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¿Por qué los ricos son más ricos en los países pobres?


José María Franquet Bernis

 

 

El fracaso del libre mercado global

 

            Por el contrario, el librecambismo a ultranza se apoya en afirmaciones dogmáticas y jupiterinas como la que sigue (debida, por cierto, al premio Nobel P.A. Samuelson, uno de los grandes precursores del ultraliberalismo actual): “El fomento de un comercio más libre se apoya en la creciente productividad posible mediante la especialización internacional, de acuerdo con la ley de los costes comparativos, que permite una mayor producción mundial y un nivel más alto de vida en todos los países. El comercio entre países de distintos niveles de vida resulta especialmente provechoso para todos ellos” [1]. Con independencia de que la cruda realidad se ha encargado de desmentir tamaña aseveración, ¿se imaginan ustedes lo absurdo de la situación que se crearía de aplicar esos principios dentro de un mismo país, dejando al libre albedrío de los productores y comerciantes la facultad de reajustar sus costes (fiscales, sociales, medioambientales y laborales) a la baja al objeto de poder así competir mejor entre ellos?.

            Posiblemente, la caída del muro de Berlín en 1989, que se produce justamente doscientos años después del triunfo de la Revolución Francesa, nos muestra la imagen aparentemente definitiva del triunfo, casi sin restricciones, del capitalismo liberal a escala planetaria, junto con el comienzo de un nuevo siglo y de un nuevo milenio. Dicha sensación, según el Prof. Víctor Pérez-Díaz [2], ha podido resultar acrecentada por la euforia económica cíclica de los últimos años en las economías capitalistas avanzadas, al tiempo que se despertaba de la pesadilla de las economías sometidas al yugo de la planificación central, experimentada en los denominados “países emergentes” pertenecientes al antiguo bloque socialista popular. Incluso parece significativo de este clima de euforia el hecho de que las mayores turbulencias económicas de los últimos tiempos puedan ser amablemente consideradas como asuntos menores o como meros blips o “incidentes”. Según The Economist: “... the emerging markets crash of the late 1990s, which once appeared to endanger the global economy, will son be regarded as a mere blip in the ongoing “Asian miracle” (5 de abril de 2000, pág. 13). Y en The Wall Street Journal Europe, Thomas Weber nos informa de cómo son debatidas y analizadas en los campus universitarios norteamericanos las pasadas dificultades experimentadas en los mercados asiáticos y por las empresas de alta tecnología: “but their decline is ultimately dismissed as a blip in the Net’s upward trajectory” (10 de abril de 2000, pág. 29).

            Entre las organizaciones transnacionales hay signos efímeros de que el fundamentalismo del libre mercado comienza a cuestionarse. A veces se critica el dogma de que el capital debe tener una movilidad sin restricciones, y de posturas similares a las del "consenso de Washington". Sin embargo, el libre mercado anglosajón permanece como el modelo o patrón para las reformas económicas en todas partes. La idea de que la economía mundial debe ser organizada como un solo mercado universal, no ha sido aún desafiada.

Pienso sinceramente que el libre mercado global es un proyecto que estaba destinado a fracasar. En esto, como en muchas otras cosas, se parece demasiado a ese otro experimento de una ingeniería social utópica: el socialismo marxista. Ambos movimientos estaban convencidos de que la meta del progreso humano debe ser una civilización única. Cada uno negaba que una economía moderna pudiera presentarse en muchas variedades bien distintas y multiformes. Cada uno estaba dispuesto a pagar un alto costo en términos de sufrimiento humano para imponer su visión única y providencial del mundo. Cada uno se ha envarado ante las necesidades humanas vitales. Cada uno le negaba al otro el pan y la sal. Por todo ello, ambos están condenados al fracaso.

De acuerdo con la ideología del fundamentalismo de libre mercado que ha invadido al mundo desde que Ronald Reagan en USA y Margaret Thatcher en el Reino Unido la promovieron a principios de la década de los ochenta, los mercados competitivos no se equivocan, o al menos producen resultados que no pueden mejorarse a través de la intervención de instituciones y políticas ajenas al mercado. Se supone que los mercados financieros brindan prosperidad y estabilidad y lo hacen, en mayor medida, si se encuentran libres de interferencias gubernamentales en sus operaciones y no tienen control ni restricción alguna sobre su alcance global. Nos recuerda aquella vieja máxima de que “Brasil funciona de noche, cuando los políticos están durmiendo”.

Sin embargo, la crisis actual ha mostrado que esta ideología del fundamentalismo de mercado es incorrecta. La ideología de libre mercado asegura que las fluctuaciones en las acciones y los flujos de crédito son aberraciones pasajeras que pueden no tener impacto permanente en los fundamentos económicos. Si se dejan por sí solos, se supone que los mercados financieros pueden actuar a largo plazo como un péndulo, siempre oscilando en dos sentidos para buscar el equilibrio; aunque podría demostrarse que incluso la noción de equilibrio es falsa. Los mercados financieros son inherentemente y esencialmente inestables y siempre lo serán: se dan a los excesos, y cuando una secuencia de apogeo y depresión va más allá de un cierto límite, transforma los fundamentos económicos que, a su vez, no pueden volver al lugar donde se encontraban al comienzo. En lugar de actuar como un péndulo, los mercados financieros pueden actuar como una esfera gigante y demoledora que oscila de un país a otro y destruye todo lo que se cruza en su trayectoria.

El problema es, con seguridad, que los mecanismos internacionales para la gestión de las crisis son excesivamente inadecuados. La mayoría de los líderes, en Europa y Estados Unidos, se preocupan por la manera en que sus países podrían protegerse del contagio financiero global. Pero el problema a escala global es mucho más amplio e históricamente más importante. Aunque las economías de Occidente y sus sistemas bancarios sobrevivan a la presente crisis sin sufrir demasiados daños, los de la periferia ya se han visto muy afectados [3].


 

[1] Vide P. A. SAMUELSON, Economics. An introductory analysis. Ed.: Mc Graw-Hill Book Company. London-New York.

[2] Vide V. PÉREZ-DÍAZ, “Globalización y tradición liberal”, en Claves de Razón Práctica, n.º: 108, pp. 4-12.

[3] Vide G. SOROS, La crisis del capitalismo global. Traducción de María Luisa Pérez Castillo.


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