Un modelo político para la Gerencia Pública en Venezuela

 

Alexis J. Guerra y Beatriz Ponce de Moreno

 

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SECCIÓN IV

AÑO 1999:
LA CONSTITUCIÓN NACIONAL Y UN NUEVO MODELO POLÍTICO PARA LA GERENCIA PÚBLICA


B. El Contexto Histórico de la Nueva Carta Magna.

Los cambios que la sociedad registra a lo largo de su evolución no pueden considerarse, a nuestro juicio, producto de la causalidad ni se dan de forma espontánea o sencillamente, a la genialidad de quienes los promueven. Evidentemente asumir esta última premisa para efectos del análisis implicaría desconocer la trama de interrelaciones y múltiples determinaciones que preside, condiciona y determina el fenómeno social, independientemente de que éste, en su desarrollo, pueda mostrarse de manera abiertamente perceptible o no, como por ejemplo, sucedió con las revoluciones en Europa y América durante el siglo pasado (Inglaterra, Francia, Norteamérica, Venezuela, etc.), Rusia a comienzos del presente siglo, y las que al final de la época, de acuerdo con el criterio de Mires (Fernando Mires) generan nuevos paradigmas y promueven “la revolución que nadie soñó”.

En este orden de ideas, cabe sostener que la nueva Constitución de Venezuela, aprobada en las postrimerías del siglo, al igual que todos los Textos Constitucionales que se redactaron con anterioridad, es la expresión de la coyuntura actual y responde a un proceso que estructuralmente se gesta en los últimos cuarenta años y se acelera en la última década cuando el sistema económico, político, social e institucional que sirve de soporte al Estado, acusa un elevado grado de deterioro y se plantea, por parte del liderazgo político emergente, la refundación de la República, la reestructuración del Estado y la relegitimación de sus poderes, a partir de una “revolución democrática” .


1. La Primacía de lo Político

La agudización de la crisis económica y la malograda credibilidad del estamento político nacional, según se ha señalado, fueron generando el clima de angustia y frustración colectiva que se constituyó en el escenario propicio para el alzamiento militar del 4 de Febrero de 1992. Esta tentativa de golpe de Estado evidenció claramente ante el país y el mundo la realidad política, económica y social que se estaba viviendo para el momento en Venezuela.

El alzamiento militar se venía gestando desde años antes, por parte de un grupo de militares de mediana formación académica, quienes venían discutiendo y planteándose posibles salidas a la situación de ilegitimidad del sistema político que estaban sintiendo en el país, y cuyo tiempo de tolerancia percibieron agotado luego de los dramáticos sucesos del 27 de Febrero de 1989 cuando fueron obligados a pacificar con las armas a una muchedumbre desconcertada y aturdida por la ausencia de respuestas a sus necesidades básicas de subsistencia.

El escenario político del país aún cuando muestra transformaciones significativas en lo institucional luego dl intento golpe de Estado, (Kornblith. 1998; Caballero. 1998; Romero, 1994; Guerra C. 1997), a finales de la década cambia radicalmente cuando uno de los protagonistas del histórico hecho resulta electo presidente de la República en elecciones democráticas y con un impresionante apoyo popular. En el mes de diciembre de 1998 se realiza la última elección presidencial democrática de este siglo, la cual puede calificarse como la continuación de un proceso histórico que venía conformándose soportado en la base popular desde 1992 e impulsado por la propuesta de una Asamblea Constituyente, cuyo propulsor y protagonista es el comandante Hugo Chávez Frías, quien protagonizó el fallido golpe de Estado.

La gestación y el nacimiento de los nuevos actores que habrían de dominar la escena política de finales de los noventa opera desde diciembre de 1983, cuando se funda el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200), teniendo como dirigentes principales a los para entonces capitanes del ejército Hugo Chávez Frías, Jesús Urdaneta y Joel Acosta Chirinos, incorporándose en 1986 el mayor Francisco Arias Cárdenas .

Sería este grupo de oficiales quienes, agrupados bajo el pensamiento político de Simón Bolívar, Simón Rodríguez y Ezequiel Zamora, protagonizarían la intentona golpista de 1992 como insurgencia contra el modelo político instaurado en 1958, la depauperación económica de amplios sectores de la sociedad venezolana, la corrupción política, así como contra las medidas de ajuste económico implementadas en la segunda administración de Carlos Andrés Pérez, que inicialmente habían desencadenado el estallido social del 27 de febrero de 1989.

A la derrota militar de febrero de 1992 le siguió un intenso periodo de lucha por el posicionamiento político y la transformación del MBR-200 de grupo de vanguardia militar a partido político de masas bajo el nombre de Movimiento Quinta República, (MVR) para convertirse en la primera fuerza política del país en la contienda presidencial de 1998 bajo el liderazgo de Hugo Chávez Frías, quien logra convertirse en Presidente de la República al alcanzar un total de tres millones catorce mil ochocientos doce votos (3.014.812) que representan un 56,49 % de los votos válidamente emitidos; su más cercano competidor fue el independiente de extracción socialcristiana Henrique Salas Römer de Proyecto Venezuela, quien obtuvo dos millones ciento cinco mil ochocientos nueve votos (2.105.809), equivalentes al 39,46% de los votos válidamente emitidos. Dicho resultado para algunos significó el desplazamiento definitivo de los partidos políticos que en 1958 hicieron posible el nacimiento del actual régimen democrático: Acción Democrática y COPEI, por cuanto ambas candidaturas lograron acumular alrededor del 96% de los votos. Respecto a la afirmación del desplazamiento y declive de los partidos políticos fundadores de la democracia, es válido acotar una precisión referida al candidato Henrique Salas Römer, quien, a pesar de recibir a última hora del evento electoral el apoyo de los mencionados partidos, ciertamente no puede considerarse como un agente de la “vieja política”, toda vez que aún cuando había tenido actuaciones anteriores en el Congreso de la República, habiendo sido electo como independiente en las planchas de COPEI, venía de ser uno de los principales protagonistas del novísimo proceso de surgimiento y consolidación de liderazgos regionales iniciado en el país a partir de 1989 con la elección popular de Gobernadores y Alcaldes. Efectivamente, Salas Römer logró en el estado Carabobo conquistar en dos oportunidades la gobernación al frente de Proyecto Carabobo, (nombre de su partido antes de trascender a la forma de organización política nacional), logrando igualmente el desplazamiento en la mencionada región de los partidos del status.

