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PROTOPÍA

 

SOBRE LA LIBERTAD

GRATUIDAD DE LOS BIENES BÁSICOS

Seguramente ya he insistido bastante en que es esencial para que una utopía se pueda llamar como tal, el que los individuos que la componen, formen parte de ella libremente. Esto no significa que exista una libertad absoluta dentro de la comunidad, ni que no exista un aparato fiscal, ni que no exista un aparato legal coercitivo capaz de imponer la ley que define. Puede existir una ley, pero esta ley no tiene porqué referirse a la pertenencia o no a la comunidad.

Pero la garantía de independencia, que definimos como la posibilidad efectiva de las personas y los grupos de no participar del círculo económico de la comunidad, y volver a encontrarse en la misma situación o mejor, que si la comunidad no existiese en absoluto, ha de basarse, concretamente, en dicha posibilidad efectiva. Lo que significa que una posibilidad meramente teórica no es un sustituto aceptable.

Naturalmente, la efectividad de esta garantía pasa por que las personas encuentren posibilidades para sobrevivir en situación de aislamiento social.

Esto significa que ciertos recursos naturales deberían estar disponibles para el uso de los "disidentes", en todo momento. Ahora bien, quizá sea cierto que determinados recursos naturales, y en especial la tierra, son tan escasos con respecto a la población que existe, que es demasiado oneroso a la comunidad el dejar que se disponga más o menos libremente de la tierra, por poca que sea, a individuos que no van participar en ella.

Sin embargo, si una comunidad es lo suficientemente extensa como para que un recurso natural le resulte crítico, también es lo suficientemente grande como para que tenga una especialización del trabajo muy desarrollada y pueda producir una gran cantidad de riqueza.

Lo que significa que si no puede ofrecer una cierta cantidad de recursos, sí que puede ofrecer el producto de sus maquinarias productivas. Ahora bien, como tal maquinaria es básicamente privada (esto es lo que proponemos), y el acceso a su producción se produce a cambio de dinero, lo que la comunidad sí puede hacer es ofrecer una cantidad de dinero que "represente" a los bienes que al individuo le corresponderían como mero humano, los bienes que obtendría de esos recursos naturales que la comunidad no puede poner a su disposición tal como debería hacerlo para cumplir con la garantía de independencia. Añadidamente, puesto que los recursos naturales a fin de cuentas también serán controlados privadamente (en su mayoría, tal como proponemos), el dinero permite al individuo, no solo acceder a los recursos naturales que le correspondería recibir como garantía de supervivencia al margen de la comunidad, sino, si lo emplea en ello, hacerse propietario de ellos con el tiempo.

Efectivamente, la propuesta es que todo el mundo, absolutamente todo el mundo, reciba una cantidad de dinero que se considere suficiente, a los precios de mercado que haya en un momento dado, para sobrevivir dignamente.

Tan dignamente como sea posible soportar, y siempre subiendo el nivel de esa "dignidad". En cualquier caso, sobrevivir.

Ahora bien, podría preguntarse porqué dinero y no, por ejemplo, un conjunto de bienes gratuitos. En efecto, ambas medidas, el salario social y la gratuidad de ciertos bienes, son necesarias. En seguida definiré un criterio para establecer hasta qué punto ciertos bienes deben ser gratuitos y hasta que punto el Estado debe dar dinero a cambio de nada, para cubrir necesidades no cubiertas por el sistema de bienes gratuitos.

