LOS LENGUAJES DE LA ECONOMÍA

Un recorrido por los marcos conceptuales de la Economía.

“AL MODO de la semilla se esconde la palabra. Como una raíz cuando germina que, todo lo más, alza la tierra levemente, más revelándose como corteza. La raíz escondida, y aun la semilla perdida, hacen sentir lo que las cubre como una corteza que ha de ser atravesada. Y hay así en estos campos una pulsación de vida, una onda que avisa y una cierta amenaza de que alguno, o alguien, está al venir.”

Claros del bosque. María Zambrano.

PRÓLOGO.

“¿Por qué molestarse en realizar investigaciones como las que se pueden encontrar en las páginas anteriores? La importancia de la cuestión se pone de manifiesto cuando se admite, como yo he hecho, que la filosofía o la metodología de la ciencia no son de ninguna ayuda para los científicos.” Con estas palabras, Alan F. Chalmers iniciaba el cierre de su libro titulado ¿Qué es esa cosa llamada ciencia? Y previamente nos había dicho que si las metodologías de la ciencia se entienden desde el punto de vista de las reglas que guíen las elecciones y decisiones de los científicos, entonces dada la complejidad de cualquier situación realista en la ciencia y la imprevisibilidad del futuro por lo que se refiere al desarrollo de una ciencia, no es razonable esperar una metodología que determine que, dada una situación, un científico racional debe adoptar la teoría A y rechazar la teoría B, o preferir la teoría A a la teoría B. Reglas tales como «adoptar la teoría que recibe más apoyo inductivo de los hechos aceptados» y «rechazar las teorías que son incompatibles con los hechos generalmente aceptados» son incompatibles con aquellos episodios de la ciencia comúnmente considerados como constitutivos de sus fases más progresivas.

Pero, entonces, cómo seremos capaces de saber acerca de la corrección de nuestro trabajo de investigación. ¿De qué medios disponemos para ello, si es que tales medios existen? ¿Cómo saber que cuanto decimos en nuestras investigaciones es pertinente científicamente hablando? ¿Cómo fundamentamos aquello que decimos en voz alta en las aulas? En qué medida podremos llegar a explicar correctamente y entender algunos episodios y acontecimientos recientes de nuestra vida intelectual.

En mi época de estudiante de los últimos cursos de Economía, asistí asombrado a un hecho que me causó cierta perplejidad. Por aquel entonces cursaba una asignatura dedicada, entre otros aspectos, al complejo problema del crecimiento económico. Se pasaba allí una revisión a las que se consideraban principales teorías de la Economía del crecimiento económico. En uno de mis paseos por la biblioteca, cayó en mis manos un libro que abordaba la polémica del capital desde la perspectiva del Cambridge de este lado del Atlántico. El libro contaba con un texto escrito por un profesor del centro donde realizaba mis estudios. Lo leí atentamente, intentando aprehender cuanto contenía en él. Una vez cerrado el libro por su última página, medité acerca de su contenido e, involuntariamente tal vez, cotejé lo que decía allí con lo que se desprendía de sus discursos más actuales. He aquí lo que me causó perplejidad. No eran en absoluto coincidentes. Eran dos puntos de vista, si se me permite la expresión, radicalmente distintos. A lo largo de algunos días estuve pensando sobre ello, intentando siempre comprender cómo era posible ese cambio en aspectos e ideas, que no dudaba en calificar como básicas del pensamiento económico personal. En esa época, tuve en mente un puñado de posibles razones, que nunca fueron concluyentes.

Un año más tarde recordé el episodio a raíz de lo que yo consideraba nuevos conocimientos. Reconocía tímidamente que, debido a la última crisis económica de los años setenta, se habían producido cambios significativos en el comportamiento y funcionamiento de la economía capitalista. He aquí, me dije, una buena razón de mi perplejidad. La realidad ha cambiado, por tanto, no debe parecernos extraño que cambiemos el contenido de nuestro pensamiento. Pero, había un hecho que no podía silenciarme a mí mismo. La mayor parte de la literatura que, por aquel entonces, me exponía los cambios en el funcionamiento de la economía capitalista utilizaba un lenguaje bastante distinto al usual en mi educación como economista, distinto al que utilizaba y al que utilizó el profesor de nuestra historia. Era un lenguaje que en ocasiones compartía significantes con los otros, pero no los significados.

Mientras intentaba precisar y diferenciar los distintos lenguajes, asomaba en mí la idea de que las que eran las razones del cambio en el funcionamiento de la economía capitalista y las características del mismo y de la nueva fase, eran propias y específicas de este nuevo lenguaje. No eran compartidas, o al menos no lo eran en lo fundamental. Tal vez la única coincidencia era la existencia de un cambio, pero nada más.

