Los conceptos, definiciones, clasificaciones y explicaciones que se proponen a lo largo del texto "Las Flechas" pueden ser considerados un programa de investigación. En cualquier caso, representan un ataque consciente y explícito a todos los paradigmas económicos que han dominado nuestra ciencia desde los tiempos de Adam Smith.
Paradigma es un ejemplo, un esquema formal que sirve como modelo para una construcción gramatical. Thomas S. Kuhn (1962), utilizó la expresión paradigma científico para referirse a un esquema de pensamiento, a un conjunto de conceptos y métodos de análisis de la realidad que son utilizados por un grupo de científicos para su trabajo. El paradigma científico dominante en una época es el utilizado por la mayoría de los científicos de esa época. Los paradigmas científicos dominantes experimentan unos ciclos vitales de nacimiento, madurez y decadencia hasta que son abandonados. En el momento de la decadencia, aparecen problemas o fenómenos que el paradigma dominante no puede resolver o explicar. Los problemas se van acumulando hasta que surge un nuevo paradigma más incluyente que permite explicar y organizar además del conocimiento anterior, todos los problemas pendientes.
En la ciencia económica durante el siglo XX ha habido varios paradigmas en competencia: el neoclásico, el keynesiano y el marxista. Cada uno de ellos ha sido dominante en algún momento y en alguna zona geográfica. En este momento todos ellos se encuentran en su fase de decadencia y son incapaces de analizar, explicar y clasificar ciertos fenómenos: la estanflación o la caída del sistema comunista, por ejemplo. Dice Kuhn que en el desarrollo histórico de una ciencia se pueden observar períodos que llama de ciencia normal, en los que los científicos aplican los métodos del paradigma dominante, y períodos de ciencia extraordinaria, en los momentos de crisis, en los que todo se pone en cuestión.
Los economistas somos conscientes de esta situación de crisis en nuestra ciencia por lo que están surgiendo multitud de propuestas nuevas que proporcionan explicaciones parciales de diferentes fenómenos. Aunque no se muestren pretensiones de llegar a ser un nuevo paradigma dominante, hay una serie de temas que se están abordando de forma simultánea desde muy diversos puntos de vista y en muy diversos campos de la ciencia económica. La información es en cualquier caso el concepto que obtiene mayor atención en la literatura económica actual. No hay aún un nombre generalmente aceptado, aunque hay varias propuestas; como dice Partha Dasgupta (1996) “Los colegas americanos, tan rápidos como siempre con las nuevas etiquetas, se refieren a ella, alternativamente, como “la nueva economía institucional”, “la economía de la información”, “la economía de los costes de transacción” y “la nueva economía política”. Cuando bautizan aspectos de ella como meramente “teoría de agencias” o “la teoría de los contratos” uno se siente marginado”.
Una indicación muy evidente de la situación de crisis en los paradigmas económicos es la desviación en la práctica económica de los políticos y de los empresarios de las recomendaciones de la teoría económica. El que los políticos hagan cosas imprevistas por los economistas no es nada nuevo ni supone un gran problema: ya explicaremos después porqué lo hicieron y diseñaremos una demostración científica de que efectivamente eso es lo que tenían que hacer. Más preocupante, sin embargo, es observar que los empresarios, los que aspiran a ser empresarios y los que enseñan a ser empresarios a los aspirantes, hacen cada vez menos caso de los modelos elaborados por la teoría económica. La llamada “ciencia de la administración” está formada por un gran número de modelos y técnicas de gestión empresarial que parecen tener una relación muy lejana con la “ciencia de la economía”. La teoría económica tradicional está de hecho desapareciendo de los planes de estudio en las escuelas de empresa para ser substituida por esos modelos y esas técnicas prácticas.
Si alguna vez surge un nuevo paradigma dominante, tendrá que ser un conjunto de conceptos y métodos aceptables y útiles no sólo para la mayoría de los economistas científicos, sino también para la actividad económica del resto de la sociedad, incluyendo empresarios y políticos. En este texto pretendemos ofrecer algunas propuestas de unificación de conceptos y clasificaciones que puedan ser utilizados por los economistas en cualquier campo en que trabajen y cualquiera que sea el paradigma que sigan. Aspira también a que esos conceptos y clasificaciones sean útiles para las personas que trabajan en el “mundo real” de la política y la empresa. No se trata por tanto de ofrecer un nuevo paradigma, otro más, sino, simplemente, proponer algunos términos que sirvan de puente para el entendimiento y comunicación entre los diversos paradigmas existentes.
