HISTORIA DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES EN MÉXICO
(Siglos XVIII, XIX y XX)
ANTOLOGÍA BIBLIOGRÁFICA COMENTADA
Jorge Isauro Rionda Ramírez
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40. MEYER, Jan (1971a) Los
obreros de la revolución mexicana: los batallones rojos. En Historia
mexicana. Vol. XXI. Núm. 1. México. Pp. 1 37.
La revolución mexicana no fue de principio un mismo proyecto de
cambio. Zapata y Villa pelearon por intereses de grupos populares,
mientras que Carranza y Obregón procuraron el poder no por causa, sino
por caudillismo (Meyer, 1971; 1 37).
Venustiano Carranza en 1914 en Veracruz reclutó trabajadores para la
causa revolucionaria, bajo la promesa de mejores condiciones salariales
y laborales una vez culminada la contienda. Esto es el origen de los
llamados batallones rojos.
La proletarización del país es un proceso gradual. Se dice que en 1910
según censo se tienen 43 000 obreros. En 1873 se tienen 80 000; en 1880
ya eran 195 000. La ciudad de México, Monterrey, Puebla y Veracruz son
las zonas metropolitanas donde se ve la mayor concentración de obreros,
especialmente trabajando en la industria textil.
Es necesario concebir que el pensamiento social demócrata se inspira en
el movimiento obrero. Nace de las clases proletarias y como parte de la
modernización de la industria. Este pensamiento no es único de las
clases obreras, sino de artesanos y personas dedicadas a oficios
manuales como albañiles o carpinteros simpatizaban y se identificaron
con este pensamiento.
La proletarización del país vino a la par de la inclusión de inversión
extranjera en el país. Las industrias inglesas, norteamericanas,
francesas como españolas dieron por resultado el nacimiento del obrero
urbano, bajo condición de salario. El movimiento obrero a su vez procuró
el sindicalismo como una fórmula de organización del trabajo, como de
poder en la negociación contractual del gremio. El sindicalismo nace en
las industrias extranjeras del país, simpatizantes del marxismo e
imitando las organizaciones obreras de los países de origen de estas
industrias. Muchas veces propiciadas por trabajadores venidos con las
empresas quienes procuraban mantener sus mismas condiciones y
prestaciones laborales de sus países de origen, por lo que importaron
las fórmulas de organización obrera de sus respectivas naciones.
La carencia de leyes mexicanas que rijan el trabajo y den prestaciones
como garantías laborales a los trabajadores de estas industrias,
promovió la procuración de instituciones de corte fordista laborales
como sindicales. La reticencia del régimen liberal porfirista y su
aplastante respuesta opresora de todo el movimiento obrero (recuérdense
las huelgas de Río Blanco y Cananea), violentaron y resintieron al
movimiento obrero del país, que pronto se sumó a la lucha
revolucionaria.
El movimiento obrero identifica de inicio al extranjero como el enemigo
a vencer, de ahí su nacionalismo y su repudio a los patrones
extranjeros. Su lucha revolucionaria no era contra el capitalismo, sino
contra los extranjeros y empresas extranjeras en el país.
Cuando Carranza en 1914 ingresa a la ciudad de México, los trabajadores
miembros de la casa del Obrero Mundial, se organizan para felicitarle y
legitimar su triunfo revolucionario. Asimismo, Obregón establece el
salario mínimo en Querétaro, Michoacán, Guanajuato e Hidalgo en enero de
ese mismo año.
Obregón también crea la Confederación Revolucionaria en Veracruz en el
año de 1915, para defender y conseguir la autonomía del individuo y los
derechos de la colectividad, hacer reformas sociales para emancipar al
pueblo, colaborar con los ciudadanos para aniquilar la reacción
clerical, burguesa y militar, propagando en todo el país
los
principios de la revolución
(Meyer, op. cit.).
Nótese cómo el liberalismo decimonónico como la social democracia de
inicios del siglo XX tiene un fuerte sesgo anticlerical, lo que es base
para comprender la ausencia de la Iglesia Católica como protagónica de
la revolución mexicana, que más allá del zapatismo, no encontró acomodo
alguno en los ideales de la contienda revolucionaria. Sus interese se
harán patentes hasta 1926 con la guerra cristera.
La historia indica que la Iglesia Católica durante la revolución
mexicana no encontró respaldo de las clases revolucionarias en la
búsqueda de rescatar sus canonjías perdidas desde el periodo juarista.
Al término de la revolución mexicana y a efecto de la redacción de la
Carta Magna de 1917, abiertamente jacobina, patenta en su propio
movimiento revolucionario sus intereses en promover la guerra cristera
en todo el país, que tuvo su máxima respuesta en el occidente del país:
Jalisco, Colima, Guanajuato, Querétaro, San Luis Potosí, Zacatecas,
Aguascalientes y Michoacán.