Con el proceso eleccionario de la Asamblea Nacional Constituyente, el 25 de julio del año siguiente, se consolidó una tendencia de crecimiento electoral de las organizaciones políticas aglutinadas alrededor del Presidente Chávez cuando los candidatos del llamado “Polo Patriótico”, alcanzaron más del 90% de los escaños a elegir en un proceso que si bien fue inicialmente concebido bajo las características de la nominalidad pura , la modalidad adoptada para abordar la campaña electoral lo convirtió en un proceso para la medición de fuerza de dos sectores claramente diferenciados en el escenario nacional: los de la “vieja” y la “nueva” política. En el referido proceso fue electo un solo candidato directamente identificado con los partidos ubicados fuera de la órbita del “Polo Patriótico” , y algunas personalidades independientes postuladas por el denominado “Polo Democrático”. Retomando el planteamiento formulado más arriba, es evidente que el carácter permanente del desplazamiento de las organizaciones AD y COPEI, así como el posible surgimiento de nuevos actores en la escena política nacional no podría ser decretado ni descartado aún cuando era un objetivo públicamente señalado por el nuevo liderazgo, iba a depender en buena medida del resultado de la experiencia constituyente. Esta era asumida por el colectivo como un lapso de necesaria espera para el cabal funcionamiento del gobierno, y de la capacidad de éste para, superado el estadio Constituyente, satisfacer los grandes niveles de expectativa generados en la población.

Las condiciones fundamentales para que se produjera esta compenetración entre el líder golpista y la mayoría popular estuvieron signadas por tres aspectos fundamentales:

1. Un líder altamente carismático.

2. Una oferta electoral que, dadas las condiciones del país, lucia más atractiva para la colectividad.

3. La ausencia absoluta de una propuesta que, aunque elemental, pudiese promover algún debate y por tanto colocarse a la altura de la propuesta de la Asamblea Constituyente.

La oferta electoral de cambio estructural propuesta por el electo Presidente de la República, involucraba la convocatoria a una Asamblea Constituyente y aún cuando no representaba ninguna garantía para una transformación total de las deterioradas estructuras del sistema político venezolano, aparecía como una opción válida dentro de las circunstancias de crisis institucional que vive el país.

La Asamblea Constituyente no es un fin en sí misma, sólo tiene la función de servir como mecanismo para el diseño, elaboración, redacción y presentación de la propuesta de reforma del Texto de la Constitución Nacional. El problema que se planteaba era que existía una mayoría que apoyaba la idea de una Asamblea Constituyente pero no estaban definidas las normas e instituciones que se pretendían modificar en el Texto Constitucional; situación ésta que producía dudas y temores en relación con la convocatoria del Poder Constituyente.

Por otra parte, los factores de poder que desde 1992 no han mostrado voluntad alguna para reformar la Constitución, se presentan como fervientes partidarios de una reforma Constitucional, demostrando con ello la intención de bloquear el llamado a la Asamblea Constituyente, que representaba la promesa electoral del presidente electo Hugo Chávez Frías, con la cual logró recoger el sentimiento de voluntad popular.

Un estudioso del tema, a propósito de la situación expresaba:

“La realidad económica, política y social del país demuestra que el sistema político del Estado venezolano está en franco deterioro, más por razones de funcionamiento que por la organización en sí misma. El cambio, entendido como la renovación de las instituciones encuentra diversos obstáculos en el propio manejo de las circunstancias que realizan los factores de poder. Ante esta coyuntura, podría asumirse la Asamblea Constituyente como un instrumento de cambio que le dé al proceso dos atributos fundamentales: la legitimidad, de la cual carece el Congreso para ejecutar la reforma Constitucional; y la integración de las fuerzas políticas, en el objetivo común de consolidar un sistema verdaderamente democrático” (Alvarez, T.1998: p.l27).

El debate sobre la convocatoria a la Asamblea Constituyente, junto con el proceso de elecciones tanto para su integración, como para los referendos del caso y la discusión y aprobación del nuevo Texto Constitucional, evidentemente le colocaban primacía a lo político frente a lo económico desde la óptica gubernamental.

Vale señalar la ausencia de un plan económico formalmente estructurado que se traduce en la desatención que la crisis y sus dimensiones exige, de tal forma que en el primer año de gobierno se observa una confrontación abierta entre los sectores políticos que tradicionalmente detentaron el poder y los sectores emergentes. El Presidente de la República asumió el rol de actor protagónico en este escenario, con un liderazgo sustentado en las bases populares y en el sector castrense.
 

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