El criterio, en realidad, ya ha sido establecido. Cierta clase de bienes resultan menos costosos cuando se explotan en régimen de gratuidad, como las carreteras. Ya hemos visto que necesariamente, también, cuando el Estado realiza una obra social, tal obra ha de ser completa, es decir, no debe combinarse la financiación del Estado con la privada, ya que ello solo produce perversiones del sistema liberal y del sistema de redistribución de la riqueza. Existe otro argumento a favor de que ciertos bienes sigan sin ser gratuitos a pesar de que el Estado los financie. Es precisamente cuando el Estado debe cubrir las garantías dadas a los disidentes, que se suponen pocos (serán pocos siempre), ofreciendo un nivel mínimo de cierta clase de productos que por otro lado son parte de la economía normal del círculo. Un ejemplo son los alimentos. Es fácil entender que la mayoría de los alimentos serán producidos e intercambiados en el seno activo del círculo. Ahora bien, si el Estado ofrece la garantía de alimentación gratuita (la más esencial de todas, como se puede entender), no puede andar preguntando o discriminando quienes sí y quienes no tienen acceso a tal alimentación gratuita, lo que violaría el principio de independencia.

Esto conduce a una situación paradójica: o la alimentación gratuita que se ofrece es una basura o los canales a través de la que se distribuye serán una competencia desleal para las empresas que la distribuyen de modo privado.

Creo que esto se entiende bien y no hace falta insistir mucho en ello.

Es evidente que no solo los disidentes, sino cualquiera, preferirán no pagar nada por los alimentos, que pagar algo, si son de la suficiente calidad, tal como deberían ser. No olvidemos que la disidencia social, a la que una utopía debe ofrecer garantías de expresión pacífica, no tiene porqué darse solo en un nivel del círculo, ni ser completa. Precisamente en eso consiste una auténtica garantía de libertad de asociación, en no predeterminar el momento ni la identidad del que ejerce su derecho de disidencia, ni hacerla necesariamente total. De modo que efectivamente se produciría una paradoja notable.

Habría un tercer componente absurdo de hacer gratuito un bien para los disidentes: la necesidad de habilitar líneas de producción (o por lo menos, de distribución) paralelas a una maquinaria de producción que por otro lado funcionara perfectamente. Por todos estos motivos, cuando un bien se cubre sin problemas por el círculo privado, no solo no tiene sentido habilitar una línea de acceso gratuito para los disidentes, sino que sería contrario al espíritu al que pretendería responder, y tendría toda suerte de efectos nefastos. De modo que es bastante claro que, mientras no tenga sentido hacer gratuita TODA la producción de un bien, el sistema no debe hacer gratuita NADA de esa producción, sino repartir el dinero para que las personas que no trabajan ni tienen relación alguna con el sistema normal de producción, puedan, gracias a él, acceder a los productos de los recursos naturales que no les ofrece el sistema, pero debería garantizarlos, y acceder a productos de buena calidad y sin comprometer el normal funcionamiento de las maquinarias productivas.

Es especialmente necesario entender el principio de que el Estado no debe mezclarse con la maquinaria productiva. El Estado debe ofrecer las cosas o totalmente gratuitas o abstenerse por completo de ofrecerlas, tal como vimos en el capítulo anterior, y tal como vemos en este. Lógicamente, la única forma de que pueda ofrecer al mismo tiempo ayuda para acceder a los bienes que debe garantizar para asegurar la posibilidad de disidencia absoluta, y al mismo tiempo no tener canales especiales, no marginar a la hora de conceder esas ayudas, no ofrecer bienes de menor calidad, y no suponer una competencia desleal (desastrosa) para las maquinarias productivas normales, es que no se inmiscuya en la materialización de esas ayudas, y en su concreción, sino que simplemente reparta convenientemente un salario social convenientemente calculado como suficiente para cubrir las necesidades humanas dentro de la comunidad. Además, eso resuelve de una vez por todas el problema de separar una parte de los recursos naturales para los disidentes (cosa a la que no me cansaré de insistir que debe obligarse para garantizar su propia continuidad), de la parte que el sistema controla directamente. Mediante el salario social, y gracias al concepto de propiedad definitiva, es posible asegurar que el individuo tendrá acceso a la parte que le toque de los recursos naturales, sin preocuparse de hacer ningún trámite.

