Eduardo Jorge Arnoletto
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Las consecuencias de la Revolución Francesa.
El segundo momento (1790-1848) es relacionado por J.J. Chevalier con las consecuencias de la Revolución Francesa porque, si bien el Absolutismo ha sido postrado y la Revolución se ha cumplido, no es un momento de plenitud sino de enfrentamiento con una realidad que en gran parte está aún por construir. Decía entonces Napoleón: "Se ha destruido todo; se trata de recrear. Hay un gobierno, poderes; pero, qué es todo el resto de la Nación? Granos de arena".
Precisamente porque la Revolución ha triunfado es concebible la emergencia de una pasión contrarevolucionaria. Su principal vocero fue Edmund Burke, con sus "Reflexiones sobre la Revolución de Francia" (1790). Es justamente porque ha triunfado el jacobinismo, con sus augustas abstracciones (la Nación, el Pueblo) que los pueblos vencidos responden con la emergencia de un nacionalismo concreto, apasionado y fuerte. Este sentimiento es cabalmente expresado por los "Discursos a la Nación Alemana" (1807-1808) de Johann G. Fichte. La Revolución estaba animada de un espíritu igualitario pero terminó siendo burguesa, como un momento de ese largo proceso en el que la pasión igualitaria se enfrenta con la pasión de libertad en el corazón del hombre. Ese es justamente el tema que, con singular maestría, afronta el jóven Alexis de Tocqueville en su "Democracia en América" (1835-1840).
Aparte de las obras mencionadas, creemos que en una lista de obras importantes de este período hay que mencionar por lo menos las siguientes:
- Gracchus Babeuf: COMPENDIO DEL GRAN MANIFIESTO...PARA RESTABLECER LA IGUALDAD DE HECHO" (1793);
- Pierre-Simon Ballanche: ENSAYO SOBRE LAS INSTITUCIONES SOCIALES
EN SU RELACIÓN CON LAS IDEAS NUEVAS (1818);
- Louis Blanc: ORGANIZACIÓN DEL TRABAJO (1840);
- Louis de Bonald: LEGISLACIÓN POSITIVA CONSIDERADA EN LOS ÚLTIMOS TIEMPOS POR LAS SOLAS LUCES DE LA RAZON (1802);
- Francois-René Chateaubriand: LA MONARQUÍA SEGÚN LA CARTA (1816);
- Karl von Klausewitz: DE LA GUERRA (1816-1831);
- Auguste Comte: PLAN DE TRABAJOS HISTÓRICOS NECESARIOS PARA REORGANIZAR LA SOCIEDAD (1822);
- Benjamin Constant: LOS PRINCIPIOS POLÍTICOS APLICABLES A TODOS
LOS GOBIERNOS (1806);
- Johann Fichte: LOS FUNDAMENTOS DEL DERECHO NATURAL (1796);
- Charles Fourier: TEORÍA DE LOS CUATRO MOVIMIENTOS Y DE LOS DESTINOS GENERALES (1808);
- Francois Guizot: DE LOS MEDIOS DEL GOBIERNO Y DE LA OPOSICIÓN
(1821);
- Georg W.F. Hegel: PRINCIPIOS DE LA FILOSOFÍA DEL DERECHO (1821);
- Felicite de Lamennais: PALABRAS DE UN CREYENTE (1834);
- Pierre Leroux: DE LA HUMANIDAD (1840);
- Jules Michelet: EL PUEBLO (1846);
- Robert Owen: UNA NUEVA VISIÓN DE LA SOCIEDAD (1813-1814);
- August Rehberg: INVESTIGACIONES SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA
(1793);
- Charles Renouvier: MANUAL REPUBLICANO DEL HOMBRE Y DEL CIUDADANO (1848);
- Claude-Henri Saint-Simon: EL ORGANIZADOR (1819);
- Max Stirner: EL ÚNICO Y SU PROPIEDAD (1845).
De este conjunto de obras vamos a repasar los principales contenidos de una obra que nos parece muy expresiva de los valores de esta época, signada por la herencia (positiva y negativa) de la Revolución Francesa y las condiciones históricas de la Modernidad. No tan conocida ni difundida como los trabajos de Comte o de Tocqueville, tiene a nuestro juicio un alto valor representativo del espíritu de su tiempo: se trata de "El Organizador" de Saint-Simon.
Claude-Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simon (1760-1825) nació en Paris, en el seno de una familia noble, de poderosa influencia en la Corte de Luis XVI, y presunto descendiente de Carlomagno. Recibió una educación sumaria y descuidada, y se inició pronto (1776) en la carrera de las armas. Combatió en América, como Lafayette, bajo las órdenes de Washington y retornó a Francia en 1783. En 1790 renunció a sus títulos nobiliarios, pese a lo cual a duras penas logró salvar su vida durante la Revolución Francesa. Después de encarar diversas empresas, desde 1800 en adelante se consagró al estudio de las ciencias, gastando en ello su patrimonio. A lo largo de muchos años publicó gran número de obras sobre temas muy diversos, que van desde la pedagogía hasta la historia, pasando por la industria, la economía y la política. Con el tiempo, y después de muchas viscicitudes personales y de los grupos que formó, algunos de sus seguidores crearon en torno a su figura y sus ideas una atmósfera francamente mesiánica. Murió en 1825.
Mensajero del futuro, exegeta revelador del sentido del pasado, Saint-Simon ha sido considerado fundador del que luego los marxistas llamarían "socialismo utópico". Como un apóstol ateo de una religión nueva, de inspiración newtoniana, invención puramente humana dotada de una doble función de agregación y de mediación, Saint-Simon quiso mostrar que el progreso de la humanidad no se había detenido con los cambios producidos por la Revolución Francesa y que aún los hombres tenían frente de sí todo un mundo nuevo que conquistar (2).
Ese "deseo de otra revolución", expresado bajo formas utópicas o científicas, inspirado en el "deseo de dicha para los hombres" (expresión de resonancias milenaristas) condujo a Saint-Simon a preguntarse sobre las condiciones del ser-en-sociedad del hombre en el contexto de la Modernidad. Su respuesta plantea la necesidad de superar el egoísmo y lograr una real vinculación entre los hombres para realizar el gran objetivo social: la producción, es decir, "la satisfacción de las necesidades de todos". Sobre la base de un planteo de neta inspiración positivista ("la capacidad científica positiva -decía- debe reemplazar al poder espiritual", y también: "debe lograrse la preponderancia de las capacidades sobre los poderes") encuentra la gran respuesta en la producción de bienes por el trabajo.
"La verdadera sociedad cristiana -sostenía- es aquella donde cada uno produce alguna cosa que les falta a otros...El interés de la unión es el interés de las alegrías de la vida; el medio de unión es el trabajo".
En definitiva, propuso una nueva organización de la Humanidad fundada sobre la industria. La industria reúne a la sociedad en torno a un fin común y a una identidad práctica. En ese modelo, la "política positiva" se vuelve "ciencia de la producción". El dominio de los hombres debe ser mínimo: una mínima función de policía; las relaciones entre los hombres deben ser primordialmente relaciones de coordinación. El "deseo de dominación" que los hombres experimentan debe ser encauzado, no sobre los otros hombres, sino sobre la Naturaleza, para producir los bienes que permitan "mejorar la suerte de la última clase social y volver dichosos a todos los hombres".