Varios lenguajes y un cambio de actitud intelectual eran de cuanto disponía. Reconocía, evidentemente, la posibilidad de cambios intelectuales en el tiempo, llamémosle madurez, y también que existían economistas que pensaban de modo diferente y que, incluso, parecía que hablasen de mundos diferentes o al menos lo hacían en lenguajes diferentes. He aquí la nueva preocupación: ¿habría estado yo lo suficientemente atento a lo largo de mis años de estudio y había juzgado correctamente las enseñanzas recibidas o, por el contrario, no había estado más que uno de los estúpidos estudiantes tan difamados y denostados por la señora Robinson? Ciertamente, a lo largo de mis estudios de Economía, yo había ido adquiriendo un conjunto de conceptos de los que previamente no disponía, reconocía unas relaciones entre ellos, en definitiva, adquirí un lenguaje y de eso se trataba justamente. Pero como cierto autor, a quien posteriormente deberemos prestar atención, llegó a decir: “Cuando la presentación de ejemplos forma parte del proceso de aprendizaje, lo que se adquiere es conocimiento del lenguaje y del mundo a la vez. En la mayoría del proceso de aprendizaje del lenguaje estas dos clases de conocimientos -conocimiento de palabras y conocimiento de la naturaleza- se adquieren a la vez; en realidad no son en absoluto dos clases de conocimiento, sino dos caras de una sola moneda que el lenguaje proporciona.” Es evidente que la tarea docente se ve facilitada por el uso de ejemplos, tanto cuando se ejerce como cuando se recibe.

A estas alturas, mi preocupación robinsoniana tenía ahora consecuencias más profundas. Pues ya no se trataba de que fuese yo un estudiante robinsoniano más o menos serio. Se trataba de la naturaleza y sentido de mis conocimientos. Si había adquirido conocimiento del lenguaje y del mundo a la vez, y si ambos son inseparables, ¿cómo podría yo juzgar la educación recibida? ¿Eran correctas las categorías analíticas adquiridas como estudiante de Economía o que había incorporado tras licenciarme? Si había aprendido Economía con la ayuda de ejemplos de la economía, debía pensar que ésta no permitía valorar aquélla. Y qué pensar de cuanto verbalizaba en mi actual tarea docente ¿Era posible resolver estas cuestiones? ¿Cómo? ¿Estamos en un callejón sin salida?

Un acontecimiento intelectual más viene a nuestra mente. A lo largo de nuestra trayectoria investigadora como miembro de la universidad, centré una parte significativa de mi trabajo investigador en la Economía regional. Llegué a ella por una serie de razones que en este contexto no es de interés relatar, pero llegué en un momento en el cual se estaba produciendo lo que podría reconocerse como un profundo cambio en el contenido de las explicaciones relativas al crecimiento y al desarrollo económico regional. Leía las aportaciones más recientes, pero también las anteriores. Eran aportaciones construidas sobre categorías analíticas, conceptos y lenguajes distintos entre sí que parecían referirse a realidades distintas. En definitiva, aparentemente, mi labor investigadora no contribuía a resolver mis anteriores preocupaciones.

Una forma posible de intentar resolver estos problemas podría consistir en despedirnos con las palabras de Hilary Putnam (1982): “... la mente no «copia» simplemente un mundo que sólo admite la descripción de La Teoría Verdadera. Pero, ..., la mente no construye el mundo ... Y si es que nos vemos obligados a utilizar lenguaje metafórico, dejemos que la metáfora sea ésta: La mente y el mundo construyen conjuntamente la mente y el mundo (o, haciendo la metáfora más hegeliana, el Universo construye el Universo -desempeñando nuestras mentes (colectivamente) un especial papel en la construcción).”

Pero, realmente, poco habría avanzado. Seguirían existiendo demasiados interrogantes por responder y ciertas afirmaciones aparentes por precisar. Es pues evidente que no podemos ni debemos despedirnos en este punto. Debemos de continuar precisando y buscando respuestas a estas cuestiones y a algunas más que puedan surgir en el camino. Pero, alguna consideración en positivo parece que empieza a asomar. Así, nuestra proposición básica es que existe una pluralidad de marcos conceptuales interpretativos en la Economía. De modo que cada uno de ellos, al querer abordar cierta problemática, ha ido desarrollando conceptos y categorías analíticas propias que, junto con sus reglas de articulación interna, ha propiciado la formación de diferentes lenguajes con que analizar la economía. Pero esta proposición no se desprende de una mera observación del quehacer de los economistas a lo largo del tiempo. Esto es, no se construye inductivamente. Resulta, por el contrario, del desarrollo de un punto de vista inicial, de una hipótesis, de un esbozo de teoría.

