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El contexto histórico
En el octubre de 1922, después de cuatro años de inestable “post-guerra”, en
Italia se efectuó la que fue llamada, épicamente, «marcia su Roma» y el fascismo
se apoderó del gobierno de la nación.
Mucha de la cultura liberal italiana que por miedo del socialismo había mirado
con simpatía al régimen mussoliniano se alejó de él en cuanto vio ese gobierno
transformarse en dictadura. Hacia los adversarios políticos, el fascismo fue
despiadado, y socialistas, comunistas y anarquistas, obreros o intelectuales,
conocieron las cárceles fascistas, y los más peligrosos, o los que así juzgaba
el régimen, como Giovanni Amendola, Antonio Gramsci, Pietro Gobetti, sólo por
citar algunos nombres, pagaron con la vida su oposición.
El fascismo italiano, como el español, fue capaz de propagar y construir una
política totalitaria de la información, a través de un uso constante de cada
medio en su poder: prensa (toda ella sumisa a las directivas del régimen), radio
(con la fundación de la EIAR: Ente Italiano Audizioni Radiofoniche), cine (con
la Scuola Nazionale di Cinematografia, los estudios de Cinecittá, la Direzione
Generale per la Cinematografia, el Istituto Luce, etc.). Con el mismo espíritu
el fascismo intervino hasta sobre el idioma, luchando contra el uso de los
dialectos, prohibiendo los “exotismos” en la prensa, pidiendo a la Academia
d’Italia (creada en 1926) que desarrollara neologismos que pudieran sustituir a
cada palabra ajena al italiano introducida en el uso común, y contribuir, de
este modo, a la creación de una única y noble lengua del “imperio fascista”.
Para entender el clima cultural vivido en la Italia del “ventennio”, resultan
interesantes las palabras de uno de los protagonistas de la vida intelectual de
la época, Giuseppe Prezzolini, que en la Cultura Italiana, un volumen bajo forma
de cartas escritas por un extranjero que vive en Italia a un lejano
con-nacional, pone de manifiesto como Italia poseía una rica tradición literaria
que, sin embargo, en un tiempo no muy lejano ha sido:
«una letteratura [...] di letterati, di nobili, di cortigiani, di preti e di
frati del passato. Oggi è di borghesi, ma conserva ancora la tendenza antica».
Y subraya, entonces, la necesidad de
«creare una classe media colta, quale esiste nei paesi d’antica cultura, ma che
in Italia è ancora scarsa; essa si è allargata dopo la guerra, ma non a quella
vasta cerchia di persone che dà la base economica e la risonanza spirituale dei
libri anglo-sassoni o francesi o tedeschi» (Prezzolini 1989: 796).
Prezzolini efectúa una panorámica sobre la situación de los intelectuales en la
época y de los medios de información y cultura, subrayando la creciente
importancia adquirida por la prensa, junto con el desarrollo de las editoriales,
del teatro (pensado para un público «più grossolano ed incolto») y del cine (Prezzolini
1989: 796). En este clima cultural la elaboración de ‘ideas’ pertenecía al «duce»,
jefe carismático, encarnación del partido y de la Patria. Los intelectuales
habrían tenido que ser intermediarios entre el régimen y la población,
productores del consentimiento, mediadores de los muchos mitos a través de los
cuales el fascismo intentaba manipular el pueblo: vuelta al glorioso pasado de
la Roma Imperial, patriotismo, exaltación populista de la Italia rural.
Entre 1943 y 1947, pero, se suceden en Italia una serie de cambios de enorme
importancia: desde el nacimiento de la «resistencia» - o sea, el movimiento cuya
acción fue fundamental en la lucha contra el fascismo, a la ocupación alemana -,
la caída del régimen fascista, el fin de la guerra, el rechazo a la monarquía,
el nacimiento de la Republica y la implantación de un gobierno democrático.
Estos acontecimientos, en su conjunto, determinaron una verdadera ruptura
histórica con el pasado. En Italia en 1946 fue elegida la Asamblea Constituyente
que habría elaborado la nueva constitución, y en 1948 tuvieron lugar las
primeras elecciones políticas – que vieron triunfar a la Democracia Cristiana .
Efecto inmediato de estos acontecimientos y de la libertad finalmente
reconquistada fue el deseo de reconocer la verdad sobre la situación de las
masas populares y de descubrir las condiciones reales del país, verdades que la
retórica oficial del régimen fascista había minuciosamente ocultado.
