Eduardo Jorge Arnoletto
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c) Dependencia o autonomía. Situación actual y perspectivas a mediano plazo.
En nuestra opinión, a esta altura de los acontecimientos, la única palabra que expresa cabalmente nuestra situación internacional y nuestra perspectiva a mediano plazo es dependencia. Las posibilidades de lograr autonomía, por vía reformista o por vía revolucionaria, analizadas por H. Jaguaribe a principios de la década de los setenta, y que tal como el previó, eran posibilidades con corto plazo de vigencia, ya se han esfumado.
En lo inmediato no hay alternativa. La situación es y seguirá siendo de dependencia, pero habrá un cambio en la modalidad de ella. Concretamente pasaremos de una forma de dependencia "satelital" a una forma de dependencia "provincial". La realidad del momento presente es que estamos viviendo esa transición de un modo a otro de dependencia. El trasfondo de nuestros procesos de dictaduras autoritarias, endeudamiento sin capitalización, transición democrática, reforma estructural del estado, cambios en la clase dirigente, etc., es que vamos hacia un modelo de dependencia provincial.
Como bien lo planteó Jaguaribe (1) hay cuatro modos de dependencia que tienden a darse sucesivamente: colonial, neocolonial, satelital y provincial. Nosotros ya hemos vivido tres de ellos: colonial, con España o Portugal; neocolonial con Gran Bretaña; satelital con los EE.UU.; y ahora estamos completando la transición al cuarto tipo, también con los EE.UU. La razón de fondo de esa secuencia es que la dependencia es una interacción asimétrica y, por lo tanto, esencialmente inestable y no durable: llega un momento en que se agotan las posibilidades del modelo y hay que cambiar para que pueda seguir la interacción asimétrica por otros caminos. En los momentos de pasaje aparece una posibilidad de autonomía, que luego rápidamente se esfuma.
La dependencia provincial fue una forma de dependencia ya conocida y establecida en el periodo final de la decadencia del imperio romano, que llegó incluso a conferir la ciudadanía romana a todos los habitantes del imperio. El imperio americano, que entra también ahora en su periodo de decadencia, no puede sostener más el modelo de la dependencia satelital y busca ese cambio, desde hace ya bastante tiempo, creemos aproximadamente desde principios de la década de los setenta. Lo está consiguiendo, inclusive, con muy poca conciencia del hecho por parte de sus dependientes e incluso de sus propios ciudadanos.
La dependencia provincial tiene exigencias estructurales muy diferentes de otros modos de dependencia, porque supone una interacción más intensa y una integración más profunda con el centro imperial. Las naciones dependientes tienen que tener un nivel de desarrollo más alto, sus economías y sistemas legales tienen que estar más integrados y compatibilizados entre sí y con los de la metrópoli. El grado de penetración cultural metropolitana tiene que ser más alto y generalizado, especialmente a nivel de élite y subélite. El estado ha de haber reducido notablemente sus incumbencias y poderes, y las clases dirigentes locales tienen que tener un nivel de idoneidad administrativa, y de dominio de las pautas de gobierno recomendadas por el centro imperial, mucho mayor. Todas estas son exigencias para que el intercambio con la metrópolis velva a ser conveniente para ésta.
Esa correcta y eficiente administración se dará cuando la nueva dependencia provincial esté consumada. Durante la transición, en cambio, imperaban (o mejor dicho, imperan) el desprestigio de la clase política y la corrupción, que, como decía Huntington, es un buen lubricante para el cambio...
El modelo satelital hizo crisis en la década de los setenta. Todos los procesos que hemos vivido desde entonces: regímenes militares bajo la doctrina de la seguridad nacional, acrecentamiento sideral de la deuda externa, proceso de transición a la democracia y de consolidación democrática no han sido en el fondo más que pasos o etapas de esa transición desde la dependencia satelital hacia la dependencia provincial.
Creemos que la situación internacional global, que evoluciona (como veremos en el próximo apartado) desde una situación bipolar hacia una situación tripolar, obliga a los EE.UU. a no conceder ningún margen de permisividad en la región latinoamericana, que es la única área en la que por ahora puede intentar mantener un sistema de intercambio preferencial, neutralizando en parte la competencia imbatible que le hacen Japón y la Comunidad Europea.
En estas condiciones es totalmente impensable en América Latina la búsqueda de un acrecentamiento de autonomía por vía revolucionaria o reformista, no sólo por razones exógenas (como el poder represivo del centro imperial y de sus agentes locales) sino también por la carencia de una ideología movilizadora y por el predominio de una actitud cultural que privilegia la riqueza sobre la autonomía.
En todo proceso de transición de una forma de dependencia a otra, hay sectores marginales de la sociedad que quedan sin lugar ni función en la nueva situación y condenados, por lo tanto, a la extinción. En la transición del colonialismo al neocolonialismo fueron los indios, los negros y los gauchos; en la transición del neocolonialismo al satelismo fue la mano de obra no calificada. En la actualidad, la crisis del sistema satelístico ha acumulado una gran cantidad de población marginal, rural y urbana, que en el nuevo sistema "provincial" no tendrán lugar.
Qué pasará con ellos? Serán condenados, como augura Jaguaribe en páginas dramáticas, al aislamiento mediante trabas a la circulación interna y a una lenta extinción por abandono? Creemos que hoy su número es demasiado grande como para que un proceso de este tipo ocurra sin agitaciones capaces de perturbar el nuevo modelo, de modo que por un razonamiento de tipo costo-beneficio creemos que se dedicarán algunos recursos a mantener su existencia y a intentar su parcial reaprovechamiento en actividades productivas.
Otra posibilidad es su empleo en las fuerzas de represión o "mantenimiento del orden interno" del nuevo modelo. Se neutralizaría así el único factor que podría plantear un cuestionamiento revolucionario a la nueva situación.
Para el resto de la población, para la población no marginada, la sensación epidérmica será la de un periodo positivo, de crecimiento y desarrollo tras décadas de estancamiento; este crecimiento en estabilidad y con marginación parcial de la población llegará al nivel necesario para el nuevo modelo. Con una adecuada aculturación no habrá ninguna resistencia efectiva al nuevo modo de dependencia. Por el contrario, debido a que ciertas fases del proceso (estabilidad y desarrollo, integración regional) coinciden con antiguas aspiraciones locales, los dirigentes de la región podrán aprovechar esos procesos "permitidos" para legitimar su posición.
Recien cuando se llegue al tope del desarrollo e integración permitidos se advertirán las características limitantes del modelo y volverá a surgir una aspiración de autonomía.