Un paradigma económico es algo más que un simple instrumento científico. Las ideas económicas tienen una sorprendente capacidad de penetración en la sociedad y los paradigmas económicos tienden a ser interpretados en términos ideológicos. Tanto el paradigma neoclásico como el marxista o el keynesiano, aceptan la clasificación de los factores productivos que hizo Adam Smith en tierra, trabajo y capital. Esta clasificación de factores implica una asignación ideológica de papeles a los seres humanos. Los individuos serán clasificados según la aportación que hagan al sistema productivo como terratenientes, capitalistas u obreros. La teoría económica, el paradigma dominante, describe cuáles son los intereses de estos grupos sociales y cómo deben actuar para maximizar sus beneficios. Los individuos aprenden el paradigma en forma ideológica, se identifican con una de esas clases y se esfuerzan en representar bien su papel, tratando de reproducir el esquema diseñado por el paradigma-ideología.
Esa clasificación de los factores productivos era la respuesta del economista escocés a una clasificación diferente que habían propuesto los fisiócratas franceses pocos años antes. Entonces, en 1776, se ajustaba como un guante a la estratificación de la sociedad inglesa que se dividía en aristócratas-terratenientes, empresarios-capitalistas-burgueses y trabajadores-proletarios; de ahí su éxito. Resulta muy chocante, sin embargo, que esa clasificación de los factores productivos y roles económicos siga siendo utilizada y haya sobrevivido más de dos siglos. A pesar de que los economistas hemos comprobado y demostrado que esos tres factores productivos no sirven para explicar el crecimiento de la producción, a pesar de lo mal que se adapta a la compleja sociedad actual, aún seguimos “esclavos de un economista muerto”, y considerándonos a nosotros mismos y a los demás como obreros-trabajadores o empresarios-capitalistas.
En este texto hemos propuesto la substitución de la forma tradicional de clasificación de los factores productivos por otra en la que se considera la información como único factor originario de la producción. Eso conduce a una reclasificación de los grupos sociales. Una vez más: Se trata tan solo de clasificar conceptos de una forma diferente, de describir los mismos fenómenos que observamos en la realidad con otras palabras. Las personas y la actividad que realicen seguirán siendo las mismas, pero aquí les hemos dado un nombre diferente y hemos descrito su actividad de otra forma. Una clasificación o una descripción no es, no puede ser, más verdadera que otra. Simplemente más o menos útil para explicar y entender la realidad. Pero las palabras tienen inevitablemente implicaciones ideológicas; nuestro enfoque sugiere actitudes y comportamientos nuevos, una nueva forma de concebirnos a nosotros mismos y a los demás, una nueva interpretación de las relaciones entre los seres humanos, de nuestra actividad económica y política.
Para construir un nuevo paradigma no se puede dar nada por sabido o resuelto. Tenemos que volver a pensar en los mismos problemas que se plantearon Adam Smith, David Hume, Montesquieu y todos aquellos pensadores de los siglos XVII y XVIII. Desde que Hobbes escribió el Leviathan, se han descubierto muchos cráneos fósiles y muchas puntas de flecha de sílex; tenemos por tanto nuevos datos, nuevos conceptos con los que podemos repensar el tema del origen de la sociedad, del derecho y del sistema económico, para describirlo de una forma diferente. Isaac Newton dijo que había podido ver muy lejos porque se había subido a hombros de gigantes. Aquí utilizaré la imagen de los castellets de la tradición cultural catalana. Un grupo de hombres robustos, abrazados entre sí, constituyen una base a la que suben otros más jóvenes; sobre estos se elevan otros, hasta que al final un niño escala sobre todos ellos y culmina el castellet de cuatro o cinco pisos de altura. Adam Smith, aunque él no lo sabía, estaba elevado sobre los hombros de Hugo Grotius y los frailes de la Escuela de Salamanca, y éstos sobre los de Avicena e Ibn Haldún, y éstos sobre los de Aristóteles y Platón, y éstos sobre los de otros que siglos antes habían habitado los valles del Nilo, el Éufrates y el Tigris, el Indo, el Ganges y el Yang-Tsé. Hagamos lo mismo que ellos y revisemos sus escritos con una visión crítica, a la luz de los descubrimientos que por estar alzados sobre ellos hemos podido realizar.