El clima de cambios políticos–sociales, de polémica cultural, creó el ambiente
en que pudo germinar el movimiento artístico-literario del «neorrealismo»
(1945-1955). En Italia este movimiento, aunque constituido por artistas
heterogéneos, se inspiró en un primer momento en el “verismo”, para luego
distinguirse netamente de él. Según los neorrealistas el verismo estaba imbuido
de un fatalismo irremediable, y había centrado muy poca atención sobre el
pueblo: el neorrealismo, al contrario, partía de la constatación de que el
pueblo campesino, y aún más, el proletariado de las grandes ciudades había
tomado conciencia de su situación y quería ser protagonista de su propia
redención social.
Los neorrealistas, por consiguiente, contraponían al fatalismo del realismo del
siglo diecinueve una actitud de confianza optimista en el progreso y en la lucha
social para conseguir un futuro mejor. «Il neorrealismo – escribió Salinari –
contrappose polemicamente nuovi contenuti (partigiani, operai, scioperi,
bombardamenti, fucilazioni, occupazioni di terre, «sciusciá», «signorine»)
all’arte della pura forma e della morbida memoria» (Salinari y Ricci 1990: 58).
En la España de la primera mitad del siglo XX encontramos un contexto
histórico-político no muy diferente del cuadro que nos ofrece Italia. La
victoria de los Nacionales y el consiguiente gobierno de Franco (1939-1975)
trajeron consigo un nuevo orden en la cultura y en la educación española, que
pondría todo su énfasis en el nacionalismo y en la religión, dentro de un marco
de autoritarismo cultural y tradicionalismo.
A partir del ’39 el sistema educativo se ‘limpió’ de todos los instructores de
izquierda y liberales, y se renovó siguiendo las mismas directrices del
autoritarismo nacional y del tradicionalismo religioso, promulgándose nuevas
leyes sobre la Ordenación Universitaria (1943) y la Educación Primaria (1945).
Muchos intelectuales y artistas (Miró, Juan Ramón Jiménez, Casals, Sánchez
Albornoz, Américo Castro, Alberti, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Luis Cernuda,
etc.) que apoyaron a la Republica, tuvieron que exiliarse al acabar la guerra.
Grave acusación contra el régimen de Franco fue, además, el asesinato de García
Lorca, símbolo del destino de la cultura española bajo el «Caudillo».
La política cultural del régimen de Franco fue de hecho una política
‘destructiva’, de control a través de la censura (que se aplicó a prensa,
libros, radio, cine y teatro), así como una política ‘constructiva’ de
elaboración de una cultura propia y original. Por lo que se refiere a los medios
de comunicación el Estado dispuso de unos cuarenta diarios, la “prensa del
Movimiento”, que incluía periódicos como «Arriba», «Pueblo», «Marca»; dispuso
también de dos agencias oficiales de noticias (EFE, nacida en 1939, y PYRESA),
de dos cadenas de radio (Radio Nacional y la Cadena del Movimiento) e incluso de
una editorial propia (Editorial Nacional). Sin embargo, la prensa iba a
funcionar sobre la base de la censura previa y de consignas oficiales, mientras
los cines fueron obligados a proyectar antes de cada sesión ordinaria, un
noticiario oficial y propagandístico, el NO-DO (Noticiarios y Documentales
Cinematográficos, creado en 1942). La prensa produjo también poesía (Poemas de
la bestia y el ángel, 1938, de Pemán, con poemas de Manuel Machado, Gerardo
Diego, Rosales y otros) y numerosas novelas que eran testimonios de experiencias
personales (Madrigrado de Francisco Camba, Retroguardia de Concha Espina, Cristo
en los infiernos de Ricardo León, etc.), literatura propagandística,
glorificación heroica de los vencedores.
Junto con la cultura oficial del régimen fascista encontramos una subcultura de
consumo de masas por la cual el gobierno de Franco quedó mucho más definido que
por la propia cultura oficial. Muchas de las características y hechos que
configuraron la evolución de la cultura de masas iban a ser así tremendamente
reveladoras: el cine, aún sometido a una rígida y múltiple censura y obligado al
doblaje de las cintas, fue el entretenimiento colectivo más popular. La
producción nacional promovió en un primer momento un cine épico-cultural (Raza,
1941, de Sáenz de Heredia, Harka, 1941, de Carlos de Arévalo) o
histórico-imperial (Agustina de Aragón, 1950, Alba de América, sobre Colón,
1951). Pero pronto tuvo que buscar otros géneros que pudieran enlazar mejor con
un público reticente ante la grandilocuencia de aquella cinematografía de
propaganda y deseoso de olvidar la Guerra Civil. Se cultivó así el folclore
andaluz, los temas taurinos, el cine religioso (con el gran éxito de Marcelino,
pan y vino, 1954, de Vojda), el disparate cómico y el folletín romántico. La
literatura de quiosco especializada en géneros infra-literarios (novela rosa y
del Oeste, autores como Corín Tellado, José Mallorquí) y los seriales
radiofónicos, esto es, novelas radiadas en capítulos, adaptaciones de obras
literarias conocidas, fueron la literatura consumida por las clases sociales
modestas hasta la década de 1960.
