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¿Por qué los ricos son más ricos en los países pobres?


José María Franquet Bernis

 

 

PROLOGO

 Frederic Borrás i Pamies (*)

 (*) Dr. en Ciencias Económicas y Empresariales. MBA.
Profesor de la Universidad de Barcelona.
Socio Director de KPMG.
Presidente del Col.legi de Censors Jurats de Comptes de Catalunya y del
Arc Méditerranéen des Auditeurs.

Cuando me dispongo a escribir estas líneas para introducir los siempre interesantes análisis y propuestas de José Mª Franquet que, en este caso, están dedicados a la problemática de la globalización económica, no puedo hacer otra cosa que alabar su gran oportunidad al abordar este tema por su actualidad que, de hecho, no hace más que demostrar su vital importancia.

 

Esta actualidad viene marcada incluso con la sangre derramada por Carlo Giuliani en Génova, en la cumbre del G-8 en el mes de Julio del 2001, y cuyas imágenes golpearon con fuerza la sensibilidad de la opinión pública mundial, evidenciando la gravedad de la problemática que la globalización plantea. Ante el temor a nuevos disturbios en la cumbre de la FAO (el fondo de la ONU para la Agricultura y la Alimentación), que debía reunir a representantes de 185 países en Roma del 5 al 7 de noviembre del 2001, el Gobierno italiano estaba evaluando si aceptaba albergarla o no. El primer ministro, Silvio Berlusconi, reconoció que era partidario de trasladarla a otro lugar y apuntó la posibilidad de un país africano. Sin embargo, hay que señalar que el ministro italiano de Justicia opinaba que “si cedemos al chantaje, debemos recordar que los chantajistas jamás se van a contentar”.

 

En pleno mes de agosto del 2001, la prensa mundial presentaba grandes titulares que decían, por ejemplo, que ”Washington teme a los antiglobalizadores”, informando a continuación de que el FMI y el Banco Mundial acortan drásticamente su sesión anual por motivos de seguridad, confirmando así los estragos que están causando los grupos que se oponen a la globalización. Pero sabemos que no hace falta ir tan lejos, porque este mismo verano he sido testigo de las importantes manifestaciones que se han producido en Barcelona y también se canceló la reunión del Banco Mundial que debía  tener lugar en esta ciudad. Pero, ¿qué es esto de la globalización, que levanta tantas protestas y enfrentamientos?. 

 

En palabras del profesor catalán de la Universidad de Columbia Xavier Sala, la globalización consiste en que circulen libremente por todo el mundo cinco cosas, las mismas para todos: información, mercancías, capitales, tecnologías y personas. La globalización es, en definitiva, la nueva fase del desarrollo capitalista que llamamos “el sistema capitalista globalizado de libre mercado”.

 

Es importante, en este punto, citar también a Susan George, cuyo Informe Lugano -al cual también se refiere el autor del libro- ha tenido una gran difusión, demostración de la preocupación e interés existente en nuestra sociedad por estos temas, que dice que “el capitalismo no es el estado natural de la humanidad; por el contrario, es un producto del ingenio humano acumulativo, una construcción social y, como tal, quizá el invento colectivo más brillante de toda la historia”, para añadir más adelante que “la aspiración al bienestar material, aquí y ahora, ha resultado ser más poderosa (por no decir más veraz) que las promesas del comunismo o de la religión, que aplazan la gratificación a un radiante futuro indeterminado o a la otra vida”.

 

Pero como cualquier obra humana, tampoco el capitalismo en su fase de globalización es perfecto, siendo una de sus mayores deficiencias el hecho de que ha ensanchado las diferencias y, por lo tanto, las desigualdades existentes tanto entre las personas de un mismo país como entre diferentes grupos de países, concretamente con el continente africano, cuya problemática consecuente de la inmigración está causando graves quebraderos de cabeza a las autoridades de nuestro país, así como plantea a la sociedad uno de los problemas más importantes de nuestros días. De ello también se habla en el libro. La generación de una mayor desigualdad es una consecuencia constante del progreso en cualquier orden, ya que, al producirse, sus beneficios no pueden ser disfrutados por todos por igual, y mucho menos al mismo tiempo.

 

El capitalismo está basado en la libertad de mercado y en la no intervención para no entorpecer y estorbar la acción de la “mano invisible” que conduce al desarrollo económico, basándose en la competencia y en la iniciativa privada. Esta no  intervención dificulta las acciones correctoras de las diferencias, desigualdades y discriminaciones que ocasiona. Pero es un hecho aceptado que las economías desreguladas y competitivas, al mismo tiempo que benefician a muchos, benefician  sobre todo al sector superior. Ésta es una de las razones de que, según se indica en el Informe Lugano antes citado, “los perdedores son invariablemente desestabilizadores  para el sistema imperante o dominante. La protesta organizada o difusa contra las desigualdades debe ser tomada en serio … y la gran paradoja es que, para que sea realmente libre el mercado, necesita restricciones, pero lo difícil es ponernos de  acuerdo en cuáles”.

