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INTRODUCCIÓN

La posibilidad de América Latina de pensarse a sí misma ha tenido varios obstáculos históricos. El primero de ellos fue la abrupta ruptura entre la explicación mitológica del mundo y la explicación racional. Las grandes civilizaciones han pasado de la primera cosmovisión a la segunda sin solución de continuidad, en una marcha natural del mithos al logos, de la fe a la duda. Incluso hubo grandes civilizaciones que a pesar de ser invadidas por otras, a lo largo de generaciones, no abandonaron sus propios mitos; ni los judíos ni los egipcios adoptaron jamás como propios los mitos romanos, por el contrario, mantuvieron sus mitos originales e incluso, en el caso de los judíos, terminaron por imponer sus propios mitos a los invasores.

El caso de los habitantes del Nuevo Mundo fue diferente. Hablando de los Incas, un escritor nos dice, en una interesante novela:

Sentados en una esquina, dos sacerdotes jóvenes están atareados ante un bambú del cual penden cantidad de quipus; cuentan los nudos de estas especies de arañas de cordajes. De vez en cuando, con gran habilidad y rapidez, añaden un nudo; otras veces deshacen toda una hilera... Es así como, a través de las lunas y la eras, se conserva la memoria del Imperio y de los grandes hechos de los incas1.

Esa memoria fue abruptamente interrumpida por los conquistadores. Los mitos propios fueron reemplazados por otros exógenos y la comprensión de su mundo empezó a ser la cosmovisión de los europeos. Además de la visión racional del mundo del occidente europeo, que terminó por imponerse, la herencia mitológica no es la de los incas, aztecas o chibchas, sino la de los griegos o judíos.

Además, en las civilizaciones del Nuevo Mundo no prevalecían únicamente los mitos, hay pruebas de que en algunas de ellas existía una cosmovisión racional. Al respecto, nos dice el filósofo cubano Pablo Guadarrama:

Uno de los documentos de mayor valor para el estudio de estas culturas es el Popol Vuh, donde se muestra una cosmogonía que no tiene nada que envidiar a la Teogonía de Hesíodo y otras de las culturas orientales. En ella se destaca especialmente el lugar del hombre dentro del conjunto de la creación... Así se inicia esta obra: "Esta es la relación de cómo todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio; todo inmóvil, callado y vacía la extensión del cielo. Esta es la primera relación, el primer discurso. No había todavía un hombre, ni un animal, pájaros, peces, cangrejos, árboles, piedras, cuevas, barrancas, hierbas, ni bosques: solo el cielo existía. No se manifestaba la faz de la tierra. Sólo estaban el mar en calma y el cielo en toda su extensión"2.

El anterior pensamiento no tiene que envidiarle al de los filósofos naturales griegos, anteriores a Sócrates.

Por su parte, la racionalidad europea se ha revelado insuficiente no solo para la comprensión de los fenómenos económicos y sociales precolombinos, sino también de los fenómenos nuevos que nacieron del mestizaje. En la vida social de América Latina, como en Cien Años de Soledad, muchas cosas carecían de nombre y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Era preciso bautizarlas para conocerlas, pero la inmensa mayoría de los científicos sociales latinoamericanos, en vez de cumplir con su tarea de bautistas, como era su obligación, resolvieron tomar una ruta más cómoda llamando las nuevas cosas con viejos nombres europeos. Pero la complejidad latinoamericana no se avino jamás con la simplicidad de las categorías en las que han pretendido atraparlas. Las novedosas relaciones económicas de lo que hoy es América Latina no solamente heredaron la complejidad de la historia española, sino que se enriquecieron aún más con los aportes nativos.

Aunque la historia de todas las sociedades es contradictoria, la española seguramente se lleva las palmas en este campo, entre las sociedades europeas. Sirvan como ilustración los siguientes ejemplos: España se ve de pronto lanzada a dar inicio a la era moderna, sin cambiar su ideología reaccionaria, aferrada a los más recalcitrantes dogmas católicos. Desde su visión atrasada, de espaldas intelectualmente al futuro, no solo, como dice el maestro Arciniegas, completó la tierra sino que creó un mundo nuevo.

Si no se dijo, fue notoria la transformación que por América tuvo Occidente. Podría preguntarse donde, de veras, ocurrió la del Nuevo Mundo que surgió en el XVI. ¿Del lado occidental del Atlántico, o en una Europa que despertaba a otra vida y otro destino, y que hasta la víspera no era sino un Viejo Mundo?3.

