Juan Luis Doménech Quesada
Autoridad Portuaria de Gijón
Departamento de Medio Ambiente
jdomenech@puertogijon.es
Resumen
Si el aspecto ambiental del desarrollo sostenible ha comenzado, quizás,
demasiado tarde, no menos lentas son las iniciativas firmes para el desarrollo
social del planeta, la gran asignatura pendiente en la gran aventura de la
evolución cultural del ser humano. A pesar de su ilusorio progreso técnico y
económico, lo que está en juego es nada menos que su supervivencia como especie,
si, finalmente no se consigue integrar lo económico, con lo ambiental y con lo
social.
Se describe en este artículo una fórmula para abordar el desarrollo sostenible
global: a) incorporación decidida de la empresa o sector productivo a la
cooperación al desarrollo, complementando así el camino ya iniciado por los
Gobiernos y por las organizaciones no gubernamentales; b) implantación en las
organizaciones de un nuevo indicador de sostenibilidad -la huella social- basado
en la creación de empleo global y en la aplicación de nuevas concepciones
económicas basadas en el principio de equidad y en la recuperación y
revalorización de los conceptos de fisiocracia y de globalización. Su aplicación
podría dar lugar a una evolución gradual desde el actual sistema capitalista a
un nuevo sistema socio-capitalista.
Se ofrecen datos sobre la huella social del mundo, de los diferentes países y de
las empresas o corporaciones y se hacen diversas propuestas para abordar este
desarrollo sostenible global. Para que las empresas se incorporen a la
cooperación al desarrollo, se propone, como conclusión principal, que éstas
aprovechen la gran oportunidad que les brindan las nuevas tendencias de
responsabilidad social corporativa.
Palabras clave: Huella social, huella ecológica corporativa, desarrollo
sostenible, sociocapitalismo, cooperación al desarrollo, pobreza y desigualdad
Este texto fue presentado como ponencia al
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Introducción. ¿Por qué una huella social?
Existen, al menos, tres buenas razones para crear un indicador capaz de medir la
responsabilidad que tienen los países desarrollados en la carencia de empleo
global digno, es decir, en la huella que ha dejado nuestro actual sistema
socio-económico: 1) la necesidad de encontrar, de una vez por todas, una
solución real y práctica al acuciante problema de la pobreza y desigualdad
extrema; b) la necesidad de completar y acelerar el desarrollo sostenible, tanto
en su vertiente ecológica, como en la social, como en la económica; y 3) la
necesidad de que el sector productivo del mundo desarrollado, principal
generador de riqueza, se implique activamente en el proceso ya iniciado -aunque
sea tímidamente- tanto por los Gobiernos del mundo desarrollado, como por el
llamado tercer sector (la sociedad civil y las ONGs para el desarrollo) (Rifkin,
1995).
En el año 2000, tenía lugar una más de las numerosas firmas que ya se han
estampado en otros tantos convenios o protocolos de todo tipo: 189 países
firmaban la Declaración del Milenio, en la cual se proponía, entre muchos otros,
reducir la pobreza a la mitad para el año 2015, con respecto al año 1990
(A/RES/55/2; Resolución aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas
en septiembre de 2000).
Pero, tal y como se muestra en la conocida tabla de la vergüenza (Tabla I), la
pobreza y la diferencia entre países ricos y pobres no solo se mantiene sino que
aumenta. Unido al imparable aumento de la población mundial y, simultáneamente,
a la disminución de recursos y al aumento de la contaminación, estos datos se
nos antojan ya sumamente peligrosos para mantener la estabilidad mundial en el
aspecto económico, en el aspecto social y en el aspecto ambiental. En este
sentido, los agoreros pronósticos de Donella Meadows, de 1972, en su famoso
libro Los límites del crecimiento, iniciados ya por Thomas Malthus en 1798, y
reconfirmados en los análisis más recientes (Meadows et al., 2002), se ciernen
sobre nosotros, implacables y certeros, por más que los auto-proclamados
"optimistas" se empeñen en mirar hacia otro lado.
Tabla I. Algunas cifras de la economía y el desarrollo mundial
Reparto por países del PIB mundial 20% (países ricos): 86% del PIB
60% : 13 % del PIB
20% (países pobres): 1% del PIB
Distribución Las 500 familias más ricas acumulan más capital que 2.500 millones
de personas
80 países tienen una renta per cápita menor que hace 10 años
1000 millones de personas tienen unos ingresos de menos de 1 dólar/día; y 1.500
millones de 1 a 2 dólares/día
Relación entre el gasto militar y el gasto en ayuda humanitaria Países G7: 4 /
1 (4 veces más en armamento)
Mundo: 10 / 1
Italia: 11 / 1
EEUU: 25 / 1
Relación entre la renta per capita de los 5 países más ricos y los 5 más pobres
1960 : 30 / 1
1990: 60 / 1
1995: 74 / 1
Relación entre el gasto contra el hambre y el gasto en comida para perros
Lucha contra el hambre: 19.000 millones US$/año
Comida para perros: 17.000 millones US$/año
Salud, educación, agua 10 millones de muertes infantiles / año
115 millones de niños sin escolarizar
1000 millones de personas sin agua segura
2600 millones de personas sin saneamiento
Acceso a la información (reparto por países de usuarios de internet) 20%: 93,3
%
60%: 6,5 %
20%: 0,2 %
Fuentes: Informe sobre Desarrollo Humano 2005, del Programa de las Naciones
Unidas para el Desarrollo
(PNUD); Informe Worldwatch Institute, 2004; otros informes ONU, OIT, FMI.
En segundo lugar, hay que decir que ha sido, precisamente, un indicador de
sostenibilidad de gran éxito en la actualidad, la huella ecológica (Rees &
Wackernagel, 1996), el que ha demostrado que gran parte de la riqueza de los
países ricos, proviene de los recursos naturales de los países pobres o en vías
de desarrollo (PVD). En la actualidad, ningún país desarrollado es capaz de
mantenerse con sus propios recursos. De ahí la enorme deuda, ambiental, social y
económica, que tenemos con nuestros vecinos, por lejanos que estos sean.
La huella ecológica es un indicador de índice único (integrado), un
macroindicador muy descriptivo, que nos indica –con un simple número- cuantas
hectáreas de naturaleza necesitamos para abastecer nuestros procesos productivos
y para absorber nuestros desechos. Se calcula transformando cada impacto
ambiental (consumo de energía, consumo de materiales, suelo ocupado, emisiones
de CO2, etc.) en hectáreas de terreno necesarias para reponer los recursos
consumidos o para absorber el CO2 emitido. Recientemente hemos aplicado este
indicador a la empresa (Doménech, 2004) y así por ejemplo, la huella ecológica
corporativa de un puerto mercante (la Autoridad Portuaria de Gijón; en adelante
APG), ha sido, en el año 2004, de 5.298 hectáreas, lo cual equivale a las
emisiones de 30.426 tCO2/año (Doménech, 2006). Es decir, los impactos producidos
por los procesos que realiza la APG, básicamente mantenimiento de
infraestructuras y atraque de buques, equivalen a lo que producen 5.298
hectáreas de ecosistemas biológicamente productivos.
Teniendo en cuenta que, tal y como recoge el informe sobre los Recursos
Mundiales 2004, no podemos hablar de desarrollo sostenible si este no abarca
también el aspecto social (Rosen et al., 2004), las expectativas se centran en
crear un indicador de sostenibilidad social análogo a la huella ecológica, es
decir una huella social, capaz de expresar con un simple número, igualmente
claro y comprensible, la situación de una entidad (empresa, organización, región
o país) y su parte de responsabilidad en la deuda social global. En este trabajo
se parte de la base de que el desempleo, como principal problema social, incluye
a todos los restantes: un adecuado nivel de ingresos permite paliar el resto de
problemas básicos -como veremos más abajo en la metodología- y por eso
proponemos que la huella social se refiera al número de empleos globales que una
determinada comunidad o entidad podría sostener con sus ingresos.
Al igual que la huella ecológica corporativa debe responder a la pregunta
¿cuántas hectáreas de terrenos productivos consume mi empresa con su actividad?,
la huella social corporativa debería responder a la pregunta ¿cuántos empleos
globales consume mi empresa con sus actividades?.
De una forma ampliada podríamos decir que la huella social es el capital social
(trabajo, y su equivalente en conocimientos) que una entidad podría sostener con
su capital físico, el cual procede, en última instancia, del capital natural
(tierra, recursos naturales). Esta relación entre los tres tipos de capital, nos
va a ser útil para entender la metodología propuesta más abajo.