La consideración de la información como único factor originario de la producción y la amalgama de propuestas originales o importadas que se han hecho en este texto permiten describir el funcionamiento de la economía de una forma diferente a la habitual. Nuestro objetivo es llamar la atención sobre algunos fenómenos económicos que hoy pasan desapercibidos y ofrecer una visión diferente de fenómenos ya conocidos. Otra idea arriesgadamente novedosa de este texto es el análisis de la relación económica entre información y tiempo. El tiempo, proponemos, es la medida económica de la información. La información tiene valor porque proporciona tiempo al que la recibe. A su vez, para obtener información hay que entregar tiempo. Hay informaciones concentradas que tienen mucho valor, que equivalen a mucho tiempo. Esto puede ser interpretado de dos formas: que las informaciones valen mucho porque nos proporcionan mucho tiempo o que las informaciones cuestan mucho porque tenemos que entregar mucho tiempo para obtenerlas.
Para ilustrar la importancia económica de la relación entre información y tiempo basta que pensemos en la demanda actual de medicinas para el SIDA en el tercer mundo. Las informaciones necesarias para producir medicinas contra el SIDA pueden conseguir más tiempo de vida para muchas personas, por lo que muchas personas les darán un gran valor subjetivo. Esas informaciones solo pueden obtenerse dedicando mucho tiempo de la vida de muchas personas, los investigadores en los laboratorios de las empresas farmacéuticas, por lo que el coste de esas informaciones es alto. Pero comunicar o reproducir esa valiosa y costosa información, es decir, fabricar las pastillas, es muy rápido, el coste marginal muy bajo, por lo que el precio podría ser también muy bajo.
Hace cincuenta años los economistas decían de la información que “está dada” o “es perfecta”. Alguno, incluso, lo sigue diciendo ahora. Sin embargo el concepto de información recibe cada vez más atención en cada vez más campos de la economía, teoría de la empresa, crecimiento y desarrollo económico, mercados y precios, elección pública, teoría de juegos..... Pero hay un grave problema de definición y coherencia. El término información es polisémico, se utiliza en muchos sentidos diferentes (lo comunicado, la comunicación, el efecto de la comunicación), hay muchas palabras diferentes que se utilizan en un sentido similar (dato, saber, conocimiento, comunicación) y, lo que es peor, cada autor utiliza las diversas palabras en sus diversos sentidos sin detenerse a definirlas y sin cuidar mucho la consistencia en el uso (ver anexo). En este texto hemos propuesto una clasificación y definición sistemática de los distintos conceptos que consideramos puede ser especialmente útil y aplicable a los diversos campos de la economía de la información.
El tiempo es otro tema que los economistas abordan de forma muy diferente. Equilibrio-desequilibrio, desarrollo, interés o ciclos, son conceptos económicos directamente relacionados con el tiempo. Cada economista que aborda esos problemas y que elabora modelos para representarlos tiene una visión distinta del tiempo, de su significado y de su representación y medida.
Como en este texto hacen propuestas concretas sobre los conceptos de tiempo e información y su uso en la ciencia económica, sería muy conveniente revisar la literatura económica más reciente que haga referencia a la información y comparar lo que aquí se propone con lo que otros han propuesto. Sin embargo, es tal la riqueza de propuestas y la diversidad de campos de la ciencia económica en los que se han introducido en los últimos años conceptos relacionados con la información que parece ser una tarea imposible de realizar no sólo en el espacio de un libro sino en el de una vida humana. En ese sentido se puede considerar que este libro abre o propone un amplio programa de investigación e invita a los jóvenes investigadores a que incorporen estos temas a sus intereses. En cualquier caso hay unos anexos en los que se comentan brevemente algunos enfoques recientes con el fin limitado de ilustrar la diversidad de problemas teóricos sobre los que podrían aplicarse nuestros conceptos y clasificaciones.
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