Es esta tal vez la mayor paradoja histórica. Todos estos cambios históricos gigantescos eran logrados, basados, por supuesto, en los nuevos logros de la ciencia y, a la vez, impulsando el desarrollo científico, sin que los gobernantes españoles que propiciaban tales adelantos aspiraran al cambio y al progreso. España lideraba la transformación de lo viejo y la creación de un mundo nuevo, pari passo con el liderazgo de la contra reforma y de la conservación del pasado medieval. Produjo cambios históricos, mientras procuraba que nada cambiara. Carlos I de España, el hombre más poderoso del mundo en su época, mientras defendía el espíritu de la pobreza propio de los católicos, fue poseedor del imperio más grande de la historia donde no se ponía el sol; mientras defendía el principio de que la acumulación de riquezas no era cristiana, sus súbditos se lanzaban a la búsqueda de El Dorado.

Las costumbres medievales que el monarca español se proponía conservar, pueden verse resumidas en las siguientes palabras, de un historiador colombiano:

En este mundo saturado de tensiones espiritualistas, cuya economía había perdido toda complejidad, le fue posible a la Iglesia efectuar un cambio revolucionario en las nociones tradicionales sobre la riqueza, los medios de conseguirla y la manera de usarla. El fin de la actividad económica dejó de ser la simple ambición del lucro para contraerse a la satisfacción de las necesidades esenciales. El atesoramiento de bienes materiales se miró con desconfianza, juzgándolo síntoma de avaricia, y se trató de que la actividad económica se rigiera por la súplica evangélica: "El pan nuestro de cada día dádnoslo hoy"4.

La anterior forma de entender el mundo de la economía por las autoridades españolas, fieles a las exigencias de la Iglesia, eran ostensiblemente negadas por la práctica de la conquista.

La razón histórica del papel que jugó España en la creación de un mundo nuevo que, por vez primera, incluía todo el planeta, es explicado por el filósofo argentino Enrique Dussel con las siguientes palabras:

¿Por qué España inicia el "sistema-mundo", y con él la Modernidad?... Como España no podía ir hacia el "centro" del "sistema interregional" que se encontraba en Asia central o la India, hacia el Oriente (ya que los portugueses se habían anticipado, y tenían derechos de exclusividad) por el Atlántico Sur (por las costas de África occidental, hasta el Cabo de la Buena Esperanza descubierto en 1487), solo le quedaba a España una sola oportunidad: ir hacia el "centro", a la India, por el Occidente, por el Oeste, cruzando el Océano Atlántico. Por ello España "tropieza", "encuentra sin buscar" a Amerindia, y con ella entra en crisis todo el "paradigma medieval" europeo (que es el "paradigma" de una cultura periférica...) e inaugura, lenta pero irreversiblemente, la primera hegemonía mundial, por ello del único "sistema-mundo" que ha habido en la historia planetaria, que es el sistema moderno, europeo en su "centro", capitalista en su economía5.

Es quizás la evidencia más clara de la dialéctica histórica entre la casualidad y la necesidad. Lo casual es que un país como España completa el mundo sin proponérselo y sin darse cuenta de ello y, de paso, da inicio a la modernidad, siendo ideológicamente defensora del pasado. Y, además, con ese mismo hecho, desata una serie de fuerzas económicas que van a contribuir al nacimiento del sistema capitalista, y convierte a Europa en centro de este sistema mundial, mientras se esfuerza por defender el Feudalismo. La necesidad radica en que, aún para defender la "religión de la pobreza", España requería de riquezas. Y, para poder participar en el comercio internacional debía de alguna manera comunicarse con Asia, que era en ese momento el centro económico del mundo.

El siglo XVI no solo es indiscutiblemente el siglo de España sino que convierte a este país en un receptáculo de contradicciones y, por lo tanto, a su sociedad en portadora de grandes complejidades. Todo ese cúmulo de complejidades y contradicciones fue heredado por los mestizos americanos, y se complejizaron aún más, si cabe, al hibridarse con las realidades encontradas en el nuevo mundo. Es este precisamente el panorama histórico, social y económico que encuentran los científicos sociales de América cuando, a finales del siglo XVIII y durante el XIX, intentan darle a la historia de esta parte del mundo una personalidad propia.

