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2. RAZONES PARA LA ESCISIÓN
Los casos más célebres de escisión han tenido alguna relación con la sucesión de
empresas, generalmente familiares, no constituidas como Sociedad Anónima o con
acciones nominativas. Las desavenencias personales o de intereses entre los
herederos les lleva en muchas ocasiones a escindir la empresa. En otros casos,
el desacuerdo entre los socios fundadores ha tenido este mismo resultado.
Normalmente, estos casos no responden a una conveniencia relacionada con la
eficiencia o la rentabilidad de las nuevas empresas o algún problema de
dimensión de la empresa inicial.
Entre los escasos ejemplos existentes de “escisión estratégica”, podemos citar
como causas, las barreras institucionales, tales como el establecimiento en
países distintos o el aprovechamiento de incentivos a la creación de empresas o
a la dimensión reducida. A menudo, la creación de filiales responde a los mismos
motivos que la escisión: Diversificación de riesgos y limitación de
responsabilidad y, sobre todo, apalancamiento en capital.
Por esa razón, esta operación no evitaría la concentración de mercado, sino que
puede responder, entre otros, a motivos de imagen, economías de gestión,
evitación de costes de control, externalización de riesgos y pérdidas y uno muy
importante de tipo financiero: Buscar un mayor apalancamiento en capital en las
inversiones actuales, sin perder el control, ni la capacidad de endeudamiento.
Esto se debe a que la entrada de nuevos accionistas minoritarios en las empresas
escindidas (dependientes) permite al
grupo reducir la inversión en dicha empresa a un estricto porcentaje de control,
a modo de holding. De esta forma, la empresa matriz no tiene por qué ampliar el
volumen de su inversión para poseer una empresa con un activo total mucho mayor
que el valor teórico de su cartera de control.
En la escisión propia, la separación patrimonial puede suponer una separación de
intereses entre los accionistas o bien una confluencia entre éstos, es decir,
los accionistas pueden repartirse las empresas resultantes o bien pueden
repartir las acciones de las empresas nuevas entre todos los accionistas, en
proporción a las partes alícuotas de la empresa original. En ocasiones, las
habilidosas gestiones de los administradores pueden tener como resultado fáctico
la expulsión de accionistas incautos hacia una empresa que fracasará, en
beneficio de la consolidación de determinados intereses mayoritarios y finalmente
indiscutibles.