Entretenimientos “nacionales” como el fútbol y las corridas fueron, junto con
literatura, cine, radio, los que nacionalizaron los gustos, la sensibilidad y
las aficiones populares; forjaron, paralelamente, un «silencio artificial»,
según la expresión de la novelista Carmen Martín Gaite, sobre los problemas
reales de la sociedad.
La vigencia de la cultura popular permitiría al régimen de Franco enmascarar de
alguna forma el fracaso de su propia cultura oficial, algo que empezaría a
evidenciarse a partir de 1945 y que se había consumido a mitad de la década de
1960.
Una de las instituciones que se resintió de la política cultural franquista fue
la Universidad. La agitación de los universitarios contra el régimen rebrotó
desde 1962-63. El problema de la educación respondía a una profunda
problemática: a la deslegitimación cultural e ideológica experimentada por el
régimen fascista.
Más todavía, desde finales de la década de 1950, la cultura de la oposición
desempeñaría, al menos en el ámbito universitario, un papel de concienciación de
la sociedad y, como tal, cualquiera que fuese su calidad, contribuyó
substancialmente a erosionar los fundamentos ideológicos del franquismo y a
crear las ideas y valores sobre los que se fundamentaría la futura democracia
del país. A ello contribuyó, de forma importante, la aparición a partir de 1955
de la que se llamó «generación realista de la post-guerra» (la generación de los
cincuenta), un grupo de escritores del denominado «realismo social» en razón de
su concepción de la literatura como instrumento de polémica social y política.
En este tipo de literatura abundaron obras sobre la sordidez de la vida de las
clases populares, y temas como el conflicto generacional y la crítica del
conformismo político de la burguesía; estilísticamente se buscó una objetividad
casi fotográfica, la narración dialogada y sin artificios, los lenguajes
cotidianos; se buscó más, si se quiere, el análisis de clases y grupos sociales
que la creación de personajes singulares .
Para lograr esa objetividad fue, pues, necesaria tanto en la sociedad española,
como en la italiana, una ‘nueva lengua’ que se adaptara más a los nuevos
contenidos. Buscando un cambio en las formas de expresión, los autores
utilizaron una lengua no literaria, que acogiera términos técnicos, dialectos,
jerga, lenguajes sectoriales. Cabe subrayar, sin embargo, que la producción
literaria anterior al neorrealismo ejercitó sobre él su influencia. Varios
escritores del siglo XX tuvieron dentro de sí un pasado «decadente», y en muchos
casos fueron artistas empujados por un sentimiento angustiado y pesimista, que
se había traducido de modos neorrealistas, pero que todavía estaba en antitesis
con aquel optimismo y confianza en la suerte de los hombres sobre los cuales
buena parte del movimiento neorrealista quería fundarse.
Como veremos a continuación, el terreno en que la nueva semilla lingüística pudo
desarrollarse fue principalmente el de la novela.
En la evolución de las formas literarias durante los últimos tres siglos,
destaca como fenómeno de capital magnitud el desarrollo y la creciente
importancia del género novelesco.
La novela neorrealista y sus contenidos
Ampliando continuamente el dominio de su temática, interesándose por la
psicología, por los conflictos sociales y políticos, y ensayando sin cesar
nuevas técnicas narrativas y estilísticas, la novela se ha transformado en el
curso de los últimos siglos, sobre todo a partir del XIX, en la forma de
expresión literaria más importante y más compleja de los tiempos modernos. De
mera narrativa de entretenimiento, sin grandes ambiciones, la novela se ha
convertido en estudio del alma humana y de las relaciones sociales, en reflexión
filosófica, en reportaje, en testimonio polémico. El novelista, antes autor poco
considerado en la republica de las letras, ha pasado a ser escritor prestigioso,
que dispone de un público vastísimo y ejerce poderosa influencia sobre sus
lectores.