De este modo, con tres simples números (indicadores de índice único), el PIB o
los ingresos, para indicar nuestra sostenibilidad económica; el número de
hectáreas productivas que "consumimos", para indicar nuestra sostenibilidad
ambiental; y el número de empleos que podríamos mantener, para indicar nuestra
sostenibilidad social, podría representarse el nivel de sostenibilidad de
cualquier entidad.
Cabe decir que existen otras opciones a la hora de establecer una metodología de
cálculo de un indicador como el propuesto. Por ejemplo, podría utilizarse un
amplio rango de sub-indicadores sociales y buscar alguna fórmula para
convertirlos a un único número final. Sin embargo, habría que poner especial
cuidado en que los indicadores a combinar, necesariamente de distinta naturaleza
(como la esperanza de vida o el nivel de alfabetización, por ejemplo) no den
lugar a un mero índice sin significado propio, como muchos de los que ya
existen, y de los cuales el más conocido quizás sea el Índice de Desarrollo
Humano (IDH) del PNUD, el cual cubre, principalmente, tres dimensiones del
bienestar, como son los ingresos, la educación y la salud. Un índice así podría
ser tan útil como el IDH, pero no se parecería en nada al gran hallazgo que ha
supuesto la huella ecológica de Rees y Wackernagel.
En tercer lugar, los indicadores, además de medir, deben ser prácticos y
permitir la aplicación de soluciones. Dejar huella significa dejar marca, por
eso creemos que, a través de los indicadores de la familia de la huella (cuyo
mero nombre ya ha sido un acierto por parte de los autores originales del
método), tal sentido práctico podría alcanzarse: a) consiguiendo que cualquier
tipo de organización se sienta implicado en, y responsable de, dicha huella (¿de
cuantas hectáreas globales de ecosistema o de cuántos empleos globales me estoy
apropiando con mi actividad?); y b) consiguiendo que la implantación de medidas
para la reducción de huella, es decir, para avanzar en sostenibilidad, añadan
competitividad a la organización (tal y como ya está sucediendo con la huella
ecológica).
En efecto, además del interés que la huella social basada en el empleo, tendría
para las políticas sociales regionales, nacionales o globales, su implantación
en la empresa tomaría un especial interés debido a las modernas tendencias de
responsabilidad social corporativa (RSC), impulsadas por organismos
internacionales, como la ONU, Unión Europea, OIT, OCDE, WBCSD, CSR Europe,
Global Compact, o Banco Mundial. El Libro Verde para fomentar un marco europeo
para responsabilidad social de las Empresas (Bruselas, 18 de julio de 2001)
define como empresa socialmente responsable a aquella que, en el desarrollo de
su actividad empresarial y en su relación con terceros, se guía por criterios no
exclusivamente económicos sino por otros de naturaleza ética, social y
medioambiental. Algunos de estos criterios y claves de actuación son: a) ámbitos
de actuación: laboral, socio-económico y medioambiental; b) voluntariedad; c)
aplicabilidad a todo tipo de organización; d) planteamiento estratégico y
progresivo que permite la medición y seguimiento de su evolución; e)
complementariedad respecto a otras herramientas de gestión empresarial, con el
objetivo último de promover la sostenibilidad; f) integración con el resto de
estrategias de la empresa; g) cooperación, redes y alianzas; h) diálogo con los
grupos de interés; i) transparencia y credibilidad (Blaya, 2005).
Creemos, por lo tanto, que la implantación de indicadores, como la huella
social, constituye una oportunidad única para aspirar al cambio global. En este
artículo se describe nuestra propuesta de metodología para la aplicación de la
huella social basada en el empleo.
Metodología y definiciones
El empleo como macro- indicador social integral
A pesar de que la Global Reporting Initiative (GRI), recomienda alrededor de 40
indicadores sociales para confeccionar las memorias de sostenibilidad (Anónimo,
2006), partimos aquí de que, en estos momentos, tan solo el desempleo global
constituye el problema social por excelencia, y de que, como base y pilar de
todos los restantes, constituye por sí mismo un indicador que integra a todos
los demás:
a) Educación. Todas las empresas, instituciones o entidades del mundo
desarrollado han incorporado ya la formación continua en sus planes estratégicos
y planes de empresa. La contratación de cualquier persona implica un plan de
formación que, en base a esta nueva metodología para el desarrollo global,
debería mejorarse y ampliarse a una amplia gama de aspectos sociales (no solo al
aspecto productivo sino a todos los aspectos de la sostenibilidad global. La
mejora del poder adquisitivo implica una mayor atención al aspecto educativo de
los hijos de los asalariados, lo cual, aplicado de forma extensa, influiría
sustancialmente en uno de los Objetivos del Milenio como es la educación
primaria universal para el año 2015. Por contra, para dicho año, y según la
tendencia actual apuntada en el Informe sobre Desarrollo Humano 2005, del PNUD,
47 millones de niños seguirán sin escolarizar. La educación es, a su vez, base
de multitud de otros problemas sociales que provocan guerras, terrorismo,
fanatismo, separatismo, etc. El acaparamiento de recursos globales por parte de
las sociedades más avanzadas, incluida la educación, sin contemplar su
redistribución global, ha sido una grave responsabilidad que urge corregir,
reparar y compensar en todas sus formas.
b) Salud. Por el mismo motivo, la percepción de un salario, y la correspondiente
mejora educacional, supone una mayor atención a los aspectos de la salud y,
correspondientemente, una mejora de la esperanza de vida. Según el citado
informe, con las actuales tendencias de desarrollo global, el objetivo de
reducir la mortalidad de los niños menores de 5 años se cumpliría en el año 2045
y no en 2015, es decir con 30 años de diferencia.
c) Desarrollo de los países más desfavorecidos. Se sabe ya que, una vez más, el
objetivo de reducir la pobreza a la mitad para el año 2015 será un fracaso,
pues, con las actuales tendencias, en dicho año se llegará a los 827 millones de
personas viviendo en extrema pobreza (380 millones más del objetivo propuesto) y
a los 1700 millones de personas viviendo con menos de US$ 2 al día. Aun habrá
más de 200 millones de personas sin acceso a agua potable y más de 2000 millones
de personas sin saneamiento adecuado. El aumento de los asalariados y de su
poder adquisitivo, en los países no desarrollados, provoca una mayor demanda de
bienes y servicios y un desarrollo gradual del país beneficiario. El desarrollo
consiguiente es, por tanto, el primero de los derechos humanos.
d) Tasa de migración. La estabilidad económica del individuo provoca
arraigamiento en el lugar de nacimiento evitando las migraciones. En
contrapartida, nuevas oportunidades en los PVD puede estimular a los titulados o
profesionales de los países desarrollados, provocando un flujo gradual no solo
de personas, sino también de los conocimientos necesarios para construir el
desarrollo. Este hecho podría aliviar el, a menudo excesivo, número de titulados
y contribuir, de paso, a la necesaria fusión entre diferentes culturas.
e) Tejido social. Dicha fusión cultural, junto con el resto de implicaciones
descritas en este trabajo, suponen relaciones entre instituciones, empresas y
asociaciones para el desarrollo, así como entre empresas y empleados de los
países beneficiarios y beneficiados, todas ellas necesarias e imprescindibles
para una correcta planificación del desarrollo global.
Distinción entre capital humano y capital social
Existen matices entre capital humano y capital social que conviene aclarar. El
concepto de capital humano fue utilizado por Theodore Schultz y popularizado por
Stanley Becker, habiéndose referido a aspectos como la salud, la alimentación,
la educación, etc. Sin embargo, en la actualidad, el término se aplica
exclusivamente a la educación de la persona, la cual, según la literatura
económica, se puede adquirir a tres niveles: a través de nuestros padres y
entorno familiar, a través de la educación formal, y a través de la experiencia.
Los tres tipos tienen por objeto incrementar la productividad económica de los
individuos y, por consiguiente, la producción de las naciones (Destinobles,
2006).
El capital social, por contra, se refiere a las relaciones o conexiones entre
los diversos elementos que conforman el tejido social, personas, redes de
personas u organizaciones y las normas de reciprocidad y confianza que derivan
de ellas (Putnam, 1993). Como iremos dejando claro a lo largo de esta
exposición, y tal y como detallaremos más adelante, nuestra propuesta es
extender el concepto de capital social al número de empleos que posee un
determinado colectivo o sociedad. Las relaciones sociales y la cooperación entre
instituciones de nada sirven si al final no se consigue el bienestar social
general a través del empleo. Y, por otro lado, para aumentar el número de
empleos (o capital social) se hace necesaria la cooperación, las sinergias, las
alianzas y las relaciones.
