ENCUENTRO INTERNACIONAL SOBRE Esta página muestra parte del texto de la ponencia, pero carece de las tablas o imágenes o fórmulas o notas que pudiera haber en el texto original.
Pulsando aquí
puede solicitar que le enviemos el Informe Completo y Actas Oficiales en CD-ROM Si usted participó en este Encuentro, le enviaremos a la vez su certificado en papel oficial. Vea aquí los resúmenes de otros Encuentros Internacionales como éste VEA AQUÍ LOS PRÓXIMOS ENCUENTROS CONVOCADOS
|
Resumen: La vinculación entre la Historia y las Relaciones Internacionales ha
sido de una naturaleza compleja y cambiante a lo largo de los casi noventa años
que llevan coexistiendo. Los intentos de la segunda por reforzar su identidad y
desarrollar su potencial epistemológico sin las ataduras impuestas por una de
sus fuentes primigenias, la Historia diplomática, y el purismo de la primera
ante cualquier intento de aproximación prescriptiva y pragmática a la realidad
así como de generalización abstracta, conllevaron a que el diálogo haya sido
superficial y cada vez con menor sustancia. Esta ponencia tratará de ilustrar
los por qué de esta situación, los posibles puntos de convergencia y bajo qué
ideas se podría presentar una entente si no cordial, sí estratégica, entre ambas
disciplinas en sus respectivas agendas futuras de investigación.
Palabras clave: Historia, Relaciones Internacionales, metodología de las
ciencias sociales, realismo, paradigma, sistema internacional.
INTRODUCCIÓN
Decía el matemático y filósofo Alfred North Whitehead que una disciplina que
olvida a sus fundadores está perdida. En el caso concreto de las Relaciones
Internacionales (a partir de ahora, RI), más que de personajes concretos habría
que hacer referencia a disciplinas o campos del conocimiento concretos, como el
Derecho Internacional o la Historia/Historia Diplomática.
Sin ánimo de pretender establecer una causación con respecto a la idea
subyacente en el anterior párrafo (pero sí una correlación), lo cierto es que la
percepción del estado de las Relaciones Internacionales se encuentra en la
actualidad dominada por dos visiones respecto a ella que ayudan a describir un
panorama nada halagüeño.
a) La primera de ellas es confusión. Tal y como ha resumido de manera gráfica y
culinaria Kal Holsti: “en los años veinte y treinta [del siglo XX] los chefs de
las relaciones internacionales estaban de acuerdo sobre lo que había qué
estudiar y cómo hacerlo; discrepaban respecto de la finalidad del estudio. En
los cincuenta y sesenta, estaban de acuerdo sobre los temas a estudiar y el
objetivo del estudio, pero libraron amargas batallas en torno a cómo cocinarlo.
Actualmente, parece que discrepan en todo: finalidad, sustancia y método. En
consecuencia, el menú se ha ampliado enormemente, pero ello no es necesariamente
síntoma de progreso” .
Esto puede deberse a varios motivos. El primero de ellos es la progresiva
ampliación de los focos de estudio, análisis e interpretación de las RI, que de
concentrarse en Estados Unidos de forma casi exclusiva ahora cuentan con una
mayor representación del resto del mundo, lo que supone cambios en la
sensibilidad, métodos de trabajo, tradiciones, relación con la sociedad… y por
tanto, de la propia naturaleza de la disciplina .
En segundo lugar, la principal corriente teórica que desde los años setenta
había dominado las RI, el neorrealismo de Kenneth N. Waltz , ha pasado por su
“pico hegemónico”, iniciándose una fase si no de declive sí de inquietud por
explorar nuevos horizontes, entre los que se podría nombrar como más relevantes
y de mayor interés al constructivismo, la teoría crítica, el feminismo y el
posmodernismo .
Por tanto, un nuevo período de guerra civil se ha abierto (al menos a nivel
metodológico). K. Holsti no iba muy desencaminado al bautizar a las RI como la
“ciencia divisora” . Los constantes giros metodológicos (politológico,
sociológico, etc.) y la tradición de grandes debates (el primero entre realistas
e idealistas; el segundo entre tradicionalistas y behavioristas –o
cientificistas-; el tercero, el debate inter-paradigmático, que dividió a la
comunidad de internacionalistas entre quienes defendían una visión
estatocéntrica, globalista y estructuralista y finalmente el cuarto, que opone a
racionalistas y reflectivistas) son las señas de identidad de esta disciplina.
De la “tiranía realista” se ha pasado al melting pot .
Si bien pueden considerarse los enfrentamientos dialécticos de base teórica como
una muestra de vitalidad y capacidad de regeneración, el balance definitivo de
todas estas discusiones ha sido descrito de forma muy gráfica por R. M. A.
Crawford: en los años ochenta, las RI, al igual que el Titanic, chocaron con un
iceberg. Sus pasajeros (en este caso, académicos), intentaron e intentan
diversas respuestas pero lo cierto es que el basamento científico de todo este
edifico epistemológico se hunde “en las oscuras e insondables profundidades del
relativismo teórico” .
Desde 1919 , las RI han recorrido un largo camino. Pero por otro lado, la
obsesión por reinventarse constantemente y su actitud esquiva con respecto a
acumular conocimiento y experiencias previas, ha hecho que parezca que todavía
estén luchando con premisas y planteamientos iniciales. El estudio de la
política internacional muestra una naturaleza ambivalente: durante años ha
tenido fama de ser una de las ciencias sociales con menor capacidad de
autocrítica y reflexión sobre sí misma, como asegura Yosef Lapid . Pero a día de
hoy, se ve envuelta en un proceso de autoexamen intenso y profundo, que en
cierta forma le hace dejar a un lado el análisis de los numerosos problemas que
afectan a la humanidad.
b) La segunda de las visiones que arrojan sombras sobre el status actual de las
RI es la del manierismo. Se está produciendo una complejización, densificación,
del entramado teórico de la disciplina pero a partir de unos límites bien
definidos. Las presuntas novedades se corresponden con variaciones, reenfoques
de temas anteriormente tratados. Por tanto, se afronta una grave crisis de
originalidad. No hay ideas que hagan pensar out of the box sino invitaciones a
seguir danzando en círculo sobre los fuegos de campamento ya conocidos.
