BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

CURSO DE TEORÍA POLÍTICA
 

Eduardo Jorge Arnoletto

 

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a) El marxismo clásico. Rasgos generales.

Karl Marx (1818-1883) y Frederich Engels (1820-1895) nacieron y vivieron en el mundo europeo emergente de las guerras napoleónicas y del Congreso de Viena; en el mundo de la consolidación del capitalismo industrial y del auge del expansionismo colonial. Marx nació en Treveris (Renania), hijo de un abogado; Engels nació en Barmen (Westfalia), hijo de un industrial. Ambos, pues, provienen de prósperas familias burguesas, de las regiones más desarrrolladas de Alemania.

Atraído por las primeras insurrecciones proletarias, tras la Revolución Industrial, Marx cuestionó el legado filosófico de Hegel y Feuerbach y las ideas políticas de Proudhon, mientras Engels denunciaba las teorías económicas que justificaban la explotación de los obreros en la Inglaterra victoriana. Ambos participaron en la redacción del "Manifiesto Comunista" en vísperas de la revolución de 1848, y ambos fueron exilados en Inglaterra por la contrarrevolución triunfante.

Marx, solo y pobre, en Londres, acometió la monumental tarea de construir una teoría crítica del modo de producción capitalista, contando sólo con el apoyo intelectual y material de Engels. Participó en la fundación y la dirección de la Primera Internacional. En los últimos años de vida de Marx y luego de su muerte, Engels elaboró una exposición sistemática del materialismo histórico, con miras a que se convirtiera en la doctrina oficial de los partidos obreros europeos.

La conmovedora asociación intelectual y la solidaridad humana que cimentó la amistad de ambos pensadores no disimula sino que más bien hace más notoria su condición de precursores solitarios. "Ningún contemporáneo -dice Perry Anderson (1)- comprendió o compartió cabalmente su madura concepción".

Ellos se esforzaron por conservar siempre algún nexo de unión entre su pensamiento y la evolución histórica de la clase obrera, pero en vida de Marx, la relación entre teoría y práctica fué siempre indirecta y lejana. Es un hecho bien establecido por los estudios biográficos posteriores que la influencia de la teoría de Marx fué muy limitada durante su vida.

Marx murió dejando su obra impresa dispersa en varios países y escrita en varios idiomas, y más de las tres cuartas partes de su producción total quedó inédita. Sus obras principales de la primera época -como "Los manuscritos de 1844", por ejemplo- fueron públicamente conocidos hacia 1930, cincuenta años después de su muerte; y esa prolongada demora tuvo ciertamente su importancia en la evolución posterior del marxismo.

A su muerte, Marx dejó una teoría económica sobre el modo capitalista de producción, sólidamente elaborada. No dejó una teoría política de igual nivel de desarrollo, ni una estrategia de lucha claramente pautada, salvo algunos enunciados, más sugerentes que precisos, como aquel de la "dictadura del proletariado". No expuso tampoco en forma amplia su teoría del materialismo histórico, tarea ésta que fué acometida por Engels, sobre todo en su "Anti-Düring", después del fallecimiento de Marx.

Ni Marx ni Engels participaron directamente en la formación de organizaciones obreras nacionales, pero sí asesoraron en forma personal y epistolar a muchos militantes y dirigentes obreros de países europeos y de los EE.UU., practicando de esta forma un amplio y concreto internacionalismo.

Entre las principales obras que hoy pueden conseguirse de Marx en traducción castellana, cabe citar:

- LOS MANUSCRITOS DE 1844, Madrid, Alianza Editorial, 1969;
- LA IDEOLOGIA ALEMANA, México, Grijalbo, 1970;
- ELEMENTOS FUNDAMENTALES PARA LA CRITICA DE LA ECONOMIA POLITICA Madrid, Siglo XXI, 1972;
- EL CAPITAL, Madrid, Edaf, 1970.

Con respecto a las obras de Engels, cabe citar:

- LA SITUACION DE LA CLASE OBRERA EN INGLATERRA, Buenos Aires, Futuro, 1946;
- EL ORIGEN DE LA FAMILIA, DE LA PROPIEDAD PRIVADA Y DEL ESTADO, San Sebastián, Equipo Editorial;
- ANTI-DURING, en "Obras de Marx y Engels", Barcelona, Crítica/ Grijalbo, 1977.

No es nada fácil resumir en pocas palabras el complejo contenido del marxismo, tal como hoy podemos conocer su versión clásica. Como bien dice A. Hauriou (2) el marxismo no es sólo una teoría económica o política; es una doctrina total, que propone una explicación general del mundo y ubica al hombre en relación con el Universo, indicando el camino de una evolución humana vista como ineludible, en todos los aspectos: económico, social, político, moral y religioso. Sus bases filosóficas son: - El materialismo, que toma a la materia como realidad fundamental y originaria, y al espíritu y todo lo asociado con él (intelecto, arte, ciencia, moral, filosofía, religión) como un fenómeno derivado. Esto entraña, por cierto, la negación de toda idea de alma inmortal, Dios, etc.

El materialismo de Marx es un materialismo "sui generis" -dice Giovanni Sartori (3)- "cuya peculiaridad es exactamente la de ser un idealismo dado vuelta". Marx "materializa" una filosofía idealista. Esto explica porqué su materialismo no es estricto (o sea, que parta de considerar que las condiciones materiales, como realidad extramental, son el determinante causal de las realidades mentales) sino un materialismo "idealista", cuyo primer motor, antes que las fuerzas y las formas de la producción, es la "praxis", que no es en Marx (aunque sí lo será en sus continuadores) un factor seguramente extramental.

