LOS LENGUAJES DE LA ECONOMÍA

Un recorrido por los marcos conceptuales de la Economía.

PARTE TERCERA: LOS MARCOS CONCEPTUALES DE LA ECONOMÍA.

CAPÍTULO 11.- MONEDA, EXPECTATIVAS Y NO-MERCADO

El contexto del surgimiento del concepto de «expectativas racionales»

A finales de los años cincuenta y principios de los sesenta surgieron en la Universidad de Carnegie-Mellon dos escuelas de pensamiento divergentes. Herbert A. Simon estaba, por aquel período, trabajando en la noción de la racionalidad limitada, enfatizaba la limitada capacidad de cálculo del hombre a la hora de tomar decisiones. Al mismo tiempo, John F. Muth trabajaba en otra dirección y desarrollaba el concepto de las expectativas racionales. Ambos trabajaron en problemas de programación de la producción y de administración de los inventarios de la empresa.

Para Steven M. Sheffrin (1983), aunque el desarrollo de esas dispares doctrinas de racionalidad limitada y expectativas racionales, por diferentes autores, podría considerarse simplemente una coincidencia histórica, es más probable que el interés existente en torno a un mismo conjunto de problemas condujese a los dos investigadores por sendas diferentes a la búsqueda de una misma solución.

Para John Muth pronto fue evidente que supuestos diferentes relativos a la formación de las expectativas de los precios podían alterar radicalmente la dinámica de los precios de mercado. Éste era un tipo de problema que podía denominarse como la «interacción entre las expectativas y la realidad». El ejemplo más conocido era el teorema de la telaraña de la agricultura.

Si los agricultores basan sus expectativas de precios en el precio del último año, surgirá la posibilidad de una fuerte inestabilidad de la producción y de los precios. Supongamos que una ola de mal tiempo durante un año destruye parte de la cosecha de forma que los precios aumentan por encima de lo normal. Si los agricultores esperan que se mantenga el nivel de precios, cultivarán más de lo usual y cuando la cosecha resultante sea recogida los precios caerán por debajo de lo normal. Si, a su vez, se espera que persistan precios bajos, los cultivos serán menores de lo normal, lo que dará lugar a un menor output y a precios más altos. Esas oscilaciones de los precios pueden aumentar o disminuir a lo largo del tiempo, dependiendo de los parámetros de las curvas de demanda y oferta.

Otros esquemas de expectativas de los precios conducirían a comportamientos dinámicos diferentes de la producción y de los precios . Lo cual condujo a que los trabajos tanto teóricos como empíricos descansasen de manera crítica en la especificación exacta de los mecanismos de las expectativas de los precios. En este contexto, el progreso de la Economía parecía requerir un conocimiento operativo y cuantitativo de cómo se forman las expectativas de las variables fundamentales. Desgraciadamente, en opinión de Sheffrin (1983), “esta teoría verificada de la formación de las expectativas no existía entonces ni tampoco hoy.”

Si los modelos son tan sensibles a la formación de las expectativas, la falta de una teoría general de las expectativas resulta una situación bastante insatisfactoria. Muth en su artículo de 1963, “Las expectativas racionales y la teoría de los movimientos de los precios”, se dio cuenta de la existencia de este problema.

“Para hacer la dinámica de los modelos económicos completa, se han utilizado varias fórmulas de expectativas. Existe, sin embargo, poca evidencia que sugiera que las relaciones consideradas se parezcan al modo en que la economía funciona.”

Muth sugirió que los economistas están frecuentemente interesados en cómo pueden cambiar las expectativas en determinadas circunstancias y, por lo tanto, no pueden quedar satisfechos con fórmulas de expectativas fijas que no cambian cuando, por ejemplo, lo hace la estructura del sistema. Si el sistema económico subyacente cambia, es de esperar que los agentes económicos, al menos después de cierto tiempo, cambien el modo en que formulan sus expectativas.

Pero esta posibilidad no era reconocida por los tradicionales modelos de formación de expectativas. De ahí que Muth propusiese la contrahipótesis siguiente:

“Yo sugeriría que las expectativas, desde el momento en que constituyen predicciones informadas de acontecimientos futuros, son esencialmente iguales a las predicciones de la teoría económica relevante. Aun a riesgo de confundir esta hipótesis puramente descriptiva con un juicio acerca de lo que las empresas deberían hacer, llamaremos a tales expectativas «racionales».”

Con ello, Muth supuso de hecho que los modelos económicos existentes no suponían suficiente racionalidad en el comportamiento de los agentes económicos. Una manera de asegurar dicha racionalidad es insistir en que las expectativas de los agentes económicos son consistentes con los modelos utilizados por parte de los economistas para explicar su comportamiento. La idea fundamental es que es posible suponer que los agentes económicos forman las expectativas de las variables económicas utilizando el verdadero modelo que realmente determina esas variables. Esto asegura que el comportamiento del modelo es consistente con las creencias de los individuos acerca del funcionamiento del sistema económico. Y éste es el punto básico de Muth. Dicho en otros términos, la esencia del enfoque de las expectativas racionales es que existe una relación entre las creencias de los individuos y el comportamiento estocástico real del sistema económico.

Aquí conviene distinguir entre las variables exógenas y aquellas otras endógenas. Las predicciones de los agentes económicos no afectan a los valores reales de las primeras, pues son por definición aquellas que están determinadas fuera del sistema. Por el contrario, las expectativas o predicciones de las variables endógenas afectarán a la dinámica de las variables endógenas. La hipótesis de las expectativas racionales se aplica tanto a unas variables como a otras, pero es más interesante para las endógenas. Las expectativas son racionales si, dado el modelo económico, dan lugar a los valores de las variables que igualan, por término medio, a las expectativas. Las expectativas divergen de los valores reales sólo a causa de la incertidumbre impredecible del sistema. Si no hubiese incertidumbre, las expectativas de las variables coincidirían con los valores reales, habría previsión perfecta. La posible existencia de incertidumbre en los sistemas económicos, permite que las hipótesis de las expectativas racionales difiera de la previsión perfecta.

Por otra parte, no se exige que todos los individuos tengan expectativas idénticas para permitir utilizar la hipótesis de las expectativas racionales. Basta que las expectativas de los individuos estén distribuidas alrededor del valor esperado verdadero de la variable a predecir. Esto permite abordar la hipótesis de las expectativas racionales desde el punto de vista del arbitraje. En esencia, esto significa que, en los mercados ordinarios, no se requiere que todos los individuos respondan a las señales de los precios para mantener un sistema de precios eficaz. Basta, por el contrario, que un puñado de individuos participe en el arbitraje de los mercados con el fin de asegurar, por ejemplo, que el precio de venta sea el mismo. La aplicación de este principio sugiere que si existiese cualquier beneficio económico derivado de la obtención y análisis de la información para predecir el futuro, podría suceder que algunos individuos adoptasen esta estrategia. Si tiene lugar un arbitraje suficiente, el mercado puede comportarse como si fuera racional, aunque muchos de los individuos en el mercado adopten simplemente una actitud pasiva.

Muth consideró la hipótesis de las expectativas racionales como una hipótesis de economía positiva. Antes de encadenar las expectativas de los individuos condenándolas a un mundo de limitaciones y de restricciones, podría ser útil para la ciencia económica, según Muth, explorar precisamente la alternativa contraria.

La hipótesis de las expectativas racionales ha sido criticada por ser, entre otras cosas, inconsistente con la noción subjetivista de probabilidad; por ser una descripción inadecuada de la racionalidad de procedimiento, y por ser una hipótesis no suficientemente general para incluir el aprendizaje y el comportamiento adaptativo.

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