MANUAL PRÁCTICO DE LA HISTORIA DEL COMERCIO
Álvaro de la Helguera y García
1. INGLATERRA
De todas las naciones del mundo, Inglaterra es la que ocupa el primer lugar por la importancia de su comercio, la magnitud de su industria y la grandiosidad de su marina.
Así como en otro tiempo el soberano español Felipe II quiso hacer del mundo una monarquía católica para someterla a su fanático dominio, así ahora la reina Victoria de Inglaterra pretende hacer del globo un mercado inmenso para entregarle a la explotación de su insaciable pueblo.
El Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda viene desde hace muchos años persiguiendo la idea de fundar su poderío político y financiero sobre su grandeza industrial y mercantil; pero como para conseguir este propósito no bastan sus elementos propios, sigue con atención los sucesos internacionales al objeto de sacar de ellos el mejor partido posible, aprovechando para realizar sus fines todas las ocasiones que se presentan, sin omitir medio alguno.
Al comenzar la época contemporánea, los ingleses se aplicaban a estrechar las relaciones amistosas y celebrar tratados comerciales con las colonias de la América del Norte, que poco antes habían conseguido emanciparse de su dominación, ciando con ello un ejemplo de su gran espíritu especulador y de su extraordinaria habilidad diplomática, pues comprendiendo que convenía sobreponerse a las circunstancias para sacar de ellas el mejor partido posible, pusieron buena cara al enemigo insurgente y se apoderaron de su importante mercado, en el cual reinaron con éxito y desarrollaron un negocio colosal.
Cuando estalló la Revolución francesa, todas las naciones de Europa experimentaron con sus efectos una terrible sacudida que enervó por algún tiempo su vitalidad económica, en tanto que Inglaterra aprovechó aquel tiempo de conmociones para instalar en sus fábricas las máquinas de vapor y provocar el nacimiento de las grandes industrias que habían de ser a su vez el manantial más fecundo para el incremento de su comercio.
Tan luego corno Napoleón emprendió su tremenda campaña y decretó el bloqueo continental, todos los estados europeos se vieron profundamente trastornados en sus relaciones internacionales políticas y económicas; pero Inglaterra supo desbaratar los planes ambiciosos y prohibicionistas de aquel terrible guerrero realizando con sus buques un comercio de contrabando tan extenso y lucrativo, que las mercancías británicas invadieron los mercados de todas las naciones y sextuplicaron su valor, proporcionándose de este modo a costa del enemigo enormes ganancias y considerables riquezas.
Comprendiendo los ingleses que para mantener su supremacía marítima, industrial y mercantil necesitaban poseer en todas las partes del mundo excelentes puntos estratégicos para los casos de guerra, vastos países productores para recolectar materias primas y seguros mercados generales para colocar sus variadas manufacturas, pusieron especial empeño en crearse un inmenso imperio exterior, utilizando para lograr sus aspiraciones todos los medios posibles, sin preocuparse de que fueran justos o injustos, lícitos o ilícitos, y han llegado a ejercer su dominación avasalladora sobre una superficie colonial que se aproxima a z6 millones de kilómetros cuadrados, la cual está poblada por unos 314 millones de habitantes.
La nebulosa Albión, para extender y consolidar en el universo su preponderancia industrial y su hegemonía mercantil, que son las bases fundamentales de su influencia política y de su poderío marítimo, procura engrandecerse y enriquecerse a costa de los demás países; por eso unas veces limita su acción bien a estipular tratados comerciales, confiando en la habilidad diplomática para adquirir ventajas positivas; bien a buscar mercados apartados, dejando a la actividad británica la implantación de leales competencias; bien a establecer líneas de vapores ayudando a la iniciativa particular con la subvención de cantidades periódicas; bien a defender derechos legítimos, reclamando a los gobiernos extranjeros indemnizaciones por los daños causados a sus súbditos; pero otras veces extiende su procedimiento bien a realizar contrabandos, como hizo en las colonias de España; bien a reconocer apresuradamente la independencia de territorios extraños para ensanchar en ellos el círculo de sus especulaciones, como hizo con las repúblicas de América; bien a impedir con su veto el engrandecimiento territorial de los pueblos vencedores, para evitar la prosperidad económica de los mismos; bien a suscitar con su capital las colisiones extranjeras, para aumentar su poder militar ante la debilidad del ajeno; bien a declarar guerras injustas a las naciones que cierran sus puertas a su tráfico para conseguir por la fuerza el logro de su negocio, como hizo en China; bien, en fin, a causar enormes perjuicios a las potencias que intentan reducir sus fronteras coloniales, para hacerlas sentir el poderoso influjo de su dinero.