Puede que haya cambios en cuanto al uso de fuentes hasta ahora desconocidas o de
nuevas formulaciones del discurso pero en conexión con lo visto más arriba,
parece que a las RI les falta tanto memoria como el convencimiento de que son un
objeto histórico (sentido de su propia historia, como sostiene Brian Schmidt)
que ha de ser analizado y sometido a revisión. De esta forma, se librarían de
“mitos” que les conducen a descubrir Mediterráneos una y otra vez.
Actualmente, las RI no son únicamente el estudio de las relaciones de fuerza
entre los Estados y sus gobiernos. Los factores clásicos relativos al poder de
las unidades políticas (que ya no son únicamente las entidades estatales), deben
apoyarse en factores de organización de un sistema global que produce
decisiones, reglas y pautas para todos sus miembros. La conciencia de vivir en
una esfera social común (con la comprensión de que compartimos un único y
general medioambiente y que nos encontramos embarcados en un mundo altamente
interconectado) ha supuesto un salto cualitativo para las RI, un desafío al que
todavía está intentando encontrar respuesta. Es lógico que en un mundo lleno de
incertidumbres, esta sensación de indefinición se extienda también a los
estudios que pretendan analizarlo.
Las consecuencias del influjo de la realidad a observar sobre los investigadores
y sus marcos teóricos no se limitan a la configuración de un “espacio fluido” y
al establecimiento de un estado general de desconcierto. Para empezar , las RI
ya no podrán responder al esquema dual y jerárquico típico del sistema bipolar
de la Guerra Fría (nosotros/ellos-amigo/enemigo-capitalismo/socialismo) en el
que los Estados Unidos de América eran la pieza angular de toda labor analítica.
El más profundo pluralismo en cuanto a los agentes participantes, objetos a
investigar, enfoques…, de la realidad internacional se constituye en un rasgo
característico del a disciplina a comienzos del siglo XXI. Junto a ello, el
paradigma estatocéntrico pierde progresivamente protagonismo o más bien, se
redefine su rol y relevancia de acuerdo a unos criterios más objetivos y acordes
con el entorno inmediato. El Estado es un actor más que ha de compartir escena
con otros. Y finalmente, fruto del sistema multipolar que está emergiendo en la
arena mundial (a pesar de que entre la opinión pública planetaria se crea que
corren tiempos de “momentos unipolares” e “hiperpotencia” ) y de las
características específicas de la actual fase del proceso globalizador, los
análisis han de estar enfocados de la forma más amplia posible, sin centrarse de
forma exclusiva en una única dimensión o agente.
La dinámica de la evolución de las RI se articula, según Fred Halliday, en torno
a tres círculos concéntricos, de mayor a menor importancia . El primero
correspondería a las discusiones y debates que se dan dentro de la propia
disciplina en relación a los marcos teóricos defendidos. El segundo tiene que
ver con el impacto que los acontecimientos del mundo (I Guerra Mundial, comienzo
de la Guerra Fría, fin del conflicto bipolar, 11-S) han tenido en los procesos
de reflexión sobre cómo las RI han de enfocar y explicar las realidades
internacionales. Finalmente, estaría la influencia de nuevas ideas provenientes
de otras ciencias sociales, especialmente la ciencia política y la sociología.
A la vista del esquema expuesto en el anterior párrafo, estos estudios han
sufrido de un intenso autismo durante la mayor parte de su historia La falta de
una comunicación fluida e intensa con el entorno social y académico se ha
constituido en un lastre. Si durante los años de Guerra Fría este aislamiento
pudo servir como defensa ante intrusiones indeseables, apoyándose en el carácter
estratégico de esta disciplina (que no debía ser distraída con reflexiones
teóricas extrañas al objetivo supremo de la supervivencia y hegemonía en el
sistema internacional), la ruptura de los diques de contención de la realidad
mundial que supuso la caída del Muro de Berlín, llevó a que las RI hayan debido
recuperar a marchas forzadas el tiempo perdido.
Analizar la evolución de las RI desde una perspectiva a largo plazo puede
vacunarnos contra las opiniones de quienes han vaticinado el final de esta
disciplina. Si permaneciésemos estancados en una visión restringida de las RI
que no tenga en cuenta los avances acaecidos en las últimas décadas, entonces sí
podríamos afirmar que la aceleración de la dinámica globalizadora, con la
consiguiente fusión de los ámbitos nacionales e internacionales y el que la
guerra, uno de los problemas fundamentales del juego internacional, ya no sea un
asunto sólo de Estados, dan como resultado que las RI pierdan su espacio propio
de reflexión y queden a la deriva .
La Historia parece que se haya en una situación parecida, con una crisis de
identidad, la confrontación de paradigmas, la pérdida de confianza en el futuro
de la disciplina, la disolución en especialidades cada vez más enfrentadas entre
sí y con menos en común y sí con otras ciencias humanas…
Sin embargo, el recorrido de esta crisis es largo en el caso historiográfico y
con un campo de estudios mucho más asentado, tanto en antigüedad como en
visibilidad social. Además, los últimos acontecimientos han echado por tierra
las predicciones de los agoreros del “final de la Historia”. Puede que haya
disputas en cuanto a los métodos y la rigurosidad científica de los mismos pero
no en que vaya a existir una escasez de “materia prima”.
Los problemas a los que se enfrenta la historiografía hoy son en parte resultado
de la vertiginosa expansión del a ciencia historiográfica. Explorando nuevos
campos, trazando fronteras cuyos límites se han ampliado hasta colindar con los
de otras ciencias sociales (y también naturales), el historiador como pionero
que se adentra en territorios desconocidos, va a encontrarse con grandes
problemas de definición, tanto de lo que ha hallado como de lo que ha dejado
atrás. Las visiones dicotómicas pasan a ser sustituidas por otras de carácter
más sistémico y que den cuenta de un mayor número de variables, lo que aumenta
la complejidad de las lecturas que se puedan realizar y la diversidad de las
mismas .