 

Por otra parte, cabe también señalar que la naturaleza de la distribución de los ingresos  es crucial para el bienestar, a largo plazo, del sistema. Esto ya lo intuía Henry Ford cuando pronunció aquella famosa frase: “paga a tus trabajadores lo suficiente como para que puedan comprar tus coches”.

 

Toda esta problemática se ve acentuada por una serie de circunstancias nuevas:

 

- El crecimiento tan importante, en los últimos años, de la población a nivel mundial,  que ha hecho que ésta se duplicara desde el año 1970, en que era de 3.000 millones, a los 6.000 con que hemos empezado el siglo XXI.. Este crecimiento es consecuencia, en gran manera, de los avances en el campo de la medicina, que han propiciado, por una  parte, la disminución de la mortalidad infantil y, por la otra, el alargamiento de la vida. En este sentido cabe recordar que la esperanza de vida en España, a comienzos del siglo XX, superaba ligeramente los 40 años de edad, mientras que al finalizar dicho siglo se estaba acercando a los 80 años.

- Gran aumento de la producción: en la actualidad, el mundo produce, en menos de dos semanas, el equivalente a la producción física del año 1900. La producción, en los últimos tiempos, se ha duplicado cada 25 ó 30 años. El problema es la distribución de esta riqueza generada y la necesidad de distinguir entre “crecimiento” y “bienestar”.  Tampoco hay que desdeñar el impacto que este importante crecimiento tiene en el entorno ecológico.

- Gran avance en el campo de las tecnologías de la información y de la telecomunicación (TIC): La capacidad de proceso y de comunicación han aumentado en gran medida, lo que ha propiciado la globalización, al compartir la información existente en cualquier parte del planeta y poder ofrecer cualquier producto en cualquier país. Es quizás en los mercados financieros donde resulta más evidente su integración global al haberse abolido, de hecho, las diferentes fronteras entre mercados que antes estaban separados: actualmente, cualquier persona que actúe en los mercados financieros no puede limitarse a observar un solo mercado, por importante que sea, como Wall Street, sino que si quiere tener alguna oportunidad de interpretar su evolución con éxito, no puede ignorar lo que pase en Japón, Londres, etc. La última fase de esta nueva etapa, que será la del comercio electrónico, justo acaba de empezar.

 

Y ya en el campo tecnológico, también el verano del 2001 ha sido testigo del anuncio, por parte de IBM, del descubrimiento de un nuevo chip 100.000 veces más pequeño que un cabello humano. Este avance abre el camino para fabricar microprocesadores para ordenadores mucho más pequeños que los actuales, que permitan construir aparatos de menor tamaño, pero también más potentes y que consuman menos energía. La información facilitada por los medios de comunicación indicaba que este chip está elaborado a partir de nanotubos de carbono, es decir, moléculas de este elemento de forma cilíndrica, que actúan como semiconductores. Según los responsables de la citada empresa, estos nanotubos son los principales candidatos a sustituir, en el futuro, a los chips de silicio actuales, que están rozando ya el límite máximo de miniaturización.

 

En este sentido, es importante constatar que, desde que en 1985 la  empresa americana Intel lanzó su microprocesador 386, el número de transistores introducidos dentro de un chip de silicio se ha multiplicado por 152. Así pues, la industria informática ha seguido,  en las últimas décadas, una progresión constante en cuanto a la capacidad de los chips, que, como anticipó Gordon Moore, uno de los fundadores de Intel, se ha conseguido doblar cada 18 meses el número de semiconductores y otros componentes dentro de un chip, habiéndose respetado esta progresión desde el año 1965 hasta nuestros días.

 

Como notaba el profesor Sala, al que he hecho antes referencia, la globalización no ha eliminado lo local o regional sino que, en algunos casos, lo ha potenciado e incluso, en otros, ha posibilitado su expansión. Si ponemos como ejemplo el caso de la gastronomía, la globalización ha posibilitado que en Barcelona podemos disfrutar  actualmente de la cocina japonesa, de las típicas hamburguesas americanas, de la cocina francesa o italiana o china, etc., además de nuestra tradicional cocina catalana.

 

Como consecuencia de la globalización, ahora cuando viajamos es difícil encontrar algo que comprar y con lo que sorprender, con el ánimo de obsequiar a nuestros amigos o familiares: la mayoría de las cosas que valen la pena ya están en algún comercio de  nuestra ciudad. Esto es lo que me pasó cuando -ilusionado- compré una hamaca de vistosos colores en aquella ciudad del Amazonas que se llama Iquitos, a la que no se puede acceder por carretera, sólo navegando por el Amazonas o en avión. Pues bien, al cabo de unos días de llegar a Barcelona, y por casualidad, vi en una tienda del  Eixample -en la que vendían objetos de decoración de la zona andina- una hamaca exactamente igual a aquella que tan contento había transportado yo a lo largo de miles de kilómetros hasta mi casa. Lo mismo pasa con los quesos o vinos franceses, los chocolates o bombones belgas, el sake japonés, la ropa americana o inglesa, etc.

