es el peso de una tradición, de un pasado, en base al cual se esperan comportamientos similares en el futuro, y que también cada estado siente como condicionante de su futura estrategia, so pena de ser internacionalmente considerado como "imprevisible". Este calificativo puede ocasionalmente, por efecto de la sorpresa, acrecentar el poder de una gran potencia, pero es desaconsejable para sus líneas de política exterior de mediano y largo plazo. Es también desaconsejable para las potencias medianas y francamente perjudicial para las potencias pequeñas y dependientes.
Ya dijimos que la historia del arte utiliza también mucho el concepto de estilo. Es frecuente que se sugieran analogías entre el campo del arte y el de la política, pero la verdad es que no se han logrado establecer correlaciones significativas entre estilos artísticos y estilos políticos. No parecen ser aprovechables, pues, en Ciencia Política los esfuerzos hechos en historia del arte y estética para definir el concepto de estilo.
En el concepto de estilo se manifiesta fuertemente ese componente normativo-integrativo del que ya hablamos en relación con la cultura política. El estilo político contiene un tácito imperativo: la observancia de un estilo "correcto". A nuestro juicio se trata de una tendencia, actualmente en regresión por la valoración positiva de los modales espontáneos, a "institucionalizar" las conductas para aumentar su predictibilidad, aunque con ello también aumenta su rigidez, su probable desfasaje respecto de la realidad, y el predominio de lo formal sobre lo real. De todos modos, es frecuente el empleo de "argumentos de estilo" para criticar la conducta o las palabras de los adversarios políticos, o de mandatarios estrechamente cercados por pautas formales, cuando "se salen del protocolo", aunque a veces sea para decir una verdad dura de aceptar o tomar una decisión política acertada en sí misma.
Klaus von Beyme (op.cit.) sostiene que el concepto de estilo político no es una categoría analítica útil, y recomienda usar en su lugar el concepto de papel o rol, proveniente de la sociología, que permite apreciar mejor "la complejidad...de la conducta de las instituciones". Sostiene que el concepto de estilo no especifica con precisión los juicios normativos que lo sustentan, y que más bien proviene de ese campo marginal de costumbres no escritas "asentadas en la proximidad del límite de los usos sociales y que actúan como un sistema de alarma previa", con un efecto excesivamente conservador y estetizante. En este aspecto afirma que "los buenos modales no se pueden identificar con una buena política" y que los sistemas "de elevado sentido del ceremonial", con un "máximo de estilo unificado" tienen por eso mismo "un mínimo de amplitud innovadora".
En los estudios sobre cultura política, ocasionalmente se emplea el concepto de estilo. Es lo que hicieron G. Almond y J. Coleman (13) cuando lo introdujeron en una teoría funcional de los sistemas políticos, como un nexo de unión entre las funciones y las estructuras. Se refieren a ellos como "los estilos de ejecución" de las funciones por parte de las estructuras, o sea, el modo con que las estructuras realizan sus funciones.
Herbert Spiro (14) dice que el proceso político, en todos los sistemas, se realiza cumpliendo siempre cuatro fases: - formulación - deliberación y asesoramiento - resolución de salida - solución de problemas; y usa el concepto de estilo para designar las diferentes modalidades que se manifiestan en esas fases en los distintos casos.
Los teóricos no asignan igual jerarquía al concepto de estilo que al concepto de cultura política. En general se considera que cultura es un concepto de mayor jerarquía y que estilo es un concepto menor, con una función auxiliar y más circunscripta. Karl Deutsch (15) habla del estilo como "un modelo de segundo orden". Pye y Verba (5) lo emplean para aludir a los aspectos formales y modales de los sistemas de creencias, y a las reglas de interacción no normada en el campo político.
Para concluir el punto diremos que el estilo político está marcado por la influencia de los "estilos de vida", o sea, sociológicamente hablando, las "formas de conducta típicas de los grupos con status", concepto que es muy similar al de cultura. En las democracias pluralistas no hay un estilo político como conducta uniforme de una élite dirigente, ya que ésta no configura un estrato unificado y sus pautas de adaptación y de conducta esperada son muy diferentes, salvo en aspectos básicos, como eficacia, limpieza, honradez y otros similares; o sea expresiones, como dice Friedrich, de "un principio de orden y evidencia de valores", que muestren la experiencia histórica de distintas épocas y organizaciones; y a la vez evidencien, como decía Spranger, "el tipo de caracter de los estadistas activos".