- El método dialéctico, entrevisto por Heráclito y revalorizado por Hegel, quien veía a todas las cosas como procesos en devenir, como "realidades en movimiento", que experimentaban contínuas transformaciones por medio de un juego de contradicciones superadoras. Hegel decía que la existencia de algo dado (la tesis) exige la afirmación de su contrario (la antitesis). De la lucha entre ambas surge la síntesis, que implica la creación de algo nuevo, una nueva tesis que reinicia el ciclo. Hegel era idealista y hacía de la dialéctica una característica del mundo de las ideas. Marx, siguiendo en ésto a Feuerbach, toma a la dialéctica como un atributo del mundo de la materia. El proceso dialéctico se revela, según Feuerbach, en el mundo natural, pero también en los fenómenos humanos y sociales, a los que considera, en última instancia, procedentes de fenómenos naturales, materiales.

La unión de materialismo y método dialéctico, o sea el materialismo dialéctico, encuentra su concreción en el mundo histórico social humano, en lo que Marx llama el materialismo histórico, que es una explicación de la evolución social humana basada en la primacía de los factores materiales. Los fenómenos intelectuales y espirituales tienen su orígen en procesos materiales; más específicamente, en las condiciones materiales de vida. El principio general de este enfoque dice que "no es la conciencia de los hombres la que determina su existencia sino que son las condiciones materiales de su existencia social las que determinan su conciencia".

La doctrina social del marxismo clásico parte de la idea de "praxis" ( transcripción de una palabra griega que significa "acción") en la relación del hombre con el mundo. El factor determinante son las técnicas de producción, que generan determinadas condiciones materiales de vida, las que producen cierto orden de relaciones sociales.

Según el marxismo, en la vida social pueden distinguirse dos niveles: - la infraestructura, configurada por las fuerzas económicas, las técnicas y las relaciones de producción; - la superestructura, derivada de la anterior, que es el conjunto de formas políticas, morales, jurídicas, religiosas y artísticas. Esas formas expresan siempre los intereses de la clase dominante.

En la historia de las sociedades se encuentran períodos orgánicos, en los que infraeestructura y superestructura son congruentes; y períodos revolucionarios, en los que la infraestructura y la superestructura han perdido su congruencia. En general, ésto ocurre porque la superestructura no expresa bien las relaciones de fuerzas económicas vigentes porque permanece "atada" a una relación anterior. El marxismo clásico interpreta las revoluciones como procesos de destrucción de las superestructuras que ya no corresponden a las relaciones económicas vigentes.

En esta visión, las técnicas de producción son, en última instancia, las generadoras de las clases sociales: una dominante y las otras dominadas. Esta relación asimétrica, que priva a las clases dominadas de una parte equitativa de los bienes sociales creados por la sociedad en su conjunto, origina luchas de clases. Para el marxismo clásico, la historia de las sociedades es una sucesión de luchas de clases separadas por revoluciones.

En esa sucesión de luchas se manifiesta, según Marx, la "dialéctica de la Historia". La relación amo-esclavo, característica de la sociedad antigua, fué reemplazada y superada por la relación señor-siervo, propia de la sociedad feudal, y ésta, a su vez, fué sustituída y superada por la relación burgués-proletario en la sociedad capitalista. Marx supone que la revolución proletaria llevará a la interrupción del ciclo de oposiciones dialécticas y al establecimiento de una sociedad sin clases.

La doctrina económica del marxismo se dedica principalmente al análisis de las causas económicas de la lucha de clases. Se fundamenta en el concepto del valor-trabajo: el valor de un producto está dado por la cantidad de trabajo incorporado. Comparando el valor del producto, sujeto a la demanda del mercado, con la remuneración del trabajador, que tiende a mantenerse al nivel de su supervivencia y reproducción de la fuerza de trabajo, se deduce que el capitalista se apropia de una plusvalía, parte sustancial del precio de venta, tán importante como injustificada.

Este fenómeno lleva al capitalismo a incurrir en una serie de contradicciones: concentración de las empresas en pocas manos, desaparición de la clase media y de los productores independientes, reiteradas crisis de superproducción y, finalmente, guerras imperialistas. Este análisis económico lleva al marxismo a plantear la necesidad de la revolución, en la que el proletariado tiene asignado un rol protagónico: ayudar a la Historia a hacerse.

La doctrina política del marxismo parte de la observación de que el Estado no ha existido siempre. Las sociedades primitivas y patriarcales no necesitaban del Estado porque no estaban divididas en clases. El Estado aparece cuando el desarrollo de las fuerzas y las relaciones económicas divide a la sociedad en clases hostiles entre sí. El Estado, en la concepción marxista, es la organización política y el órgano de dominación de la clase dominante. Para ejercer ese poder hay dos instrumentos principales: el ejército permanente y la burocracia.

Marx sostiene que la revolución proletaria, tras un período transitorio de "dictadura del proletariado", conducirá a la realización de una sociedad ideal, a través de un proceso que consta de dos fases: - una fase inferior, el colectivismo, que todavía conserva algunos estigmas capitalistas, como la distribución del ingreso según el trabajo de cada uno y la subsistencia del Estado; - una fase superior, el comunismo, que supone una transformación de la naturaleza humana: una pérdida del sentido de la propiedad y de las motivaciones egoístas y la adquisición de un nuevo sentido del deber en el trabajo que llevará a una alta productividad y hará posible una distribución del ingreso según la necesidad de cada uno, y la consunción del Estado hasta su progresiva desaparición, subsumido completamente en la sociedad.