 

Y ya que hemos hablado de Iquitos, viene a cuento recordar que, precisamente en esta ciudad y, aunque se halla completamente rodeada por la tupida selva amazónica, encontramos allí un ejemplo ilustrativo de las negativas consecuencias de la  globalización que esta ciudad sufrió ya a mediados del siglo XX cuando, por circunstancias de mercado, se fue abandonando la producción del caucho en aquella zona, pues no se podía competir con las producciones que estaban  llegando al mercado desde Asia. Se conservan en Iquitos casas y otras construcciones abandonadas que muestran el esplendor de aquella época que ya pasó. Es un ejemplo más de los problemas ocasionados por el fenómeno de la globalización, ya en aquellos tiempos. Evidentemente que, con el tiempo y por los motivos antes mencionados, las consecuencias, tanto negativas como positivas, se han ido acentuando hasta la fecha.

 

Para centrarnos en casos más actuales, haremos referencia al hecho de que Tanzania tuvo que retirar el año pasado 40 millones de litros de su leche porque las estanterías de sus tiendas estaban llenas de leche holandesa, más barata, subvencionada por la Unión Europea. Parece lógico que el camino a seguir fuera que no subvencionáramos la leche europea para que compitiera con la de Tanzania y los habitantes de este país consumieran su propia leche. Pero, de hecho, caemos en contradicciones más flagrantes como los aranceles que Europa y Estados Unidos aplican sobre las producciones de algunos países en desarrollo que dificultan que éstos puedan ser competitivos y así desarrollar, por sus propios medios, sus economías.

 

Todas las ventajas de la globalización no pueden compensar los grandes desequilibrios que ha generado, que podrían, en última instancia, poner en peligro la propia existencia del sistema. Un sistema que está basado en la libertad, pero que necesita unas limitaciones. Lo difícil es ponernos de acuerdo en cuáles deben ser dichas limitaciones, y son las diferentes opciones políticas las que nos tienen que presentar las propuestas que -nosotros, los ciudadanos- podamos votar para que se introduzcan estos elementos correctores al libre mercado, que avanza a gran velocidad y un tanto desbocado.

 

La primera baza, en este sentido, la ha empezado a jugar el primer ministro francés Lionel Jospin que ha empezado a enfilar la carrera electoral para la presidencia de la república proclamando la necesidad de la implantación de la tasa Tobin, para ganarse el favor de la creciente influencia de los grupos antiglobalización. Esta tasa, ideada por el Nobel de Economía del mismo nombre y a la que se refiere extensamente este libro, prevé un gravamen del 0,1% sobre las transacciones de divisas en los mercados de cambios. El objetivo perseguido con esta tasa es el de frenar la especulación, además de que serviría para financiar el desarrollo mundial. Jospin anunció esta propuesta al mismo tiempo que decía que es absolutamente necesario que los estados, las organizaciones no gubernamentales y los organismos internacionales establezcan los nuevos términos de esta globalización.

 

También ha irrumpido en la política catalana el debate de la globalización. Al hilo del interés que este asunto suscita en la izquierda europea, formaciones políticas de izquierdas se han sentido igualmente en la obligación de abordarlo. Concretamente, el líder del PSC Pascual Maragall se ha dirigido ya al presidente del Parlament de Catalunya para que la cámara catalana canalice el debate sobre la violencia ligada a las protestas antiglobalización. Maragall parte de la base de que, si no se alcanza un acuerdo tácito entre la sociedad en general, sus representantes institucionales y los sectores antiglobalización, el enfrentamiento será inevitable. Según el presidente de los socialistas catalanes, cuando las partes se radicalizan, la violencia se vuelve más atractiva, tanto para los jóvenes antiglobalización como para los defensores de la globalización, entendida ésta como un fenómeno desregulador, ultraliberal y sin control democrático.

 

Esta violencia tomó su forma más cruel en el atentado a las torres gemelas del 11 de septiembre de 2001. Cuando millones de personas de todo el mundo estábamos mirando la televisión tratando de entender la tragedia que, aunque estábamos viendo en directo no acabábamos de creer, a parte de otras motivaciones políticas, se estaba produciendo una reacción contra este proceso de globalización por parte de un grupo que quiere mantenerse cerrado, aislado e impenetrable a este fenómeno, tratando de preservar, por todos los medios, sus propias peculiaridades, por lo que renuncia a participar en este proceso.

 

Estoy seguro que las reflexiones efectuadas, en este sentido, por José Mª Franquet en el libro que presentamos, nos servirán no sólo para entender mejor por dónde vamos y los peligros que nos acechan, sino que además nos darán las claves para vislumbrar algunas de las soluciones que tanto se necesitan, todo ello apoyado tanto en sus conocimientos técnicos como en el pragmatismo político que, a lo largo de su carrera, ha demostrado sobradamente.


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