Volvamos ahora por un momento al tema de la cultura política, ese conjunto de conocimientos, valores y normas referidos a la política, cuya peculiar combinación asegura en cada caso la identidad política de los pueblos. El mecanismo social por el que se reproduce esa cultura a lo largo de las generaciones se denomina socialización política. Es, para ser más precisos, el proceso por el cual las culturas políticas son formadas, mantenidas y cambiadas. Es un proceso continuo y complejo, ya que los diversos agentes socializadores difunden mensajes parcialmente contradictorios entre sí.
El concepto "socialización" es originario de la antropología cultural, con el sentido de proceso de trasmisión de costumbres, creencias y prácticas en las sociedades tradicionales. De aalí pasó a la sociología, para designar la adaptación del individuo a los contextos sociales. La socialización política es, en realidad, una parte de esa adaptación. Por su intermedio, los miembros de una sociedad aprenden a hacer propios los principios, normas, valores, modelos de comportamiento, vigentes para la vida política de su sociedad.
Los asuntos que hoy se tratan bajo el nombre de socialización política no son en realidad tan nuevos; los pensadores clásicos siempre destacaron la importancia de la educación cívica de los ciudadanos, y manifestaron su preocupación por los riesgos del adoctrinamiento y de la propaganda.
El concepto de socialización política, al igual que el de cultura política, tuvo su periodo de máxima difusión en la literatura politológica durante las décadas de los sesenta y setenta. Posteriormente se produjo un cierto abandono de su uso, consecuencia de ambigüedades e imprecisiones conceptuales que no fueron superadas en su momento. Hoy se plantea la necesidad de reformular su planteo teórico, ya que algo sobre lo que sí hay acuerdo es la importancia crucial del problema de la reproducción/renovación de la cultura política.
Si una cultura política tiene contenidos que expresan su singularidad y su perduración es porque hay procesos que consolidan su particularismo y aseguran su reproducción. "Resulta de ello una consecuencia importante y previsible -dice J.M. Denquin (1)- y que sin embargo parece haber asombrado cuando los estudios de casos impusieron su evidencia: no tiene ningún sentido hablar de socialización política en general. No existen más que modos específicos de socialización política, adaptados a las tradiciones de las culturas particulares".
Personalmente, nos parece que la posición de Denquin tiene su buena parte de verdad, pero es exagerada. Pueden señalarse algunos rasgos, fases, etapas, de la socialización política "en general". Los modos y detalles de su realización difieren luego en cada caso, como es lógico; pero eso no es ninguna novedad: las diferencias individuales se presentan en todos los procesos psicológicos y sociológicos, y no es objetable por ello el tratamiento de un tema "en general", o sea en sus rasgos comunes, para pasar a tratar luego, sobre esa base general, los diferentes casos particulares y sus modalidades propias.
Vamos, pues, a presentar ahora una síntesis de esos rasgos generales, para sistematizar los temas relacionados con la formación, trasmisión y cambio de contenidos culturales políticos en los individuos o grupos, tomando en cuenta tanto los aspectos específicamente políticos como aquellos que sin serlo inciden en las actitudes políticas de los hombres. Esos rasgos se refieren a dos aspectos: los tipos de socialización política y los agentes socializadores (16).
Una tipología básica es la que discrimina entre: - socialización política primaria, que se refiere a los procesos formativos realizados durante la infancia y parte de la adolescencia, o sea, que acompañan al desarrollo y maduración psicofísica de los individuos. Son estas experiencias fundamentales, aunque no hay conclusiones firmes sobre si tienen caracter determinante o no; al parecer, en el campo político se conserva más "disponibilidad para el cambio" que en otros aspectos de la personalidad.
- socialización política secundaria, que se refiere a las fases siguientes de la formación, ya en la juventud y la edad adulta. Muchas veces se trata de una verdadera "re-socialización". Adquiere especial importancia, por ejemplo, en épocas de grandes cambios políticos y sociales, como revoluciones, transiciones democráticas, etc. Otro caso típico es el de aquellas sociedades complejas, con muchas subculturas regionales o de niveles sociales, en las que cualquier movilidad horizontal (geográfica) o vertical (de clase social) requiere una readaptación personal en base a una reestructuración de los valores. Otro caso es el de quienes emigran de un país a otro, o de un área rural a la gran ciudad.