Así pues, vemos que tanto el capital humano como el capital social tiene mucho
que ver con el mundo laboral, pues el capital social de una empresa es el número
de empleados que es capaz de sostener, empleados que, a su vez, desarrollan una
función empresarial porque poseen algún tipo de conocimiento. Cuando nos
referimos a capital social nos referimos al número de empleos o empleados, más
el conocimiento correspondiente que estos poseen, o sea con su capital humano. O
sea, en el contexto social (el contexto de este artículo) ambos tipos de capital
están muy relacionados, pudiendo utilizarse prácticamente como sinónimos.
Pero, como dice M.T. Sanz (2006), "el conocimiento no es una simple adición de
conocimientos", sino que implica toda una labor de autoreflexión y
autoconocimiento que tienda a hacer al individuo autónomo e independiente de los
cada vez más sofisticados procesos condicionantes externos. Mucho más allá de
los tres tipos de aprendizaje citados más arriba, existen otros tipos de
conocimientos que poco tienen que ver con el mundo laboral de la actualidad.
Aunque ya están apareciendo conceptos como la inteligencia emocional (Goleman,
1999) y otros de tradición oriental (Nonaka et al., 1998) -que de hecho ya
empiezan a aplicarse a la empresa-, bajo la perspectiva del conocimiento
integral (o sea ya no solo desde la perspectiva socio-laboral sino también desde
la perspectiva del desarrollo personal o individual) el auténtico capital humano
va mucho más allá del mero conocimiento laboral, debiendo separarse, en
consecuencia, del capital social.
En ese sentido, el desarrollo sostenible necesitaría algo más que lo económico,
lo social o lo ecológico para ser realmente sostenible; necesitaría ese
ingrediente cultural "extra" (no solo el conocimiento laboral) que capacita a la
persona a auto-desarrollarse y a auto-progresar. Sería un cuarto eslabón, el
auto-conocimiento (el cual, a su vez, influye en el resto de sistemas), que
supondría la culminación de la sostenibilidad (Doménech, en preparación).
Los tres principios de la huella social
La publicación en 1987 del informe Nuestro Futuro Común (Informe Brudtland) por
parte de la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y Desarrollo marca un punto
de inflexión en la forma de abordar el problema del medio natural hasta nuestros
días y constituye el comienzo de toda una nueva etapa de la evolución social: el
desarrollo sostenible, una de cuyas definiciones (Conferencia de Río, de 1992),
viene muy a propósito para la metodología que vamos a presentar: el desarrollo
sostenible supone la coevolución de la sociedad y la naturaleza, de modo que
asegure la supervivencia y el desarrollo seguro de la civilización y la
biosfera.
Derivado de este informe, surge, entre otros, el principio de equidad, por el
cual, en lo que respecta al medio ambiente, cada persona tiene derecho, aunque
no obligación, a hacer uso de la misma cantidad de espacio ambiental (energía,
materias primas, terreno agrícola, bosques, etc.). Múltiples informes
internacionales, como la citada Declaración del Milenio avalan la plena vigencia
y la urgente necesidad de aplicar este principio de equidad.
Con este punto de partida, fundamentamos la huella social basada en el empleo,
en la adopción de tres principios básicos: a) el principio neo-fisiocrático; b)
el principio de equidad; y c) el principio de neo-globalización.
Por el principio neo-fisiocrático, todos los bienes y servicios producidos por
el hombre proceden en última instancia de los recursos naturales, por lo que los
indicadores de la riqueza generada, como el PIB, no son más que otra forma de
expresar el "espacio ambiental" (se puede ver más sobre los antiguos fisiócratas
pre-smithsonianos, del siglo XVIII, los auto-denominados "economistas", en
cualquier manual de economía, como Tamames, 1992). Las conclusiones del informe
sobre Los límites del crecimiento, encargado por el Club de Roma, en 1972,
fueron totalmente claras: no se puede crecer sin el concurso de la naturaleza (Meadows
et al., 1972; 1992). Importantes analistas actuales siguen insistiendo en esa
cuestión: "la economía no es más que un subsistema de esa biosfera finita de la
que depende su existencia" (Daly, 2005).
Por el principio de equidad, todo el mundo tiene derecho a los frutos de la
misma cantidad de espacio ambiental, mídase éste en hectáreas, en cantidad de
recursos naturales o en PIB.
Por el principio de neo-globalización (o del capital global), el mundo no solo
debe tender a un único modelo económico o comercial homogéneo (como proponen las
actuales corrientes globalizadoras), sino también a un modelo social y ambiental
en el que todos tengan cabida. Todos tienen derecho al desarrollo y todos tienen
derecho al bienestar. La nueva globalización no solo debe fijar la atención en
el capital físico sino también en el capital social (las personas) y en el
capital natural (los recursos y el medio ambiente). Una auténtica globalización
debería redistribuir cualquier tipo de capital desde las corporaciones y grandes
grupos financieros a los trabajadores, de modo que estos podrían ir accediendo
poco a poco a la propiedad: los frutos de la parte de espacio ambiental que le
corresponde a cada persona (que más abajo definiremos como renta global
sostenible).
Este último principio, renueva las negativas ideas que muchos tienen sobre la
globalización (una útil palabra que debe revalorizarse integrando todos los
aspectos del desarrollo sostenible), y asegura la justicia, la viabilidad y la
eficiencia de un sistema, que bien podría denominarse "socio-capitalista" :
a) Sería justo porque, partiendo de una misma renta bruta para todo el mundo, la
persona que aporte menos conocimiento a la empresa (o al PIB) debería aportar
más capital monetario para que la empresa pueda seguir produciendo; y la persona
que aporte más conocimiento o capital humano (iniciativa, aptitudes, esfuerzo
personal, etc.) aportaría menos capital monetario, disponiendo, por lo tanto, de
una renta neta mayor y de más poder adquisitivo (se mantiene la renta
diferencial). Sería justo también porque no habría una limitación obligatoria de
la renta, sino que tal limitación sería voluntaria: simplemente, quien deseara
acaparar más espacio ambiental (o renta global sostenible) de la que le
corresponde, aumentando así su huella social (sin importarle la posible pérdida
de prestigio social), podría hacerlo libremente.
b) Sería viable porque garantizaría que siguieran plenamente vigentes la
creatividad, la competitividad y la innovación (y, por lo tanto, el crecimiento
y la viabilidad del sistema).
c) Y sería (probablemente) más eficiente que los sistemas económicos precedentes
porque la participación equitativa del trabajador en el capital, y el
correspondiente incentivo que ello supone, podría dar lugar a mejores tasas de
participación, productividad y creatividad. Es lo que sostuvo durante toda su
vida el gran estudioso del "trabajo", Frederik Winslow Talylor (1856-1915): el
principal beneficiario del fruto de la productividad debe ser el obrero y no el
patrón, lo que permitiría una sociedad en la que obreros y patronos tendrían un
interés común en la productividad.
Los modernos analistas se van dando cuenta de la situación, pues como dice
Herman E. Daly (2005), a propósito de la conservación del empleo en una economía
sostenible "... una alternativa práctica puede ser el aumento de la
participación en la propiedad de las empresas, de manera que los individuos
perciban rentas por su participación en el negocio, en vez de por un trabajo a
jornada completa". Daly cree que existen suficientes pruebas para demostrar que
el nivel de satisfacción personal -impulsor del crecimiento económico- no
depende tanto de la renta absoluta (que solo llega hasta cierto umbral), como de
la renta relativa. Por eso comienza a haber acuerdo unánime en que consumir más
(en una sociedad ya satisfecha) no produce mayor bienestar. El coste político de
la sostenibilidad podría entonces, no ser tan cuantioso como suele pensarse,
siempre y cuando existan nuevas formas de satisfacción. Sostenemos aquí que un
mayor nivel de satisfacción vendría motivado por la participación del trabajador
en el capital físico de la empresa, el cual lleva asociado una mayor
valorización del esfuerzo personal (o del capital humano auto-invertido) y una
mejor percepción de su participación en el bienestar común (inversión en capital
social).
Definiciones
Definimos como economía o sistema socio-capitalista a aquel sistema que asume y
funciona bajo los tres principios esgrimidos más arriba.
Definimos renta global sostenible (en adelante renta global) como una renta
hipotética que se calcula dividiendo el PIB mundial entre la población mundial
capaz de contribuir al PIB (población en edad de trabajar o población activa).
La renta global es el PIB por individuo activo y debe cubrir, no solo las
necesidades básicas del que la percibe, sino también los medios de producción.
Dicha renta debe considerarse, en su aspecto metodológico, como una meta a la
que aspirar en el marco, utópico e ideal, de una economía socio-capitalista, en
la que todo el mundo tendría derecho a los mismos ingresos. Si tal marco
hipotético ideal puede dar lugar a una variante económica real, constituye un
debate que los economistas deberán valorar y que no podemos tratar en el
reducido espacio de este artículo.