Por consiguiente, SIEMPRE debe existir un salario social, y SIEMPRE debe ser tan alto como el sistema pueda soportar sin caer en absurdos económicos. Y AL MENOS, debe asegurar la supervivencia del individuo en condiciones de dignidad. La dignidad la define el principio de industrias básicas. El individuo ha de poder tener acceso a comida, refugio, vestido, enseres básicos...y ser DEFENDIDO como un ciudadano más. Quizá haya un choque al darse cuenta de que las dos industrias que nuestro sistema da gratuitamente (más o menos) son la educación y la sanidad, y yo no he hablado de ellas. Para la justificación de esto, me remito al capítulo sobre el principio de industrias básicas. Ahora bien, eso define el nivel MÍNIMO, pero no me canso de insistir que a medida que crecen los recursos de una comunidad deben crecer también las mejoras que ofrece al individuo de manera automática. Entre ellas, por supuesto, la educación y la sanidad, pero también el transporte, las comunicaciones, los espectáculos, etc.

Lo que digo es que a medida que crecen las posibilidades económicas debe crecer el número de campos que se puede garantizar que se puedan acceder con el salario social.

Quiero hacer hincapié en la evidencia de que cuando una comunidad no dispone de riqueza para asegurar la completa dignidad del disidente a través de un salario, en cambio dispone de muchos recursos naturales que conceder gratuitamente, para la explotación propia, a los solitarios, mientras que si está, por su extensión, en mala disposición de conceder el uso de los recursos naturales (la tierra, esencialmente), es que en cambio, es grande, está especializada, crea mucha riqueza y está en condiciones de asegurar la dignidad del individuo no dándole los recursos naturales, pero sí los frutos que la comunidad obtiene de ellos. Por ejemplo, si todas las tierras están intensamente explotadas, quizá darle una tierra sea demasiado oneroso, pero entonces es que la tierra da comida como para alimentar al individuo. Es de pura lógica que una sociedad no puede justificar el no concederle el libre e independiente uso de un recurso a un individuo a no ser que de ese recurso dependan muchos individuos de la comunidad, es decir, que ese recurso es explotado con mucha más efectividad por la comunidad, pero entonces es que la comunidad produce suficiente cantidad a partir de ese recurso como para destinar una parte al uso del disidente. Si la comunidad pretende justificar que no saca suficiente para mantenerlo, entonces es que no tiene justificación alguna para no cederle el uso. De ahí que TODA comunidad está en condiciones de asegurar la disidencia, bien mediante la cesión de suficientes recursos naturales, bien mediante la distribución gratuita de los productos de esos recursos, y de ahí que no exista justificación posible a no ejercer esta garantía, que lo es tanto para el individuo como para lo que ahora nos interesa, la comunidad.

En suma, la noción de salario social es la de la cantidad de dinero que es suficiente para obtener los mismos bienes mínimos necesarios para la supervivencia que se obtendrían de la explotación de unos recursos naturales que a la comunidad le resulta demasiado oneroso conceder gratuitamente.

Tal salario social debe ser cada vez más grande cuanto más riqueza tiene la comunidad, porque cuanto más rica es la comunidad, más necesita los recursos naturales, menos estará dispuesta a concederlos, pero al mismo tiempo más sacará de ellos. En estas condiciones, la garantía de supervivencia ha de ofrecer más, lo que al mismo tiempo tiene el efecto positivo del que hablábamos en los capítulos primeros.

Ahora bien, ya vimos en el capítulo "Un círculo-Un tesoro", que cierta clase de bienes resultan más rentables de explotar en régimen comunitario que en régimen de cobro por uso. Vimos que esta clase de bienes debían ser financiados entonces, lógicamente, por el fisco.

Lógicamente, el uso de estos bienes pasa a ser gratuito. La gratuidad de estos bienes complementa al salario social no solo en definir una más apropiada libertad de acción que a la larga redunda en una mayor productividad, sino en establecer una buena garantía de supervivencia disidente.