Una variante de este tipo es la llamada socialización anticipatoria, que recorre todo individuo que se prepara conscientemente para su inserción en una nueva cultura, a través del aprendizaje de un idioma extranjero, y de las costumbres y características de otra sociedad.
Otra tipología interesante es la que diferencia entre: - socialización política explícita, caracterizada por el esfuerzo conciente y sistemático de individuos, grupos o instituciones, para producir la absorción o difusión de determinadas ideas y valores explícitamente políticos. Forma también parte de ella la actividad formativa que algunas instituciones llevan a cabo respecto de grupos sociales específicos, como las mujeres, la juventud, los obreros, etc.
- socialización política implícita: es la que se produce como consecuencia de experiencias no coordinadas y parcialmente casuales, que se superponen y eventualmente se contradicen. No tiene sistematicidad pero es una forma de aprendizaje activo y vital, lo que presenta otras ventajas.
Una tercera tipología de la socialización política es la que diferencia entre: - socialización política directa: cuando el contenido de la socialización política está integrado por elementos específicamente políticos, como son conocimientos sobre las instituciones o estructuras políticas, o valores referidos a los derechos y deberes de los ciudadanos.
- socialización política indirecta: cuando el contenido de la soialización política no es directamente político pero configura la base, premisa o componente de una formación política posterior, como por ejemplo, el aprendizaje de la autoridad paterna en la familia, que se transfiere luego a la autoridad política en la sociedad.
Con respecto a los agentes y los mecanismos de la socialización política cabe distinguir, en primer lugar, el papel de los grupos primarios y el de los grupos secundarios. Los grupos primarios son, básicamente, la familia y los grupos de pares. Los grupos secundarios son, básicamente, las instituciones educativas y las asociaciones voluntarias. Aparte, y especialmente para las sociedades modernas, hay que considerar el papel de los medios de comunicación social.
La familia es la fuente de conocimiento inicial de toda realidad y de toda valoración, incluyendo, por cierto, la política. Es también el foco de intensas relaciones afectivas personales durante el periodo formativo inicial del individuo. Es, por lo tanto, en sentido positivo o negativo, el núcleo de referencia inicial de todo otra situación, actitud o comportamiento. Define la ubicación social de arranque del individuo y es campo de reclutamiento para otras instituciones.
Investigaciones recientes parecen aproximarse a las siguientes conclusiones:
- los niños desarrollan nociones políticas elementales a edad muy temprana.
- los componentes afectivos respecto de la política se desarrollan antes que los elementos cognitivos.
- hay gran correlación entre las preferencias políticas de los padres y las de los hijos.
- esa correlación crece con la homogeneidad del núcleo familiar.
- el interés o apatía respecto de la política en los niños tiene correlación con la actitud de los padres.
El grupo de pares (grupo de amigos, de compañeros de la escuela, de colegas de trabajo, de vecinos del barrio) cobra especial importancia desde la primera adolescencia, cuando el individuo comienza a abrirse al mundo y el monopolio de la familia como ámbito formativo deja lugar a un contexto más amplio y complejo. El grupo de pares es una fuente de información sobre el mundo y un filtro de interpretación de los acontecimientos. También opera como mecanismo de reclutamiento para asociaciones voluntarias; vale decir, operan como enganches entre el individuo y los grupos sociales secundarios. Por otra parte, el grupo de pares ejerce una función de control social, que tiende a inhibir comportamientos desviantes respecto de las pautas del grupo.
En general, los individuos participan de más de un grupo primario, lo que hace que su influencia en cuanto a formación política sea una especie de resultante, que también depende de la homogeneidad que tengan o no, entre sí y en sí mismos.
Pasemos ahora a los grupos secundarios. Desde el punto de vista de la socialización política los principales son las instituciones educativas y las asociaciones voluntarias.
En las instituciones educativas, el esfuerzo por distribuir conocimientos y afirmar la vigencia de valores políticos es explícito y directo, y responde a una necesidad social evidente. La educación estatal opera como "aparato ideológico del estado", buscando homogeneizar visiones cívicas básicas. La educación privada, subvencionada o no por el estado, opera en función de los valores que sustentan los grupos que la patrocinan. Ambas tienen áreas de coincidencia y áreas de divergencia, las que varían según los casos.