Sin embargo, la idea de una renta global en absoluto es nueva, ya que deriva de
ideas previas, como la renta básica, formulada en 1986, por Philippe Van Parijs
y Robert J. Van der Veen, la cual posee, a su vez, raíces muy anteriores que
vienen del siglo XVIII, con Thomas Spence, y siguieron con Joseph Charlier,
Bertrand Russell o George D.H. Cole. Según tal idea, partiendo de determinado
contexto social, se establecería una renta mínima incondicional a todo individuo
por el mero hecho de existir. La propuesta de Van Parijs y Van der Veen se
basaba en la idea de que “la capacidad productiva de una sociedad es el
resultado de todo el saber científico y técnico acumulado por las generaciones
anteriores, por lo que el fruto de este patrimonio común ha de revertir en el
conjunto de los individuos” (Fernández, 2004). Con repercusiones muy actuales,
como puede ser el salario social básico, recientemente aprobado en el Principado
de Asturias (y con precedentes en Madrid, Barcelona, Extremadura, País Vasco o
Navarra), son múltiples los estudios que rebaten las simplistas críticas de que
la renta básica incentiva la pereza y resulta de difícil financiación, entre los
cuales conviene citar los de Jordi Arcarons o Daniel Raventos, de la Universidad
de Barcelona y miembros de la Red Renta Básica (Arcarons et al., 2005).
Definimos empleo global como aquel tipo de empleo cuyo salario tiende a la renta
global. Aunque en las primeras fases de aplicación de esta metodología, los
salarios de los nuevos empleos globales de los países en desarrollo fueran
inferiores a la renta global (según sea el nivel adquisitivo del país en
cuestión), la tendencia debe ser siempre equiparar el salario con la renta
global.
Definimos huella social bruta (o "debe social") como el número de rentas
globales que una entidad o colectivo (nación, región, institución, corporación o
persona) podría satisfacer con sus ingresos anuales totales.
Definimos contrahuella social (o "haber social") como el número de empleos
reales generados. Como veremos más abajo, en el caso de una empresa, se excluye
el empleo indirecto generado pues este forma parte de la contabilidad social de
otra empresa o entidad. Si se deseara contemplar el empleo indirecto que genera
una empresa, habría que incluir también los ingresos del conjunto de empresas
que forman la agrupación, con lo cual el resultado final sería el mismo.
Definimos huella social neta como la diferencia entre la huella social bruta y
la contrahuella. Cuando hablemos de huella social a secas, sabremos si nos
estamos refiriendo a la huella neta o bruta según el contexto.
Definimos capital social como el número de empleos reales (directos) que “posee”
una empresa, colectivo o entidad (se puede denominar también contra-huella
social). En este contexto, como ya dijimos, es prácticamente equivalente al
capital humano, ya que el número de empleados con los que cuenta una
organización incluye todo el conocimiento que estos poseen.
Un inversor en capital social es aquel que crea empleo, el cual puede ser, al
menos, de tres tipos: a) empleo tradicional; b) empleo en el tercer sector
(fundaciones, ONGs, etc.); c) empleo en los países menos desarrollados. Cuando
el inversor en capital social (empresa matriz), crea una nueva empresa u
organización (empresa filial), esta última puede ser de tipo tradicional,
rigiéndose, en consecuencia, por la actual normativa de sociedades (sociedad
anónima, sociedad limitada, cooperativa, fundación, etc.); o socio-capitalista,
debiendo entonces cumplir los dos requisitos expuestos más abajo, y precisando,
quizás, de una nueva regulación. Una empresa tradicional podrá crear empresas
tradicionales o empresas socio-capitalistas, mientras que estas últimas solo
podrán crear empresas socio-capitalistas. Este es, definitiva, el proceso de
transferencia del capital: 1) desde las corporaciones tradicionales a las
empresas socio-capitalistas; 2) por propagación de estas últimas.
Así pues, para que una empresa se pueda denominar empresa socio-capitalista
deberá cumplir con los dos requisitos siguientes: a) su capital físico deberá
pertenecer a la empresa que la ha creado (la empresa matriz), asegurando así que
los nuevos empleos generados se anotan en el haber social del inversor
(incremento del capital social o contra-huella); b) todos los ingresos generados
por la empresa filial pertenecen a dicha empresa filial, por lo que la empresa
matriz no incrementa su debe social (al no contabilizar los ingresos no aumenta
su huella social) y se asegura que son los trabajadores de la empresa filial los
que perciben los frutos de su espacio ambiental.
Al renunciar la empresa matriz a cualquier tipo de ingreso o beneficio, los
trabajadores de la empresa filial son propietarios, en la práctica, de los
frutos del capital, aunque la titularidad del mismo permanezca en manos de la
empresa matriz. Esta tutela se considera vital para garantizar el intercambio de
conocimientos entre países ricos y pobres y, con este, la mezcla de culturas y
la eficacia del sistema. Un buen inversor será aquel que además de capital
físico aporta conocimiento o capital humano a la empresa filial, y, además,
fomenta la propagación de las empresas filiales, aumentando con esta su capital
social (cuanto más se propaguen las empresas filiales creadas más capital social
acumulará la empresa matriz original). Teniendo en cuenta que el nuevo empleo
generado se puede contabilizar tanto en el haber de la empresa filial como de la
empresa matriz, se deberá poner especial atención de no incurrir en doble
contabilidad en el caso de considerar el empleo del conjunto de empresas. Además
de capital social, la empresa matriz también puede acceder a beneficios
económicos secundarios derivados del aumento de competitividad por la imagen o
prestigio, por la satisfacción de los empleados al contar con nuevos sistemas de
promoción, por las nuevas oportunidades de negocio al explorar mercados lejanos,
por el surgimiento de nuevas ideas, etc.
Cuando una empresa matriz crea una empresa socio-capitalista, la primera
invierte sin ánimo de lucro, mientras que la segunda posee ánimo de lucro,
precisando, posiblemente, de nueva regulación, aspecto este que deberá ser
analizado desde el punto de vista jurídico.
Resultados
Huella social global
Según los Recursos Mundiales, 2002 y 2004, en el que participan la ONU, el Banco
Mundial, el Instituto de Recursos Mundiales y la Fundación Biodiversidad, el
Producto Interior Bruto total de todo el mundo, en dólares constantes de 1995,
ascendió, en el año 2000, a 34,1 billones de dólares, mientras que la población
mundial fue de 6.055 millones de personas, de las cuales 3.815 millones se
encontraban en edad de trabajar (entre los 15 y los 65 años) (Rosen 2002, 2004).
La renta global resulta ser pues de 8.938 dólares/año, es decir, si ahora mismo
se repartiera el PIB mundial entre todas las personas en edad de trabajar, a
cada una le corresponderían 8.938 dólares por año.
La huella social bruta, o número de rentas globales (o empleos globales) que
debe sostener el mundo, es de 3.815 millones, mientras que la contrahuella
social, o número de empleos reales existentes, es de unos 2.000 millones, por lo
que la huella social neta en todo el mundo es de 1.815 millones de empleos. Es
decir, para llegar a una huella social cero, habría que emplear a 1.815 millones
de personas.
La huella social media por persona es de 0,91 rentas/cap/año, es decir, para
eliminar esa huella, cada persona ocupada debería emplear a 0,91 personas.
Es una huella neta de mínimos, pues de los 2.000 millones de empleos reales
considerados, muchos salarios son tan bajos que ni siquiera permiten cubrir las
necesidades básicas.
¿Se podría vivir con la actual renta global?: si la comparamos con el actual PIB
medio per cápita de un europeo (unos 15.000 dólares/año), vemos que este último
supera ligeramente la mitad de aquella. La renta global es menor aun que el PIB
medio per cápita de un estadounidense o un alemán (unos 32.000 dólares); y
todavía menos que el de un japonés (unos 45.000 dólares), lo que da pie a pensar
que dicha renta está muy lejos de satisfacer las actuales necesidades de un
trabajador occidental. Sin embargo, si la comparamos con los ingresos de los
países menos ricos, la cosa cambia: la renta global es mucho mayor que el PIB
medio per cápita de un sudamericano (4.200 dólares/año), e infinitamente mayor
que el de muchos países, como Sierra Leona, Guinea Bissau o Bután, el cual
apenas supera los 200 dólares/año.
Es más, si volvemos a los países ricos y comparamos la renta global con la renta
disponible ajustada neta por habitante de algunas regiones de la Unión Europea,
vemos que las diferencias disminuyen: según la Sociedad Asturiana de Estudios
Económicos e Industriales (SADEI) la renta de los municipios asturianos en 2002
osciló entre los 9.259 dólares/cap/año, de los concejos más ricos, y los 6.282
dólares/cap/año, de los concejos más pobres.
