MANUAL PRÁCTICO DE LA HISTORIA DEL COMERCIO
Álvaro de la Helguera y García
2. FRANCIA
Situada esta nación en la parte meridional del continente europeo, con extensas costas en diferentes mares, surcada por grandes ríos, provista de excelentes canales, cruzada por buenos caminos, poseedora de fecundas tierras, poblada de extensos bosques, propietaria de variadas minas y dueña de abundantes canteras, reunía todas las condiciones necesarias para que pudieran desarrollarse en ella la" agricultura, la industria, la navegación y el comercio.
Sin embargo, durante la primera dinastía de sus reyes, o sea la de los Merovingios, su tráfico fue muy limitado y casi circunscrito al puerto de Marsella; durante la segunda, titulada de los Carlovingios, sólo Carlo Magno dio algún impulso a los cultivos de cereales, las industrias fabriles y las transacciones comerciales; y durante la tercera, llamada de los Capetienses, fue cuando se realizó el verdadero progreso de las instituciones económicas; pero no en época de las ramas de los Capetos, de los Valois, ni de los Orleans, comprendida en la Edad Media, sino en la segunda de los Valois y en la de los Borbones hasta la Revolución, que abraza la Edad Moderna.
La exageración del régimen feudal, las sangrientas guerras con España y las titánicas luchas religiosas, ejercían sobre la industria y el comercio una funesta influencia, pero a medida que se robustecía el poder real y se debilitaba el señorial, el trabajo progresaba en las fábricas y la servidumbre desaparecía en los campos, consiguiéndose con ello el desarrollo de las producciones de sal, vino, aceite, tejidos, papeles y sombreros; así como el aumento de las transacciones en las ferias de Troyes, Reims, Champagne, Beaucaire, Lyon y Saint-Denis.
Puestos los franceses en continuo contacto con los italianos, por sus guerras y alianzas, así como por sus viajes y comercio, aquéllos recibieron de éstos la pureza del gusto y la elegancia de la forma, a la vez que los secretos de fabricación y las herramientas de trabajo, instalándose o perfeccionándose con tal motivo en Francia varias industrias artísticas originarias o adelantadas de Italia, como las fundiciones de bronce, los tallados de mármoles, las obras en cera, las telas de seda, las flores artificiales, los objetos de cristal, la bisutería, la tapicería y otras; pero la actividad industrial y mercantil no llegó a tomar todo el desenvolvimiento de que eran susceptibles, porque Francisco I publicó ordenanzas gravando las primeras materias, Francisco II vendió permisos para la exportación de mercancías y Enrique III exigió impuestos sobre el trabajo de los artesanos. En cambio, al advenimiento de Enrique IV mejoraron las rentas públicas y las explotaciones agrícolas, pues con la gestión de su probo ministro Sully se disminuyó la deuda en cien millones, se contrató la redención de censos por setenta, se puso en reserva cuarenta y tres, se protegieron las labranzas, se fomentaron los cultivos de pastos, se otorgaron mercedes a los ganaderos, se desecaron terrenos pantanosos, se desarrollaron los trabajos mineros y se abrieron vías de comunicación; pero este régimen semifísiócrata que protegía a la agricultura y ganadería como las dos fuentes de riquezas nacionales, sólo consiguió favorecer de un modo escaso e indirecto el tráfico mercantil, el cual llegó a decaer de una manera tan extraordinaria a la muerte del príncipe citado, que el comercio interior fué muy difícil a causa de la lucha con los protestantes y el, comercio exterior se hizo casi imposible con motivo de la plaga de los corsarios.
Luis XIV y su ministro Colbert llevaron a la organización administrativa una serie de provechosas reformas, a las cuales debe la nación francesa el mayor grado de prosperidad que hasta entonces hubo conocido, así como la base verdadera del engrandecimiento de su navegación, de su dominio colonial, de su industria fabril y de su comercio universal.
Fue el ilustre Colbert, hijo de un comerciante de paños en Reims y un modesto dependiente de comercio en Lyon, que habiendo pasado a París desempeñó allí sucesivamente varios empleos subalternos en las casas de un notario, de un procurador y de un tesorero; pero después entró en el gabinete del Cardenal Mazarino, y al morir este ministro le recomendó al rey para sucederle en la gestión financiera. Inauguró sus tareas públicas con el título de Interventor general, y sintiendo el deseo de cimentar el poderío militar y político de su patria sobre su grandeza industrial, comenzó por organizar la administración, suprimiendo muchos oficios inútiles, confiriendo los destinos a empleados inteligentes, llevando el orden a la contabilidad, resol-viendo en justicia los negocios, destruyendo innumerables abusos, dictando sabias leyes económicas y sometiendo al fallo de una Cámara de Justicia todas las concusiones que se descubrían, con cuyas acertadas medidas aumentó los ingresos, disminuyó los gastos y obtuvo en los presupuestos un importante superávit.