La importancia de la escuela como agente de socialización política está ampliamente reconocida. Un caso extremo está dado por la unificación y politización tendenciada de los libros de texto que con mucha frecuencia practican los totalitarismos. También los regímenes democráticos pluralistas procuran una cierta homogeneidad social y política, limitada en este caso al respeto a las tradiciones comunes, las reglas del juego político actual y los objetivos comunes.
Testimonian el reconocimiento de su importancia los encendidos debates que siempre provoca el cuestionamiento de los objetivos y métodos educativos, y la intensa lucha que, abierta o encubiertamente, se libra por el control ideológico de las instituciones educativas. Esa intensidad no se explica únicamente por el amor a la formación de futuras generaciones; también interviene en ello su condición de fuente de poder político a largo plazo.
En los regímenes democráticos, las instituciones educativas tienen límites y contrapesos mucho mayores que en los totalitarismos. Los ideales democráticos del "deber ser" político, incluidos en los cursos de educación cívica, historia, etc. pueden ser cotejados con la realidad política, al menos tal como aparece reflejada en los medios de comunicación o filtrada por la interpretación de los grupos primarios. Si la incongruencia entre valores y realidad es muy grande suele desarrollarse un "desencantado escepticismo" que disminuye la influencia de las agencias educativas.
Las asociaciones voluntarias (políticas, culturales, deportivas, recreativas, religiosas, etc.) operan como agentes de la socialización política por el ejercicio de tres tipos de funciones:
- son fuentes emisoras de mensajes, informaciones y evaluaciones referidas a la vida política; mensajes que tienen una repercusión especial sobre los integrantes de tales asociaciones por obra de la "conciencia de nosotros" que en ellas se desarrollan por efecto de la dinámica grupal.
- son "estructuras portantes" o "contextos de inserción" de los grupos primarios, por lo que ejercen funciones de intermediación, de significado fuertemente político, entre esos grupos y la sociedad en su conjunto.
- son promotoras de actividades formativas, de educación y difusión, que directa o indirectamente influyen en la orientación política de sus adherentes, simpatizantes y público en general.
Hay dos hechos muy reiterados que muestran claramente la relevancia política de las asociaciones voluntarias:
- en los regímenes democráticos, todas las fuerzas políticas tratan de darse una sólida organización propia (partidos políticos, grupos de interés/presión, etc.) y al mismo tiempo de capitalizar la acción de organizaciones paralelas (cooperativas, centros culturales, etc.) en forma convergente hacia sus fines.
- en los regímenes autoritarios o totalitarios se trata por todos los medios de destruir las asociaciones voluntarias autónomas, no subordinadas al partido monopólico; y de encuadrar a la población en organizaciones de masa controladas por el estado, aun en aspectos tan aparentemente distantes de la política como el deporte o el turismo.
Por último, sobre todo para el análisis de las sociedades modernas, cabe hacer referencia al papel que desempeñan respecto de la socialización política los medios de comunicación social: diarios, revistas, radios, y muy especialmente la televisión, que por sus características técnicas parece resumir todos los rasgos de estos medios: audio-visual, intelectivo, afectivo y emocional, en condiciones que facilitan un estado de concentración focalizada de la atención y de sugestión cuasi-hipnótica.
Los medios de comunicación social son, para la mayoría de la población, la fuente principal o única de información y de interpretación de los hechos de la vida política, nacional e internacional. Son muy pocos los que acceden a una información de otro origen: libros científicos, contactos directos, viajes, etc.
Los "medios", por otra parte, tienden a presentarse como portadores de mensajes objetivos, expresión o reflejo de la realidad, o de opiniones con fundamento plenamente racional y científico, y por lo tanto, altamente creíbles. "Está escrito", "lo he leído en el diario", "lo escuché por la TV", son expresiones comunes de esa credulidad ante los medios. En realidad, en la mayor parte de su producción, éstos son fuente de opiniones y juicios fuertemente tendenciados por actitudes personales, ideologías, intereses sectoriales, económicos o de otro tipo, fuerzas políticas, etc.; parcialidad que arranca desde la selección de la noticia, su encuadramiento y tratamiento, los aspectos que se enfatizan y los que se callan, su enunciado en indicativo o en potencial, etc.. Un aspecto que compensa ésto es el pluralismo de medios (contrarrestado a su vez por la tendencia monopólica de las empresas de comunicación social) y por la apertura de los medios a un pluralismo de opiniones.