Esto quiere decir que, si por el principio de equidad, todo el mundo aceptase de
repente una renta igual a la renta global, instantáneamente se terminaría con la
pobreza en el mundo, y ello sin disminuir excesivamente el actual nivel de
bienestar de la media de los países más desarrollados. Es más, si por el hecho
de percibir esa renta global, la actual población mundial desocupada (1.815
millones de personas) se emplease, compensatoriamente, en cualquier actividad
productiva, el PIB mundial se incrementaría, también instantáneamente, y, con
este, la renta global y el bienestar medio mundial.
Por el contrario, la no aplicación del principio de equidad significa que la
población mundial va a seguir aumentando, mientras que la población desocupada
seguirá sin muchas alteraciones, con lo cual la renta global continuará
disminuyendo y haciendo cada vez más inalcanzable el objetivo del desarrollo
global.
Otra interesante reflexión es la que concierne a la relación entre la huella
ecológica y la huella social, como dos formas de considerar el mismo espacio
ambiental (por el principio de equidad). En el año 2001, cada persona del
planeta consumía una media de 2,2 hectáreas de terrenos productivos por año (su
huella ecológica), si bien la biocapacidad del planeta era tan solo de 1,8
hectáreas (Wackernagel et al., 2005). Es decir estábamos consumiendo 0,4 más
hectáreas de las que teníamos a nuestra disposición (podemos sobrepasar la
capacidad productiva del planeta ya que estamos usando combustibles fósiles
almacenados, los cuales emiten CO2, el cual precisa de bosques para su
absorción: si no hay masas forestales suficientes, ese exceso de CO2 se acumula
en la atmósfera, lo cual constituye la base del cambio climático).
Si dividimos el PIB mundial entre el número total de personas nos da una media
de 5.632 dólares/persona/año, y si asumiéramos que ese PIB proviene de los
ecosistemas productivos (dejando a un lado minas a cielo abierto, etc.), cada
habitante del planeta tendría derecho a las 2,2 hectáreas que actualmente
estamos consumiendo, así como a los 5.632 dólares que estas producen.
Extrapolando, toda persona en edad de trabajar tendrá derecho a 8.938
dólares/año (la renta global), o, lo que sería igual, a lo que producen 3,5
hectáreas de terrenos bioproductivos.
Huella social nacional
En la tabla II se puede apreciar la huella social de diferentes países o
comunidades, apreciando que la huella social es tanto mayor cuanto más rico es
el país en cuestión. Asignando a cada persona activa una renta global, tan solo
los ingresos de los Estados Unidos podrían dar empleo a más de 1000 millones de
personas (9.008.507 / 8.938), mientras que los ingresos de Guinea Bissau solo
podrían crear unos 30.000 empleos.
Para calcular la huella social neta, hemos utilizado como población ocupada a
toda la población activa, ya que existe gran disparidad de datos en cuanto a la
población ocupada de los distintos países. Hay que tener en cuenta, por tanto,
que la huella social es mucho mayor que la que ofrecemos aquí, ya que la
población ocupada siempre es menor que la población activa.
Estados Unidos debe un mínimo de 824 millones de empleos (1008 millones de
personas que podría emplear, menos 184 millones de empleados reales); Japón debe
593 millones de empleos; Alemania, 244 millones; España, cerca de 52 millones,
etc. Por contra, a Sierra Leona, el resto del mundo le debe unos 2,5 millones de
empleos; a Perú unos 9 millones de empleos; y a África subsahariana, unos 300
millones de empleos.
Tabla II. Huella social por países (año 2000)
PIB
(millones de dólares) Población total
(millones de personas) Población activa
(15-65 años)
(millones de personas) Huella social
bruta
(millones de empleos globales) Población ocupada
(Contra-huella)
(millones de empleos reales) (1) Huella social neta (balance)
(millones de empleos que "debe")
Europa 11.139.956 728,4 495,3 1.246,4 495,3 751,1
América N. 9.701.656 309,5 207,4 1.085,4 207,4 878,0
América S. 1.457.476 345,8 221,3 163,1 221,3 -58,2
África sub-sahariana
362.493
640,7
339,6
40,6
339,6
-299,0
EE.UU 9.008.507 278,4 183,7 1.007,9 183,7 824,2
Japón 5.687.635 126,7 43,1 636,3 43,1 593,2
Alemania 2.680.002 82,2 55,9 299,8 55,9 243,9
España 702.395 39,6 26,9 78,6 26,9 51,7
Perú 60.774 25,7 15,9 6,8 15,9 -9,1
Moldavia 2.722 4,4 2,9 0,3 2,9 -2,6
Sierra Leona 741 4,9 2,6 0,08 2,6 -2,5
Guyana 716 0,9 0,6 0,08 0,6 -0,5
Bután 428 2,1 1,1 0,05 1,1 -1,1
Islas Salomón 287 0,4 0,2 0,03 0,2 -0,2
Guinea Biss. 251 1,2 0,6 0,03 0,6 -0,6
Mundo 34.109.900 6.055 3.815 3.815 2.000 1.815
Fuente: Elaboración propia a partir de datos de los Recursos Mundiales 2002 y
2004
(1) Dada la disparidad de datos que hemos encontrado sobre población ocupada,
consideramos que el 100% de la población
activa está ocupada, lo que, en realidad, nunca se cumple; por tanto, la huella
social será mayor aun de lo que aquí se
muestra.
Huella social per cápita
La huella social media por persona asciende a 4,5 empleos/cap/año en el caso de
EEUU o Alemania; a 1,5 empleos/cap/año, en el caso del europeo medio; o a 2 -
2,5 empleos/cap/año, en el caso de los países europeos más avanzados (1,9
empleos/cap/año, en el caso de España). Por contra la huella social de un
sudamericano es de -0,26 empleos/cap/año, lo cual quiere decir que con sus
ingresos brutos ni siquiera llega a cubrir la renta global. La huella social de
un guineano es de prácticamente menos uno, es decir que casi toda la población
está en paro o bien el salario medio de la población ocupada es insignificante.
Para calcular la huella social individualizada cualquiera puede dividir sus
ingresos brutos anuales (convertidos a dólares) entre la renta global (8.938
dólares). Una persona que ingrese al año 10 millones de dólares, por ejemplo
(como sabemos, nuestro actual sistema económico permite eso y mucho más), tendrá
una huella social de casi 1120 empleos/cap/año, es decir, con los ingresos de
una sola persona podrían vivir, más o menos dignamente, unas 1120 personas en
edad de trabajar, con sus correspondientes familias.
No se puede limitar la libertad individual de acaparar bienes, pero vemos un
ejemplo palpable de cómo el simple nombre del indicador y el significado del
número que expresa, podría ser capaz de provocar rechazo social espontáneo y,
con éste, establecimiento voluntario de límites.
Huella social corporativa
Teniendo en cuenta que, a nuestro entender, es en el seno de la empresa donde la
aplicación de la huella social puede tener su mayor interés (por la
competitividad que el aspecto social del desarrollo sostenible puede llegar a
alcanzar y por las nuevas tendencias a la responsabilidad social corporativa),
hemos calculado la huella social de la Autoridad Portuaria de Gijón (Tabla III),
donde, como ya hemos dicho, también calculamos, recientemente, la huella
ecológica corporativa correspondiente al año 2004.
La huella social corporativa debe calcularse dividiendo los ingresos anuales de
la empresa u organización considerada (en este caso la APG), por la renta
global. Como ingresos anuales podríamos considerar varias modalidades: a) los
recursos procedentes de las operaciones (capacidad para financiar inversiones
con recursos propios o cash flow) (beneficios del ejercicio, más amortizaciones,
más provisiones: 23.060.000 euros); b) el total de recursos generados (cash flow,
más otras subvenciones de capital, más ingresos por inmovilizado financiero:
27.489.468 euros); c) el cash flow más los salarios (23.060.000 + 4.656.315=
27.716.315 euros); d) el importe neto de la cifra de negocio (venta de servicios
portuarios, tarifas y tasas : 35.948.895 euros); e) el importe bruto (importe
neto, más otros ingresos de explotación, más ingresos financieros, más ingresos
extras, más fondo de compensación interportuario : 37.599.117 euros); y f) los
ingresos totales (importe bruto, más otras subvenciones de capital, más ingresos
por inmovilizado financiero : 41.626.741 euros) (Anónimo, 2005).
Una de las formas de calcular el PIB nacional es mediante la renta de los
factores (capital más trabajo) de las diferentes empresas, o lo que es lo mismo:
remuneración de los asalariados, más el excedente neto de explotación
(beneficios), más el consumo de capital fijo (amortizaciones), más los impuestos
a la producción y a la importación, menos las subvenciones a la producción.
