MANUAL PRÁCTICO DE LA HISTORIA DEL COMERCIO
Álvaro de la Helguera y García
HISTORIA DEL COMERCIO: EDAD ANTIGUA
7. ESPAÑA
La primitiva población de nuestra península es-taba constituida por tres razas principales, que eran: la de los celtas, que ocupaban las partes septentrional y occidental; la de los iberos, que se extendía por la meridional y oriental; y la de los celtíberos, que era mezcla de las dos anteriores y habitaba en la central. Su religión era el paganismo, gozando gran consideración la teogonía toda de aquellos tiempos; sus costumbres eran bárbaras, entregándose a prácticas extrañas propias de la escasa civilización de aquella época; su carácter era belicoso, librando con frecuencia luchas encarnizadas; su industria era escasa, limitándose a la producción de los artículos más indispensables para su vida frugal; y su comercio era reducido, circunscribiéndose a la permuta del corto número de artículos que se conocían en aquella fecha.
Dedúcese de lo expuesto que el primitivo pueblo ibero no era comercial; pero como su suelo presentaba grandes riquezas agrícolas, y su subsuelo con-tenía enormes tesoros minerales, fué invadida la Península por varias razas extranjeras, que se establecieron en sus costas para explotar las fuentes de aquella riqueza; y al efecto, comenzaron a colonizarla los fenicios en el siglo xv antes de Jesucristo, fundando entre otras poblaciones a Cádiz, Málaga y Sevilla; diez siglos después vinieron a habitarla los griegos, creando las ciudades de Rosas, Ampurias y Sagunto; tres siglos más tarde llegaron los cartagineses para establecerse en ella, erigiendo a Barcelona, Cartagena y Peñíscola; y más tarde arribaron los romanos, para expulsar a sus antecesores y hacer de España una provincia de Roma, fundando en ella muchas e importantes poblaciones.
La ingerencia extranjera modificó notablemente la religión, la cultura, la industria y el comercio de los iberos, difundiendo entre ellos mayor civilización, mejores costumbres, nuevos conocimientos y diversos adelantos, que dieron lugar al desarrollo de sus industrias, entre las que sobresalieron las fabricaciones de las telas de lino de Setabis, de los paños de Galicia, de los vinos de Tarragona, de las armas de Bilbilis y, en fin, de los metales, aceites, salazones, lanas, mieles, ceras, púrpuras y otros diversos artículos, que motivaron un comercio considerable, monopolizado por los colonizadores, quienes mejoraron la construcción de los buques mercantes, enseñaron a la marina derroteros más seguros y formaron los cargamentos de las numerosas naves que con destino a los países de Levante salían continuamente de Rosas, Barcelona Tarragona, Valencia, Alicante, Cartagena, Málaga, Cádiz, Se-villa, Huelva y otros diferentes puertos.
En resumen: España fué un gran centro comercial de la antigüedad; pero los españoles no pueden ser clasificados entre los principales pueblos comerciantes de aquella Edad, puesto que dicho tráfico fué ejercido por extranjeros, o sea por los fenicios, los griegos, los cartagineses y los romanos.