Pese a las limitaciones, fallas y parcialidades señaladas, está perfectamente comprobado que sin libertad de prensa no hay sociedades democráticas y pluralistas. Los abusos de la libertad de prensa no pueden, pues, ser corregidos por su limitación o reglamentación sino por la capacitación de la población en el conocimiento de las artimañas comunicacionales a que puede ser sometida.
De todos modos, aun siendo tan poderosos, especialmente en el campo de la socialización política secundaria, los medios no son omnipotentes, y al parecer, los individuos y los grupos desarrollan en medida apreciable algo así como "mecanismos de defensa", que filtran en parte la información recibida de ellos. A ello ayuda mucho el pluralismo de medios, parcial o totalmente contradictorios. Distinto es el caso cuando existe monopolio comunicacional. Allí es evidentemente más difícil que se desarrolle un espíritu crítico.
Los estudios más recientes indican que el poder influencial de los medios ha sido sobrevaluado. El mensaje es de-codificado y re-interpretado por el público; es eficaz para reforzar orientaciones existentes, y mucho menos para crear actitudes nuevas. Refuerza opiniones, consolida creencias, pero difícilmente pueda crear un fenómeno político nuevo a partir "de la nada política". En otras palabras, los medios de comunicación son condición necesaria pero no suficiente para la socialización política secundaria, sobre todo donde existen otros mecanismos de formación de opiniones.
Pasemos ahora a revisar algunas investigaciones en particular (1). Los primeros trabajos sobre socialización política de niños fueron hechos en los EE.UU. por obra de autores como Easton y Dennis (17), quienes propusieron un modelo de cuatro fases para describir el proceso:
- conocimiento vago de la realidad política.
- personalización de la política (sobre todo en la figura presidencial).
- desarrollo de valores afectivos respecto de la política.
- conceptualización y percepción institucional.
En otros países (Francia, más precisamente) la reiteración de estos estudios no ha dado resultados similares. Ni la figura del presidente es objeto de una depositación psicológica similar ni se desarrollan semejantes valores afectivos. Esto parece significar que las fases dos y tres de Easton-Dennis no son "puntos obligados de pasaje de la socialización política" en todos los casos. "El único punto seguro -concluye Denquin- es la necesidad de reubicar el estudio de la socialización en cada cultura específica".
Otra observación importante en el trabajo de Denquin se refiere a ese enfoque que entiende la socialización política como un condicionamiento, como un proceso de forzada adopción de modos de pensar y actuar conforme a estereotipos dominantes. Denquin critica con razón este enfoque, que "es simple, aparentemente realista y permite explicar a buen precio las diferencias entre la realidad observable y las previsiones de una lógica a priori".
Si los obreros "no entienden sus intereses objetivos"; si "los campesinos no forman espontáneamente kolkjoses" es porque han sido "condicionados" por la ideología dominante. Denquin ironiza sobre esta visión y considera mucho más fructuoso pensar la socialización política según un modelo de interacción.
Un modelo de interacción permite, por ejemplo, trabajar con la noción de adaptación: el individuo no es totalmente pasivo en su socialización política; puede modificarla teniendo en cuenta factores nuevos, lo que no haría en un proceso de condicionamiento.
También permite incluir la noción de optimización: los individuos adoptan las actitudes y comportamientos que consideran más afines con sus intereses "tal como ellos los entienden". Se puede advertir, por ejemplo, que muchos comportamientos aparentemente "irracionales", y por ende atribuibles al condicionamiento sociológico, en realidad implican una racionalidad encubierta.
Finalmente, el modelo de interacción permite distinguir claramente la socialización primaria (infantil) de la socialización secundaria (adolescencia y adultez). Según Denquin, en el caso de la socialización política es discutible la primacía de la etapa primaria, y le asigna más importancia a la etapa secundaria: "la naturaleza misma de los fenómenos políticos hace que los individuos los encuentren sólo a partir de un cierto estadio de su desarrollo intelectual".
