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Resumen: La presencia de la historia en el pensamiento de Adam
Smith ha servido para leerlo como un filósofo conservador que usa la historia
para desvelar el plan de Dios que, sin las intervenciones de los seres humanos,
conducirá al hombre a la riqueza y a la libertad. Este artículo argumenta que
los fenómenos sociales no están determinados por leyes fijas de la historia. El
proceso histórico ni es por completo previsible ni depende del resultado
intencional de las acciones de los sujetos que son, finalmente, sus
protagonistas.
Palabras clave: Historia, Adam Smith, liberalismo.
Abstract: The presence of the history in Adam's Smith thought has served to read
it as a conservative philosopher who uses the history to reveal the God's plan
which, without the interventions of the human beings, will lead the man to the
wealth and to the freedom. This article argues that the social phenomena are not
determined by fixed laws of the history. The historical process neither is
completely predictable nor depends on the intentional result of the actions of
the subjects that are, finally, its protagonists.
Key words: History, Adam Smith, liberalism.
1. LOS USOS DEL CONOCIMIENTO HISTÓRICO.
La presencia de la historia en el pensamiento de Adam Smith ha servido para
leerlo como un filósofo conservador que usa la historia para desvelar el plan de
Dios que, sin las intervenciones obstaculizadoras y artificiosas de los seres
humanos, conducirá al hombre a la riqueza y a la libertad. Paradigma de esa
interpretación es El pensamiento político y jurídico de Adam Smith , donde
afirma su autora: «La liberación de la Filosofía respecto de la revelación,
impulsó a los miembros de la Ilustración escocesa a emprender un análisis del
hombre y la sociedad basado en el convencimiento de la existencia de leyes
naturales, que rigen el mundo de los fenómenos sociales, y que son susceptibles
de ser descubiertas por el investigador social. La búsqueda de esas reglas
universales condujo a una interpretación de la sociedad que compartieron, en
cierta medida, todos los filósofos de la Escuela.» Tales leyes entrarían dentro
de una concepción de la historia como progreso de la humanidad que se
desenvolvería a partir de etapas o estadios, los cuales serían un antecedente de
las concepciones comtianas del cambio histórico. Se impone una concepción
providencialista de la historia que, bajo la influencia de la física estoica,
buscaría como un objetivo central conocer los «designios divinos plasmados en
las leyes naturales.» Adaptarse al plan de Dios es situarse en el camino del
progreso. La intervención artificial y arbitraria del hombre conduce,
inexorablemente al desorden.
Smith quedaría así situado en uno de los dos modos de concebir a la naturaleza
que operaban en los s. XVII y XVIII: el de la economía natural, o sea, del
balance armonioso de la naturaleza, que se oponía al otro posible modelo, el de
la naturaleza caída . Ambos tienen una historia que se remonta a la Antigüedad,
si bien la concepción de que la naturaleza era un sistema equilibrado consiguió
ganar la batalla en el siglo XVIII. Como era de esperar, las dos concepciones
podían encontrar apoyo en las Escrituras en su búsqueda de fundamentar modelos
radicalmente opuestos del mundo natural. De acuerdo con la idea de natura lapsa,
se entiende que una naturaleza concebida como caída no puede ser bella, ni útil,
ni estable. Para algunos, como en la visión optimista de Bacon, sólo la
intervención del hombre puede frenar la decadencia inevitable del mundo o,
incluso, invertir su orden. Para otros, tal cosa será imposible.
El modelo competidor de la economía natural se adaptaba perfectamente a la
imagen de un Dios bueno y perfecto, cualidades ambas que debían reflejarse en su
obra, como expresión de su poder. Sin embargo, la concepción del orden natural
iba más allá de la teología y era compatible con el más férreo de los
mecanicismos, pues la capacidad reproductora de la naturaleza se adecuaba bien a
la concepción del trabajo como el medio adecuado de transformación de la
naturaleza para que ésta diese sus frutos.
