MANUAL PRÁCTICO DE LA HISTORIA DEL COMERCIO
Álvaro de la Helguera y García
3. HOLANDA
Situada en el centro de Europa septentrional, poseedora de extenso litoral en el mar del Norte, bañada por caudalosos ríos y cruzada por profundos canales, se encontró Holanda en condiciones inmejorables para sostener un vasto comercio marítimo, de carácter intermediario, entre los pueblos del Este y del Oeste.
La lucha del hombre con el agua fué constante en este territorio, que recibió con propiedad el nombre de Países Bajos, porque en muchos puntos el nivel de la tierra es más bajo que el del mar, circunstancia que ha hecho indispensable la construcción de fuertes diques, grandes exclusas y gigantescas obras para encauzar las corrientes, evitar las inundaciones y defender los terrenos que, llanos y arenosos, se destinan preferentemente a los cultivos de cereales, pastos, flores, fibras, raíces y tubérculos.
Habitada antiguamente por los bátavos y frisones, aunque en el orden político perteneció con alternativas a diversas naciones, nunca desmintió su origen germánico ni su genio emprendedor, pues en la época antigua ya se distinguía por su navegación, por su industria fabril y pecuaria, y por su comercio interior y exterior; siendo los centros más notables de sus especulaciones mercantiles las ciudades de Amberes, Brujas, Gante y Lovaina.
El emperador Carlos I, al ceñir sobre sus sienes las dos coronas de España y de Holanda, como conocía el país que gobernaba, fue tolerante con el protestantismo, pues apreciando los progresos que hizo la reforma entre los neerlandeses y temiendo las consecuencias que traería la persecución de los herejes, no fue déspota ni fanático, sino que se limitó a reprimir cuanto pudo el nuevo culto, dentro de cierta prudencia, consiguiendo con tal procedimiento mantener el sentimiento de la autonomía que estaba tan arraigado en los Países Bajos; pero cuando al abdicar el trono le sucedió su hijo Felipe II en la jefatura de los numerosos estados y vastas colonias del reino, cambió la faz de las cosas, porque el nuevo monarca español emprendió contra los flamencos un sistema de despotismo que fue fecundo en acontecimientos, pues no contento con despojarles de la libertad política, quiso también someterles a la opresión religiosa, confiando la regencia a la princesa Margarita de Parma, dando la presidencia del Consejo al Cardenal Grávela, concediendo los cargos públicos a súbditos españoles, proscribiendo la libertad de conciencia, estableciendo la Inquisición y fundando el Tribunal de la Fe.
Así es que excitados los ánimos por el menosprecio que hacía de las quejas populares, se unieron los holandeses por el Compromiso de Breda, y dirigidos por el príncipe de Orange le expusieron sus reclamaciones, a las que contestó despreciativamente, llamándoles pordioseros, concluyendo por estallar en el año 1566 una formidable lucha armada, cuyo resultado definitivo valió a Holanda su independencia política y su preponderancia mercantil.
Una vez rotas las hostilidades se libraron muchas batallas sangrientas en aquellos industriosos países, con éxitos alternados para ambos ejércitos; pues si los españoles tomaron la ciudad de Amberes y se hicieron dueños de las provincias meridionales, que sometieron a su yugo, los flamencos engrandecieron la plaza de Amsterdam y se apoderaron de las provincias septentrionales, formando con ellas una confederación que se llamó República de Holanda.
Como los grandes sucesos políticos repercuten con eficacia sobre las instituciones económicas, las encarnizadas colisiones entre españoles y flamencos ejercieron poderosa influencia en sus respectivos comercios.
Antes de la guerra entraban las naves holandesas en el puerto de Lisboa para cargar allí las mercancías de la India y conducirlas al depósito de Amberes, desde el cual las transportaban luego a los mercados de Europa; pero cuando la lucha estalló y Amberes fué destruido, pasó su comercio floreciente a la plaza de Amsterdam, que heredó el emporio de este tráfico intermediario.
Así continuaron las cosas hasta que Felipe II, al hallarse dueño de Portugal, prohibió toda clase de relaciones mercantiles entre portugueses y holandeses bajo severas penas, recibiendo de este modo un rudo golpe aquel lucrativo tráfico; pero los efectos de esta resolución radical fueron sólo momentáneos y aun contraproducentes, porque los flamencos decidieron ir a buscar las mercancías a la India, y aunque el propósito era arriesgado, su ánimo era decidido; así es que la sociedad de navegación y negocios por otro nombre Van Verne, puso a las órdenes del intrépido marino Cornelio Houtman una flota de cuatro buques, que tomando el rumbo del Nordeste abordó en Batam sobre la costa de Java, visitó seguidamente Jakatra, Batavia, Surabaya, Madura y Balí, sostuvo varios combates con los indígenas, perdió dos naves durante esta larga expedición, con las otras dos cargadas de especias regresó a Holanda y entró en el puerto de Texel el 4 de agosto de 1597. Siguió otra expedición formada por ocho navíos mandados por Neck y Heemskerk, que recorrió las Molucas, cambiando espejos, vidrios, armas, plumas, peines y telas por pimienta, nuez moscada y otros productos, regresando en el año i600 con tan ricos cargamentos y tan considerables ganancias, que movieron la opinión hasta el punto de constituirse numerosas sociedades y equiparse muchas flotas para explotar este negocio, que se fué extendiendo a la isla de Sumatra y al archipiélago de la Sonda.
