URUGUAY UN DESTINO INCIERTO
Jorge Otero Menéndez
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¿Quién da la Hostia?
Ya eran otros tiempos. Tanto la aceptación de las reformas de Gregorio VII como las gestiones papales posteriores buscaban un asentamiento de la influencia del vicario de Cristo como tal y una despolución de las jerarquías eclesiásticas, contaminadas por la influencia de las autoridades monárquicas que las preferían partidarias suyos antes que ocupadas por buenos religiosos.
Querella de las Investiduras[i], se denominó a los enfrentamientos generados por esas dos visiones del poder de entonces. Y de no hace mucho.
Es de recordar que el tema se agota casi en beneficio de Roma nada menos que con Calixto II (1119-1124), como quien dice, el tío Guido de Alfonso Henriques: Guy de Borgogne, hijo del conde Guillermo de Borgoña.
Pero cuando él se propuso ser rey de Portugal hacía unos años que había fallecido el noble y pontífice pariente, en quien su madre Teresa, como regente, vio siempre una garantía de la autonomía del condado de Portugal ante las ambiciones de la monarquía leonesa-castellana. Ya desde entonces se insistía con las prevenciones en ese sentido.
Fue recién con el papa Alejandro III que Alfonso Henriques hace lo que podemos llamar buenas migas, y obtiene lo que quería luego de una larga espera, que fue aleccionadora para la corona portuguesa.
Era un Papa éste que vivió preocupado – como se sabe - por la política internacional, en la que sus resultados muchas veces le fueron esquivos, pero cuyo final lo favoreció largamente. Triunfó sobre el emperador Federico I, “Barbarroja”, cuya vida se desarrolló en el siglo XII.
Luego de superar esas vicisitudes y restablecido el dominio papal es que reconoce a Portugal como reino cristiano independiente.
Es considerado Alejandro III – pero no por lo anterior - como uno de los grandes obispos de Roma. Por lo menos su pontificado duró más de veinte años, sometió al rey de Inglaterra, venció al emperador del Sacro Imperio y doblegó a tres anti papas.
Las formalidades le eran particularmente apreciadas como homologación de los hechos que él provocaba o le favorecían. Tanto que el Tercer Concilio de Letrán (1179) que citó el mismo año que reconoció a Portugal, tuvo como objeto establecer las normas para la elección de sus sucesores.
[i] Ocupó la atención de varios papas y diversos monarcas. La más importante fue el cruce de agravios y excomuniones entre Gregorio VII y el emperador del Sacro Imperio Enrique IV. La solución ocurrió con Calixto II y Enrique V en el Concordato de Worms. Y fue, como siempre, más formal que real. En última instancia, en estas cuestiones del poder, lo importante son las apariencias y tanto la laica y la religiosa quedaron salvadas. Se agregó un cetro que significaba el poder temporal y el vasallaje en las cosas de este mundo al emperador. Y se mantuvo el anillo y el cayado pastoral entregados por el Obispo de Roma, como símbolos del poder del Más Allá. Ahora, quien los recibía sería una cuestión a ser negociada en cada ocasión entre uno y otro.