Después de una larga y compleja evolución, al declinar del siglo XIX y en los
primeros años del siglo XX comienza a gestarse la crisis y la metamorfosis de la
novela moderna con relación a los modelos, considerados como “clásicos”, del
siglo XIX : aparecen las novelas de análisis psicológico de Marcel Proust y de
Virginia Woolf; James Joyce crea sus grandes novelas de dimensiones míticas,
construidas entorno a las recurrencias de los arquetipos (Ulisses y Finnegans
wake); Kafka da a conocer sus novelas simbólicas y alegóricas. Se renuevan los
temas, se exploran nuevos dominios del individuo y de la sociedad, se modifican
profundamente las técnicas de narrar, de construir la trama, de presentar los
personajes. Se suceden la novela neorrealista, la existencialista, el nouveau
roman. La novela, en fin, no cesa de revestirse de formas nuevas y de expresar
nuevos contenidos, en una singular manifestación de constante inquietud estética
y espiritual del hombre.
Por lo que se refiere a la época de la que nos estamos ocupando, podemos afirmar
que el género novelesco, con su amplio abanico de posibilidades, reviste una
importancia relevante.
El neorrealismo, como hemos puesto de manifiesto, coincide con la literatura del
antifascismo, de la guerra, de la Resistencia, de la situación posbélica, porque
fue revisión y rescate de los valores morales y cívicos que la política fascista
y su aventura internacional habían adulterado.
No parece entonces posible reducir este movimiento a una simple cuestión de
diferencias poéticas, habiendo esta corriente cultural elaborado un diagrama de
valores que van más allá de la frontera estrictamente literaria para tratar la
situación del hombre y del intelectual, y al mismo tiempo del porvenir social y
político del ciudadano.
En este sentido el neorrealismo nació de una conciencia y de una responsabilidad
que imponían al arte y en general a la cultura un compromiso preciso, queriendo
que las dos participaran de una radical promoción ética del individuo y de la
comunidad. No se trataba tanto de readaptar los viejos esquemas del naturalismo
y menos de restaurar los hábitos ya desusados del provincialismo, cuanto de
conseguir, a través de la representación de verdades locales y directas, una
cognición más activa de la problemática extranacional, para sentirse vivir
nuevamente en el circuito de la cultura europea y cosmopolita.
Como hemos visto, el neorrealismo comprende autores, obras y proyectos que no se
dejan definir por una acepción unívoca. Sus orígenes y formación son bastante
diversas y a menudo pertenecen a culturas y a experiencias antitéticas.
En Italia la distancia y el contraste entre el triunfalismo fascista y la
realidad de este país, devastado por los dramáticos desequilibrios sociales y
económicos, llevaban cada vez más a los narradores a abandonar las evasivas
ejercitaciones de estilo y a retratar el mundo con la mayor dosis posible de
verdad.
De aquí la importancia fundamental de la novela. Grandes narradores como Pavese,
Fenoglio, Brancati, Bernari, Calvino, Levi, Rigoni Stern, Vittorini, Berto,
Cassola, Bigiaretti, Bartolini, Viganò contribuyeron con sus obras a difundir la
influencia y la importancia del neorrealismo.
Hacia la mitad de los años '50, sin embargo, empezaron a notarse los límites
entre los cuales se había movido toda la experiencia neorrealista y que se
referían a la escasa conciencia estilística, así como a la genérica perspectiva
ideológico-política que no anduvo nunca más allá de la indefinida propuesta de
un cambio social radical, privado de concretos contenidos científicos e
históricos.
Al comienzo de los años cuarenta, mientras el cine se dedica a cierta crónica de
la realidad social, la literatura italiana parece estar dominada todavía por un
lirismo, que, aunque no quite a las novelas una disposición ético-política de
rechazo de la ideología imperante, la hace poco inmediata. Hablando, pues, de la
producción poética de dos ilustres autores de esos años como Cesare Pavese e
Elio Vittorini, el crítico Giuliano Manacorda señaló en ellos
«un’interpretazione fortemente liricizzata a mediare la realtà con una
disposizione soggettiva al símbolo e al mito, pronta a peccare più per eccesso
di evasione intellettualistica che per fedeltà fotografica» (Manacorda 1979:
74).