Respecto de las tareas del proletariado en ese proceso, la posición de Marx y Engels fué cambiando a lo largo del tiempo: - Revolución proletaria inmediata (en el Manifiesto Comunista); - Aceptación de las revoluciones burguesas como pasos preparatorios del proceso liberador (1848); - Aceptación del uso de medios legales de acceso al poder (1872); - Aceptación únicamente de medios legales (1879).

Esas variaciones de los fundadores del marxismo clásico se reflejan claramente en las concepciones contradictorias de los dos principales herederos políticos del marxismo: la social-democracia europea occidental y el marxismo-leninismo soviético. El social-demócrata Bernstein basó su estrategia de captación legal del poder político para realizar el socialismo en las últimas afirmaciones de Marx; mientras que Lenin retomó el mensaje revolucionario y el lenguaje del "Manifiesto Comunista", que Marx dejó de usar después de 1848.

La primera generación de teóricos que sucedieron a Marx y a En-gels eran hombres que llegaron al marxismo en una etapa avanzada de sus vidas. En este grupo cabe citar (4) como figuras principales a Labriola (1843-1904), Mehring (1846-1919), Kautsky (1854-1938) y Plejanov (1856-1918). Todos ellos provenían de las regiones orientales o meridionales más atrasadas de Europa. Mehring, Plejanov y Labriola eran hijos de terratenientes; Kautsky era hijo de un pintor. Todos ellos participaron en la vida politica de sus países pero sin desempeñar cargos partidarios directivos. Experimentaron fuertemente la influencia de Engels, y su trabajo puede considerarse como una continuación de la etapa final del mismo.

Ellos sistematizaron el materialismo histórico como teoría general del hombre y la naturaleza, expresada en forma que pudiera ser captada fácilmente por los militantes de los partidos obreros. En general, completaron la obra de Marx y Engels, extendiéndola a dominios que éstos no abordaron. También iniciaron el trabajo erudito de publicar los manuscritos inéditos de Marx y los primeros estudios biográficos sobre su vida.

Entre sus obras principales cabe citar:

- Labriola: ENSAYOS SOBRE LA CONCEPCION MATERIALISTA DE LA HISTO RIA;
- Mehring: SOBRE EL MATERIALISMO HISTORICO, LA LEYENDA DE LESSING (sobre arte y literatura);
- Kautsky: LA CONCEPCION MATERIALISTA DE LA HISTORIA, LOS ORIGENES DEL CRISTIANISMO;
- Plejanov: EL DESARROLLO DE LA CONCEPCION MONISTA DE LA HISTORIA

Este grupo vivió y actuó en un período relativamente calmo, de fé en el progreso por la vía científico-tecnológica-industrial emprendida y de auge económico en los principales países capitalistas, y también de monopolización empresaria y expansión colonial imperialista. Este período transcurrió aproximadamente entre 1874 y 1894 y suele ser llamado "la belle èpoque".

La segunda generación de teóricos marxistas entró a actuar en un período más agitado. La guerra anglo-boer, la guerra hispano-norteamericana, la guerra ruso-japonesa, y en general, el incremento de los conflictos entre potencias imperiales ya preanunciaban la llegada de esa gran tempestad histórica que fué la Primera Guerra Mundial.

Este segundo grupo es bastante más numeroso que el primero (5):

- Lenin (1870-1923), nacido en Simbirsk (Volga);
- Luxemburgo (1871-1919), nacida en Zamosc (Galitzia);
- Hilferding (1877-1941), nacido en Viena (Austria);
- Trotski (1879-1940), nacido en Jerson (Ucrania);
- Bauer (1881-1938), nacido en Viena (Austria);
- Preobrazhenski (1886-1937), nacido en Orel (Rusia Central);
- Bujarin (1888-1938), nacido en Moscú (Rusia).

Este grupo presenta algunas características distintivas y originales: son hijos de comerciantes, funcionarios o granjeros; todos nacieron al Este de Berlín, marcando el desplazamiento de la cultura marxista hacia Europa Oriental; todos desempeñaron papeles de importancia en sus partidos obreros nacionales, todos se vincularon muy tempranamente en sus vidas al marxismo y fueron intelectualmente muy precoces: todos escribieron alguna obra teórica fundamental antes de cumplir treinta años de edad.

Los nuevos contenidos de sus escritos se referían, en general, a dos temas principales: - El análisis y explicación de las transformaciones experimentadas por el modo de producción capitalista, originadas por el monopolio y el imperialismo; -La polémica suscitada por los primeros análisis críticos de nivel profesional y académico, que empezaron a aparecer por ese entonces, sobre la obra de Marx.

Sus principales obras escritas fueron las siguientes:

Lenin: EL DESARROLLO DEL CAPITALISMO EN RUSIA (1899) EL IMPERIALISMO, FASE SUPERIOR DEL CAPITALISMO (1916) EL ESTADO Y LA REVOLUCION (1917).

Luxemburgo: LA ACUMULACION DEL CAPITAL (1913).

Hilferding: EL CAPITALISMO FINANCIERO (1910) SOBRE LA DINAMICA DEL CAPITALISMO TARDIO (1943) Trotski: RESULTADOS Y PERSPECTIVAS (1906) ESCRITOS MILITARES: COMO SE ARMO LA REVOLUCION LITERATURA Y REVOLUCION (1924).