Sin embargo, el terrible terremoto de Lisboa de 1755 puso en duda la idea de que
el orden natural fuese necesariamente armonioso y arrojó de nuevo el problema
del mal sobre la arena de la discusión filosófica. No es nuestra tarea
adentrarnos aquí en ese debate. Lo que quiero dejar claro es que la discusión
sobre el carácter del orden natural era un problema importante en el s. XVIII y
Adam Smith no podía ser ajeno en absoluto a la polémica, entre otras razones
porque Hume había dedicado uno de sus libros, Diálogos sobre la religión
natural, en parte a tal cuestión . Recordemos que los Diálogos fueron compuestos
hacia 1751, pero no fueron publicados hasta poco después de su muerte. No hay
duda de que Adam Smith los había leído, pues fue quien, en cláusula
testamentaria, recibió el encargo expreso de su publicación .
Luego no todos los ilustrados, y menos los escoceses, compartieron la idea de un
progreso generalizado y necesario, de un orden del mundo que sólo hay que
conocer y adaptarse a sus demandas. Una cosa era aceptar, como en general lo
hicieron los pensadores ilustrados, que se había producido un progreso en
ciertos ámbitos de la vida humana desde los tiempos antiguos hasta sus días
–algo que desde luego no puede ser negado–; y otra cosa muy diferente afirmar
que ese progreso fuese indefinido, necesario o eterno. No creo que pueda
afirmarse, como hace Alcón Yustas: «La consecuencia básica de estas ideas acerca
de un Orden previo, consiste en que todo lo que sea conforme a las leyes
naturales está llamado al éxito, mientras que lo artificial acabará siempre en
fracaso. Por tanto, el hombre debe conocer las leyes naturales para orientar su
vida de acuerdo con ellas.» Si existiesen unos principios claros y distintos que
regulan la historia y los procesos sociales, more newtoniano, –o al menos Adam
Smith hubiese pensado que éstos existieran– sí habría culminado su trabajo. Pero
no pensaba tal cosa. Las instituciones políticas que los hombres crean y los
instrumentos legales de los que se dotan no permanecen nunca estables, sino que
tienen que cambiar para dar respuesta a las distintas situaciones que se les
presentan. Lo cual no quiere decir que desde el punto de vista de la libertad y
de la justicia siempre acierten. Pero tampoco quiere decir que, aun teniendo en
cuenta ese punto de vista, podamos tener ya todas las respuestas seguras. Los
hombres pueden progresar, pero, como veremos, no están predestinados a hacerlo.
El conocimiento de la historia no es el instrumento de desvelamiento de las
leyes que regulan el orden que la acción humana no debe perturbar. Pero tampoco
es, como piensa Samuel Fleischacker, un instrumento de conocimiento del pasado
del que no podamos extraer lecciones de cara al futuro. Señala Fleischacker que
cuando leemos RN encontramos explicaciones de los sucesos pasados, mediante las
cuales es posible explicar consecuencias de acciones pretéritas que no fueron
anticipadas cuando tales acciones tuvieron lugar. Sin embargo, de acuerdo con
Fleischacker, ello no implica que el sistema de Smith sea capaz de predecir
adecuadamente las posibles consecuencias de decisiones que tomemos ahora .
Fleischacker insiste en que uno de los rasgos de la metodología smithiana es la
flexibilidad. Si el sistema de libertad natural de RN se construye como una
respuesta pragmática a los sistemas de economía política que le precedieron,
como sugiere Fleischacker, entonces puede derivarse la idea de que Smith ni
siquiera esperaba que sus principios se mantuvieran a lo largo del tiempo.
Pensar lo contrario, de acuerdo con Fleischacker, sería traicionar su legado,
más que preservarlo. Luego, si sus principios no son intemporales, podemos
modificarlos como mejor veamos conservando su espíritu. Con ello Fleischacker le
quita a la economía política su carácter predictivo, le niega la capacidad de
anticipar las consecuencias de las acciones humanas y, por consiguiente, de
proponer los cursos de acción que más nos interesen. Pero ni una lectura
precipitada de Smith permite afirmar tal cosa. Hay numerosas referencias que
indican que eso no puede ser así: su rechazo a la política colonial, a la
esclavitud, a las restricciones al comercio, etc. Una cosa es afirmar que la
economía no es una ciencia predictiva al modo en que lo es la astronomía, que
obviamente no lo es, y otra cosa es que no podamos anticipar correctamente las
consecuencias de determinadas políticas económicas, que sí podemos . Si
comparamos el éxito predictivo de la teoría smithiana con la marxista, por
ejemplo, la verdad es que nuestro autor no sale mal parado .