La historiografía también ha experimentado grandes transformaciones . En primer
lugar, ahora todo (o casi todo), tiene una historia: cualquier actividad,
sentimiento, institución humana u otro elemento del paisaje histórico van a ser
objetivo de la investigación histórica. El estudio de los acontecimientos se
combina con el de las estructuras y las nuevas formas de narración se presentan
desde una óptica de abajo-arriba que privilegia a las “gentes sin historia”
frente a las elites de los relatos tradicionales. Para ello, nuevas fuentes (no
sólo el documento oficial, sino los testimonios orales o la iconografía) se
utilizan a la búsqueda de unas respuestas que ya no se hacen depender de los
procesos mentales de ciertos personajes, considerados claves en la Historia.
Ésta no es vista como la historia de los héroes, sino como el resultado de la
confluencia de factores estructurales, coyunturales y evenemenciales. El
análisis de todos estos implica que el historiador haya de transitar por
territorios de transdisciplinariedad y que su labor no sea calificada de
puramente objetiva, sino como un objeto histórico más al que también hay que
analizar.
La Historia y las Relaciones Internacionales, por tanto, tienen ante sí un
futuro tanto complicado como esperanzador. Los retos metodológicos a los que se
enfrentan no deben hacer olvidar las promesas de desarrollo y expansión de sus
instrumentos y marcos de análisis que una realidad tan convulsa como interesante
ofrece a los investigadores de todo hecho humano. Pero antes deberán resolverse
los problemas que persisten en el diálogo entre ambas disciplinas y que se
tratarán en el siguiente apartado.
1. RELACIONES INTERNACIONALES E HISTORIA: ¿MOTIVOS PARA UN DIVORCIO?
Como se afirmó en la Introducción, las RI en sus orígenes beben del Derecho
Internacional y de la Historia Diplomática. Este hecho parece que ha llevado a
esta disciplina a buscar cierto distanciamiento del discurso historiográfico
como medio de reforzamiento de su propia identidad .
A este factor habría que sumar la evolución de la escena internacional y del
panorama de las ciencias sociales en Estados Unidos, país clave a la hora de
entender el desarrollo de las RI. Si durante el período de entreguerras, la
estrategia militar y los factores hard del poder eran excluidos de las
investigaciones de los estudiosos internacionales para no violar el espíritu
pacifista y de consenso emanado del Pacto Briand-Kellogg (lo que daba la
preeminencia absoluta a un enfoque jurídico de las relaciones internacionales,
abordando con insistencia los problemas de organización internacional y de los
instrumentos –tratados, entidades de arbitraje, etc.- para ello) , la Segunda
Guerra Mundial, el despertar como superpotencia de los USA y el enfrentamiento
con la URSS, hizo que las ciencias políticas constituyesen el siguiente giro
metodólogico en las RI.
El establecimiento de las Relaciones Internacionales como ciencia social se ha
de fijar en fechas relativamente recientes: los años treinta del siglo XX con la
labor de Q. Wright en la Universidad de Chicago, en estrecha consonancia con el
desarrollo de la politología en los Estados y sus esfuerzos, de la mano de
Francis Lieber y Theodor Woolsey, de construir una teoría del Estado que
explicara su comportamiento en la interacción con otras entidades soberanas .
Incluso hasta los años sesenta estaba vivo el debate entre quienes defendían una
aproximación científica a las relaciones internacionales frente a quienes
optaban por un análisis desde una óptica humanística (basada en el derecho, la
filosofía o la historia) .
A partir de entonces, el reloj de la relación con la historiografía entre los
internacionalistas parece que se paró. Que las RI, como hija emancipada,
guardaron un recuerdo borroso e inamovible de su padre. El problema es que la
Historia, al igual que las RI, creció y cambió , de acuerdo a los criterios que
brevemente se reseñaron en el apartado introductorio, y precisamente a partir de
los años cincuenta se experimentó una aceleración de todo este proceso. Pero de
ello no se dieron cuenta en la comunidad de estudiosos de lo internacional.
A día de hoy, la Historia es vista pero no escuchada por las RI. Su énfasis,
derivado de la ascendencia estadounidense sobre ella, en afirmar que quienes la
practican son científicos sociales, hace que se ignore la centralidad de la
historia en la explicación de los acontecimientos, hechos y estructuras de
carácter social, económico y político y que paradójicamente, tal y como
defienden Barry Buzan y Richard Little , esto provoque que las RI sean ignoradas
por el resto de las ciencias sociales, que han abierto desde hace tiempo,
canales de comunicación más o menos amplios con la historiografía.
Existen tres mitos entre los internacionalistas sobre la disciplina
historiográfica. El primero de ellos es que el historiador es un anticuario del
pasado: un recolector y conservador de rarezas del pasado cuya única labor es la
de describirlas y catalogarlas. El segundo, es el carácter inmutable de la labor
de los historiadores. Parece que los debates, giros metodológicos y renovaciones
de carácter epistemológico que experimentan las RI sean un patrimonio exclusivo.
La comunidad de historiadores también ha vivido cambios intensos en los objetos,
métodos y planteamientos de estudio a lo largo de su dilatada trayectoria.
Finalmente, estaríamos ante una historia sorda y muda, que no es capaz de
relacionarse con el resto de disciplinas de las ciencias humanas y que no acepta
de buen grado incorporaciones provenientes de otros campos de estudio (cuando
precisamente la “revolución historiográfica francesa” de los Annales supuso todo
lo contrario. Y en la actualidad, este proceso transdisciplinar se está abriendo
a las ciencias naturales y exactas, como la biología o las matemáticas) .
La importancia de las variables de tiempo y espacio en el análisis de la escena
internacional es infravalorada por las RI, que parece han caído presas del
“misticismo sincrónico” de la economía y la sociología, donde pasado, presente y
futuro se funden en un todo . Los estudios de las RI siguen recurriendo a
Tucídides, Hobbes o Guicciardini (y a los tiempos en que vivieron) como fuente
de pensamiento para su teoría sin recurrir a una visión analítica e integral del
contexto historiográfico y de la influencia que éste pudiera tener.
Los peligros de equiparar el enfrentamiento entre Atenas y Esparta con el de la
USA y URSS se verán más adelante pero desgraciadamente para el entendimiento y
el crecimiento de ambos campos del conocimiento, sigue siendo una práctica muy
extendida.