Elio Vittorini fue también autor de Conversazioni in Sicilia (1941), novela en
la que el joven protagonista viaja a Sicilia a encontrarse con su madre,
recorriendo al mismo tiempo un viaje de “iniciación”; viaje que le hace
descubrir la enfermedad, el dolor, la miseria, que lo llevan a pronunciarse a
favor de los desheredados y a una toma de conciencia personal.
Vittorini, sin embargo, llevó los aspectos más negativos de lo cotidiano hacia
el símbolo y el mito, uniendo la situación concreta del sur de Italia a la más
general de la humanidad, con lo que la búsqueda de la libertad perseguida por él
y sus contemporáneos se convierte en un mito de liberación cósmica y universal.
Dicho universalismo se refiere exclusivamente a los desheredados, porque no
trata de una defensa global del hombre sino de los que sufren más amargamente la
condición humana, lo que será llamado el “mondo offeso”, o sea enfermos,
hambrientos, humillados.
Hacia el mundo rural y el mito de la infancia como edad ideal y perdida se
encamina también Cesare Pavese con su novela Paesi tuoi (1941), en la que se
narra el fracaso de Berto, protagonista y narrador, frente a un mundo bárbaro.
Infancia y naturaleza salvaje, mitos que encontramos en las dos novelas, son
narrados a través de un lenguaje simbólico.
Otra grande figura de estos años es la de Vasco Pratolini, cuyo lirismo se
distancia de las abstracciones de Vittorini o Pavese. Sus primeros libros tienen
casi un único tema, que encontramos bajo la forma de crónica: la memoria
autobiográfica a través del regreso a la infancia. Esta crónica autobiográfica
no es sólo análisis del propio pasado, sino también búsqueda de los otros en una
dimensión solidaria, temas que harán de sus novelas las más representativas y
modernas de la posguerra, aunque para las generaciones posteriores los
auténticos maestros seguirán siendo Vittorini y Pavese.
A partir de 1943 en Italia, como hemos dicho, se verifican cambios políticos que
influyeron mucho también sobre la producción intelectual de la península: el
desembarco de los aliados en Sicilia en julio, el derrocamiento de Mussolini el
día 25 de ese mes, la firma del armisticio entre los aliados y el gobierno de
Badoglio el 8 de septiembre, la entrada de los aliados en Roma en 1944, y la
constitución del primer gobierno en 1945.
En los años anteriores a esta última fecha el pueblo italiano había dado prueba
de su fervor en la resistencia contra el fascismo, y en la guerra de liberación
contra a los alemanes. Pero ese fervor era contemplado con temor por los
sectores conservadores del país, lo que determinó en el período inmediatamente
posterior a la liberación un equilibrio entre las fuerzas de la revolución y las
de la restauración, como parecen demostrar entre 1945 y 1947 los gobiernos de
coalición, y la aprobación en 1948 de una constitución en la que la izquierda
hacía amplias concesiones en temas religiosos y económicos.
El equilibrio de coalición se rompe en mayo de 1947 por las presiones
conservadoras italianas y de los norteamericanos, determinando en 1948 nuevas
elecciones que, con la victoria de la Democracia Cristiana, determinarán en el
país un cambio notable.
Aproximadamente es en esos años, entre 1945 y 1948, cuando la crítica señala el
nacimiento y la afirmación del neorrealismo, y sobre todo de la mano de un cine
que parece marcar el camino de los escritores italianos.
En 1945 con Roma città aperta se inicia el cine de posguerra, un cine diferente
en que influyeron el protagonismo de las clases populares y la conciencia sobre
la necesidad de un cambio que la guerra y la resistencia habían determinado. Por
ello entre los primeros temas del cine encontramos justo los de la guerra y de
la resistencia: Giorni di gloria, Due lettere anonime de 1945, Un giorno nella
vita, Vivere in pace y Paisà de Rossellini (1946).
Esta tendencia se da también en la novela. Uomini e No de Vittorini fue modelo a
seguir para escritores como Berto, Cassola, o Calvino. Nacieron, entonces, obras
de carácter memorialista y documental cuyos autores, de ambas orientaciones
políticas, pretendían hablar de cierto planteamiento moral de defensa de la vida
y de la persona más allá de una ideología determinada.
Al lado de las experiencias de guerra aparecen los problemas derivados del
conflicto mundial. Niños huérfanos, jóvenes delincuentes, prostitutas, parados,
campesinos, emigrantes empiezan a protagonizar el cine y la novela, creando una
de las caras más conocidas del neorrealismo, la del “miserabilismo”.
Estos temas contribuyen a la denuncia de una sociedad en la que hacía falta una
rápida reconstrucción del país y un rescate social de las masas desheredadas.