Bauer: LA CUESTION DE LAS NACIONALIDADES Y LA SOCIAL-DEMOCRACIA (1907) ENTRE DOS GUERRAS MUNDIALES? (1927) Preobrazhenski: EL ABC DEL COMUNISMO LA NUEVA ECONOMIA (1924).

Bujarin: LA ECONOMIA MUNDIAL Y EL IMPERIALISMO (1915) TEORIA DEL MATERIALISMO HISTORICO (1921).

El destino final de este grupo fué bastante trágico, en gran parte debido a la emergencia de Stalin y del stalinismo como forma política perversa del colectivismo. Stalin cumplió la fase de la "nueva institucionalización" con que culminan los procesos revolucionarios, pero lamentablemente lo hizo en el sentido de un reforzamiento de las tendencias autoritarias, excluyentes e intolerantes, y planteó una ortodoxia ideológica de tal rigor que, frente a ella, nadie podía sentirse libre de persecución: tal es la terrible lógica interna de los autoritarismos inquisitoriales. El círculo se cerró en las manos de una burocracia rígidamente centralizada, que gozaba de grandes privilegios e impunidad (6) mientras una noche de terror y opresión cubrió el escenario de una revolución concebida como liberadora del hombre...No lo decimos nosotros: el propio Perry Anderson (7), cuando describe cómo Lenin murió en el poder de una revolución triunfante pero aún no estabilizada, concluye: "A los tres años, la victoria de Stalin dentro del PCUS selló el destino del socialismo y del marxismo en la URSS durante las décadas futuras".

Trotski fué exilado en 1929 y hecho asesinar en México en 1940. Bujarin fué "silenciado" en 1929 y fusilado en 1938. Preobrazhenski fué moralmente destrozado en 1930 y murió en la cárcel en 1938. Rosa de Luxemburgo, tras estar presa en Alemania, al poco tiempo de ser liberada, fué asesinada en 1919, durante una represión policial a un levantamiento popular en Berlin, en tiempos de la República de Weimar. Bauer murió exilado en Paris en 1938. Allí también murió Hilferding, en 1941, en manos de la Gestapo nazi.

Como dijimos, con el advenimiento de Stalin al poder en Rusia, se consolidó el predominio de un estrato burocrático privilegiado, asegurado por un régimen policíaco de creciente ferocidad. "La URSS se convirtió -dice Perry Anderson (8)- en un páramo intelectual, sólo impresionante por el peso de la censura y la tosquedad de su propaganda". En tales condiciones, el eje de la actividad intelectual de inspiración marxista volvió a desplazarse hacia Occidente.

Antes de pasar a la descripción de esta nueva fase, conviene puntualizar los contenidos doctrinarios y la síntesis de las trayectorias históricas de las dos formas del marxismo que lograron conquistar efectivamente el poder político en naciones europeas: el marxismo-leninismo y la social-democracia.

La doctrina marxista-leninista (9) afirma la necesidad absoluta de transitar la vía revolucionaria. La libertad democrática en el Estado burgués facilita la organización del proletariado pero no cambia el sentido de su tarea histórica. No se debe esperar el advenimiento del socialismo (o mejor dicho, del comunismo, ya que Lenin vuelve a usar esa expresión, que Marx no usaba desde 1848) como producto de una evolución o reformismo democrático. Los marxistas, afirma Lenin, deben apoderarse de la máquina del Estado por medio de una revolución violenta, e instaurar la dictadura del proletariado para realizar una transformación radical de la sociedad: la supresión de la forma capitalista de producción y la consiguiente eliminación de las condiciones de existencia que generan las clases sociales y sus antagonismos. Se eliminarán así las categorías burguesía y proletariado, en una nueva sociedad sin clases.

El leninismo abandona las actitudes postreras de Marx, favorables a la acción política legal, y retoma con vigor la postura del Marx del "Manifiesto Comunista" y su ardiente convocatoria a una revolución proletaria inmediata. Una afirmación casi marginal de Marx sobre la "dictadura del proletariado" (siempre entendida por Marx como una situación breve y transitoria) se convierte en la clave de la concepción revolucionaria de Lenin. Ella implica que el Estado, antes de desaparecer, debe acrecentar grandemente su poder en las nuevas manos para cumplir la magna tarea (de duración indefinida) de liquidar el pasado y abrir las puertas del porvenir, bajo la conducción de un partido de revolucionarios profesionales plenamente conscientes de sus fines, vanguardia del proletariado, con respecto al cual se comporta, según la conocida analogía leninista, como "un maestro de escuela". De tal modo, el marxismo clásico originario, lectura crítica de la historia y del capitalismo vigente, fuente de un mito revolucionario impracticable, adquirió los perfiles necesarios para orientar una acción revolucionaria concreta.

Como ya dijimos, Marx dejó una teoría económica desarrollada, pero no una teoría política de nivel equivalente. Con tergiversaciones o sin ellas (según la óptica de quien juzgue) esa fué la obra de Lenin: la construcción sistemática de una teoría política revolucionaria marxista. Por medio de un trabajo que se extendió a lo largo de veinte años, creó los conceptos y los métodos necesarios para conquistar el poder político en Rusia por medio de una acción revolucionaria, hecha en nombre del proletariado pero dirigida por una vanguardia consciente y conscientizadora: un Partido férreamente preparado y consagrado a esa magna tarea histórica. El desarrollo de los recursos de técnica política, las estrategias y tácticas de la acción política práctica, también significaron avances teóricos. En ese sentido, puede considerarse que las obras de Lenin fueron el comienzo de una ciencia de la política marxista revolucionaria, capaz de enfrentar los problemas de la acción práctica dentro de un marco teórico riguroso.