Aparte de esos medios, los ingleses han sabido estudiar con un verdadero acierto y un espíritu práctico admirable las excepcionales circunstancias de su patria para darla el régimen industrial y mercantil más conveniente al desarrollo de sus peculiares intereses.
Siendo el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda pobre en productos vegetales y rico en materias minerales, sobresaliendo entre éstas el carbón, y poseyendo además colonias abundantes en fibras y drogas, comprendieron que debían dedicarse con preferencia a las industrias metalúrgicas y a las manufacturas textiles, y así lo hicieron, inundando el mundo de obras de metal y de tejidos variados. Teniendo a la vez en cuenta que la metrópoli estaba formada por dos grandes islas y que las colonias se encontraban esparcidas por todas las regiones terráqueas, reconocieron que necesitaban una formidable marina militar y comercial para sostener sus conquistas territoriales y sus transacciones mercantiles, y se aplicaron a formarla instituyendo en su auxilio grandes depósitos de mercancías ultramarinas en sus principales puertos para asegurar las ganancias de los fletes en las navegaciones largas.
Después de realizados estos propósitos no podía temer su colosal industria la competencia extranjera, porque los artículos similares fabricados en otros países no habían de acudir a sus propios mercados para quedar derrotados en la lucha de calidad y de precio; pero sí la convenía favorecer la entrada de los artículos alimenticios originarios de otras naciones porque no los producía el territorio británico y abastecía el consumo de su población creciente. Examinando el asunto bajo ese aspecto, apreció la ventaja de abandonar por innecesario el sistema proteccionista, cuyas tarifas elevadas encarecían las subsistencias públicas y fomentaban las represalias arancelarias, y de adoptar por provechoso el régimen librecambista, cuyas franquicias aduaneras estimulaban el consumo de las legiones obreras y estrechaban el lazo de las transacciones internacionales.
Aunque ese concurso de especiales circunstancias en Inglaterra la invitaban a inaugurar el sistema de la libertad comercial con beneficio evidente de sus intereses materiales, no llegó a implantarlo de una manera súbita, sino de un modo paulatino.
Así fue en efecto, pues cuando a principios del período contemporáneo Napoleón decretó el bloqueo continental, Inglaterra recurrió al contrabando para substraerse en lo posible a las funestas consecuencias de aquel régimen prohibitivo; y cuando las naciones reorganizadas por los congresistas de Viena reaccionaron en general estableciendo tarifas protectoras cuya exorbitancia imposibilitaba las relaciones comerciales entre los pueblos europeos, Inglaterra buscó en los mercados de los estados sudamericanos la salida de sus productos industriales; pero estas campañas fueron para ella dolorosas, porque las transacciones disminuyeron en términos considerables y las mercancías alcanzaron precios desproporcionados; así es que al fin sobrevino una violenta crisis que paralizó muchas fábricas y quebrantó muchos Bancos.
Con el establecimiento de los caminos de hierro, de las líneas de vapores y de las redes telegráficas, que desde 1830 a 1840 fueron adoptando las naciones de Europa, recibió el comercio nuevos impulsos que ensancharon sus operaciones; entonces Inglaterra, que en el terreno de las ideas había escuchado con atención las nuevas teorías comerciales de Adam Smith, y en el campo de los hechos comenzó a ensayarlas haciendo rebajas arancelarias sucesivas bajo la influencia de Ricardo Cobden, dejó al fin constituido en el año 1846 el régimen económico del librecambio que la dio para el porvenir su ministro Sir Roberto Peel.
Finalmente, con esa asombrosa astucia política que sabe disimular los verdaderos objetivos y aprovechar los sucesos internacionales, a la vez que con ese genio especulador que sabe utilizar todos los descubrimientos científicos y emprender todos los negocios prácticos, ha logrado Inglaterra alcanzar el puesto preeminente en el concierto general de las naciones por su potencia industrial, mercantil, marítima, colonial y financiera.