Como estas sociedades llegaron a ser numerosas y obraban con independencia, concluyeron por hacerse ruda competencia y causarse gran perjuicio; hasta que en el año 1602 el gobierno las refundió todas en una llamada Compañía Holandesa de las Indias Orientales, dotándola de importantes privilegios, la cual estableció fuertes, factorías, ciudades y gobiernos en las costas de Coromandel, Malabar, Malaca, Ceilán, Java, Amboina, Bunda, Ternate, Macasar y otros puntos, consiguiendo con ello fundar el vasto dominio colonial y el considerable tráfico mercantil de la nación neerlandesa.
Estas importantes conquistas no estuvieron exentas de amargos reveses, de serios conflictos, ni de sangrientos combates, ocurridos con el Gran Mogol en la India, con los españoles en el Indostán, con los ingleses en Java, con los chinos en Formosa, con los portugueses en las Molucas, y con los indígenas en las Célebes; mas su resultado definitivo dio a Holanda por mucho tiempo el monopolio comercial de las Indias Orientales, que era por cierto muy grande, por cuanto en este vasto territorio se producían en abundancia todos los artículos de la zona intertropical, pues sacaban de China y Japón te, porcelana, ruibarbo, seda, bordados, etc.; de Bengala y Coromandel salitre, opio, algodón, tejidos, cueros y tinturas; de Java y Molucas azúcar, azufre, añil, arak, ron, café, carey, arroz, sagú, sándalo y drogas; de Borneo y Sumatra, alcanfor, pimienta, gengibre, ébano, estaño, oro y diamantes; de Ceilán canela, marfil, nácar, perlas y maderas, y de las demás comarcas otras mercancías diversas.
Las transacciones mercantiles con los países de América, que tanto preocupaban a las naciones de Europa, no despertaron al principio las ambiciones de los holandeses, por más que en tiempo de Carlos 1 realizaron viajes allí varios navíos de Amberes, que volvieron cargados de cacao, vainilla, maderas y otras mercancías; pero cuando estalló la guerra con España, en su afán de perjudicar los intereses de esta nación y guiados por el incentivo del lucro, salieron del puerto de Amsterdam diversas expediciones trasatlánticas, directas` unas? y, tocando en
África otras, que habiendo alcanzado buenos resultados fueron cada vez más regulares y frecuentes, hasta que en el año 1621 los Estados Generales monopolizaron también este tráfico, autorizando la formación de la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, organizándola y privilegiándola de una manera análoga a la de las Indias Orientales. No obstante, su manera de proceder comenzó siendo distinta, porque hacía la navegación en corso y el comercio de contrabando, si bien después modificó su sistema, substituyendo el régimen del tráfico irregular por el del dominio colonial, a cuyo fin se hizo dueña del Brasil en una grande extensión; fundó en el IIudson varios establecimientos conquistó en la Guyana importantes posesiones y se apoderó en las Antillas de productivas islas.
Estas adquisiciones territoriales costaron a Holanda, en diferentes épocas, luchas y reveses con los españoles, portugueses, ingleses y americanos, quienes redujeron su dominio a las pequeñas Antillas y las factorías de Guyana por la fuerza de las armas, la paz de Breda y el tratado de Utrecht; mas en el período de su explotación mercantil sacaron de estos países valiosos cargamentos de pescado, azúcar, café, cacao, algodón, añil, tabaco, maderas, drogas y pieles.
Resulta de lo expuesto que la nación holandesa fué tan eminentemente industrial, navegante y mercantil, que las manufacturas de sus numerosas fábricas se consumieron en la generalidad de los países; que las pesquerías nacionales del arenque proveyeron de este producto a la mayoría de los pueblos; y que las dos compañías de las Indias sostuvieron activas relaciones comerciales con todos los estados del mundo conocido; pero cometió la torpeza de considerar su imperio colonial como una especulación de comercio en vez de una porción de patria, lo cual determinó su ruina, porque confiada la administración ultramarina a sociedades particulares, fué unas veces aristocrática y otras concupiscente, algunas ordenada y muchas corrompida, nunca conveniente y siempre injusta; y si a esto se agrega el enorme perjuicio que causaron a sus transacciones las contiendas intestinas, las guerras exteriores, las competencias extranjeras, el Acta de navegación de Cromwell, el sistema mercantil de Colbert y la emancipación de la América del Norte, comprenderemos mejor que al expirar la Edad Moderna declinase con ella el poderío de Holanda.