La ideología marxista- leninista considera que ella es expresión de una verdadera democracia porque lleva a un gobierno que actúa en nombre del grupo indudablemente mayoritario del pueblo, que es el proletariado, del que el Partido Comunista constituye la avanzada concientizadora. Ese partido, hasta que se logre construir la sociedad sin clases y el Estado se subsuma en la Sociedad, ejerce la "dictadura del proletariado" y no admite el pluralismo ni el disenso ni el desviacionismo; y justifica el monopolio que se arroga de la actividad política legal por su legitimidad como representante verdadero de la única mayoría real (la clase proletaria) y por la grandeza del objetivo histórico perseguido.

El marxismo, como ya vimos, parte de una visión estratificada y conflictiva de la sociedad, a la que ve compuesta por "clases sociales", surgidas de las "relaciones de producción", y en último análisis, del nivel tecnológico alcanzado; clases sociales cuya lucha origina el dinamismo dialéctico de la Historia.

El ideal marxista de la sociedad sin clases y sin Estado no se ha realizado, desde luego. En los países del "socialismo real" donde tuvo lugar la experiencia "soviética", la etapa de la "dictadura del proletariado"-originariamente concebida como breve y transitoria- permaneció sin visos de extinción y se manifestó en un Estado omnipresente, en gobiernos fuertes, que encauzaron la actividad económica global por medio de un planeamiento centralizado y de un "capitalismo de Estado" que abarcó la totalidad o la mayor parte de las actividades productivas. Ese planeamiento centralizado no logró un nivel adecuado de eficiencia en el uso de los recursos, no por errores de método o humanos de los planificadores sino por razones estructurales: el conflicto entre la macroesfera de la economía como un todo y la microesfera de las empresas individuales; el acento puesto en lo cuantitativo y no en lo cualitativo de la producción; el rechazo a los riesgos de los incrementos de producción y de las innovaciones tecnológicas, etc.(10).

Por último, el sistema destinado a eliminar las clases sociales no pudo impedir la aparición de una "nueva clase", al decir de Milovan Djilas: la "nomenklatura"o sea un nuevo avatar de un antiguo hecho humano: quienes logran concentrar poder político se autoasignan toda clase de privilegios y beneficios y terminan configurando una oligarquía separada incluso culturalmente del resto de la sociedad (en el mejor estilo de la aristocracia zarista y de tantas otras que han existido y existen en este mundo) hasta que su propia mastodóntica disfuncionalidad las condena a la extinción, y con ella, a la del régimen que encarnaron desde el poder.

A veces se acusa al marxismo-leninismo de los "socialismos reales" de practicar el totalitarismo por una especie de instinto perverso, lo que no es real. Su afán de sustituir al individuo por la totalidad, su empeño en disolver la vida privada en lo público, y su empecinado naturalismo materialista, explican bastante el destino fatal del experimento colectivista. Los gobiernos marxistas han eludido sistemáticamente la prueba del consenso y de la legitimidad, que es el método democrático pluralista de la consulta popular. Allí no hay partidos políticos, ni sindicatos autónomos, ni libertad científica o artística, y sin duda por razones como ésta el marxismo perdió la batalla de la historia en nuestros días.

Para ser justos, es preciso reconocer que el marxismo logró resolver muchos problemas sociales, como la educación masiva, la atención de la salud y el alojamiento, así como enfrentar dramáticas pruebas históricas, como la resistencia heroica a la invasión nazi y la reconstrucción del país asolado por la guerra, pero la absolutización del valor igualdad y el carácter excluyente de la ideología condujeron a que esos logros se produjeran en el contexto de una grave conculcación de las libertades personales y del enquistamiento paradojal en el poder de una minoría privilegiada, en forma similar a las antiguas aristocracias. También es cierto que el planeamiento de la economía fué adoptado en el resto del mundo: no hay economía importante que no planifique sus pautas indicativas, si bien en forma más amplia y flexible que la practicada en los "socialismos reales".

Por otra parte, del mismo modo que el liberalismo, esta ideología marxista, teóricamente liberadora y universalista, fué el vehículo portador de un concreto imperialismo de gravitación mundial. Creemos, sin embargo, que no es justo equipararlas en el juicio definitivo. El marxismo, como esquema cerrado, se manifestó históricamente en un sistema político sin esperanzas, un "gulag" sin retorno, salvo que -como acaba de ocurrir- estalle. El liberalismo, en cambio, muestra una trayectoria más sensible a las presiones de los ciudadanos, de las organizaciones sociales y de la prensa, hacia la superación de los errores y la demolición de sus contenidos inhumanos, lo que abre la posibilidad de que el sistema avance hacia algo mejor en cuanto a valores sociales (11).

Las raíces ideológicas de la social-democracia han de buscarse en el socialismo utópico de Saint-Simon y sus seguidores, y en el marxismo humanista, basado en las obras de juventud de Marx, en una lectura que tiende a hacer de sus planteos sociales una herramienta de reforma social y no de revolución, lectura de la que fué señalado promotor Eduardo Bernstein.

Mientras la doctrina del marxismo-leninismo sostenía la inevitabilidad de la revolución y la necesidad de provocarla por medio de un partido de revolucionarios profesionales, vanguardia esclarecida del proletariado, para "liquidar el pasado y abrir las puertas al porvenir", en una postura en definitiva voluntarista; la doctrina social-demócrata de Bernstein sostenía la aceptación táctica del marco democrático para la conquista del poder político legal, a fin de realizar el socialismo.