La historia contradictoria de la España del siglo XVI no aportó una ciencia social correspondiente. Las ciencias sociales nacieron en el siglo XIX en Inglaterra y Francia, países con historias diferentes. En el siglo de la independencia latinoamericana del dominio español, Inglaterra empezó a tener presencia significativa en esta parte del mundo, primero en el campo económico y más tarde, como es lógico, en el campo del pensamiento. Los primeros próceres de la independencia americana conocieron a los pensadores europeos, especialmente de los dos países mencionados, y los tomaron como guías para sus decisiones sociales en el proceso de transformación de estos países; claro está, con más o menos independencia de pensamiento según la talla intelectual de prócer de que se tratara. Es evidente que, por ejemplo, Simón Bolívar no copió fielmente el pensamiento inglés o francés, cuyos autores le fueron muy conocidos. Como afirma Luis Vitale:

En todo caso, a través de los escritos y decretos del Libertador se puede comprobar su conocimiento de los clásicos de la economía política, explicitado en su carta de 1825 a Santander, donde detalla los libros que ha consultado6.

La presencia del pensamiento inglés en las nuevas repúblicas es ostensible. Ya en la década de los años veinte del siglo XIX, se presentó, en la recién nacida República de la Nueva Granada, la disputa sobre la conveniencia de difundir en la educación superior el pensamiento del inglés Jeremy Bentham. Y a mediados del siglo XIX es evidente la presencia de los clásicos ingleses en las ideas de los ideólogos liberales, esta vez, con un sentido poco crítico.

No hay duda de que la insuficiente comprensión de la realidad social, muy compleja, de América Latina se debe a la persistencia de los científicos sociales latinoamericanos en explicarla a la luz de ciencias simplificadoras, por ejemplo la Economía Política inglesa. Ciencias que son simplificadoras en extremo, construidas para realidades europeas y que desprecian deliberadamente lo nuevo que pueda existir en los fenómenos sociales de las colonias o la periferia. La mayor parte de los pensadores o científicos europeos han mirado con desdén lo que pueda suceder en América, en su totalidad primero y Latina después. Solo algunos europeos aislados han mirado lo nuestro sin prejuicios; es el caso de Michel De Montaigne, quien ya en el siglo XVI anotaba:

Y el caso es que estimo... que nada bárbaro o salvaje hay en aquella nación*, según lo que me han contado, sino que cada cual considera bárbaro lo que no pertenece a sus costumbres. Ciertamente parece que no tenemos más punto de vista sobre la verdad y la razón que el modelo y la idea de las opiniones y usos del país en el que estamos. Allí está siempre la religión perfecta, el gobierno perfecto, la práctica perfecta...7.

De otra parte, ha sido una tradición en América el desprecio por el pensamiento propio, por los libros de americanos; siempre se ha intentado reconocer la realidad propia a través de la mirada de observadores lejanos. Esto ha sido así desde siempre y lo sigue siendo hoy. Como dice William Ospina, el primero que escribió en esta tierra sobre lo sucedido en ella, Juan de Castellanos, aún hoy, tres siglos y medio después, sigue en espera de ser leído.

Desde el siglo XVI nació también en América la cultura del libro. El que escribió Juan de Castellanos no solo fue uno de los primeros nacidos del territorio, y no solo es todavía el poema más extenso de la lengua, sino que aún está buscando sus lectores. Siempre nos fue más fácil recibir de los libros los mundos distantes que traían, más difícil reconocer en nuestros libros un reflejo de América8.

Conocemos bien el poema de Homero, que narra las aventuras de Ulises a través del Mediterráneo, pero ignoramos el de Castellanos con aventuras mucho mayores. A pesar de que el Mediterráneo es un mar minúsculo, si se lo compara con la inmensidad del océano Atlántico. Ya lo decía Alberto de Pedrero, en un poema referido a la obra de Juan de Castellanos:

Porque no canta los angostos mares
Del que huyó de Troya, ni de Ulises
.......
Mas canta el gran dragón del oceano
Que ciñe con sus roscas todo el orbe,
A quien el español tiene sujeto9.

Esta no es una tendencia superada. A inicios del siglo XXI, se mantiene el mismo punto de vista mayoritariamente. O bien tenemos noticia de los fenómenos latinoamericanos a través de los libros de los europeos, o bien intentamos interpretar nosotros mismos dichos fenómenos a la luz de las teorías traídas de los países centrales.

