APUNTES DE TEORÍA Y POLÍTICA MONETARIA
Mario Alberto Gaviria Ríos
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KEYNES FRENTE AL CAPITALISMO.
Al postular una intervención cada vez mayor del Estado en los mecanismos de la macroeconomía, al mostrar que el sistema capitalista no tiene reaseguros para sus propias tendencias destructoras, Keynes fue considerado por algunos analistas como cercano a la teoría Marxista y el materialismo dialéctico. Sin embargo, su posición frente al marxismo llegó a ser crítica: ¿cómo puedo aceptar una doctrina que adopta como Biblia, sin el menor asomo de critica, un libro de economía totalmente anticuado, que no solo resulta científicamente falso, sino que además carece de interés y de aplicación en el mundo moderno? declaró en 1931.
Se puede afirmar que Keynes se mantuvo inconforme con el sistema capitalista, pero fiel a él y confiado en que era la mejor forma de organización de la sociedad. En un ensayo sobre la Autosuficiencia Nacional publicado en 1933 (citado en: Tenjo, 1987, 202) señalaba que el capitalismo individualista internacional decadente en que nos encontramos desde la guerra no es un éxito. No es inteligente, no es bonito, no es justo, no es virtuoso en pocas palabras no nos gusta y comenzamos a despreciarlo.
Aun así, su fidelidad y confianza en la posibilidad de mejorar dicho sistema lo llevó a proponer líneas científicas de intervención orientadas a su fortalecimiento, entre las que se cuentan: el pleno empleo, la justicia social y la libertad individual, todo lo cual implica una mayor dimensión de las funciones del Estado en la economía.
Keynes aceptó que los mecanismos de mercado garantizan una asignación eficiente de los recursos, por lo que el problema estaba en el nivel de empleo resultante. Al respecto, señaló que no veo razón para suponer que el sistema existente emplee mal los factores de producción que se utilizan. Por supuesto que hay errores de previsión; pero éstos no podrían evitarse centralizando las decisiones En lo que haya fallado el sistema actual ha sido en determinar el volumen de empleo efectivo y no su dirección (Keynes, Teoría General, 333-334). Ante ello, el instrumento central que sirve para garantizar el pleno empleo es el manejo de la demanda agregada a través de la política fiscal.
En el tema de la justicia social, uno de los aspectos más inexplorados de la teoría de Keynes, el último capítulo de la Teoría General aporta argumentos económicos y éticos en contra de lo que el autor llama una arbitraria y desigual distribución de la riqueza y los ingresos (Keynes, Teoría General, 328). Desde el punto de vista económico, y contrario a lo que sostiene la tradición neoclásica, consideró que la desigualdad económica contribuye al debilitamiento del consumo y la demanda agregada.
Desde el punto de vista ético, aunque señaló que por mi parte creo que hay justificación social y psicológica de grandes desigualdades en los ingresos y en la riqueza, de manera seguida afirma que no son justificables tan grandes disparidades como existen el la actualidad (Keynes, Teoría General, 329). Esto lo llevó a considerar que, junto con el desempleo involuntario, la generación de una distribución tan inequitativa de la riqueza y el ingreso constituyen el gran defecto del capitalismo.
El
objetivo de Keynes fue simple: elaborar una teoría económica que pueda
explicar los hechos económicos reales, en lugar de pretender que los
hechos se ajusten a la teoría. Por eso, en la teoría keynesiana, el libre
mercado hace que el alto desempleo sea un hecho frecuente; y para la cual
más mercado sólo puede agravarlo. Queda claro Keynes tiene varias
diferencias insalvables con la teoría ortodoxa.
En primer lugar, Keynes
habla de Capitalismo; del Capitalismo como un sistema social. Los
economistas hablan de
Keynes analizaba a las
sociedades en términos de clases; aceptaba la existencia de
distintos intereses, y la posibilidad de conflictos. En cambio, la teoría
ortodoxa analiza la situación en términos de agentes económicos
perfectamente racionales maximizadores de sus ingresos; por lo que no
habría, en esencia, ninguna distinción significativa entre un magnate y un
desempleado.
En Keynes el poder no
lo tiene el mercado, como en el modelo ortodoxo, y por lo tanto, no hay
que entregarse al mercado. Para Keynes, poder es el del rentista, que
puede o no aceptar facilitar crédito para la producción y la inversión;
poder es el del empresario, porque pone en marcha la maquinaria
productiva, y decide cuántos, cuándo y a qué salario se ofrecen los
puestos de trabajo.
Keynes habla de
distribución de la riqueza. Para la economía ortodoxa la distribución de
la riqueza es determinada por el mercado. Además, el mito clásico sostiene
que una distribución concentrada de la riqueza favorece, en realidad, el
crecimiento económico porque, como el acaudalado gasta proporcionalmente
menos de su ingresos que el pobre, se produce mayor ahorro para
transformarse en inversión productiva y más puestos de trabajo; el ahorro
determina la inversión. De esta manera, se acentúa la noción de la mano
invisible: cada acto egoísta termina en beneficio de la comunidad. Pero en
Keynes, es al revés: el ahorro no genera inversión, sino desempleo.
Andrés
Ferrari |
De esa manera, Keynes sugirió en su momento que toda sociedad enfrentaba la necesidad de resolver de manera simultánea dos problemas: la eficiencia y la justicia social. Al respecto, es claro que la tensión entre estos dos objetivos ha marcado la discusión teórica de los economistas en el último siglo. Como bien lo saben los estudiosos del tema, los partidarios del sistema de mercado han estado centrando su atención en el aspecto de la eficiencia y la preservación de la libertad individual, fundamentándose sin mayor sentido crítico en el principio utilitarista según el cual el ser humano es irremediablemente egoísta y que ese vicio privado, al confluir en el mercado, se traduce en una virtud pública que fomenta el desempeño eficiente y el crecimiento.
En concreto, la economía del bienestar, en la tradición neoclásica y la perspectiva ordinal del utilitarismo, evita evaluar la justicia de una distribución dada del ingreso y la riqueza en la sociedad y se centra de manera exclusiva en maximizar la sumatoria de utilidades personales; pues considera que los resultados distributivos son el producto de la acumulación voluntaria de distintas generaciones y de una remuneración a los factores productivos determinada por la productividad y la intensidad de los esfuerzos desplegados.
Para finalizar, en lo que tiene que ver con la libertad individual como principio fundamental de la sociedad, Keynes defiende el sistema de mercado descentralizado al señalar que por encima de todo, el individualismo es la mejor salvaguarda de la libertad personal si puede ser purgado de sus defectos y abusos, en el sentido de que, comparado con cualquier otro sistema, amplía considerablemente el campo en que puede manifestarse la facultad de elección personal (Keynes, Teoría General, 334).