La denuncia de esta situación de crisis era ya evidente en películas como
Sciuscià (De Sica, 1946) o Riso Amaro (De Santis, 1948), pero llega a su momento
más penetrante con Ladri di Biciclette de Vittorio De Sica (1948), cuya
componente subversiva está justo en aquel desesperado dramatismo que subyace a
un asunto aparentemente tan banal como la búsqueda de la bicicleta robada.
En correspondencia con el cine, la novela va desarrollando cierta sensibilidad
político-social hacia las clases más humildes. Algunos escritores como Bassani o
Cassola lo hacen a través de una evocación del pasado, otros prefieren describir
casi con tonos de crónica las dramáticas condiciones del sur campesino, es este
el caso de Cristo si è fermato a Eboli de Carlo Levi (1945), o de Le terre di
Sacramento di Francesco Jovine (1949). Cesare Pavese que había ya empezado a
escribir durante el fascismo abarca ahora temas como la guerra partisana, la
actividad clandestina o la sociedad burguesa de posguerra, vista como en la
trilogía La bella estate con ojos críticos. Otros como Vittorini y Pratolini
dirigen su atención hacia las graduales transformaciones de su época, guiados
por un humanismo de carácter antifascista que ve como protagonista a la clase
obrera, como demuestra Cronache di poveri amanti (1947) de Pratolini.
El neorrealismo, sin embargo, empieza a resentirse por algunos hechos como la
amplia victoria electoral de la Democracia Cristiana, el fortalecimiento del
conservadurismo, y los ataques al cine por parte de los sectores más
reaccionarios del gobierno y de la Iglesia.
Aunque se quisiera salvaguardar cierta unidad, el Primer Congreso sobre el
neorrealismo celebrado en Parma en 1953 no fue nada más que un conjunto de
declaraciones de buena voluntad. Concretamente, pero, el neorrealismo había
seguido muchas direcciones diferentes. Si De Sica y Zavattini seguían hablando
de los pobres y de los problemas cotidianos (Miracolo a Milano, Humberto D,
Siamo donne, L’amore di città), Antonioni en Cronaca di un amore (1950)
abandonaba la descripción de ambientes miserables para dedicarse a las clases
acomodadas; Rossellini buscaba en sus películas algo superior y espiritual que
pudiera contribuir a la ascética búsqueda del sentido de la existencia (L’Amore,
1948; Francesco, giullare di Dio, 1949; Stromboli, 1949; Europa 51, 1951;
Viaggio in Italia, 1953).
Además de estas fisuras internas, las presiones de los sectores más
conservadores y de la Iglesia determinan el nacimiento de una cultura
conformista y de éxito popular, y que tuvo, en algunos casos, el nombre de
“neorrealismo rosa”. Notorio ejemplo en ámbito cinematográfico fue la película
de Comencini, Pane, amore e fantasia (1952).
En general es posible afirmar que la cultura neorrealista en Italia tuvo escaso
éxito ante un público que, en pleno desarrollo económico, exigía algo diferente,
así que, aunque algunas obras bien sean literarias o cinematográficas hubieran
tenido cierto éxito, es posible considerar el neorrealismo como un movimiento
minoritario dentro del conjunto de la cultura italiana de los años posteriores a
la guerra; en efecto hacia 1955 la literatura neorrealista, así como el cine,
parecían estar en crisis. A las primeras novelas de posguerra había sucedido
cierto manierismo, un escribir “a la manera de”, y al mismo tiempo el
decadentismo de Bassani, el alegorismo moral de Calvino, y, más tarde, el
experimentalismo lingüístico de Pasolini evidenciaban la necesidad de una
apertura hacia nuevos temas y direcciones que iban alejándose del primitivo
neorrealismo.
En España desde el final de los años treinta, un sentimiento general de angustia
parecía impregnar, aun antes del conflicto mundial, la literatura del momento.
Como ya hemos dicho, bajo el mismo impulso que ya habían advertido los
intelectuales italianos también los españoles comienzan la búsqueda de una
realidad que significaba fidelidad a los datos que el mundo exterior
proporcionaba, y al mismo tiempo revelación de las verdades ocultas.