Como vemos, hay en este tema amplio campo para las discusiones teóricas. Se han aprendido muchas cosas pero, como dice Denquin, "un análisis satisfactorio de la socialización política sigue siendo un objetivo hacia el cual sólo se han cumplido tímidos progresos".
Como dijimos al principio de este apartado, la cultura política se reproduce y perpetúa por medio de la socialización política, pero ese proceso incluye una dosis, grande o pequeña, de innovación, es decir de cambio, y eventualmente de desarrollo (que es un tipo especial de cambio estructural).
D. Easton se preguntaba como era posible la perduración de un sistema político cuando todas las fuerzas de su ambiente circundante tienden a modificarlo y destruirlo. Los teóricos del cambio se plantean el problema inverso: como y porque los sistemas se transforman; y si es posible guiar ese cambio hacia objetivos deseados. El cambio político y el desarrollo político son los conceptos alrededor de los cuales se desenvuelven estas investigaciones.
En realidad, como dice J.M. Denquin (1), "sería deseable elaborar una interpretación del universo político y social que no privilegie a priori ni el ser ni el devenir. Un enfoque teórico así, único que eliminaría los postulados arbitrarios, está evidentemente aun por construir".
Los conceptos de cambio y desarrollo son limítrofes entre los modelos de orden y de conflicto, a tal punto que los teóricos que se mencionan como raíces de su estudio son nada menos que K. Marx y W. Pareto.
Marx parte del postulado de que la dinámica histórico-social es explicable por un factor único, de naturaleza económica: el modo de producción, que resulta de la combinación entre las fuerzas productivas (riquezas naturales, capital acumulado, conocimientos y técnicas) y las relaciones de producción (relaciones sociales entre los actores del proceso de producción). Como en otras partes de este libro hemos desarrollado ampliamente este tema (ver capítulos 4 y 11) no nos vamos a extender más aquí. Diremos solamente que el planteo de Marx choca con muchas dificultades: internas, por su ambigua e insegura afirmación del determinismo; y externas, porque también es ambigua su definición de las fuentes del cambio: es la innovación técnica o la lucha de clases? La historia ha acumulado tantos hechos no explicables según el análisis marxista que sus defensores han tenido que terminar afirmando que "el determinismo económico sólo funciona en última instancia". Como en el mundo real no existe la "última instancia", y el factor económico se ha mostrado a veces determinante y a veces no, sólo queda reconocer que la teoría marxista no tiene eficacia predictiva general, lo cual no significa por cierto negar su valor y aportes parciales al mundo del pensamiento. Simplemente hay que redimensionarla, fuera de la hipervaloración de raíz ideológica que experimentó.
Pareto estructura su pensamiento sociológico alrededor de la noción de élite. Considera que el rasgo fundamental de todas las sociedades es el corte entre la élite, o sea el pequeño grupo de los individuos más dinámicos y capaces en todos los dominios, y la masa, el gran número de los menos capaces que aceptan la dominación de los primeros, ejercida por la fuerza o por la astucia. La masa es inerte, y el cambio es producto de los conflictos que se originan en el seno de la élite con miras a su renovación: el pacífico o violento reemplazo de las viejas élites por otras nuevas, o sea la circulación de las élites según la expresión paretiana ya clásica.
Es innegable que la teoría de Pareto contiene elementos verdaderos: todo cambio socio-político significa en alguna medida un cambio de hombres, y esta es una verdad "demasiado general para ser falsa; lo es igualmente demasiado para ser interesante", dice Denquin. Si no se produce una revolución, significa eso que la circulación de las élites funciona bien?. Si esa circulación se traba, necesariamente se producirá una revolución o la situación puede resolverse de otra manera?. La teoría de Pareto "parte de supuestos deterministas y desemboca en un resultado indeterminado".
Aunque estos teóricos fundadores del tema ofrezcan hoy flancos débiles a la crítica de sus sucesores, es evidente el valor e interés del tema del cambio político, que se expresa, por otra parte, en la gran cantidad de obras que le han sido dedicadas. En las tres últimas décadas ha conocido un éxito excepcional el concepto de desarrollo político, que es una forma especial del cambio estructural, con incremento de variables favorables a la expansión vital del sistema. Como le hemos dedicado un capítulo en esta obra (ver capítulo 10) no vamos a reiterar aquí su tratamiento. En cambio, si vamos a ofrecer a continuación un resumen de lo que escribe Helio Jaguaribe sobre el cambio estructural (18), base necesaria para entender lo que el desarrollo político significa.