Este esbozo de teoría hunde sus fundamentos en un análisis de la filosofía de la ciencia. De dicho análisis se desprende, en primer lugar, que existe una pluralidad de marcos conceptuales que quieren explicar cómo se construyen y cómo y porqué se llega a aceptar las explicaciones científicas. En segundo lugar, del análisis de algunos de los marcos conceptuales o enfoques de filosofía de la ciencia, se concluye que justamente la labor de los científicos es construir marcos conceptuales o lenguajes que les permitan precisar al máximo la naturaleza y contenido de la fracción del mundo que quieren estudiar. El análisis del mundo es imposible sin un lenguaje. De modo que el desarrollo científico exige el desarrollo y mejora de un lenguaje. Los conceptos son las herramientas de los científicos. Permiten reconocer problemas y encontrar soluciones pertinentes. Una comunidad científica particular es una comunidad lingüística que comparte aproximadamente el mismo vocabulario y las mismas reglas de construcción y uso del lenguaje.

Así pues, el rasgo más esencial de una corriente de pensamiento, de un paradigma o de un programa de investigación es el hecho de compartir una estructura o un marco conceptual y de trabajar en el desarrollo del mismo. El crecimiento y consolidación de un enfoque pasa por el crecimiento, consolidación y masiva aceptación de su lenguaje y sus conceptos. Y el cambio de enfoque exige la sustitución de un marco conceptual por otro. Nunca se abandona un marco conceptual si no se dispone de otro alternativo, por la sencilla razón de que los científicos no pueden permanecer mudos.

Nosotros nos hemos propuesto mostrar a lo largo del texto como los economistas han ido construyendo distintos marcos conceptuales. Con ellos, han abordado problemas diferentes. Han reconocido el surgimiento de problemáticas nuevas, han podido caracterizarlas y, en ocasiones, han encontrado buenas soluciones. Este propósito se desarrolla a lo largo de la Tercera parte del texto.

Este modo de abordar el pensamiento económico encuentra su fundamento en la Segunda parte relativa a la filosofía de la ciencia. En la primera parte queremos mostrar cómo ha ido elaborándose nuestra propuesta básica y cuáles son las principales conclusiones a las que hemos llegado.

Con este trabajo esbozamos una serie de respuestas a preguntas que consideramos fundamentales desde el doble punto de vista investigador y docente. Son preguntas que como hemos relatado brevemente, empezaron a presentarse en nuestro periodo de formación y que después, con la labor docente se ampliaron y, creemos, tomaron toda su relevancia. Investigar nos obligo a construir un relato que cumpliera con una norma fundamental: la coherencia discursiva. En otros términos, la investigación nos mostró que poseíamos un lenguaje. La labor docente ha contribuido mucho a que llegásemos a considerar la economía como un lenguaje. Transmitir el conocimiento es, entre otras cosas, transmitir un vocabulario, una terminología y las reglas y condiciones que hacen legítimo su uso.

El lenguaje es y ha sido objeto de investigación por parte de un amplio número de disciplinas científicas. Dos grandes disciplinas aparecen como las más directamente vinculadas: por un lado, una parte significativa de la filosofía de la ciencia se ha ocupado directamente de la relación entre el lenguaje y el conocimiento; y, por otro, la lingüística y otras disciplinas afines tienen como objeto propio de investigación el lenguaje. Sin embargo, la investigación que aquí se presenta, aunque participa de algunas de las inquietudes de estas dos disciplinas, no puede presentarse, estrictamente hablando, como una aplicación al terreno del análisis económico de una u otra de ellas. Tampoco puede interpretarse como una síntesis de ambas, simplemente porque no lo es.

Si alguna filiación quiere establecerse para esta investigación, es necesario mirar en una serie de trabajos que, en los últimos tiempos, reivindican el análisis del lenguaje especializado como un campo de investigación legitimo para los propios científicos practicantes de las ciencias sociales y humanas. Entre los economistas, sin lugar a dudas, es McClosky la figura más conocida. No obstante, nuestra investigación no coincide enteramente con la suya. Nosotros simplemente nos proponemos mostrar y justificar que cada grupo de economistas cuenta con un puñado de términos o de conceptos, cuya articulación da lugar a lenguajes particulares. Con sus respectivos lenguajes, cada grupo de economistas identifica las cuestiones fundamentales de investigación, su mundo de investigación. He aquí toda su riqueza y todas sus limitaciones.

Si nuestra tesis es acertada y nuestra investigación convincente, sus consecuencias investigadoras y docentes son sumamente importantes. Investigadoras porque abre un terreno fecundo para el análisis del pensamiento económico y para estudios lingüísticos de textos económicos concretos. Ambos contribuirán a mejorar nuestro conocimiento económico. Docentes, porque la investigación sobre la construcción del lenguaje económico garantiza una mejor transmisión de los conocimientos económicos. Si en este contexto introducimos la traducción de textos económicos y la enseñanza de lenguas extranjeras aplicadas a la economía y las ciencias sociales, una investigación como la presente, creemos, es oportuna y prometedora.

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