Fundó la marina militar, estableciendo un sistema de levas regulares en los distritos marítimos, creando clases entre las gentes de mar, organizando cuerpos especiales de guardias marinas, fortificando algunas de las costas, dotando de almacenes a varias plazas e instalando arsenales en ciertos puntos. También fomentó la navegación mercante con la publicación de su Ordenanza de la Marina en 1681, la imposición de un tributo de tonelaje sobre las naves extranjeras, la concesión de primas a los constructores de buques nacionales y la formación de cinco grandes compañías para los viajes ultramarinos.
Extendió el dominio colonial, mejorando las posesiones de las Antillas, Guadalupe, Martinica y Canadá; creó la Compañía de las Islas Orientales, dotada de privilegios inmensos y de la protección real, que, con escasa suerte por cierto, emprendió varias expediciones y realizó varios negocios, estableciéndose sucesivamente en Madagascar, que cedió al gobierno; en Surate, que luego abandonó; en Zanguebar, que perdió por la guerra holandesa, y en Pondichery, que logró conservar.
Desarrolló la industria fabril, que era el objeto preferente de su solicitud, dictando muchos reglamentos sobre el trabajo; connaturalizando en el país las fábricas de medias, de bisutería y otros artículos originarios del extranjero, que hacían salir del reino sumas considerables; y fomentando con acertadas leyes las fabricaciones de telas de Picar-día, lencerías de Elbeuf, paños de Sedan, tejidos de Abelleville, tapices de Gobelinos, espejos de Saint-Gobain, porcelanas de Sévres, relojes de Chatellerault, papeles de Angulema y otras diversas.
Fomentó el comercio con la construcción del Canal de Languedoc, para unir el Atlántico al Mediterráneo; con la inauguración del Canal de Orleans, para enlazar el Sena al Loira; con la institución de depósitos comerciales, para beneficiar el tráfico intermediario; con la fundación del comercio de tránsito, para facilitar las relaciones internacionales; con la reorganización de los consulados para evitar los abusos de los mismos en las expediciones de las regiones de Levante; con la celebración de un tratado de comercio para aumentar las transacciones con Turquía; con la publicación del Arancel en 1664 para crear el régimen protector llamado colbertista, y con la formación de las cinco grandes termes para suprimir muchas barreras aduaneras en el interior del reino.
Esta administración tan brillante tuvo al fin un resultado funesto a causa de la legislación sobre los cereales, pues la omniscencia burocrática decretó alternativamente que la exportación fuera, ora prohibida en absoluto, ora permitida sin trabas, ora sometida a derechos; y este régimen movible, que se atemperaba a las circunstancias, perjudicó a la agricultura nacional, porque con su inseguridad se abandonó el cultivo, apareció el hambre y llegó el desprestigio, que aumentó cuando el partido de la paz, representado por Colbert, se sometió al de la guerra, capitaneado por Luvois, porque al restablecer las tasas suprimidas y devolver la venalidad a los cargos, cometió el error de claudicar y destruyó su propia obra, concluyendo por caer en la desgracia del rey y en la maldición del pueblo.
Luis XV encontró tan empobrecido al país, que para evitar su desastre financiero aceptó el proyecto bancario del escocés Lawv, consistente en emitir billetes para suplir la falta de numerario. Luis XVI recuperó parte del poder colonial, inauguró la navegación a vapor, formó un arancel general, instituyó el impuesto sobre la sal y proyectó suprimir algunos tributos, cuyo beneficioso plan desechó la Asamblea de Notables, sin conocer que la efervescencia reformista existente en el país era precursora de la gran revolución que había de llevar al cadalso a este desgraciado monarca.
El espíritu de reforma popularizado por los economistas y filósofos venía inflamando la opinión pública, que estaba ya ávida de modificaciones radicales en los sistemas político, económico, religioso y social; pero la oposición ejercida por los cortesanos, arrendadores, contratistas y logreros, contuvo el planteamiento del nuevo régimen; hasta que al fin estalló la Revolución francesa, que al hacer rodar en la guillotina la cabeza del rey, así como la de muchos nobles, derrumbó también los antiguos sistemas y las añejas tradiciones para entrar de lleno en la unidad nacional y en la era de libertad, por donde, sometidas ya a la moderna legislación, caminan desde entonces todas las instituciones de Francia.