Entre las 6 modalidades descritas más arriba, la más próxima al "PIB
corporativo" sería la que se refiere al cash flow (beneficios, más
amortizaciones, más provisiones), más los salarios, que es la modalidad que
inicialmente recomendamos para calcular la huella social de cualquier
organización.
Por otro lado, a la hora de hablar del empleo real generado, podríamos pensar en
utilizar el empleo dependiente de la actividad corporativa, es decir el empleo
indirecto y el inducido, pero ello no es posible porque esos empleos (ese
capital) pertenecen a otras organizaciones. Así, por ejemplo, el puerto de Gijón
en su conjunto (la industria portuaria más la industria dependiente), la cual
aporta el 10% del PIB regional, poseía en el año 2000, 4.612 empleos directos,
12.399 empleos indirectos y 3.540 empleos inducidos (Aza et al., 2003). Si
utilizáramos ese número de empleos en su totalidad, habría que sumar el total de
los ingresos de todas las empresas propietarias de los mismos, con lo que el
resultado final sería el mismo que si se utilizan los ingresos de cada empresa
por separado con sus respectivos empleos (además, la cadena sería infinita pues
todos los eslabones generan, a su vez, empleo indirecto e inducido). Ni siquiera
nos interesa utilizar, en este caso, los empleos directos de la industria
portuaria en su conjunto ya que ésta, además de la Autoridad Portuaria, está
integrada por muchas otras entidades, entre las que se cuentan la Aduana,
agentes de Aduanas, consignatarios, estibadores, sociedades, prácticos,
amarradores, remolcadores, provisionistas, certificadores, operadores, etc., de
todos los cuales habría que conocer su nivel de ingresos. Para conocer la huella
social de la APG tan solo basta con conocer su número de empleados, el cual
ascendió, en 2004, a 177. Ese es su capital social o contrahuella, el cual habrá
que restar de la huella social bruta, para obtener la huella social neta.
Tabla III. Huella social de la Autoridad Portuaria de Gijón (año 2004)
Tipo
de ingreso
considerado Importe
(€) Importe
($)
(1) Huella social bruta
(nº empleos globales) (2) Contra-huella social
(nº empleos reales) Huella social
neta
(nº empleos que debe)
Cash flow 23.060.000 17.081.481 1.911 177 1.734
Recursos generados 27.489.468 20.362.569 2.278 177 2.101
Cash flow + salarios 27.716.315 20.530.604 2.297 177 2.120
Importe neto 35.948.895 26.628.811 2.979 177 2.802
Importe bruto 37.599.117 27.851.198 3.116 177 2.939
Ingresos totales 41.626.741 30.834.623 3.450 177 3.273
Fuente: elaboración propia
(1) Valor medio del dólar en diciembre de 2004; 1 $ = 1,35 €
(2) Dividimos el importe en dólares por la renta global (asumimos la del año
2000 : 8.938 $)
Como vemos, la huella social bruta en ningún caso desciende de 1.911 empleos,
cualquiera que sea la modalidad de ingresos considerada. Si, como hemos estimado
en el apartado sobre la huella social global, cada empleo global equivale
aproximadamente a lo que producen 3,5 hectáreas de naturaleza, esa huella social
de 1.911 empleos equivaldría a una huella ecológica de 6.689 hectáreas, es decir
aproximadamente la huella ecológica bruta que hemos calculado para el año 2004
(6.483 hectáreas) (Doménech, en prensa).
Sin embargo, si aceptamos como más adecuada la modalidad que hemos llamado "PIB
corporativo" (cash flow más salarios), la huella social bruta sería de 2.297
empleos y la huella social neta, de 2.120 empleos. Es decir, la APG "debería" a
la sociedad global, 2.120 empleos globales. Esa huella social equivaldría a una
huella ecológica de 8.040 hectáreas, es decir unas 1.500 hectáreas más de las
que hemos calculado, lo que podría estar indicando que hemos subestimado el
impacto ambiental (hecho ya asumido en la propia metodología de huella
ecológica) y que la huella ecológica de la APG es realmente mayor de la
calculada (lo cual resulta indicativo para futuros cálculos).
Como se aprecia en el desglose del destino de los recursos económicos de la APG
(Tabla IV), referido a dos de las modalidades de ingresos descritas más arriba
(el total de recursos generados, y los ingresos totales), la mayor parte de la
huella social se produce debido a las inversiones en capital fijo, el cual se
lleva el 88 % del total de recursos, con la primera modalidad, y el 58 %, con la
segunda (con una huella social bruta de 2.278 empleos globales, el primero, y
3.450, el segundo).
Tabla IV. Asignación de recursos, según el tipo de ingresos considerado
Aplicación de los
recursos generados Destino de los
ingresos totales
Importe (€) % Importe (€) %
Sueldos y salarios - 4.656.315 11,2
Otros gastos de personal 1.898.872 4,6
Gastos de formación - - 47.822 0,1
Reparación y conservación - - 1.183.006 2,8
Contratas externas - - 640.456 1,5
Consumos y suministros - - 1.653.216 4,0
Otros servicios externos. - - 1.976.344 4,7
Tributos - - 317.429 0,8
Otros gastos corrientes - - 482.421 1,2
Otros - - 330.954 0,8
Gastos financieros - - 111.045 0,3
Gastos extraordinarios - - 363.393 0,9
Fondo interportuario - - 476.000 1,1
Impuesto Sociedades - - 0 0,0
Total gastos - - 14.137.273 34,0
Inmovilizado 24.124.862 87,8 24.124.862 58,0
Fondo compensación aportado 476.000 1,7 476.000 1,1
Provisión riesgos y gastos 105.052 0,4 105.052 0,3
Otros 1.145 0,0 1.145 0,0
Variación capital circulante 2.782.409 10,1 2.782.409 6,7
Total capital 27.489.468 100 27.489.468 66,0
Total general 27.489.468 100 41.626.741 100
Fuente: elaboración propia
Por contra, la inversión es mínima en número de empleos (177 empleos reales,
frente a los 2.297 empleos globales que debería tener considerando el cash flow
más los salarios); es insignificante en "conocimiento" (0,1 % en formación); y
es nulo en capital natural. Tras años de crecimiento insostenible, es la tónica
general de prácticamente todas las empresas del mundo.
Es decir, la gran huella social (y ecológica) de las empresas productivas de los
países ricos se debe, sobre todo, a la inversión continua, y a veces desmedida,
en más y más bienes. A este respecto, resulta muy ilustrativa la Tabla V, la
cual nos muestra que, alcanzado un cierto nivel de consumo de recursos, por más
que éste aumente (por más que se invierta en capital, y en bienes o servicios),
no se consigue mejorar el desarrollo y el bienestar. Se observa que cuando el
consumo (expresado en términos de huella ecológica) se sitúa entre 3 y 4
hectáreas de "naturaleza" por persona y año, el bienestar apenas aumenta, aunque
el consumo se duplique. Parece absurdo, por tanto, continuar consumiendo y
agotando recursos, cuando ello no nos proporciona mayor beneficio de tipo
material. Si consideramos que el desarrollo sostenible sólo se consigue a partir
de un Índice de Desarrollo Humano (IDH) superior a 0,8 y a partir de una huella
ecológica inferior a 2 ha/cap/año, se observa que no existe en la actualidad
ningún país sostenible, por lo que, con un sistema absurdamente consumista, como
el nuestro, lo único que conseguimos es exprimir el planeta y, con él, a todos
sus habitantes.
Tabla V. Relación entre el consumo y el bienestar (datos del año 2001).
Alcanzado un cierto nivel de consumo(entre 3 y 4 ha/cap/año), el bienestar no
aumenta y nos alejamos cada vez más del desarrollo sostenible
País Índice de Desarrollo Humano
(IDH) Nº de hectáreas de ecosistemas que consume cada persona en un año
(huella ecológica)
EEUU 0,94 9,5
Suecia 0,94 7,0
Finlandia 0,93 7,0
Dinamarca 0,93 6,4
Irlanda 0,93 6,2
Francia 0,93 5,8
U.K. 0,93 5,4
Bélgica/Luxemburgo 0,94 4,9
Alemania/España 0,92 4,8
Holanda 0,94 4,7
Austria 0,93 4,6
Japón 0,93 4,3
Italia 0,92 3,8
Eslovenia 0,88 3,8
Polonia/Hungría/Eslov. 0,84 3,6
Croacia 0,82 2,9
Líbano 0,75 2,3
Brasil 0,78 2,2
Albania 0,74 1,5
China 0,72 1,5
Cuba 0,81 1,4
Nigeria 0,46 1,2
Marruecos 0,61 0,9
India 0,59 0,8
Etiopía 0,36 0,7
Fuente: Wackernagel et al., 2005
La conclusión es clara: si los países ricos se encuentran ya en un nivel máximo
de bienestar material, parece llegado el momento de aspirar a otros beneficios
de tipo social, cultural, emocional o mental.