Los intentos de interpretación independiente de la realidad socioeconómica y la historia latinoamericanas ha sido, y sigue siendo, un esfuerzo de minorías intelectuales. Esto es válido para todo el espectro ideológico, desde las visiones de la derecha hasta el marxismo se copian con poco o ningún sentido crítico. Además, los esfuerzos de pensamiento independiente son afectados también por el movimiento pendular de la historia mundial. La dependencia de las economías latinoamericanas respecto a los países centrales condicionan el pensamiento. En las décadas de los años cincuenta, sesenta y setenta hubo un relativo auge, en diversas direcciones, de propuestas independientes, nacidas al calor de las luchas sociales, animadas por una situación internacional favorable en la cual tenían gran influencia los procesos revolucionarios, como la revolución cubana. Como es obvio, tal auge de pensamiento independiente se hizo presente en las universidades y, en estas, en los programas de las ciencias sociales. A partir de la década de los setenta el péndulo regresa a la derecha y se impone el pensamiento único del neoliberalismo, que lanza fuera de las universidades cualquier brote de pensamiento independiente. Algunos pensadores independientes, sin embargo, se han mantenido, pero estos han sido, y son, vistos como rara avis, que se mantienen (o nos mantenemos) en una situación extremadamente marginal y son prácticamente inexistentes para el núcleo fundamental de la academia, incluida la universidad pública; entre estos pocos podemos nombrar, a manera de ejemplo, a José Consuegra Higgins y Raúl Alameda Ospina en Colombia, René Báez en Ecuador y Alonso Aguilar en México. Al menos esto es válido para el pensamiento económico, los filósofos parecen haber corrido con mejor suerte. Sin embargo, hay indicios de que la crisis económica, asociada al pensamiento único neoliberal, pueda producir el efecto de un nuevo giro en el péndulo histórico y que de nuevo en un futuro cercano podamos tener un renacer del pensamiento latinoamericano.

En este libro me he propuesto estudiar el pensamiento del colombiano Antonio García Nossa, a mi entender, uno de los pensadores más importantes del siglo XX en nuestro país. Además de las cualidades de este hombre que se analizan en los capítulos siguientes, hay que destacar que el trabajo intelectual de García se desarrolló básicamente desde la Universidad, muchos de sus textos circularon entre sus estudiantes, en forma de apuntes o conferencias de clase; él fue antes que todo, un maestro. Pero siempre entendió la Universidad, como una institución indisolublemente unida a su entorno social. Para García la unión a la suerte de la sociedad, la investigación y la docencia no eran para el profesor tres actividades separadas, entre las cuales se pudiera elegir una o dos de ellas, por el contrario, las tres estaban dialécticamente entrelazadas en un todo indisoluble. La Universidad no puede considerarse tal si no produce ciencia, al más alto nivel; la producción científica carece de validez, al menos en las ciencias sociales, si no está entroncada con los problemas de la sociedad, en un doble sentido: resolviendo los problemas que la aquejan y brindándole alternativas de futuro; por su parte, la docencia solo se puede librar del autoritarismo si está ligada a la producción científica.

Otro gran mérito de Antonio García consiste en haber sido pionero entre los pensadores independientes de América Latina, de mediados del siglo XX; su obra fundamental Bases de Economía Contemporánea, en la que aparecen los principios conceptuales de su pensamiento, es escrita y publicada en la década de los cuarenta. Más tarde viene toda una pléyade de pensadores independientes, primordialmente en las décadas de los años cincuenta y sesenta, entre quienes podemos nombrar los siguientes: Alonso Aguilar, Fernando Carmona, Domingo Maza Zavala, Agustín Cueva, Andre Gunder Frank, Ruy Mauro Marini, Theotonio Dos Santos, Vania Bambirra, Pablo González Casanova, Enzo Faletto. En Colombia, el núcleo central de los pensadores independientes está, de una u otra manera, asociado al nombre de García, son básicamente sus alumnos y de ellos podemos nombrar los siguientes: Orlando Fals Borda, José Consuegra Higgins, Jorge Child, Isidro Parra Peña, Raúl Alameda Ospina, Rubén Darío Utria y Luis Emiro Valencia.

Pienso que la persistencia en el pensamiento independiente no es un esfuerzo inútil, porque de esa manera cuando el péndulo emprenda definitivamente el camino de regreso puede encontrar algunas semillas. Es con ese propósito que me he propuesto rescatar del olvido los aportes hechos por el pensador colombiano más importante del siglo XX: Antonio García Nossa. Otros pensadores colombianos merecen estudios similares, mencionaré solo algunos de ellos: José Consuegra Higgins, Orlando Fals Borda, Jorge Child, Isidro Parra Peña, Abdón Espinosa Valderrama, Eduardo Sarmiento Palacio. Espero que en un futuro cercano, el estudio del pensamiento económico colombiano, que hoy es un esfuerzo individual, llegue a constituirse en el interés científico de un amplio equipo de estudiantes y profesores y profesoras de ciencias sociales.

