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¿Por qué los ricos son más ricos en los países pobres?


José María Franquet Bernis

 

 

Los efectos discutibles de la multinacionalización

A la vista de los resultados, podemos intuir que ya no son sólo las grandes instituciones internacionales las que dudosamente pueden aportar soluciones satisfactorias a los problemas de la más justa distribución de la renta y de la riqueza en el mundo del siglo XXI. La influencia y el poder de las grandes empresas multinacionales, como ya se ha señalado en algún otro pasaje del presente libro, interfieren distorsionando el comercio internacional mediante sendos tipos de actuaciones [1]:

A)        Cambiando los parámetros del problema comercial por sus intercambios internos: Mediante la instauración de una especie de división del trabajo interno en sus instalaciones dispersas por el mundo, que fabrican uno o varios componentes de un mismo producto que son ensamblados en otro lugar. Tiene lugar, así, una especie de comercio intramultinacionales, en que cada filial se especializa en una actividad de mayor o menor valor añadido, dependiendo del nivel de desarrollo de cada país, la cualificación de la mano de obra, los costes salariales, la existencia de materias primas u otros diversos factores. De este modo, una gran parte del comercio mundial corresponde a intercambios internos entre las diversas filiales, por lo que resulta difícil determinar la nacionalidad real del producto final al proceder sus componentes o inputs de orígenes dispersos.

B)        Implantándose con el fin de deslocalizar la producción: En este caso, las exportaciones son reemplazadas por producción local, ya sea de una filial o bien de una joint venture (empresa conjunta). Sus motivaciones son diversas: los “transplantes” japoneses con producción europea, consistentes en el establecimiento de fábricas de automóviles en Gran Bretaña que suponen una respuesta a la cuota limitada de importaciones que la UE impone; o bien la transferencia de factorías de un país (Francia) a otro (Gran Bretaña) que posee una legislación laboral más flexible y los salarios un 40% inferiores.

 

Por lo que se refiere al papel de las empresas multinacionales, su ventaja esencial radica en el crecimiento de su gama de productos o en el nivel de control de su producción, antes que en la dotación de factores de países diversos. Sin embargo, los bajos costes laborales o la abundancia de recursos naturales pueden jugar un importante papel en casos concretos de deslocalización industrial. La multinacionalización se puede realizar mediante un crecimiento interno de la propia empresa, creando una unidad productiva en un país extranjero, pero tiene lugar, con más frecuencia, mediante el crecimiento exterior a través de la adquisición de una empresa extranjera, o bien a través de su fusión o absorción.

 Estas empresas suelen poseer cifras de negocios superiores al presupuesto nacional del país donde implantan sus filiales, por lo que su poder es enorme e influye decisivamente sobre las políticas económicas de dicho país. De este modo, se valora su implantación productiva por la creación de ocupación que ello comporta y el arrastre económico que inducen. Se afanan en “idiotizar” a la población obligando al consumo indiscriminado de sus productos mediante campañas de publicidad bien orquestadas, al tiempo que controlan los gobiernos y dirigen las culturas. Su poder llega hasta obligar a los gobiernos de los países donde tienen filiales a frenar los aumentos salariales o bien a reducir la fiscalidad o a rebajar la normativa medioambiental, so pena de retirar sus inversiones y, con ellas, los empleos creados. Su producción carece de fronteras y su política no tiene nacionalidades, puesto que establecen su estrategia en función de sus beneficios sin tener en cuenta, casi nunca, los intereses de los países que albergan sus centros de producción.

Un ejemplo reciente en el tiempo y próximo en el espacio nos lo ha ofrecido la multinacional norteamericana de Detroit Lear Corporation que, a principios de febrero del 2002, anunció por sorpresa el cierre de su factoría de Cervera (Lleida), asestando un durísimo golpe al mercado laboral de la zona que supuso el despido masivo de 1.200 trabajadores directos y la correspondiente pérdida de puestos de trabajo indirectos. Obviamente, en Polonia, por ejemplo, los costes de producción son bastante más bajos. Todo ello implicó un auténtico trauma para diversas comarcas de dicha provincia catalana, con escasas alternativas ocupacionales en el campo de la industria o de los servicios, habida cuenta de su vocación tradicional rural. No suficientemente contentos con su tajante decisión, los directivos de Lear condicionaron el abono de mejores indemnizaciones por despido siempre que no se protagonizaran actos de protesta por parte de los trabajadores.

Por otra parte, a los dirigentes gubernamentales les falta visión a medio y largo plazo. No valoran suficientemente los peligros de la alteración de la naturaleza y de los hábitos de consumo; en este sentido, vemos como USA experimenta graves problemas sanitarios a causa de una mala y desequilibrada alimentación de su población.

La hegemonía transnacional vino a ser hace algunos años algo así como un golpe de estado global: de pronto, desde el interior de la ronda del GATT, vino a surgir la voz bronca de un sistema corporativo transnacionalizado y extenso que pesaba más que los propios Estados allí reunidos. De ahí en adelante, menudearon las presentaciones a telón abierto del poder corporativo que comenzaba a dictar las normas de aplicación y uso planetario. El sistema se avenía bien, además, con los desarrollos paralelos del "pensamiento único". Parecían hechos el uno para el otro. Y la comparsa borreguil de especies anátidas (“los patos van en manadas, pero el águila va sola”) hegemonizó las relaciones económicas mundiales. Su movimiento, en conjunto, entronizó a la Globalización y la dogmatizó como destino manifiesto y con las características y reglas del juego que ellos mismos le daban (algo así como la “unidad de destino en lo universal” del ideario joseantoniano-franquista).

En la medida en que se extendiera la hegemonía del capital transnacional, la Globalización estaba asegurada. En todas sus dimensiones, también, debía expresar a ese núcleo capitalista y facilitar su desarrollo. Por eso, para los “gentiles”, globalizarse era inscribir a su región en la lista de preferencias de la inversión generosa, salvadora y superadora de sus horribles males ancestrales.

 


 

[1] Vide Ch. BUHOUR, Le commerce...

 


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