Discusión
"Tres sectores" para un único desarrollo global
Hace 35 años, la Asamblea General de la ONU fijó la meta de que los países del
norte asignen el 0,7% de su PIB a la asistencia oficial al desarrollo. Hoy sólo
cinco países han cumplido ese objetivo (Dinamarca, Holanda, Luxemburgo, Noruega
y Suecia) y otros seis, junto con la Unión Europea en su conjunto, se han
propuesto, recientemente, alcanzarlo antes de 2015: Bélgica, España, Finlandia,
Francia, Gran Bretaña e Irlanda. Unido a la escasa confianza depositada en los
objetivos del milenio, se observa pues, que, al menos hasta ahora, el desarrollo
social global no ha sido una prioridad.
El gran retraso acumulado se manifiesta a todos los niveles, el institucional,
que no ha logrado ni la decisión, ni la organización, ni la eficacia adecuada;
el macro-económico que resulta tildado de "perverso" por los mismos autores del
informe 2005 del PNUD (entre otros, porque los países más pobres son los que
pagan los aranceles más altos en los países ricos); el micro-económico o
empresarial, que apenas ha abordado la cuestión; y el civil, pues, aunque el
número de ONGs para el desarrollo va aumentando (Doménech, 1996; Drucker, 1993;
Rosen et al., 2004), ni la idea del voluntariado ha calado lo suficientemente
hondo en la sociedad, ni su organización ha dado todo lo que puede llegar a dar
(organización global sin protagonismos, inventario mundial de recursos y
proyectos, sinergias -sin duplicación- de esfuerzos, etc.). Con estos
precedentes no parece muy probable que el cumplimiento de los "Objetivos de
Desarrollo del Milenio" se alcancen ni siquiera para el año 2045, fecha muy
próxima al "fin de la historia" (el año 2050) preconizado en el citado y
"apocalíptico" informe del Club de Roma de 1972.
Como ya dijimos, en este artículo se propone la introducción decidida del sector
productivo-empresarial en el proceso de desarrollo global, tanto como acelerador
y catalizador del mismo, como integrador de los otros dos sectores (los
Gobiernos y el sector civil). Proponemos actuar en el marco de la
Responsabilidad Social Corporativa, donde tanto las Administraciones (con
medidas de promoción) como la sociedad (demandando empresas y productos
responsables) pueden actuar sinérgicamente para acelerar más el proceso. De
hecho, un alto porcentaje de consumidores ya estaría dispuesto a efectuar sus
compras en empresas que consideren sostenibles y responsables, por lo que lejos
de suponer un coste, la inversión en capital social va a suponer una importante
inversión y fuente de competitividad. Como ejemplo de lo dicho basta decir que
el número de ONGs por millón de habitantes ha pasado en España de 86 a 134 desde
1990 a 2000, y, en algunos países, como Islandia, de 4.161 a 5.819 (el país con
más ONGs del mundo) (Rosen et al., 2004).
Pero, cualquier propuesta de desarrollo (sea económico, o ambiental o social)
debe contar con indicadores adecuados capaces de medir el grado de progreso.
Aquí hemos propuesto la huella social basada en el empleo, como indicador capaz
de medir el capital social de una entidad (empresa, institución, región o
nación) medido en el número de empleos globales que podría satisfacer con los
recursos generados.
Capital social y creación de empleo global
La noción de capital social apareció en 1916, refiriéndose a ciertas virtudes
sociales como la comunicación, el compañerismo, la convivencia, etc.
Posteriormente el concepto ha sido utilizado en diversos aspectos del desarrollo
social, como la vida urbana y las buenas relaciones (Jacobs, 1961), la teoría
social (Bourdieu, 1983), el aspecto social de la educación (Coleman, 1988), el
mantenimiento de la organización y el desarrollo (Banco Mundial, 1999), etc.
Finalmente, se ha impuesto en algunos países la utilización del concepto de
capital social para referirse a las relaciones o conexiones entre los diversos
elementos que conforman el tejido social, personas, redes de personas u
organizaciones y las normas de reciprocidad y confianza que derivan de ellas
(Putnam, 1993). Son muchos los beneficios para la sociedad (incluido el
económico) derivados del incremento de este tipo de capital (Evans, 1996;
Woolcock, 1998; Woolcock et al., 2000; Van Bastalaer, 1999).
No se propone aquí cambiar el concepto de capital social establecido en los
últimos años, sino ampliarlo (con el concepto de huella social) y potenciarlo
(con la incorporación del sector productivo). En la metodología propuesta en
este artículo, el capital social equivale a empleo global, el cual se puede
obtener al menos a dos escalas: a) en el entorno económico tradicional (empleo
horizontal), sea en el sector productivo, sea en el tercer sector (Fundaciones,
etc.), con todas sus nuevas posibilidades de socio-innovación y de
socio-eficiencia; b) la creación de empleo vertical a través de la inversión en
empresas socio-capitalistas (cuya razón de ser es la tutela por parte de la
empresa matriz, y la propagación de las empresas filiales), preferentemente en
países pobres o en vías de desarrollo. En este sentido, tanto la creación de
empleo global a nivel horizontal como a nivel vertical, suponen la creación de
nuevas entidades, implican la cooperación (entre ellas y con otras similares), y
aumentan el número de conexiones a las que se refiere el clásico concepto de
capital social.
Expresar el capital social que posee una entidad u organización en número de
empleos, mejor que en número de conexiones a secas, enriquece el concepto, ya
que, con el segundo ni se concreta bien lo que es una relación válida (como ser
socio de una ONG o aportar 100 euros anuales a una institución de caridad o
firmar un convenio para "cualquier cosa"), ni todas las relaciones aportan
desarrollo social (como en el caso de los clientes, proveedores o empresas
participadas, que más bien aportan relaciones económicas clásicas). En nuestra
opinión, toda nueva "conexión real" o válida debería ser realmente "social" y
fácilmente medible a través del número de empleos que supone dicha conexión.
Así, por ejemplo, si una entidad desea establecer una nueva conexión con una ONG
o Fundación, más allá de una mera carta de intenciones, deberá financiar empleo
directo en la misma (salario de cooperantes) o indirecto (en proyectos
promovidos por dicha ONG), al igual que, promover una empresa filial supone,
obligatoriamente, la creación de empleo en la misma. Del mismo modo, creemos que
no tiene nada que ver una "conexión" en la que hemos aportado o promovido un
empleo, que otra en la que hemos promovido 100 empleos, por lo que hablar de
número de conexiones no tiene tanto sentido como hablar de número de empleos
totales creados.
En cualquier caso, siempre se puede expresar el capital social con ambos
parámetros: el capital social actual de la Autoridad Portuaria de Gijón, por
ejemplo, sería de 177 empleos con 0 conexiones sociales, pues no posee empresas
filiales socio-capitalistas ni participaciones laborales en ningún otro tipo de
organización no lucrativa.
Para reducir huella social se considera muy eficiente la creación de empleo en
países en vías de desarrollo, ya que un empleo local (con salarios muy por
encima de la renta global) puede equivaler a varios puestos de trabajo en estos
países. Se recomienda especialmente la financiación de proyectos de desarrollo
que permitan reducir tanto la huella social como la huella ecológica, lo cual
puede ser sumamente eficaz a través de los Mecanismos de Desarrollo Limpio (MDL)
del Protocolo de Kyoto (artículo 12). Por medio de mecanismos de este tipo, se
puede invertir, por ejemplo, en conservación y explotación sostenible de
bosques, en cultivos energéticos, o en reservas pesqueras, aportándonos
simultáneamente beneficios ambientales (número de hectáreas productivas en
nuestro haber ambiental), beneficios sociales (número de empleos creados entre
las comunidades nativas) y beneficios económicos (nuevas ideas y nuevas
oportunidades de negocio derivados del conocimiento de nuevos territorios).
La huella social como mecanismo de desarrollo global
Por otro lado y como ya hemos dicho, la huella social no pretende ser solo un
mero indicador del progreso social, sino que permite también la adopción de
medidas correctoras globales inmediatas (caso, por ejemplo, de ser bien acogido
y promovido por las ONGs para el desarrollo).
La implantación en cualquier empresa o entidad de un adecuado plan de desarrollo
social, basado en la huella social, supondría la inversión de un porcentaje
anual de sus ingresos en capital social. En el caso de la APG, suponiendo un
desembolso anual de partida del 0,7 % (cifra emblemática solicitada
tradicionalmente por el tercer sector) de lo que hemos llamado "PIB corporativo"
(cash flow más salarios), el desembolso anual ascendería a 194.014 euros/año.