Quienes mantenemos el optimismo ante el futuro, confiamos en que en la perspectiva histórica de largo plazo América Latina tendrá un lugar importante que jugar en el mundo. De la misma manera que el siglo XVI fue español, el XVIII francés, el XIX inglés, el XX norteamericano y, tal vez, la segunda mitad del XXI chino, en algún momento del futuro puede llegar un siglo latinoamericano. Y, cuando ese momento llegue, lo será fundamentalmente por la diversidad de recursos propios para la vida y por la complejidad cultural. Hoy nos tienen obnubilados los conceptos de competitividad y productividad, pero, el problema no es de producción, hoy en día se destruyen muchos productos que no tienen demanda y mucha producción no solo es inútil sino nociva, como toda la que emana de la industria bélica. Cuando el mundo comprenda que, en última instancia, lo importante no es el consumo per se, sino la vida y el bienestar humanos, se entenderá que esta parte del mundo tiene mucho que ofrecer al resto de los habitantes del planeta. Igualmente, cuando podamos expresar toda nuestra complejidad cultural en filosofía, en pensamiento, tendremos consciencia de que no somos inferiores. Ese día nos habrá llegado la hora, no de ser superiores a los otros continentes, sino de no ser tributarios de los países centrales.

El lector encontrará en este trabajo lo que a mi modo de ver son los aportes fundamentales del maestro García en los campos metodológico, teórico y estratégico. En el capítulo cuarto del libro intento identificar los componentes del pensamiento de García que mantienen vigencia y los que no y me aventuro en algunas reflexiones relativamente utópicas que se pueden construir, a partir de las enseñanzas del mismo García. La mayor enseñanza de Antonio García es indudablemente su independencia de pensamiento: pensar con cabeza propia parece ser su divisa.

Esta investigación ha sido financiada por el Sistema de Investigaciones de la Universidad de Nariño. El trabajo fue escrito y discutido al interior de un grupo interdisciplinario, de docentes y estudiantes: UNIVERSIDAD: HISTORIA EDUCACIÓN Y DESARROLLO, dirigido por el historiador nariñense Gerardo León Guerrero. Recibí muchas enseñanzas de todos los integrantes del grupo, compuesto básicamente por investigadores en historia y pedagogía. En el trabajo particular del pensamiento de Antonio García me acompañó el estudiante de Economía Carlos Muñoz, quien finalmente escribió su trabajo de grado sobre los aportes de García a la teoría sobre el problema agrario de América Latina; parte del contenido de ese trabajo de grado ha sido recogido, con alguna reelaboración, en el capítulo tercero del libro. Tengo una deuda de gratitud con todos los integrantes del grupo, pero, como es obvio, la responsabilidad por el contenido del libro, y sobre todo por los posibles errores, es únicamente mía y, por lo tanto, las críticas posibles que este trabajo merezca deben ser dirigidas exclusivamente a mí.

No pretendo con los planteamientos aquí formulados convencer a nadie. En edad más temprana si tenía el propósito de convencer, porque pretendía cambiar el mundo y para ello buscaba compañía. Hoy solo me propongo invitar a los jóvenes a que piensen por su cuenta y que, desde su propio pensamiento, intenten cambiar el mundo, si lo consideran necesario. Por mi parte, creo que no vivimos el mejor de los mundos posibles y que la utopía de un mundo mejor es no solo deseable sino realizable.


* Se refiere a los indios de América del Sur
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1 DANIEL, Antoine B. INCA. La princesa del sol, Planeta, Bogotá, 2002, p. 198.
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2 GUADARRAMA GONZÁLEZ, Pablo. Humanismo en el pensamiento latinoamericano, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, Tunja, 2002, p. 77.
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3 ARCINIEGAS, Germán. Cuando América completó la tierra, Villegas editores, Bogotá, 2001, p. 39.
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4 LIÉVANO AGUIRRE, Indalecio. Los Grandes Conflictos Sociales y Económicos de Nuestra Historia, Tercer Mundo, Bogotá, 1978, volumen I, p. 228.
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5 DUSSEL, Enrique. Ética de la liberación en la edad de la globalización y de la exclusión, Editorial Trotta, Madrid, 1998, p. 55.
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6 VITALE, Luis. La Contribución de Bolívar a la Economía Política de América Latina, FICA, Cali, 2000, p. 29.
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7 DE MONTAIGNE, Michel. De los caníbales, en Ensayos, Cátedra, Madrid, 2001, tomo I, p. 267.
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8 OSPINA, William. Las Auroras de Sangre, Norma, Bogotá, 1999, p. 78.
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9 Idem. p. 94-95.
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