Al interpretar a Adam Smith de este modo, Fleischacker quiere dar una respuesta
a las propuestas liberales que buscan la transformación de la sociedad
restringiendo la intervención del Estado, y que encuentran apoyo en la obra de
uno de sus más eximios representantes. Y desea retirarles ese apoyo, por ello
insiste en que las propuestas de Smith son de pequeña escala e indexadas a la
historia y tradición británicas, y que rechaza los programas revolucionarios
para rehacer la sociedad . Pero esto no es más que una influencia del popperismo
y su ingeniería de pequeña escala. Creo que es una mala lectura de Smith hacer
de él un popperiano. El asunto no es que las reformas sean grandes o pequeñas,
sino que no se hagan con el deseo de que desde arriba, desde el Estado, se
quiera controlar las fuerzas sociales, todas las acciones individuales y sus
consecuencias. Una tarea vana y de efectos perversos. Y que tales reformas
tampoco se hagan con la oposición manifiesta de la mayoría de los ciudadanos.
Pero las reformas sí pueden cambiar radicalmente una sociedad, profundamente y
en poco tiempo, si están dirigidas a dejar libres a los individuos en un marco
de garantías jurídicas e institucionales en el que sea posible hacerles
responsables de las decisiones que voluntariamente han tomado. De este modo, la
abolición de la esclavitud tiene consecuencias radicales en el orden social de
un país. O la separación de poderes, prerrequisito de la libertad.
Una concepción que se ajusta más a lo que realmente pensaba Smith sobre la
historia se la debemos a uno de sus primeros lectores, Dugald Stewart, quien se
refirió al uso de la historia en los trabajos del escocés como «historia
conjetural». Ésta se caracterizaría porque «cuando no podemos identificar el
proceso por medio del cual un hecho ha sido producido, a menudo es relevante
poder mostrar cómo pudo haber sido producido por causas naturales.» Ante la
falta de evidencia, actuamos conjeturando cuáles serían lo cursos más probables
de actuación de los agentes involucrados en los sucesos que estamos explicando.
El resultado es: «En tales investigaciones, los hechos aislados proporcionados
por los viajes sirven como mojones de nuestras especulaciones; y a veces
nuestras conclusiones a priori pueden tender a confirmar el crédito de hechos
que a primera vista parecían dudosos o increíbles.» Esto es lo que Stewart llama
«historia teórica o conjetural» que asemeja a la «historia natural» de Hume.
Stewart conoció bien a Adam Smith y nos escribió el primer esbozo biográfico e
intelectual de su amigo. Todo ello ha conferido cierta autoridad a Stewart y a
sus comentarios sobre el concepto de historia en Adam Smith. Pero la lectura de
Stewart sólo es parcialmente correcta. Si tuviese razón, el uso de la historia
por parte de Smith tendría un carácter de just so story, muy lejano a las
verdaderas intenciones de nuestro filósofo. La idea de «historia conjetural» es
indudablemente útil para el análisis de obras como Consideraciones acerca de la
Primera Formación de los Lenguajes , pero no para el conjunto de estudios
históricos de Smith.
Un buen ejemplo de la historia conjetural el estudio smithiano sobre el origen
del lenguaje, en el que parte de imaginar una relación humana simplificada,
ligada a situaciones muy concretas . El objetivo es deducir qué tipo de
expresiones serían suficientes para garantizar una comunicación eficiente.