¿Hay algo que defina qué mercados deben ser, con preferencia, alcanzados por la "socialización", es decir, por la financiación COMPLETA del Estado?.

Por supuesto, aquellos que tienen suficiente movimiento para justificar un gran incremento de rentabilidad si se elimina el coste de una estructura de cobro del servicio. Las carreteras, pero también las comunicaciones electrónicas, cumplen esta condición, como las plazas, los alumbrados públicos, las aceras, las obras de urbanización, y otros propósitos tradicionales de lo público. Mas hay otro tipo de mercados especialmente adecuados para este régimen de funcionamiento: aquellos cuyo necesidad de uso resulta imprevisible. Típicamente, la sanidad. Es cierto que el concepto de seguro cubre este tipo de mercados, pero no es menos cierto que dejados a su libre albedrío, las empresas de seguros se desmandan y empiezan a no cumplir con su objetivo: rechazan a los que están más necesitados de ellos, evitan inmiscuirse en los riesgos más evidentes, y en suma, tienden a desproteger a las personas y las cosas. Además, de su misma imprevisibilidad se deriva que el gasto que supone tenerlos tiende a ser rechazado por quienes no es que se crean a salvo, pero que no piensan en los riesgos.

Ya explicamos que eso es una tremenda fuerza centrífuga, y que por principio las personas y las empresas debían ser obligadas a financiar a los seguros que cubrieran los riesgos que de hecho corren.

Lo que significa que tener un seguro de desempleo, de enfermedad, de la casa, etc, debe hacerse obligatorio, pero también que a las empresas de seguros se les debe prohibir rechazar clientes. Sin embargo, todas estas tensiones desaparecen si el mercado que cubre los riesgos es un mercado socializado y gratuito.

Típicamente, una sanidad gratuita. Pero también los transportes personales. También los servicios funerarios. También las comunicaciones. También los servicios de emergencia como bomberos y servicios de rescate varios.

También, como es evidente, la defensa. La educación es un buen candidato.

Resumiendo, existen mercados adecuados para la socialización, y mercados que no lo son (en un momento dado, porque pudieran llegar a serlo con el tiempo). Los primeros deben intentarse socializar, pero para cubrir a cualquiera de los dos que no esté socializado, debe existir un salario social que garantice el acceso a ellos para los disidentes que no obtienen de la sociedad la cesión de los recursos naturales con los que ellos mismos, con su propio trabajo, podrían procurarse esos productos. En cualquier caso, el salario social debe crecer en la medida que se pueda soportar, y el número de mercados socializados crecer, y no mantenerse en una injustificable tradición de esto sí, lo otro no.

En el capítulo anterior dijimos que lo que se perseguía con la progresividad de los impuestos se podía resolver más convenientemente de otra manera. Ahora se puede comprender esta afirmación. La progresividad persigue darle un alivio a los desprotegidos, pero no les AYUDA. Por contra, si existe esta ayuda, el alivio es mucho menos necesario. Y ya que esta "ayuda" es imprescindible por otros motivos, continuar usando un sistema que plantea muchas dificultades técnicas y un montón de conflictos ideológicos sobre una "justicia fiscal" bastante etérea, me parece inconveniente.

Entiéndase que la propuesta de este capítulo no es más que la concreción final de la idea que hemos ido defendiendo desde el principio: la absoluta necesidad de definir una utopía a través de su capacidad de perfeccionarse gracias a la posibilidad de la disidencia, más que a través de un diseño específico. Nada de todo lo anterior tendría sentido si no se implanta la medida que aquí se defiende. Se puede perfeccionar el sistema fiscal, se puede hacer más justo el sistema judicial, se puede aumentar la productividad y disminuir los motivos de conflicto interno, se puede aumentar la calidad, el orden y el concierto de la vida comunitaria,, pero la piedra de toque de un sistema siempre seguirá siendo la necesidad de que la participación en él sea voluntaria. No emplear suficiente esfuerzo en garantizar esta condición es asegurar la injusticia, la ineficacia y la inviabilidad del sistema, pues si todos los individuos de la comunidad actúan forzados, ninguno actuará con lógica. Esta es la filosofía de la que nace el liberalismo, y de la que nace el anarquismo. El nexo de unión entre ambos se encuentra precisamente en el principio constitucional de este capítulo. Todo lo demás son formas más de esquivar y reparar los contrasentidos del sistema o las violaciones del sistema a la filosofía de este principio esencial de independencia.