El trabajo de Jaguaribe, aparte de contener aportes originales de mucho valor, presenta para nosotros la ventaja adicional de que resume y sintetiza toda la producción bibliográfica anterior, lo que nos libera de muchas citas en aspectos de detalle.
La visión general del cambio estructural, de Helio Jaguaribe, queda configurada en dos enfoques complementarios: la significación del cambio estructural; y la dinámica del cambio estructural. El primer enfoque se desarrolla en los siguientes tres aspectos: Estructura y proceso: el cambio social estructural es el género del que el desarrollo político es una especie. Una estructura es una forma o pauta de relaciones que mantiene el orden de las partes de un todo. Las estructuras sociales son intencionales (tienen una meta). Toda estructura contiene un sistema y está contenida en un sistema mayor. Las estructuras modelan u ordenan procesos, que son secuencias de sucesos teleológicamente interrelacionados. El concepto estructura/proceso permite entender el concepto de cambio. Un cambio es estructural cuando el paso de un estado a otro afecta la relación estructura/proceso. Los cambios estructurales pueden ser intrasistémicos o intersistémicos. Su modo puede ser analítico (segmentación) o sintético (unificación). Un cambio estructural intrasistémico sintético produce desarrollo (diferenciación) o regresión (simplificación).
Estructuras sociales: una estructura social es una forma o esquema de acción que determina y mantiene la regularidad y características de un grupo de conductas y roles interrelacionados. En las estructuras sociales hay autodeterminación de los actores e influencia entre ellos. La autodeterminación presenta, según Weber, dos categorías: la de orientación racional (búsqueda del propio interés) y la orientada por valores. Las combinaciones positivas de ambas mantienen la regularidad de las estructuras sociales, para lo cual también es importante la posibilidad real de coacción física sobre quienes disienten. El consenso social respalda pero no mantiene por sí solo esa regularidad.
El proceso social: se trata de analizar como se produce el proceso social, y como nace en él el cambio social estructural. La interacción social supone un intercambio de valores cuyo resultado es la producción, extinción, modificación y asignación de símbolos, actores, roles, status, órdenes y mercaderías. Esos intercambios provocan cambios estructurales (tanto en el plano de la acción como en el plano de la situación). Cuando esos cambios estructurales afectan el orden social y el sistema social en su conjunto, tenemos varios tipos de cambio social estructural que producirán, según su dirección, el desarrollo o la regresión de la sociedad en cuestión.
El segundo enfoque, o sea la dinámica del cambio estructural, se desarrolla en los siguientes cuatro aspectos: El proceso de cambio: los cambios sociales compatibles con el "regimen de los valores" vigente se denominan incrementales. Pueden afectar a dicho regimen de forma cuantitativa. Los cambios no compatibles (o sea, que procuran el cambio de regimen) se denominan dialécticos. Estos están siempre sometidos a represión social. Si la represión es exitosa, el cambio queda detenido. Si la represión fracasa, se abren dos alternativas: cambio superficial (por ejemplo, de funcionarios) o cambio de fondo, que afecta a todo el sistema social y produce desarrollo o regresión. La mayoría de los cambios son incrementales y pueden volverse cualitativos por acumulación. Los cambios dialécticos son menos comunes pero su importancia es trascendental.
El principio de congruencia: el proceso circular de legitimación por interacción entre las normas precedentes (regimen de los valores) y los hechos reales (regimen de participación) origina un principio social fundamental: el principio de congruencia social: los cambios en un sistema (por ejemplo, en el regimen de los valores) producirán adaptaciones congruentes en los otros sistemas (de participación, poder y propiedad, en el ejemplo) o tenderán a no perdurar. Si no se produce la readaptación congruente de los sistemas, aparecerán efectos disgregadores que provocarán la disolución social o el mantenimiento de su entidad por medios predominantemente coercitivos.