Los teóricos de las RI han empleado una visión “instrumental” de la
historiografía, donde ésta es presentada no como un sujeto epistemológico que
puede reprensar el presente y proyectar el futuro a través de la reconstrucción
del pasado (sus estructuras, tendencias y hechos), sino como un recurso más para
construir (fuente de datos empíricos) y asegurar la validez de las teorías
diseñadas a fin de entender la actualidad.
Como dijo Rosecrance: “La Historia es un laboratorio en el que nuestras
generalidades sobre la política internacional pueden ser testeadas”. Con esto no
sólo se comete una injusticia con respecto al pasado de las relaciones
internacionales. También conlleva una problemática visión, explicación y
comprensión de los hechos y dinámicas generadas en el presente .
Las RI difieren de la Historia en diversos aspectos. En primer lugar, habría que
mencionar una cuestión de nacionalidades. Hablar de estudios sobre las
relaciones internacionales es hablar de Estados Unidos. Las RI son una ciencia
social “americana”, tal y como la bautizó Stanley Hoffmann en su sugerente
artículo de 1977 . Por el contrario, la moderna historiografía debe su
nacimiento a Francia. La Escuela de Annales no es sólo un referente teórico sino
también en cuanto a cuestiones de organización y poder académico. No cabe
entonces dos orígenes más dispares: espacio atlántico frente al continental,
tradición empirista frente a la racionalista. Sobre todo, Estados Unidos y
Francia representan dos maneras distintas de abordar el hecho de lo social y de
cómo transmitirlo.
En Estados Unidos, la historia de la disciplina de las relaciones
internacionales en buena parte se inscribe en la del desarrollo de los think
tanks y de centros de investigación universitarios ad hoc, manteniendo un
estrecho contacto con las realidades inmediatas del entorno político, social y
económico. El conocimiento y la investigación no son vistos como un esfuerzo a
realizar únicamente por el Estado sino en el que también la sociedad civil ha de
contribuir y en ocasiones superando las aportaciones estatales. Este fenómeno de
privatización llevó a que instituciones de los aparatos de poder del gobierno
(por ejemplo, las fuerzas armadas estadounidenses, y en concreto su Fuerza
Aérea) entablaran diálogo con entidades no gubernamentales (sirva de ejemplo la
RAND Corporation) para proveerse del asesoramiento necesario con que gestionar
los asuntos estratégicos que la Guerra Fría colocó en primer plano de la
seguridad nacional. Los expertos podían provenir de diversas disciplinas:
física, economía, ciencias políticas y en especial, de las Relaciones
Internacionales.
Mientras que en Francia, el poder público fue el principal artífice del
desarrollo del “método Annales” a lo largo y ancho de Europa y con sus
ramificaciones en el resto del mundo (aunque precisamente encontró resistencias
en los USA y de forma más matizada en su extensión europea, el Reino Unido). La
VI Sección de la Escuela Práctica de Altos Estudios, confiada a Fernand Braudel
, ejerció una labor admirable en términos de diplomacia cultural y difusión del
pensamiento historiográfico francés por medio de programas de conferencias,
organización de eventos académicos y dotación de becas que permitió que jóvenes
investigadores de ambos lados del Telón de Acero velasen sus primeras armas
académicas en torno al fuego de campamento que encendieran Marc Bloch y Lucien
Febvre.
Las RI están más habituadas al debate público y político: su presencia en medios
de comunicación y círculos políticos son constantes. Asimismo, la diversidad de
centros de análisis, en conflicto entre ellos, conlleva a que en el plano
teórico la vitalidad de los duelos dialécticos sea mucho más intensa que en el
caso historiográfico. Para ésta, su presencia institucional es mucho más
destacada, tanto en el medio universitario como en el de la educación primaria y
secundaria (la carrera de Historia se halla en los planes de estudios de las
universidades de todo el mundo mientras que las RI en las estadounidenses y en
las de algunos países europeos, latinoamericanos y asiáticos). Su labor se
circunscribe especialmente a la academia, sin salir de los límites que ésta le
impone, lo que refuerza su imagen de inmovilismo y del historiador como
intelectual que vive en su torre de marfil.
Diferencias en cuanto a los espacios de proyección y presencia (RI: sociedad
civil, Historia: ámbito público) pero también en cuanto a los públicos
destinatarios de sus discursos. Aquí se da una situación inversa a la
anteriormente descrita. El internacionalista se ha visto reforzada en su
condición de consejero áulico a lo largo del desarrollo de la disciplina. Su
autoproclamación como científico social, su vocación pragmática heredada de la
tradición de pensamiento estadounidense y el patronazgo en base a proyectos de
investigación y estudios en vez de la institucionalización plena de naturaleza
académica, han implicado su presentación como un problem-solving, que busca
soluciones y receta fórmulas de actuación a los líderes políticos.
Mientras, los profesionales de la historiografía se encierran en el carácter
puramente humanista de la disciplina. La historia no es considerada una
herramienta de análisis y prescripción de los problemas sociales del presente.
En todo caso, a través de su estudio del pasado, se ofrecen las raíces de los
actuales para su mejor comprensión. Pero en todo caso, la resolución de las
anomias corresponde a otros. El historiador debe ayudar a reconstruir la memoria
de las generaciones vivas y pasadas, procurando un equilibrio entre el rigor
metodológico que se exige a toda actividad científica y las necesidades humanas
(justicia, vindicación, curiosidad, verdad, etc.) que la sociedad civil les
exige satisfacer.
Diríamos entonces que las RI son una escuela para hombres (y mujeres) de Estado,
mientras que la Historia lo es de ciudadan@s. La comunidad de investigadores del
hecho internacional están sumidos en la vorágine del presente, proyectándose a
futuros de corto y medio plazo en los que las respuestas a hechos concretos son
más importantes que las preguntas.
Por el contrario, el historiador puede entretener su vista en el juego de años,
décadas y siglos de desarrollo humano. No tiene responsabilidades inmediatas de
gobierno ni de administración empresarial. Sus problemas no son tácticos sino
estratégicos: no se le va a pedir que analice el nivel de riesgo de inversiones
empresariales en un país tercermundista o las opciones estratégicas para forzar
una u otra salida en el control de armamentos, sino que va a reflexionar sobre
el impacto de la Revolución Francesa dos siglos después de los acontecimientos
acaecidos o conducir e ilustrar el debate de responsabilidades sobre la I Guerra
Mundial o la Guerra Civil española.