Llevamos demasiado tiempo inmersos en sistemas totalitarios que no dan al hombre la posibilidad de elegir; tanto que nos hemos acostumbrado a pensar que el único motivo por el que el hombre participa de la comunidad es porque le obligan a ello. Hemos perdido de vista completamente el sentido que pueda tener la existencia común en realidad, al margen de la insidiosa amenaza de siempre. ¿Quién sabe?.

Quizá después de todo solo formamos parte de una comunidad por que nos obliga la violencia, tanto la de nuestra comunidad como la de quienes no pertenecen a ella y nos hacen buscar cobijo en la asociación. Sin embargo, negar la utilidad del trabajo especializado, incluso el metafísico, me parece estúpido a estas alturas.

Eso sí, a ver si al menos nos pusiéramos de acuerdo en que la especialización del trabajo y por tanto la asociación, única razón positiva que la justifica, es simplemente CONVENIENTE, en absoluto necesaria. Quienes, como B. F. Skinner, hablan de la necesidad de gobernar profesionalmente las comunidades, parecen creer que la comunidad ES NECESARIA. De ahí su esfuerzo en perfeccionarla, en hacer que cumpla su objetivo a toda costa. Parecen olvidar que el hombre se asocia solo por conveniencia, y que la asociación no debería pervertir esta conveniencia convirtiéndola en necesidad. Desde que la comunidad hace necesaria la pertenencia, la pertenencia empieza a dejar de ser conveniente. Esto es lo que me parece esencial. Que se empleen todos los medios posibles en darle al hombre lo que siempre fue suyo: el derecho, no la obligación de asociarse.

Tengo todas las razones para creer que si esto se admite, y se admite que la asociación crea una fuerza económica que ha de ser controlada y puesta al servicio del hombre, pero SIN NINGÚN propósito especial, y que ello requiere la clase de medidas que aquí se proponen o cualesquiera otras animadas del mismo espíritu, podremos empezar a aliviar la presión sobre el individuo y permitir que las personas se comporten de un modo juicioso.

En el estado presente de las cosas, creo que no hay forma de que nadie se comporte juiciosamente.

Seguramente, alguien seguirá pensando que si las personas reciben un salario y una garantía de vida, la gente dejará de trabajar. Parecen olvidar que la especialización del trabajo, origen de toda fuerza comunitaria, es esencialmente una cuestión de AMBICIÓN, de deseo de hacer más con menos, incluso aunque la supervivencia estuviera garantizada. Creo sinceramente que la misma fuerza que anima la creación de todas las comunidades es la misma fuerza que animaría en una utopía el trabajo, por mucho que la supervivencia y más que la mera supervivencia, estuvieran aseguradas. Solo se necesita entender, una vez más, que la comunidad no es necesaria, solo conveniente. Si la mera conveniencia ha sido el origen de todo, ¿no va a ser suficiente base para un sistema futuro en que la supervivencia no esté en conflicto con la conveniencia?. Seguirá habiendo personas que hagan cosas por los demás, sencillamente por que quieren más cosas de los demás que las meras garantías de supervivencia, supervivencia que en la naturaleza misma está asegurada. Lo único en lo que realmente hay que poner un exquisito cuidado es que la ambición de unos cuantos amenace la supervivencia de otros, y sobre todo, que lo haga, tristemente, SIN MOTIVO, por que como hemos demostrado, la amenaza que ejercen se vuelve inevitablemente contra ellos.  


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