Cambio social y cambio histórico: todo lo social es histórico y viceversa. Hay interdependencia de las dos disciplinas al estudiar hechos concretos. Hechos históricos son los que presntan alguna importancia social por haber afectado la distribución social de valores y engendrar efectos de largo alcance. Las innovaciones tecnológicas trascendentes y las nuevas religiones universales producen revoluciones antropológicas, que marcan macroetapas del desarrollo cultural humano. Las nuevas religiones pueden producir nuevas civilizaciones, que se desarrollarán en diferentes épocas, en las que innovaciones tecnológicas menores producen diversas fases.
Cambio social y evolución: la evolución general es la tendencia a aumentar la adaptabilidad y el dominio flexible y genérico de ambientes. La evolución específica es la adaptación especializada a determinado ambiente, y entraña pérdida de flexibilidad. La evolución cultural consiste en adaptaciones simbólicas. Algunos cambios son perdurables por el principio de estabilidad (los cambios que aumentan la adaptabilidad de una cultura se conservan). Las causas de los cambios se explican por la ley del dominio cultural (el sistema que mejor aprovecha un ambiente se expande en él a expensas de otros) y por la ley del potencial evolutivo o del "privilegio del atraso" (una cultura atrasada pero vital tiene más potencial evolutivo por estar menos especializada en una vía).
En síntesis, la visión del cambio social estructural es planteada por Jaguaribe del siguiente modo: - analiza la significación del cambio estructural, definible en términos de estructura/proceso; esboza una tipología del cambio estructural (intrasistémico/intersistémico, analítico/sintético) y plantea como se produce el proceso social y como se produce el cambio estructural.
- plantea la dinámica del cambio estructural: la dialéctica cambio/represión; el principio de congruencia (el cambio en un sistema produce cambios congruentes en los otros, o el sistema global se disgrega); la relación entre fenómeno sociológico y hecho histórico, y las modalidades evolutivas del cambio social.
(2) Jacques Lagroye "SOCIOLOGIE POLITIQUE", Presses de la F.N. des Sc.Po.& Dalloz, París, 1991.
(3) G. Almond "COMPARATIVE POLITICAL SYSTEMS - JOURNAL OF POLITICS", 1956, pag. 391-409 (citado por Klaus von Beyme, op. cit.) (4) G. Almond y S. Verba "THE CIVIC CULTURE", Princeton, 1963 (citado por K.von Beyme, op. cit.).
(5) L.W. Pye y S. Verba "POLICAL CULTURE AND POLITICAL DEVELOPMENT",Princeton, 1969 (citado por K. von Beyme, op. cit.).
(6) G. Lehmbruch "PROPORZDEMOKRATIE", Tubinga, 1967 (citado por K. von Beyme, op. cit.).
(7) H. Eckstein "DIVISION AND COHESION IN DEMOCRACY- A STUDY OF NORWAY", Princeton, 1966.
(8) G. Lehmbruch , op. cit.
(9) A. Lijphart "THE POLITICS OF ACCOMMODATION. PLURALISM AND DEMOCRACY IN THE NETHERLANDS", Berkeley, Los Angeles, 1968. (citado por K. von Beyme, op. cit.).
(10)G.A. Almond y G.B. Powell Jr. "COMPARATIVE POLITICS", Boston, Little Brown and Co., 1978.
(11)E.C. Hargrove "PRESIDENTIAL LEADERSHIP - PERSONALITY AND POLITICAL STYLE", New York/Londres, 1966 (citado por Klaus von Beyme, op. cit.).
(12)K.E. Jordan "ZUR VERWENDUNG DES STILARGUMENTS IN DER BRD", PVS, 1966 (citado por Klaus von Beyme, op. cit.).
(13)Almond-Coleman "THE POLITICS OF DEVELOPING AREAS", Princeton, 1960.
(14)H. Spiro "AN EVALUATION OF SYSTEMS THEORY" en J.C. Charlesworth "CONTEMPORARY POLITICAL ANALYSIS", New York, 1967.
(15)Karl Deutsch "LOS NERVIOS DEL GOBIERNO", Paidos, México, 1985.
(16)Bobbio y Matteucci "DICCIONARIO DE POLITICA", México, Siglo XXI, 1986, Voz "Socialización Política" a/c Giaccomo Sani.
(17)D. Easton y J. Dennis "CHILDREN IN THE POLITICAL SYSTEM", New York, 1969.
(18)Helio Jaguaribe "SOCIEDAD, CAMBIO Y SISTEMA POLITICO", Paidos, Bs.As., 1972.