Posteriormente se va generalizando hacia usos más abstractos y complejos del
lenguaje . Luis Miguel Bascones y Mario Domínguez señalan una diferencia crucial
entre el estudio del lenguaje llevado a cabo en LRBL y en el de la historia
realizado en LJ: «En el primer tipo de indagación lingüística, las hipótesis
deben sustituir por completo a los hechos. En el segundo tipo esto se produce,
cuando lo hace, sólo en el caso de instituciones muy antiguas, puesto que cuando
Adam Smith procede a relacionar sus hipótesis con las observaciones de
sociedades más modernas y complejas, la ausencia de pruebas se reduce
progresivamente.» La conjetura es entonces el único recurso epistemológico que
resta cuando no se quiere recurrir al milagro . Para Luis Miguel Bascones y
Mario Domínguez la estrategia de la historia conjetural es, por un lado, partir
de la pretensión de construir una ciencia histórica fundada en hipótesis y en su
contrastación, capaz de dar cuenta de los eventos del pasado sin la necesidad de
apelar a la intervención de elementos míticos. Y la Historia natural de la
religión de Hume así como el Ensayo sobre el origen de las lenguas de Rousseau
serían buenos ejemplos de ello. Pero, por otro lado, respondería a su vez, a la
construcción del nuevo mito moderno de los salvajes frente a los civilizados:
«La conclusión final es que la teoría de los cuatro estadios dice más sobre la
cosmovisión de Adam Smith que sobre la realidad histórico-social que trata de
interpretar con su teoría.» La teoría de los estadios es, de este modo, situada
como una reconstrucción mitopoyética del mismo nivel de las construcciones
míticas que Hume analiza en su estudio del politeísmo. Una conclusión que no me
parece correcta, porque o bien pensamos que es posible elaborar una ciencia de
la historia cuyos resultados puedan ser evaluados racionalmente y contrastados
con los datos que nos aporta la experiencia o bien renunciamos a diferenciar
entre mito e historia. Si optamos por lo primero, entonces hay que dar cuenta de
la diferencia evidente en las formas de organización política y nivel de
desarrollo entre los pueblos de cazadores recolectores y las sociedades
modernas. Esto es, la teoría de los estadios no tiene sólo un papel mitopoyético,
sino que puede servir de herramienta metodológica en la investigación en
ciencias sociales.
El análisis smithiano no supone ni una diferencia de naturaleza entre los seres
humanos, ni un conjunto de leyes que necesariamente nos encaminen hacia el
progreso por un sendero de algún modo prefijado. Tampoco implica una concepción
cíclica de la historia. El estudio del auge y caída de los imperios suele llevar
aparejadas concepciones cíclicas del poder y el declive de las naciones.
Haakonssen ya ha rechazado tal interpretación con buenos argumentos . El hecho
de que podamos encontrar claras semejanzas entre las situaciones a las que se
enfrentan determinadas sociedades, e incluso que ciertas soluciones sean del
mismo tipo –como por ejemplo, que las sociedades comerciales tengan que recurrir
a ejércitos profesionales para su defensa– no significa que no haya diferencias
entre ellas que alteren completamente los resultados, de modo que no siempre
situaciones semejantes y políticas similares produzcan los mismos resultados.
«Había un conjunto complejo de políticas que podían afrontar estos problemas...»
La cuestión, para Smith, no es por tanto si las sociedades humanas pueden
progresar o no, que eso le parece una cuestión de hecho que no puede ser
seriamente negada. La cuestión es cómo podemos asegurar que lo vayan a hacer. Y,
como quiero demostrar en este capítulo y en el siguiente, la respuesta es que no
podemos asegurarlo. La paradójica situación en la que nos encontramos es que
podemos saber esencialmente qué debemos hacer para situarnos “en el seguro
camino del progreso” parafraseando a Kant, pero eso no significa que lo vayamos
a hacer. Y no se trata fundamentalmente de debilidad de la voluntad, pues esto
dependería de una concepción racionalista de la historia y de la política que
estaba muy lejos de la filosofía de Smith. Se trata de que nadie tiene el
conocimiento suficiente para controlar todas las variables posibles que puedan
darse. Cuando piensa que lo tiene, el único resultado posible es un régimen
totalitario.