Suponiendo que, en condiciones óptimas, esa cantidad permitiese crear unos 15
empleos por año en los PVD, en proyectos de producción primaria (forestal,
agropecuaria, pesca, acuicultura) o secundaria básica (agroalimentación,
procesado, etc.), harían falta 141 años para eliminar la actual huella social
neta (2.120 empleos), y eso suponiendo ingresos constantes, es decir que la
huella social bruta no crece. Parece un plazo excesivo, pero, sin embargo, si
duplicamos la aportación del 0,7 % al 1,4 %, ese plazo quedaría reducido a 70
años, y si se triplica al 2,1 % (582.000 euros/año), el objetivo se situaría en
47 años (ese 2,1 % no parece excesivo, cuando, actualmente, la legislación ya
obliga a la aportación del 1% de las inversiones para actividades culturales).
Si, además, consideramos que el efecto propagador de las empresas filiales
creadas puede comenzar a dar resultados a partir de unos años de funcionamiento
(recordemos que estas permanecen tuteladas por la empresa matriz), aquella cifra
podría reducirse mucho más. Y mucho más aun si, además, consideramos los apoyos
que puedan surgir en forma de ayudas y subvenciones, debido a un decidido apoyo
institucional a la responsabilidad social corporativa "global", y en forma de
ayudas sinérgicas procedentes del tercer sector (como expertos en cooperación al
desarrollo).
Hacia un nuevo sistema socio-capitalista
Por último, teniendo en cuenta las acuciantes necesidades globales de empleo,
formación, estabilidad, control de la inmigración, etc., parece evidente que
urge una sustitución de valores y de conceptos, con anchas miras, comenzando por
la misma idea de capital, el cual debe abarcar no solo lo económico, sino
también lo ecológico y lo social. Bajo este punto de vista y del inevitable
incremento gradual de la población, probablemente, sea más eficiente y
sostenible una economía socio-capitalista, del tipo expuesto, que una economía
estrictamente basada en el dinero, aspecto este que deberán analizar y demostrar
economistas y sociólogos, y hacia el que ya apuntan algunos indicios (Mehmet et
al., 2002). En contra de la teoría neoclásica, centrada en la acumulación de
equipos y maquinaria, lo que implica, con sus rendimientos decrecientes, que la
inversión no es capaz de mantener el crecimiento en el largo plazo, las teorías
de crecimiento endógeno suponen rendimientos constantes, por lo que una mayor
razón capital-trabajo sería compensada con un mayor producto per cápita. En el
"modelo de Romer", por ejemplo, el capital humano se incluye como una nueva
forma de acumulación de capital, lo que afecta al desarrollo tecnológico a largo
plazo (Lozano, 2006).
No se descarta que incluso fuera más eficaz, aun, la convivencia armónica de
ambos sistemas (capitalista y socio-capitalista), al menos durante un largo
período de tiempo, habida cuenta de la mencionada necesidad de tutela. En el
momento ambientalista que actualmente vivimos, animamos a discutir sobre la
necesidad de volver a las antiguas concepciones fisiocráticas, revalorizadas y
ampliadas con las modernas concepciones ambientalistas. Son tiempos, quizás, de
nuevas y fructíferas convulsiones, y de hacer evolucionar a la ciencia económica
hacia una auténtica economía ecológica, la cual, ante la necesidad de integrar
lo social, de lugar a esa obligada neo-fisiocracia que los expertos deberían
reformular.
Conclusiones
Como no hay mejor conclusión que la exposición de propuestas claras y concretas,
resumimos todo lo dicho en la propuesta de creación de una agencia estatal o
Fundación para el Desarrollo Global, basada en la aportación clave del sector
privado, en la creación de empleo global y en la huella social; compuesta por
representantes de los tres sectores; y con la misión de alcanzar los siguientes
objetivos:
Crear una red global para el desarrollo. Consistiría en la creación de una red
en la que se puedan integrar tanto las agencias y entidades supra-estatales
(fundaciones gubernamentales o internacionales), como las sub-estatales
(regiones, municipios, corporaciones, asociaciones, etc.), interesadas en los 4
objetivos aquí propuestos. Favorecer el desarrollo del Consorcio Mundial para el
Desarrollo propuesto en la meta 8 de la Cumbre del Milenio. Promover el cálculo
de la huella social de los países desarrollados, con el fin de conocer el
alcance y distribución de las acciones a emprender.
Crear una base de datos para la coordinación y la formación. Desarrollo de una
base de datos de recursos para la cooperación al desarrollo, donde se incluirían
todas las agencias o entidades, "profesionales para el desarrollo", y proyectos
de cooperación, con seguimiento on-line, vía internet. Planificación de la
formación permanente para toda la población activa mundial, vía TCI (tecnologías
de las comunicaciones y la información). Según el Informe de la Oficina
Internacional del Trabajo (OIT) sobre el empleo en el mundo, 2001 (Life al Work
in the Information Economy) tal objetivo es perfectamente posible "si se ponen
en marcha las políticas e instituciones adecuadas, permitiendo a los países
pobres "saltarse" algunas de etapas del desarrollo económico tradicional,
mediante la inversión en recursos humanos".
Elaborar planes territoriales para el desarrollo. Planificación y desarrollo de
proyectos territoriales de cooperación, en países desfavorecidos, a gran escala
y a largo plazo. Todo proyecto de desarrollo subvencionado y toda financiación
institucional debería estar incluido dentro de una planificación territorial, en
la cual participarían equipos de gestión interdisciplinares permanentes,
procedentes de los tres sectores. Desarrollo continuo hasta lograr el desarrollo
total de la comarca considerada. En España, parece conveniente y adecuado
elaborar planes territoriales en países latinoamericanos, con los que nos unen
evidentes lazos culturales, y en países africanos que supongan fuente de
inmigración (mejor desarrollar que reprimir). Elaborar y promover un proyecto
piloto que sirva como modelo demostrativo de como acometer una cooperación y un
desarrollo de nueva generación.
Subvencionar a la empresa para que invierta en capital social. Supondría la
creación de líneas financieras que faciliten la incorporación de la empresa o
sector productivo al desarrollo social global sostenible, y concretamente a la
cooperación al desarrollo. Como se dijo en el punto anterior, toda ayuda al
desarrollo debería canalizarse a través de los tres sectores actuando en
conjunto. El sector privado, con amplios recursos económicos y humanos, con
iniciativa, y con amplia capacidad emprendedora, debe hacer de nexo de unión
entre el sector público (las instituciones, aportando fondos públicos) y el
sector civil (el tercer sector o voluntariado, aportando experiencia en
desarrollo). Las tres acciones que más se deben promover desde las corporaciones
serían las siguientes:
Implantar la huella social basada en el empleo, como indicador de
sostenibilidad y como herramienta básica para la planificación del desarrollo
social en base a todos los puntos descritos en este trabajo. Se crea el sitio
http://www.huellaecologica.com, desde donde toda organización que lo desee podrá
descargar una hoja Excel para el cálculo de su huella ecológica y su huella
social.
Incluir la cooperación al desarrollo entre los objetivos de la
"Responsabilidad Social Corporativa". Promoción de la inversión de empresas y
organizaciones en capital social (creación de empleo global) a través de la
Responsabilidad Social Corporativa, a tres niveles:
a) En su dimensión corporativa (creación de empleo en la propia empresa); en
este sentido cabe decir que las actuales políticas de privatizaciones y
subcontrataciones podrían pagarse caras en el futuro, no solo por la pérdida de
capital social (empleos) que supone, sino también por la pérdida de uno de los
principales activos que poseen las corporaciones: el conocimiento o "saber"
inherente al capital humano, en el que Peter Drucker (1993) sitúa la clave de la
sociedad post-capitalista.
b) En su dimensión local (empleo regional o nacional); uno de los principales
yacimientos de empleo es la creación o participación en Fundaciones,
organizaciones no gubernamentales o empresas de inserción (tercer sector); toda
empresa debería poseer, o participar en, una Fundación con fines sociales, lo
cual debería ser promovido desde el Estado.
c) En su dimensión global (empleo en los países pobres o en PVD); es la que más
capital social puede aportar a la organización ya que, por un lado, los salarios
están en relación con el nivel económico del país considerado; por otro, es la
población más necesitada; y, por último, son los países con los que hemos
contraído mayor responsabilidad.
Fomentar los Mecanismos de Desarrollo Limpio (MDL) con fines de sostenibilidad
integral. No se puede desaprovechar la gran oportunidad que suponen los MDL del
Protocolo de Kioto para la promoción de proyectos en países desfavorecidos. Este
tipo de proyectos van a resultar inestimables para quienes sepan ver, con la
suficiente antelación, los amplios beneficios que van a otorgar, tanto de tipo
ambiental, como económico y social.
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