Significativas resultan entonces las palabras de Giner, obrero de La resaca de
Juan Goytisolo:
«Los hombre del Centro, explicó, se habían apropiado el lenguaje de los hombres
de las Afueras. Antes, las palabras eran como las monedas: había monedas
verdaderas y monedas falsas. Ahora, sólo circulaban monedas falsas. Pan,
Justicia, Hombre, habían perdido su significación. Eran nombres huecos,
instrumentos al servicio de la mentira. Daba igual decir sí que no. Los hombres
de las Afueras podían decir No, que su No siempre sería un SI. O decir Si, que
su Si siempre sería un NO. Los hombres del Centro habían absorbido su
vocabulario para esterilizarlo, trasplantándolo a un terreno yermo. La verdad no
podía salir de su boca como la hierba no crecía en el asfalto de sus aceras» (Goytisolo
1981: 148).
Interesa destacar cómo en los planteamientos de estos novelistas se pueda llegar
al conocimiento de la realidad sólo a través de la búsqueda de lo verdadero.
Sólo el conocimiento que parta de ahí podrá evitar el fracaso. Por eso resulta
fundamental la existencia de un testigo que no sólo perciba lo aparente sino que
sea capaz de revelar lo oculto. Aldecoa definía al novelista como un “testigo de
excepción”, y la misma Ana Mª Matute, habiendo vivido personalmente aquella
guerra civil que tanto afectará a su obra pudo afirmar como testigo que «La
muerte y la crueldad tomaron cuerpo» (Couffon 1961: 53–54).
La condición de testigo no se agota en si misma, ni se pierde en la autenticidad
de lo que percibe sino que sirve a un fin testimonial. Esta actitud de
testimonio es semejante a la que hemos visto en el neorrealismo italiano y en lo
cineastas y críticos españoles que hablaban de levantar actas notariales de los
pueblos de España, o la de Alfonso Sastre y José Mª de Quinto en el manifiesto
de su ‘Teatro de Agitación Social’ de 1949-50, aquella, en fin, que la crítica
ha atribuido a toda la “generación del medio siglo”. Según Sobejano, sin
embargo, toda la novela posterior a la guerra civil tiene un valor testimonial,
mientras otros, como Esteban Soler o Sanz Villanueva, al hablar de testimonio
limitan su alcance al humanismo con una leve carga de crítica social de los
neorrealistas.
A la búsqueda de la realidad y a su testimonio se junta la vivencia personal de
esa realidad. El autor transmite sus experiencias y su autobiografía. A tal
propósito Fernández Santos consideraba la novela como una interpretación del
país en que se vive, interpretación personal que nace de un conocimiento íntimo
de experiencias individuales. Precisamente este autor ha insistido varias veces
en dos hechos comunes a todo el grupo: el conocimiento de una realidad física
determinada que después ha trasplantado a sus obras, y la relación de la misma
con su propia vida (Jiménez 1986: 104). Así, no casualmente, la historia de su
primera novela transcurre en Cerulleda, el pueblo de sus padres, situado en la
montaña asturleonesa.
Elementos autobiográficos encontramos también en el pequeño enfermo de Cabeza
rapada, o en los aspectos rurales de los niños de Los Bravos, o Una fiesta u Un
día de caza.
Aunque en todos los escritores de cualquier época, lo vivido y lo observado
están en la base de sus creaciones, lo que singulariza a los narradores
‘sociales’ de España es el interés por ligar su obra a esa verdad que se concibe
sólo a través de la experiencia vivida u observada, siguiendo la aserción de
Zavattini, cuyos métodos de trabajo no consistían en quedarse en su escritorio
pensando en una historia, sino en seguir a los hombres por la calle y en sus
acciones diarias.
Uno de los autores que parecen preocuparse más de establecer cierta conexión
entre lo narrado y lo conocido es, por ejemplo, Adelcoa, con su insistencia en
el conocimiento del mundo gitano protagonista de Con el viento solano y de
varios otros cuentos.
Los novelistas de esta generación buscan ambientarse con la experiencia directa,
naciendo la obra de la observación de todos los elementos que constituyen la
realidad, y de su lenguaje. Con ello se responde a esa idea común en la época,
como hemos ya dicho, de que conocer significa vivir personalmente. La del viaje,
entonces, es otra dimensión dentro del dominio de la experiencia de estos
autores. El carácter andariego equivale a una literatura de viaje como ocurriría
al final de la década con otros escritores de la generación. Un ejemplo es el
ofrecido por Adelcoa con Viajes a Filabres o Álava, provincia en cuarto
menguante. A este espíritu viajero no son ajenas las influencias de Pio Baroja y
de otros exponentes de la generación del ‘98, así como Viaje a la Alcarria de
Cela.