Pero donde se pueden apreciar mayor número de diferencias entre las RI y la
Historia es en el plano epistemológico. Para empezar, y siguiendo los parámetros
de la clásica distinción de Dilthey entre humanidades y ciencias, los
historiadores (como el resto de los investigadores de las ciencias humanas)
ejercen una labor de comprensión desde dentro de las motivaciones, intenciones,
creencias y significados de los eventos y acciones ocurridas, mientras que los
internacionalistas intentan explicar desde fuera los fenómenos considerados como
objetos (a diseccionar y manipular si fuera necesario).
Los primeros hablarían el lenguaje de la experiencia mientras que los segundos
el de la causación. Esto no implica, desde mi punto de vista, que la
historiografía no pueda hacer lo segundo y las RI lo primero (siendo la
realización de ambas actividades beneficiosas para las dos disciplinas) pero sí
que durante mucho tiempo ha sido la actitud predominantemente en ambos campos de
trabajo.
A esto le seguiría una pléyade de dicotomías que vendrían a incidir en la
clásica diferenciación ciencias/humanidades o ciencias sociales/ciencias humanas
que viene a separar los destinos de estas disciplinas. Por un lado, el carácter
particular de la historiografía frente al generalista de las RI. La primera se
ocuparía de hechos singulares e irrepetibles mientras que la segunda buscaría
elevarse del rumor de los acontecimientos buscando pautas universales, tanto en
tiempo como en espacio.
Los historiadores ejercerían una disciplina de naturaleza ideográfica (atenta a
las particularidades y a las descripciones) frente al carácter nomotético
(generalizador, formulando leyes universales y estableciendo mecanismos de
causación que analicen la genética de los fenómenos internacionales) de la
ciencia de los expertos en RI.
Una obra de historia estaría articulada en torno a la narración mientras que una
de relaciones internacionales tendría su clave de bóveda en el andamiaje teórico
construido. A esto se sumaría lo visto anteriormente de un internacionalista
inmerso en la acción política (y sobre todo, en sus detalles de gestión y
planificación ejecutiva) en contraste a un historiador retirado a su torre de
marfil .
Ante estas críticas a la disciplina de los historiadores, esto no debe hacernos
olvidar, según Hedley Bull, que los estándares del historiador profesional están
mejor definidos; sus cánones de análisis y juicio están menos sometidos a
disputa; su territorio se encuentra mejor delimitado y su visibilidad social es
mucho más precisa gracias a su presencia en las editoriales o las instituciones
educativas .
Existen numerosos puntos de desencuentro. Pero lo cierto es que tanto por su
historia de interacciones como por las necesidades presentes de ambas
disciplinas, el diálogo y los intercambios metodológicos serán mutuamente
beneficiosos. Los peligros de que esto no se llegue a dar se verán en el
siguiente apartado.
2. LOS PROBLEMAS DE LA INCOMUNICACIÓN ENTRE LAS RELACIONES INTERNACIONALES Y LA
HISTORIA
La escasa capacidad predictiva que mostraron tanto el Derecho Internacional como
la Historia Diplomática, aparte de otras consideraciones de tipo ontológico,
epistemológico y de política científica, implicaron el abandono de estas
disciplinas por las RI y su giro hacia las ciencias políticas y la economía
(años 70 y 80 del pasado siglo), así como la sociología (años noventa).
Especialmente funesto ha sido el “embrujo de la economía”, que con su oferta de
una llave maestra en términos teóricos, ha significado la mayor presencia de los
modelos metodológicos de esta disciplina en las RI, con las dificultades que
ello supone por las diferencias ontológicas entre ambas. Como advierte Stanley
Hoffmann, es difícil que puedan casar correctamente un campo de estudios como es
el de la economía, donde se trata de dilucidar la mejor acción instrumental, con
otro como es el específico de los internacionalistas, en el que se trata de una
actividad resolutiva con diversidad de fines .
Sin embargo, a pesar de sus preferencias académicas, las RI han de recurrir
inexorablemente a la historiografía. Con el problema de que su incomprensión de
esta disciplina, de sus cambios y avances, y en definitiva, de su propia
naturaleza, vicia gravemente los análisis que sobre la realidad internacional se
diseñen. La primera idea a considerar es que el internacionalista cree trabajar
con el pasado como materia prima de sus matrices teóricas, cuando la realidad es
que las confecciona con recreaciones del mismo.
No existen hechos históricos puros, inmediatos, primarios…., nos recuerda
Antoine Prost, como pueden existir hechos demográficos o químicos. La labor de
intermediación del historiador es fundamental y por tanto, el diálogo con él y
conocimiento de su actividad podrían servir al internacionalista para calibrar
sus instrumentos de medición y medios experimentales (por seguir con la metáfora
del campo histórico como laboratorio de la disciplina internacionalista vista en
la anterior sección) .
La historiografía ha servido a los policy makers para justificar, legitimar o
excusar decisiones en materia de política exterior. Ha conformado las
representaciones que tienen de sí mismos y de las dinámicas de actuación
internacional de sus respectivos países y se ha convertido en uno de los
asideros intelectuales para explicar la creación y permanencia de los sistemas
internacionales .
Este apartado describirá los efectos negativos que una posición periférica de la
disciplina historiográfica tiene sobre las RI. Atendiendo a los criterios de
actuación y objetivos que declaran respetar y perseguir los internacionalistas,
se examinarán cómo el apartamiento de la historia y de los conocimientos que
ofrece ha tenido como consecuencia una serie de disfunciones graves en las
investigaciones y corrientes teóricas principales de las RI.
