URUGUAY
UN DESTINO INCIERTO
Jorge Otero Menéndez
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Baja de Sueldos y Suba de Impuestos
La situación continuó, obviamente, agravándose.
El “espiritualista” Herrera – que desquició el estado del alma uruguaya – descubrió asimismo que una manera de hacer política es sostener con estudiado énfasis lo contrario a lo realizado o se encontraba realizando. Buscaba asentar la adhesión de quienes se beneficiaban con sus resoluciones, arrojando la sombra de su eventual provisoriedad, y al menos confundir a aquellos que discrepaban con él. Las personas ganadas por la buena fe suelen dar crédito a los dichos, a las expresiones del poder – sin duda en los meses iniciales de una gestión y muchas veces también luego – atribuyendo el desencuentro con los hechos a obstáculos generados por las burocracia, la mala voluntad o el azar.
Todo ello se producía en el marco de la discusión del mantenimiento original del valor del peso (oro) o de la posibilidad de darle curso forzoso y valor cancelatorio al papel billete sin dicho respaldo a la vista.
Por otra parte, se continuaba señalando la intervención del Estado en la actividad financiera, sosteniendo el liberalismo económico la inconveniencia de la misma.
Rápidamente esa posición encontró una contundente respuesta. Los Bancos Argentinos la llamó El Día[i]: Ahí está la República Argentina, decimos nosotros. Su crisis es profunda, sus compromisos internacionales son inmensos. No es posible medir la grandeza del derrumbe que en ella se ha producido. Pero , -¿Son los bancos de Estado los arietes de esas ruinas? He ahí lo que debe resolverse antes de condenarlos como instrumentos inútiles para el progreso.
(...)
A la verdad que si los impugnadores de los bancos de Estado, no hubieran dicho lo contrario, nosotros hubiéramos atribuido la crisis argentina, sin temor de equivocarnos, a la inmoralidad creciente de los gobiernos de Roca[ii] y de Juárez Celman. Los bancos argentinos, instituciones benéficas, no podrían haber dado otro resultado, bien dirigidos, que el de fomentar el progreso de la nación hermana. Y no ha sido ciertamente poco lo que han contribuido a la obra de su engrandecimiento. Han caído, cuando todo caía al empuje de la arbitrariedad y del latrocinio preponderantes: eso es todo.
Sabemos lo que va a decirse todavía: que la concupiscencia de los gobiernos halló en ellos pasto abundante; que fueron poderosos instrumentos, además de explotaciones y engaños. Y bien! ¿Qué institución hay, por buena que sea, que puesta en manos de gobiernos impuros no pueda servirles de instrumentos?... No solo a los bancos nacionales habría que renunciar. Habría que renunciar a un sin número de cosas buenas. El crédito nacional, por ejemplo. ¿A que afanarse por crearlo, por extenderlo, por consolidarlo? Vendrá mañana un pésimo gobierno y se aprovechará de él para contratar empréstitos, tanto más colosales cuanto mayor sea la confianza conquistada, y luego malversarlos en provecho particular. Hay ejemplos de eso...
(...)
Las condenaciones que en absoluto y en masa, hacen de los bancos nacionales argentinos los diarios que son enemigos de toda injerencia del Estado en esa clase de instituciones deberían, pues, mediarse algo más. Una asombrosa corrupción administrativa los ha llevado a la ruina, es verdad. Pero, ¿podrían ser una excepción los bancos cuando esa corrupción lo arrojaba todo al despeñadero, hasta la nación misma?
Mientras tanto, la sequía que se había presentado en 1890 continuó hasta 1892 inclusive, de la que deja constancia el propio Julio Herrera en su mensaje al Parlamento en el citado 1893. La cual no debía considerar importante porque no obsta para que considere un impuesto extraordinario a la actividad ganadera por indirecta sugerencia del ministro francés en Uruguay M. Alfred Bourcier Saint Chaffray, según el mismo diplomático expresa: “Se me aseguró, por otra parte, que el Ministro de Hacienda pensaba en solicitar un nuevo y formidable aumento adicional de los derechos de aduana, una de las partidas de recursos que hace falta en el tesoro. Justamente inquieto por lo que una decisión en ese sentido tendría de funesto para nuestros compatriotas, imaginé, como derivativo, en inspirar a uno de nuestros compatriotas, en íntimas relaciones con algunos de los familiares del Dr. J. Herrera y Obes, una idea cuyo mérito y paternidad yo sabía de antemano que era capaz de apropiarse, tal como sucedió.
Esa idea consistía en llamar la atención del Presidente sobre el producto considerable que podría obtenerse golpeando, durante un año, con un impuesto extraordinario a la propiedad de la tierra y, más particularmente, a las tierras de simple pastoreo o estancias. Los estancieros son de todos los contribuyentes los que proveen con el menor contingente a la recaudación del presupuesto aunque la cría de ganado ha casi siempre sido, aquí, una industria de las más remuneradoras y que, conjuntamente con el incesante aumento del valor de las tierras desde hace treinta años, ha permitido a muchos criadores constituir fortunas considerables.
He sabidos desde entonces, que el Dr. J. Herrera y Obes ha parecido hacer caso a estas sugerencias: habría incluso declarado que él había pensado desde hacía mucho tiempo en la creación de un impuesto de ese tipo, pero para recurrir a él nada más que como a un último y supremo recurso en caso de que todo lo demás le faltara”[iii].
[i] LOS BANCOS ARGENTINOS. El Día, viernes 11 de setiembre de 1891
[ii] Esta posición de El Día frente a la corrupción que representaban, sostenían y llevaban adelante gobiernos como los del general Julio Argentino Roca (1880-1886; 1898-1904) ayudan a explicar la beligerante actitud de éste cuando la primera presidencia de Batlle y Ordóñez y el claro apoyo que su gobierno le dio a la revolución encabezada por Aparicio Saravia. Sin el apoyo del gobierno argentino la guerra civil de 1904, si bien probablemente de igual forma se hubiera iniciado, le habría resultado imposible continuar. Sin ese respaldo y el de por lo menos un importante jefe unitario (centralista) riograndense João Francisco Pereira de Souza.
[iii] Documento 26 del testimonio francés, de fecha 5 de agosto de 1891. Op. cit.