Pensaba convertir así al Estado como "organismo de dominación al servicio de la clase dominante" en un Estado que fuera "cosa de todos"; y poner en lugar de la lucha de clases, la lucha democrática de los partidos por la conquista legal del poder político, dejando a la revolución como último y extremo recurso.

En los fines últimos, ambas doctrinas, la revolucionaria y la reformista, volvían a coincidir al considerar ambas la existencia de una fase de transición -el colectivismo- con subsistencia del Estado y remuneración según el trabajo realizado, en el camino hacia la realización de la sociedad comunista, en la que el Estado se habría subsumido en la Sociedad y cada uno aportaría trabajo según su capacidad y recibiría una remuneración según su necesidad.

Las raíces sociológicas de la social-democracia han de buscarse en el movimiento obrero organizado, en los gremios o sindicatos, surgidos en el seno del capitalismo primitivo como una reacción ante la originaria indefensión del Trabajo frente al Capital.

En los países nor-europeos, los partidos social-demócratas surgieron como expresión o brazo político del sindicalismo reformista, como fué, por ejemplo, el caso del Labour Party inglés, luego de rupturas ideológicas en el seno de la Internacional Socialista, y con la inspiración de asociaciones en pro de la reforma social, como la Sociedad Fabiana de Londres, en la que militaban figuras como Georges Bernard Shaw y Harold Lasky.

Lo que hace especialmente interesante el caso de la social- democracia no es solo el contenido ideológico o teórico de sus planteos sino también el hecho de que ha ejercido el poder político durante largos períodos de tiempo en países como Noruega, Suecia, Dinamarca, Austria, Alemania e Inglaterra, en los que ha conducido y realizado amplios programas de reforma social, que se sintetizan en la construcción del "welfare state", o estado del bienestar, en el que, en un contexto de democracia política, se va rodeando a la vida individual y social de crecientes garantías, derechos y seguridades que implican una protección contra toda contingencia y una equilibrada participación en el ingreso nacional, en una cultura de orientación hedonista-consumista.

En los años que van desde la inmediata posguerra hasta mediados de la década de los '70, a través de las etapas de reconstrucción económica primero y de expansión de la producción de bienes y servicios después, la fórmula funcionó perfectamente. En el contexto de una economía en expansión, favorecida por una coyuntura internacional propicia y por el dinamismo de las fuerzas productivas internas, cada año, a medida que el producto bruto crecía, había algo más para repartir y algunos servicios sociales más para incorporar o ampliar, realizándose plenamente objetivos de justicia social en libertad.

Pero a mediados de la década de los "70, después de la crisis del petróleo, se produce una brusca aminoración y cuasi-detención del ritmo del crecimiento económico mundial, con gran repercusión en la economía europea. En paralelo, se agudiza la influencia de dos fenómenos concurrentes: la expansión de la competencia de la producción y del modo de producir de los japoneses, y el avance tecnológico, que decididamente tiende a reemplazar la mano de obra humana por servomecanismos automáticos programables.

En esas condiciones nuevas, la social-democracia no pudo mantener su compromiso político fundamental (crecimiento con pleno empleo y constante mejora del índice de distribución del ingreso y de la seguridad social). En un contexto recesivo, la fórmula no funcionaba más, y allí se hizo evidente el peso del "costo social del bienestar": alta carga tributaria, controles y trabas burocráticas, conformismo social con tendencia a una reinfantilización de la vida. Muchos gobiernos social-demócratas perdieron las elecciones y se inició en varios países la hora del neo-conservadurismo, que recién ahora, casi a mediados de los '90, empieza a encontrar cuestionamientos de fondo, a la luz de las crisis recesivas, con tasas de desempleo y marginación social que no se veían desde la década de los '30, en las principales economías occidentales.

La social-democracia ha ejercido el poder en varios países europeos después del fin de la segunda guerra mundial, en condiciones diferentes, determinadas por las tradiciones, la mentalidad nacional y la posición geopolítica de cada uno. Las particularidades nacionales han influído ampliamente en el contenido de la política social-demócrata en Suecia, Noruega, Dinamarca, Alemania, Austria, Inglaterra, etc. Podría decirse que hay tantas social-democracias como países donde ellas han influído en el ejercicio del poder. Pero más allá de esas marcadas diferencias, también pueden detectarse rasgos comunes, y en ellos creemos que pueden encontrarse en primer lugar, algunas lecciones útiles para nosotros.

Un primer punto en común es la primacía del pragmatismo sobre la ideología. Los dirigentes social-demócratas no asignan prioridad a la construcción de alguna utopía socialista, ni consideran al socialismo como un estado futuro de perfección sino como un proceso contínuo, en el que lo esencial es la conciliación de los intereses de la clase obrera sindicalizada (que constituye el grueso de su clientela política) con los intereses generales del Estado que ellos han sido llamados a administrar.

No debe confundirse este pragmatismo, que implica una adaptación a la realidad para construir en forma durable valores humanos en la medida de las reales posibilidades, con ese otro pragmatismo, versátil y cínico, que desgraciadamente es un espectáculo frecuente entre nosotros, y al que más le conviene el nombre de oportunismo, siempre circunstancial y de efectos momentáneos, sin trascendencia histórica ni calado político.