2. MATERIALISMO E HISTORIA.
La teoría de los cuatro estadios, a la que ya nos hemos referido, es un estudio
de las diferentes formas históricas en las que se ha venido configurando el
orden político, desde su origen en las sociedades de cazadores hasta las formas
desarrolladas de dominación. Estos son: «1º, La Era de los Cazadores; 2º, la Era
de los Pastores; 3º, La Era de la Agricultura; y 4º, La Era del Comercio.» Así
enunciadas las eras de la historia es fácil interpretar que, para Smith, el modo
de producción determina las formas de organización política y social . Es
posible leer a Adam Smith como un antecedente de la teoría materialista de la
historia . Sin embargo, Haakonssen se ha opuesto a tal interpretación , pues le
parece que atribuir a Smith una concepción materialista o economicista de la
historia sería inconsistente con la propuesta smithiana de que una disciplina
que tiene un carácter normativo, como la jurisprudencia, pueda tener una
influencia importante en la dirección de la historia si se aplica
convenientemente. Si consideramos la jurisprudencia como un fruto de la
superestructura, entonces no cabría aceptar, en términos marxistas, que ésta
pudiese servir de guía para las formas de producción, la infraestructura, la
cual sería la que debería determinar, al menos en último término, el acontecer
histórico.
Haakonssen no acepta que la concepción de la historia y de la sociedad en Adam
Smith sea dependiente en lo fundamental de factores económicos. Pero su rechazo
de una interpretación materialista de la historia es demasiado dependiente de
una lectura rígidamente marxista de la idea de «materialismo». Desde luego, si
pensamos que una concepción materialista de la historia equivale a aceptar que
son los factores económicos los que determinan los cambios históricos, entonces
está cometiendo un error difícilmente sostenible. Pero, Adam Smith no lo
cometió; ni siquiera en su versión más débil que afirma que los factores
económicos no son las razones únicas del cambio histórico, pero sí las últimas.
Si ese fuese el caso, Smith no compartiría un marxismo vulgar, pero sí un
marxismo algo más sofisticado . Sin embargo, no hay en Smith presencia de
factores económicos que no operen a través de sujetos individuales y sus
acciones concretas. Andrew S. Skinner afirma que, para Adam Smith, «el cambio
social depende del desarrollo económico» , pero en muchas ocasiones, como
veremos, lo contrario es lo correcto.
También tiene razón Haakonssen cuando rechaza que el materialismo deba ser
interpretado en términos de motivaciones materiales de la acción. Como ya hemos
visto, los hombres desean mejorar su condición, pero no tanto para dar cuenta de
sus necesidades más perentorias, cuanto por mejorar su situación en el nudo de
relaciones en el que se desenvuelve su vida. Como veremos en los capítulos
siguientes, serán las circunstancias las que conduzcan a cursos de acción
diferentes, y no tenemos por qué aprobar todos ellos. En último término, los
seres humanos desean ganarse el respeto y la estima de los demás. Luego los
motivos que impulsan a las personas no son meramente económicos. Ni siquiera
cabe hablar únicamente de impulsos o motivaciones como las únicas fuerzas que
mueven al hombre; como si el papel de la voluntad no pudiese jugar un papel
relevante en la explicación de la conducta.
En resumen, son posibles interpretaciones más sofisticadas del concepto de
materialismo que no son incompatibles con el tipo de explicaciones que Adam
Smith ofrece. Pues ni siquiera la realidad económica se presenta de un modo
unívoco. Muy al contrario, puede aparecer, al menos, bajo tres aspectos : 1.
Como acontecimientos o instituciones estrictamente “económicos”: bancos, bolsa
de valores, etc., cuyo significado cultural reside básicamente en su carácter
económico. 2. Como fenómenos económicamente importantes pero que juegan también
otros papeles; por ejemplo, el Estado o la Iglesia. 3. Como fenómenos que en su
desarrollo están condicionados económicamente; por ejemplo, las artes.