Los principales desafíos historiográficos a los que se enfrentan las RI son los
siguientes: a) el sistema de selección datos: cómo y por qué se decide qué es
relevante. El internacionalista ha de recurrir al estudio del pasado y del
presente para esbozar sus teorías y “alimentar” sus marcos analíticos pero sin
un adecuado conocimiento de los entresijos de esta realidad y de sus métodos de
estudio, ¿qué fiabilidad tiene?; b) la primacía de la anécdota: generalizar a
partir de particularidades escogidas para ilustrar principios presuntamente
universales; c) ahistoricismo: descontextualización de los hechos y tendencias,
ignorando la relevancia del sustrato temporal en la evolución de los
acontecimientos, estructuras y tendencias; d) el filtrado teórico:
interpretación del pasado a través de unas lentes teóricas predeterminadas. Si
bien esto último es hasta cierto punto indispensable, su abuso puede llevar a
vaciar de sentido la experiencia histórica. Los datos y las teorías han de
convivir en equilibrio, sin excesos de uno u otro lado y e) las “catedrales de
cristal”: construcción de ensamblajes teóricos de gran valor abstracto, hechas
con fundamentos epistemológicos de primer orden y un apoyo estadístico
impresionante… pero que descuidan el no caer en la siguiente falacia: la de
asumir la correspondencia entre datos históricos y análisis histórico .
Todo ello es fruto de una aproximación incompleta y miope a la historiografía
por parte de las RI. Existe una identificación entre historia y crónica política
que ya expresó en su día el historiador John Seeley: “la historia es la política
del pasado; la política es la historia del presente”. Sin embargo, se ignora que
las mentalidades, los aspectos económico-sociales, la evolución medioambiental…
y multitud de otros aspectos más de la existencia humana se han incorporado a la
agenda de investigación.
Los internacionalistas han preferido por seguir recurriendo a las obras de un
Kagan, un Howard o un Gaddis para ilustrarse sobre temáticas de alta política,
geoestrategia, guerra y seguridad; a las páginas de un Toynbee o de un McNeill
para estudiar las complejidades de la historia mundial y a los clásicos como
Marx, Adam Smith o Kant a la hora de inspirarse para sus reflexiones sobre la
filosofía de la historia y la organización de los escenarios internacionales.
Como consecuencia de esta marginación de la historia, o en todo caso, de su
mutilación, se cae en una serie de errores. El primero de ellos es el llamado “cronofetichismo”.
Consistiría en entender el presente únicamente por el presente. Esta práctica
ahistoricista implicaría que el pasado desapareciese de los cálculos a realizar
en el análisis de los problemas, tendencias, estructuras y actores del mundo.
Esto provocaría las siguientes tres percepciones equivocadas sobre el presente.
En primer lugar, la reificación. Este horizonte temporal se convertiría por
tanto en un ente estático, autónoma, autoconstitutivo. La ignorancia de su
contexto histórico, de las sombras que sobre el presente arroja el pasado,
otorga una personalidad sobredimensionada a aquel. Al desconocer sus orígenes,
la identidad de lo actual se desdibujaría quedando compensada por una
acentuación de los presuntos caracteres originales y específicos de éste.
En segundo lugar, se encontraría la naturalización. Es decir, que éste se
presentaría a partir de una generación espontánea, de acuerdo a los imperativos
subyacentes a la naturaleza humana. La capacidad de autoorganización de la
especie humana, su deseo de vivir de forma gregaria, la necesidad del apoyo
mutuo, los condicionantes de la estructura y del sistema sobre sus unidades,
etc., terminaría por configurar el mundo tal y como lo conocemos. Así que los
procesos históricos que dan a luz a los nuevos esquemas de poder social,
identidad y exclusión social y en definitiva, las reglas que definen cada una de
las instancias del día de hoy, son manifiestamente apartadas a un segundo plano.
En tercer lugar, se hallaría la inmutabilidad. El presente se nos aparece como
eterno, resistente a los cambios estructurales. Se oscurecerían por tanto los
mecanismos que reconstituyen la realidad como un orden para el cambio constante.
Aunque nos encontremos con persistencias, las transformaciones son la esencia de
la Historia y el cómo se producen el objeto más preciado del estudio de las
ciencias sociales .
El segundo error sería el denominado “tempocentrismo”. Con este término se hace
referencia al hecho de pasar por alto las discontinuidades, rupturas y
diferentes entre distintas épocas históricas y sistemas estatales. El análisis
del presente proporcionaría un modelo explicativo de la conducta de los Estados
y el funcionamiento de las estructuras integrantes del sistema internacional que
se podrían extrapolar a realidades de hace siglos. En definitiva, el
“tempocentrismo” predica el isomorfismo para los sistemas internacionales (que
en todos los que han existido en la historia se pueden adivinar signos del de la
actualidad).
La evolución de la humanidad sería una dinámica repetitiva, donde constantemente
se practicaría el mismo juego pero con distintos actores. Desde la perspectiva
realista, esta corriente teórica de las RI defendería que la presencia inmanente
de la anarquía en el sistema internacional otorgaría a la historia su carácter
cíclico, en forma de períodos de ascenso/declive de potencias hegemónicas que se
irían alternando (en la Edad Moderna tendríamos a España, las Provincias Unidas,
Francia, Reino Unido, USA y…) .
Esto lleva a estrafalarias comparaciones como la de equiparar el conflicto entre
Atenas y Esparta con el vivido por las dos superpotencias durante la Guerra
Fría. Aunque la analogía puede resultar de interés para explicar una de las
causas de los conflictos (el temor por parte de una potencia hegemónica a la
aparición y consolidación de un challenger que pueda disputarle su puesto), ir
más allá de su uso como mero recurso retórico significa una grave
irresponsabilidad metodológica, por cuanto que los factores relativos a la
economía, movilización social, pensamiento político, tecnología armamentística,
etc., son tan dispares entre ambos momentos de la historia que invalidan
cualquier ejercicio orientado según esas pautas.
Sin embargo, un estudioso de la talla de Robert Gilpin no tiene problemas en
asegurar que Tucídides es una guía útil para la comprensión de la conducta de
los Estados tanto en el siglo V a. C. como en el presente.
Esta visión de la historia internacional se corresponde con lo que Rob Walker ha
denominado “El tema de Gulliver”: la exposición del pasado y presente de las
relaciones internacionales de forma que la historia de éstas adquiera una
identidad monolítica y estática. Este conjunto operaría de acuerdo a una lógica
atemporal, al margen de cambios estructurales y procesos de transformación.
Por su lejanía de la ciencia histórica, las RI pierden la perspectiva de la
existencia de no de un único sistema internacional sino de muchos, con distintos
ritmos de evolución. Supone además el no reconocer las características
principales y la especificidad del presente, al no poder presentar un perfil
contrastado con respecto a otros sistemas habidos en el pasado.