Un segundo punto, muy vinculado al primero, es la adhesión fundamental de los social-demócratas a la democracia parlamentaria. Cualquiera sea el veredicto del sufragio universal, ellos se someten a él por anticipado, renunciando a la movilización de las masas obreras, o al arma de la huelga general, de la que teóricamente se podrían servir para obtener y conservar el poder. Esa convicción democrática implica una "ruptura con la ideología de la ruptura", un respeto no solo de las decisiones de las mayorías sino también de los derechos de las minorías; en definitiva, un respeto escrupuloso de las reglas de juego de la democracia.

Por otra parte, han sido raros los casos en que la social-democracia ha conquistado sola la mayoría: generalmente ha debido extender sus bases de apoyo hacia las clases medias liberales. Pero aún cuando tenía mayoría absoluta ha tratado siempre de no precipitar las cosas y de esperar a tener un alto grado de consenso nacional para llevar adelante las reformas que postulaba.

El tercer punto en común son los dos ejes básicos de la política social-demócrata de posguerra: el keynesianismo, es decir, el intervencionismo estatal para asegurar el pleno empleo en un crecimiento continuado, y la política de seguridad social, es decir, la construcción del "Werlfare State".

Las dificultades del keynesianismo comenzaron en la década de los sesenta y se acentuaron en los setenta, tras la guerra del Iom Kippur y el aumento de los precios de la energía, cuyo bajo precio era el principal financiamiento que el tercer mundo hacía al desarrollo del primero. La inflación y el desequilibrio de la balanza de pagos aparecieron como los principales flagelos de las economías occidentales, más peligrosos que la desocupación. Fué entonces cuando los gobiernos social-demócratas no pudieron cumplir esa promesa de pleno empleo y redistribución creciente de la renta que era su principal prenda de legitimidad política.

Por su parte, las dificultades del Estado-Providencia comenzaron también en la década de los setenta, cuando el "welfare" tocó ese techo más allá del cual su desarrollo significa un riesgo para la sobrevivencia misma del sistema económico. Cuando el desarrollo del Estado-protector requirió una presión fiscal que comenzó a afectar los ingresos de los asalariados medios y bajos, las críticas neoliberales encontraron oídos favorables en las clases medias, y allí comenzaron las dificultades electorales para los partidos social-demócratas en el poder.

De esta experiencia (y de la experiencia neoliberal que la siguió) podemos sacar una lección para nosotros: hay que ocuparse seriamente del bienestar social del pueblo...pero sin descuidar la eficiencia del ciclo productivo de la economía; hay que proteger y amparar al débil...pero sin anular la libre iniciativa de los individuos. Esa nueva formulación de un equilibrio diferente a los conocidos hasta ahora es quizás la búsqueda más valiosa de cara al futuro, porque las dos experiencias conocidas hasta ahora en Occidente cometieron excesos que las hicieron cuestionables.

El cuarto elemento común es la idea-fuerza que está en la base del reformismo social-demócrata: la IGUALDAD, aunque algunos teóricos de esta corriente, sobre todo los alemanes, prefieren hablar de JUSTICIA antes que de igualdad. En el vocabulario social-demócrata puede plantearse la siguiente expresión: igualdad=socialismo=democracia. Dice Kreisky que "el socialismo es la democracia política, económica y social, sin limitaciones. El socialismo es la democracia realizada". El socialismo es visto por sus partidarios como "un proceso dialéctico ininterrumpido" hacia la democratización, o sea "hacia la abolición sistemática de los privilegios".

Esa voluntad de realizar la democracia, o sea la igualdad, choca en los gobiernos social-demócratas con tres dificultades: el sistema capitalista, que parte de la desigualdad y la fomenta; las burocracias estatales; la resistencia de las clases medias.

La social-democracia ha incurrido en una cierta absolutización del valor igualdad, en desmedro del valor libertad; del mismo modo que los planteos neoliberales han absolutizado el valor libertad en desmedro de la igualdad. Ahora bien, es propio de estos valores sociales contrapuestos que su realización efectiva sólo puede darse en el contexto de una compatibilización transaccional; y que la absolutización de uno de ellos termina siendo la negación de ambos.

Finalmente, un quinto elemento común es el reemplazo de la lucha de clases por la cooperación de clases. Políticamente ésto se expresa en la tendencia al corporativismo, no ya en el tradicional sentido de los fascismos corporativistas, sino en un nuevo modo de operar la relación entre Estado, empresarios y obreros; se trata de un sistema institucionalizado de transacción entre fuerzas sociales, que puede describirse, siguiendo la lección de Doménico Fisichella, del siguiente modo: El concepto de neocorporativismo, o corporativismo liberal, o corporatismo (siempre diferenciado del corporativismo organicista y autoritario) alude a situaciones que han tenido lugar durante la segunda posguerra en algunos países centro y nor-europeos. El neocorporativismo puede ser visto ya sea como un sistema institucionalizado de representación de los intereses, ya sea como un sistema institucionalizado de formación, decisión y ejecución de las políticas-programas de acción. El primer aspecto es principalmente estructural; el segundo es principalmente funcional. En realidad se trata de una distinción analítica de dos aspectos de un mismo fenómeno: la corporativización de los procesos de representación (insumos) y de los procesos decisionales (exumos).