Así, si no se desea llamar «materialista» a las formas de explicación smithianas,
bien podemos afirmar que forman parte de una «sociología comprensiva» antes de
que la desarrollase Max Weber . El primer problema con el que debe enfrentarse
un historiador que desee establecer con precisión cuál fue la causa o causas que
determinaron la aparición de un acontecimiento histórico es que no puede
reconstruir la cadena causal como si ésta hubiese ocurrido racionalmente:
suponiendo que se han llevado a cabo las medidas adecuadas para conseguir el fin
propuesto. Y esto porque el hombre no actúa en la mayor parte de las ocasiones
de forma absolutamente racional, con una perfecta fijación de los fines y una
completa evaluación de los medios adecuados para tales fines, sino que su
conducta está mezclada con elementos irracionales, debilidad de la voluntad,
errores en su apreciación de los medios y de las consecuencias de su aplicación
para el curso futuro de la acción . Y puesto que el conjunto de los
acontecimientos históricos puede ser desgranado hasta prácticamente el infinito,
el historiador deberá seleccionar aquellos acontecimientos que tengan una
significación causal relevante para aquello que desea explicar. El objetivo será
dotar de sentido a la acción que quiere ser estudiada. Al dotarla de sentido la
hacemos calculable, podemos aplicarle diferentes categorías explicativas y
ponerla en relación con diferentes fines y medios .
Los fenómenos sociales, que pueden pasar por diferentes fases, no están
determinados por leyes fijas de la historia. Son lo suficientemente variables
como para que los resultados finales ni sean por completo previsibles ni
dependan del resultado intencional de las acciones de los sujetos que son,
finalmente, sus protagonistas. Lo que hace Adam Smith es estudiar cómo se forja
un orden de libertad. Por ello, más que leer a Adam Smith con rígidas categorías
historicistas, debe leerse utilizando los conceptos desarrollados por Max Weber
en sus estudios sobre sociología de la dominación . Se comprende mejor a Adam
Smith mediante la aplicación de los conceptos weberianos que encorsetándolo en
teorías rígidamente evolucionistas de la historia. Con las herramientas
analíticas diseñadas por Weber adquiere el pensamiento smithiano toda su
complejidad, pues existe una conexión profunda entre ambos pensadores que pone
de relieve la rica variedad de la tradición liberal.
La clave de una comprensión adecuada tanto de Smith como de Weber –atendiendo a
los usos del segundo para explicitar al primero–, es que ambos son conscientes
de que, como afirma Jon Elster: «Los regímenes históricos forman un matizado
mosaico infinitamente más rico que el ofrecido por la sugerida división
tripartita.» Una tipología de regímenes es «frágil y artificial» y sirve sólo a
propósitos limitados. Sin embargo, tales propósitos son relevantes, pues nos
permiten ordenar el catálogo de mecanismos que más allá de lo meramente
descriptivo o narrativo nos permiten estudiar patrones causales específicos que
pueden ser reconocidos después de los sucesos; y, en contra de lo que afirma
Elster, también pueden ser previstos en ocasiones con antelación . Los tipos de
dominación, como las eras de la historia humana, se superponen históricamente y
se mezclan entre sí; se producen cambios y retrocesos. Son instrumentos de
análisis del pasado y del presente, no leyes del desarrollo histórico. En este
sentido, es mucho más preciso interpretarlos al modo de los tipos ideales
weberianos que como descripciones del proceso histórico .
Como señala John Gray, la concepción de la evolución histórica a través de
ciclos: «imprime un acentuado grado de sofisticación histórica a la idea, común
entre los humanistas cívicos posrenacentistas y presente en los escritos de
Maquiavelo, de que la historia humana puede entenderse como una serie de ciclos
simples de auge y declive de las civilizaciones» . Pero la innovación va más
allá de la mera sofisticación. Como vamos a ver en el próximo capítulo, con la
teoría de los estadios: «Había nacido una ciencia histórica», pero no sólo, como
afirma Pocock , «para reconstruir y explicar el desarrollo de la cultura y el
comercio», sino con el ideal fáustico, imposible de alcanzar, de explicar todas
las formas de vida de los hombres y sus variaciones .
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