La ausencia de la visión historiográfica en el análisis de las RI tiene como
consecuencia que los estudios en este campo sufran de un marco eurocentrismo. Se
puede mencionar a Tucídides junto a Kautilya pero serán la Grecia clásica o la
Europa del siglo XVIII los espacios y períodos analizados de los que se
extraerán las conclusiones sobre la validez de los modelos teóricos. Los reinos
combatientes chinos o las ciudades de Sumer no atraen por lo general la atención
de los internacionalistas. Por tanto, sus experiencias y posibles lecciones
quedan ocultas, con lo que el espectro de estudio de las RI se empobrece
notablemente .
Otra disfunción que puede rastrearse en las RI por falta de un mayor apoyo
historiográfico es el empleo de los Estados como unidades políticas básicas. A
lo largo de la historia humana, la norma habitual ha sido la de sociedades que
están constituidas por redes socio-espaciales de poder que se solapan, con
distintas fuentes, núcleos que compiten por la autoridad política a un nivel
doméstico.
Las entidades soberanas fruto de 1648 (aunque el “mito de Westfalia” también
está en cuestión) han sido una excepción de la que sería arriesgado extraer
normas. El estatocentrismo ha sido una constante en la historia de la disciplina
de las RI fruto de la hegemonía intelectual que han disfrutado el realismo y el
neorrealismo. Pero una profundización en el estudio de la realidad
internacional, no sólo presente sino pasada, nos muestra que el Estado moderno
no ha sido ese ente todopoderoso y de varios siglos de existencia, sino que es
una creación muy reciente y con mayores limitaciones en su poder de lo que se
creía en un primer momento.
Según Barry Buzan y Richard Little , el ahistoricismo y eurocentrismo imperantes
en las RI, han dado lugar a la anarcofilia que durante buena parte de su
recorrido intelectual ha sido la norma vigente. La visión del escenario
internacional como un espacio anárquico, en el que compiten los Estados por su
supervivencia y el poder, hasta la llegada a la cima de un hegemón que impone
cierto orden, dicta la agenda y marca el comienzo de un nuevo ciclo en la
historia de las relaciones internacionales, ¿es una inferencia cuidadosamente
trabajada o el reflejo de la experiencia de la Gran Guerra Civil europea del
pasado siglo?
Si paseáramos nuestra vista por otros rincones del planeta y momentos de su
historia, ¿nos encontraríamos con esos estados tan definidos como extremos de la
anarquía y de la hegemonía? La realidad histórica nos muestra que precisamente
anarquía y hegemonía son tipos ideales de organización del sistema
internacional. Lo que ha existido son formas atenuadas de esos extremos: no una
composición de blancos y negros en términos de poder, sino una infinita variedad
de grises.
Consideremos una comparación entre la actual hegemonía estadounidense con la
británica decimonónica. Un examen meramente superficial de los atributos,
recursos y prácticas del poder de ambas potencias nos llevaría a plantearnos que
a) Reino Unido no disfrutó de una hegemonía o b) que existen diversos tipos de
hegemonía. La homologación forzada aunque suele sentar bien a la pulcritud de
los edificios teóricos no es una buena guía para obtener unos resultados
concluyentes y detallados en los análisis de fenómenos históricos.
Éstas son algunas de las observaciones sobre los efectos negativos que causa la
ausencia de una posición central (compartiendo espacio con otras ciencias
humanas como politología o sociología, por ejemplo) de la historiografía en las
RI. En definitiva, muchas de las teorías de las RI que operan fuera de la
ciencia histórica, con una visión estática de la política mundial, difuminan las
diferencias entre las unidades políticas, omiten en buena parte las fuerzas
globales de naturaleza estructural y han reducido (hasta no hace mucho) la
agenda de estudio a la unidimensionalidad de hombres y mujeres de Estado,
militares y financieros .
3. LOS BENEFICIOS DE TODA ALIANZA: LAS RELACIONES INTERNACIONALES SE
REENCUENTRAN CON LA HISTORIA
Los internacionalistas tuvieron como padres a los historiadores. En un momento
de inflexión para ambas disciplinas, el olvido de los orígenes sería un grave
error. Las RI deben vencer ese miedo al pasado, a su propia historia, y
reconocer que como objeto histórico que también son, las lecciones del ayer
pueden alumbrar el futuro, o al menos señalar el camino para llegar hasta él.
La comprensión diacrónica propia de la historiografía puede completar y
enriquecer al enfoque sincrónico vigente en la actualidad para las RI. Se
evitaría una visión estática del concierto mundial, que primase una lógica
reproductora y no transformadora del sistema internacional. De esta forma, se
entenderían a un nivel de análisis mucho más profundo, las principales causas de
cambio, los mecanismos, agentes y los procesos de renovación de la estructura y
dinámica internacionales.
A través de una periodización más efectiva de las RI, se obtendría una
valoración más acertada de los tempos y ritmos de creación de los sistemas
internacionales, con lo que se arrojaría más luz sobre cómo y por qué se
constituyen en determinados momentos. Un enfoque a largo plazo, anclado en la
“larga duración” braudeliana, permitiría repensar conceptos nucleares y mitos
primigenios de las RI (Westfalia, el Estado moderno como unidad política básica)
que dificultan la existencia de reflexiones audaces y rupturistas con los moldes
establecidos .
El nuevo rol, una apreciación diferente y más positiva sobre el valor de las
instituciones (políticas, sociales, económicas, culturales…) nacionales e
internacionales en el diseño y funcionamiento de la política mundial, puede ser
otra de las bazas aportadas por la Historia a las RI, con el reforzamiento del
papel de los factores estructurales en la dinámica de los acontecimientos
internacionales.
La Historia puede enseñar a las RI que los auténticos grandes cambios que
suponen una transformación duradera y profunda, son los cambios en la naturaleza
de las unidades dominantes, cuyas acciones definen el sistema internacional. El
linkage entre evolución política (y también económica, social, cultural…)
nacional y actuación internacional podría estrecharse si se reconociera que las
unidades políticas no son intercambiables, que una democracia formal no actuará
de la misma manera que una dictadura fascista y que una ciudad-estado griega del
siglo V a.C. no es equiparable a las ciudades-estado italianas del Renacimiento.