Según Schmitter (1981), el aspecto estructural del modelo neocorporativo se refiere a "un sistema de representación de los intereses cuyas unidades constitutivas están organizadas en un número limitado de categorías únicas, obligatorias (de derecho o al menos de hecho), no en competencia entre sí, ordenadas jerárquicamente y diferenciadas funcionalmente, reconocidas o autorizadas (si no creadas) por el Estado que deliberadamente les concede el monopolio de la representación en el interior de las respectivas categorías a cambio de la observación de ciertos controles sobre la selección de sus líderes y sobre la articulación de las demandas y de los apoyos a dar". En el aspecto funcional, por su parte, el neocorporativismo postula que en el proceso de formación, decisión y ejecución de las políticas-programas de acción, las grandes organizaciones de los intereses deben colaborar entre sí y con las autoridades públicas.

Dice Lehmbruch (1981) que "es precisamente por la profunda interpenetración recíproca entre las burocracias del Estado y las grandes organizaciones de intereses que el concepto tradicional de representación de los intereses se vuelve algo inadecuado para comprender el corporativismo a nivel teórico". Se trata más bien de un sistema integrado de "guía social" que no debe ser confundido "simplemente con mayores consultas y colaboración entre gobiernos y grupos de interés organizados", fenómeno "naturalmente común a todas las democracias constitucionales con una economía capitalista altamente desarrollada".

En palabras de Panitch (1981), el paradigma neocorporativo implica "una estructura política en un sistema capitalista avanzado que integra grupos socio-económicos organizados de productores a traves de un sistema de representación y de recíproca interacción y colaboración a nivel del vértice y de control social a nivel de masa". El modelo neocorporativo asume, por ejemplo, que organizaciones sindicales y empresarias concerten con los poderes públicos para tomar decisiones, pero decisiones principalmente referidas a la política de ingresos y a las decisiones coyunturales: en las decisiones referentes a las bases estructurales de la economía y a las instituciones que la regulan su papel es bastante más reducido. Los sujetos de la política son el Estado, los empresarios y los sindicatos obreros, lo que excluye a muchos sectores de importancia creciente en las sociedades post-industriales, como los servicios, lo que produce muchas resistencias sociales. Más que un tipo general de sistema decisional y representativo, el neocorporativismo parece una especie particular que se aplica en un contexto político específico: el de los partidos socialistas en el poder, con los que los sindicatos tienen vínculos anteriores, que los inducen a aceptar un intercambio de política de ingresos y moderación sindical a cambio de reconocimientos y privilegios políticos. Con gobiernos no-socialistas, el enfoque neocorporativo no se sostiene porque ni los gobiernos ni los sindicatos aceptan fácilmente esa lógica de intercambio, y los gobiernos suelen preferir soluciones de autoridad, que disminuyan la importancia política de los sindicatos.

El neocorporativismo es un modo entre otros para gestionar el capitalismo avanzado, al que se recurre para facilitar la resolución conjunta de dos funciones vitales: la acumulación de capital y la legitimación por vía del consenso público. El neocorporativismo es considerado idóneo para ambos fines porque su política de colaboración interclasista favorece el consenso social y las compensaciones normativo-institucionales acordadas a los sindicatos a cambio de la moderación de sus demandas económicas asegura a los empresarios la oportunidad de acumulación.

El modelo neocorporativo se ha mostrado eficaz como sistema decisorio en épocas de bajo nivel de tensión, por su modalidad de unanimidad, que implica dar poder de veto a todos los actores, pero ha fracasado ante los agravamientos de las tensiones y las crisis, siendo en tales casos en general reemplazado por un sistema que recupera el rol tradicional de los partidos y de los canales institucionales para la toma de decisiones (12).

Estos fueron y son los dos vástagos del marxismo originario que realmente accedieron a las responsabilidades del gobierno, en diversos países y circunstancias. El marxismo-leninismo tomó el poder en Rusia en 1917 y fué la piedra angular de la construcción del "socialismo real" tanto en la URSS como en los países de Europa Oriental, experimento político que nuestra generación ha visto derrumbarse, y fuente de inspiración para otras concepciones marxistas, adaptadas a otros ámbitos culturales, como el maoísmo chino, el castrismo, etc. La social-democracia europea, bajo distintas denominaciones partidarias, tuvo un rol protagónico en el encauzamiento político de los países de Europa Occidental, especialmente en las décadas siguientes a la segunda guerra mundial, época de reconstrucción económica y de construcción de un nuevo "Estado de bienestar", que en la década de los setenta y ochenta ha debido ceder posiciones electorales ante el avance de los planteos neo-liberales o neo-conservadores.


(1) Perry Anderson: CONSIDERACIONES SOBRE EL MARXISMO OCCIDENTAL, México, Siglo XXI, 1990.

(2) André Hauriou: DERECHO CONSTITUCIONAL E INSTITUCIONES POLI-TICAS, Barcelona, Ariel, 1971.

(3) Giovanni Sartori: LA POLITICA - LOGICA Y METODO EN LAS CIEN-CIAS SOCIALES, México, FCE, 1984.

(4) Perry Anderson, op. cit.

(5) Perry Anderson, op. cit.

(6) Ver Michael Voslensky: LA NOMENKLATURA - LES PRIVILÉGIÉS EN URSS, Paris, Ed. Pierre Belfond, 1980.

(7) Perry Anderson, op. cit.

(8) Perry Anderson, op. cit.

(9) André Hauriou, op. cit.

(10) Eugen Loebl: HUMANOMICS, Bs. As., Emecé, 1978.

(11) Alfredo Mooney y Eduardo Arnoletto: CUESTIONES FUNDAMENTALES DE CIENCIA POLITICA, Córdoba, Alverioni, 1993.

(12) Domenico Fisichella: LINEAMENTI DI SCIENZA POLITICA - CONCETTI, PROBLEMI, TEORIE - Roma, NIS, 1990.

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