URUGUAY UN DESTINO INCIERTO
Jorge Otero Menéndez
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El Inmediato Error
Lo acordado en 1985 no tuvo vecindad con la propuesta de Perón que consignamos y no refiere a los temores de Lavalleja. Como dista, asimismo, de lo propuesto por Juan Carlos Gómez, desde que éste sostenía la disolución de ambos Estados – Argentina y Uruguay - para crear uno nuevo bajo una nueva nacionalidad. Pero se nutre de la posición de quedar sumidos en las cuestiones regionales.
Lo convenido en Colonia fue precedido por la denominada Declaración de Buenos Aires suscrita el 12 de febrero de 1985 en la que se manifestaba la intención de profundizar en el proceso de integración entre ambos países y en particular la intensificación y ampliación del CAUCE.
Lo cierto es que el período 85-90 es fértil en beneficios para la relación zonal, aumentándose nuestra vulnerabilidad, pero manteniéndose aún dentro de lo controlable. Esta circunstancia se puso de manifiesto no sólo en los momentos de bonanza que se vivieron, sino, fundamentalmente en los reiterados estrangulamientos económicos sufridos como consecuencia de las intensas y habituales vicisitudes de nuestros vecinos, en esa materia.
Nuestra crítica no se centra en lo que entonces se hizo o pudiendo ser previsto no lo fue, sino en no haber adoptado el país las medidas conducentes a orientar nuestra producción exportadora hacia otros mercados, diversificándola gracias a nuevas tecnologías. Se hizo exactamente lo contrario: se profundizó luego en el error de no hacerlo así.
Si resultaba ineludible pasar por esa traumática experiencia (el estrechamiento de relaciones económicas con Argentina), no podía, no debería haber sido nuestra política ahondar el desacierto, sino ir acercándonos a lo que dicta la política internacional comparada. O, por lo menos, el caso de pequeñas economías que supieron desarrollar sectores que las habilitaron a emerger dentro del mundo actual.
Nosotros hemos quedado prisioneros de la producción de materias primas agropecuarias, cuyo destino ya se sabía cual iba a ser dadas las políticas en la materia de los países centrales y cuyo crecimiento se encontraba limitado cuando perdimos los mercados de demanda, no sólo por no existir más guerras – como se señala habitualmente – sino porque se pensó, equivocadamente, que el ser propietarios de la oferta era una condición ante la que se rendirían los compradores. Y podríamos nosotros fijar los valores de nuestros productos. Hoy somos, simplemente, tomadores de precios, cuando esa mercadería es posible colocar, lo que no sucede sin grandes esfuerzos.
Prefirió el gobierno, en lugar de enterarnos de la historia del barrio y de lo que otros países habían llevado adelante con éxito, suscribir sin mayor trámite y ningún pronunciamiento de la opinión pública, el Tratado de Asunción acompañando el hecho con la misma actitud ditirámbica conque fue precedida su firma. Sin embargo, ¡por él, Uruguay tiraba por la borda su categorización dentro del concierto económico latinoamericano que tanto le había costado obtener! Con alegre irresponsabilidad no sólo dejó ésta de lado, sino que no se hizo mención pública notoria de las consecuencias del hecho de haberlo realizado.
Por otra parte, el Tratado de Asunción no incluía tampoco aspectos institucionales elementales, pese a la obligatoria comunión en ellos por parte de todos (¡salvo para Argentina y Brasil!), la búsqueda clara y el posterior encuentro de asimetrías comerciales en contra nuestra, y la imposibilidad de cualquier otro país latinoamericano de incorporarse al acuerdo subregional, durante el período de transición que debería culminar antes de diciembre de 1994.
Todo lo cual dejaba en cualquier observador distraído la idea de un fuerte retroceso respecto a las experiencias que en estas materias han desarrollado los países africanos, en su reiterado fracaso fusionista por sumar esfuerzo a partir de la determinación geográfica y la marginación técnica y cultural.
A poco, sin embargo, dicho observador comprendería que lo que se trataba era de una mera fachada para el acuerdo bilateral argentino-brasileño, cuyos logros nos alcanzan si ellos lo deciden desde que el Tratado de Asunción está sometido a aquél y de lo cual acaba de ofrecer una prueba lo convenido en la reciente visita de Eduardo Duhalde a Brasilia[i]. Y en la que ahora efectuó Lula, como presidente electo.
Se coincidirá que el mayor mérito que nuestras cúpulas políticas y empresariales cosecharán a este respecto será casi con exclusividad en beneficio de la indignación general.
[i] Entre lo acordado por Eduardo Duhalde y Fernando Henrique Cardoso a finales de setiembre del 2002 figura la eliminación de toda disputa comercial. La actitud de Brasil, que supuso asegurar el superávit argentino en la balanza comercial (U$S 1.835 millones a la fecha). Lo alcanzado fue calificado como un “limpiar la mesa” de todo obstáculo para el fluido comercial entre ambos países. Ahora parece que volvió a llenarse de nuevo la mesa de marras.