Si los neorrealistas han obviado esta realidad argumentando que es el sistema el
que impone las reglas del juego a todos los participantes y que constriñe su
capacidad de actuación hasta nivelarlos, por encima de sus diferencias
ideológicas, sociales, políticas, etc., eso ha sido fruto de una examen
superficial de la Historia que no ha tenido en cuenta la interrelación de las
numerosas variables existentes. Esta interconexión entre todos los planos de la
existencia, esta ambición de “Historia total” aunque actualmente puesta en duda,
podría revitalizar el análisis internacional haciéndolo mucho más complejo y
realista. La tecnología, el medio ambiente, la demografía, los movimientos
sociales… tienen cada vez un mayor peso específico en el concierto mundial.
¿Cabe suponer que todo esto no ha sido creado por generación espontánea y que al
rastrear su genealogía hasta los orígenes podremos ver cómo han influido en
otros momentos de la historia, si bien no con tanta fuerza y presencia como en
el presente?
En especial, esta ambición científica de conocer todo de todos, serviría como
facilitación de un lugar de encuentro altamente favorable para el diálogo entre
la Historia y las RI: el sistema internacional. Aunque el concepto de sistema
internacional no ha sido utilizado por los grandes maestros de la historia
mundial como un William H. McNeill, por considerársele demasiado superficial
tanto en el plano teórico como en el de las evidencias empíricas , su desarrollo
podría servir como prueba a las RI de la importancia de los proceso
morfogenéticos en la conformación de las prácticas, instituciones y agentes de
la política mundial frente al inmovilismo tradicional, y a la Historia la
dotaría de un marco teórico sugerente, claro y sistémico para analizar las
estructuras, dinámicas, agentes, variables e interacciones entre todos esos
elementos que se dan en la historia internacional.
La Historia de la que se sirven los internacionalistas es la típica de
principios del siglo XX. La incompatibilidad mostrada con la labor de los
historiadores a día de hoy muestra que hay una disfunción grave y que puede
terminar por amenazar los fundamentos mismos de la disciplina de las RI. Su
orientación de problem-solving ha sido sostenida por una reflexión teórica que
alcanzó niveles de abstracción elevados pero que al mismo tiempo procuró no
alejarse demasiado de la realidad empírica. En la actualidad, el estado de
introspección y debate epistemológico en que vive no puede ser beneficioso para
continuar con su vocación de actividad a pie de obra, con una finalidad
político-estratégica claramente definida.
La Historia te impide volar demasiado lejos. Constantemente, la revisión de la
evidencia histórica obliga a reconsiderar los planteamientos iniciales, a
matizar las hipótesis y las observaciones realizadas. Sobre todo, te ayuda a ver
las cosas de un modo distinto porque la diversidad de experiencias humanas que
están asociadas a ellas dificulta la creación de arquetipos que respondan
mecánicamente a esquemas predeterminados o dicho de forma más simple, prejuicios
.
La confluencia de la Historia Social, Económica, Cultural, Política… con las RI
significaría para esta última que de forma indirecta se abriera un diálogo con
otras ciencias sociales que han estado colaborando de manera fructífera con los
historiadores en los últimos setenta años. Los internacionalistas podrían
ampliar sus horizontes intelectuales y no depender tanto de las viejas conocidas
(politología, sociología, economía…) para extraer de ellas su sustento
epistemológico y metodológico. La amplificación de e interconexión del planeta
provocadas por el proceso mundializador trae la convivencia entre
manifestaciones del mundo posmoderno con otras del moderno y del premoderno.
¿Puede dar cuenta de estas últimas, intentar comprenderlas e insertarlas en sus
esquemas teóricos una disciplina como las RI que se ha formado con las
herramientas de ciencias eurocéntricas para un tiempo eurocéntrico? Creemos que
no. Es por tanto indispensable que de forma urgente y con la Historia como
intermediario se reciben los aportes de otras disciplinas que puedan hacer más
fácil de manejar este “mundo desbocado” (Giddens).
CONCLUSIONES
Las RI nacieron con el objetivo de resolver el problema de la guerra y la paz.
Si repasamos su casi siglo de existencia, la Segunda Guerra Mundial, la amenaza
de holocausto nuclear y la multitud de pequeños y medianos conflictos que han
asolado el planeta, arrojan un clamoroso saldo negativo.
Pero lo ha intentado. Ha buscado poner sus conocimientos al servicio del Estado
y de la sociedad. En mi opinión, este compromiso activo y descarnado, afrontando
los grandes retos de la Humanidad, ha faltado en la Historia. Aunque las
preocupaciones políticas han estado en boca de generaciones de historiadores,
éstas no se han traducido en propuestas concretas y factibles.
La Historia ha de reconocer que como ciencia sus prestaciones al servicio de la
ciudadanía tienen que aumentar. Una vez aceptado esto, la búsqueda de análisis,
propuestas y prescripciones que cumplan con esa misión mostrará la gran riqueza
y valor tanto de los conocimientos como de los métodos historiográficos. La
torre de marfil de la academia ha sido una jaula dorada que ha impedido, para
buena parte del resto de las ciencias, apreciar el proceso de transformación de
la Historia desde los supuestos positivistas rankeanos.
Las RI por su parte, podrían encontrar en la Historia a quien las sujetase en
sus raíces, que les recordase sus primeros principios tras cada uno de sus
habituales procesos de reinvención. La complejidad de la experiencia humana, la
necesidad del pensamiento crítico sobre el presente, sobre las verdades
tradicionales aceptadas, sobre la disciplina… y el valor añadido de los análisis
diacrónicos serían algunas de las lecciones que podrían aprender y sobre todo,
desarrollar a fin de mejorarlas.
Pulsando aquí puede solicitar que
le enviemos el
Informe Completo en CD-ROM |
Los EVEntos están organizados por el grupo eumed●net de la Universidad de Málaga con el fin de fomentar la crítica de la ciencia económica y la participación creativa más abierta de académicos de España y Latinoamérica.
La organización de estos EVEntos no tiene fines de lucro. Los beneficios (si los hubiere) se destinarán al mantenimiento y desarrollo del sitio web EMVI.
Ver también Cómo colaborar con este sitio web