La proximidad de estas obras a los intereses del neorrealismo era debida a la
fecha en que se producen y al sentido que adquieren. Respeto a la fecha es
posible subrayar cómo los viajes de Adelcoa se producen entre 1953 y 1955
fundamentalmente, añadiéndose a los dos citados anteriormente y al Gran Sol,
otro a Extremadura en 1955 y a las Islas Canarias en 1967. Diferente resulta en
cambio el viaje de Fernández Santos por Segovia, que, a pesar de ser de 1950,
aparece bajo una forma literaria específica en una obra escrita sólo hacia 1953.
En general el viaje por las tierras de España cobra un cierto auge. Nacen
entonces las obras de Muñoz Suay, Berlanga o Zavattini en 1954, o experiencias
más reducidas en sus pretensiones como las de los todavía alumnos de IIEC Carlos
Saura y Basilio M. Patino cuando, en Vagón de tercera clase, narran un viaje por
Castilla en clase económica de soldados, viejas, segadores. Una contemporaneidad
a la que también se alude en En la hoguera, novela de Fernández Santos en que
hasta una pueblerina nota el anhelo creciente de la población por viajar.
El aspecto predominante de estas situaciones es el deseo de una compenetración
entre hombre y paisaje, y la búsqueda del aspecto humano de los pueblos por los
que se va pasando. Salen, entonces, a la superficie gentes humildes en sus
ocupaciones cotidianas, hombres y mujeres afligidos, en algunos casos, por la
penuria y el dolor. Ésta es también la perspectiva elegida por los novelistas,
como Adelcoa, por ejemplo, que dirige su mirada hacia la vida humana de un
rincón mísero de España.
En estos primeros viajes lo estético domina todavía sobre lo social, a la vez
que el deambular lleno de angustia perceptible En la hoguera, no impide su valor
de testimonio humano ceñido a un presente cargado de historia actual.
Lo humano viene así gradualmente más profundizado hacia cierto testimonialismo
que desembocará, al final de la década, con otros miembros de la generación en
una obra más politizada. Ejemplo de ello son los libros de viajes de Juan
Goytisolo por la tierras de Almería desde 1957 hasta 1959, Campos de Níjar y la
Chanca, en los que resulta evidente el ejemplo transmitido por los escritores
neorrealistas italianos, especialmente Vittorini, como parece subrayar cierta
dimensión humanista, de honda preocupación por hombres concretos, con sus
problemas cotidianos, y vistos a través del amor, que había caracterizado lo
mejor del propio Vittorini y del neorrealismo. Dichos viajes además se producen
en una época en que se nota un verdadero auge del documental en el cine, en
donde, en algunas películas, como el caso de La venganza de Bardem, se crea la
figura del intelectual viajero en busca del contacto y del conocimiento de sus
semejantes.
La búsqueda de la verdad, pues, a partir de una experiencia vivida o entrevista
durante los viajes es un medio para señalar la dirección hacia el conocimiento
de la realidad, y obedece a un proyecto de afrontar las realidades que nos
asedian, y darles expresión artística, argumentos, éstos, expuestos en el último
número de Revista Española por los jóvenes miembros de la “generación del medio
siglo”.
Cierta necesidad de narrar hechos actuales e inmediatos, siguiendo las huellas
de directores como De Sica, Zavattini, Rossellini, es la que muestran varios de
los escritores españoles de la época, ya que muchas obras realizadas entre 1950
y 1958 tratan situaciones de guerra (Duelo en el paraíso, parte de Los hijos
muertos y de El fulgor y la sangre, además de algunos cuentos) y, sobre todo, de
aquella posguerra que hay que situar antes de 1950 en varios casos y que en su
mayor parte abarca acciones posteriores a esta última fecha (El fulgor y la
sangre, Con el viento solano, Gran Sol, Entre visillos, El Jarama, Juegos de
manos, Fiestas, El circo, La resaca, y la mayoría de los cuentos). En todas
estas obras es perceptible el deseo de crear un clima y unos personajes que sean
reconocibles como actuales, como puso de manifiesto el crítico José Mª Castellet,
desde una fecha tan lejana como 1952, en sus “notas sobre la situación del
escritor en España”. Esta es la idea de modernidad en la que insiste unos años
después, cuando al hablar del compromiso del escritor, afirma que se exige al
novelista un compromiso con la realidad actual y con el hombre de su tiempo.
Las novelas, como los cuentos, se convierten en una crónica del presente lo más
correspondiente posible a la realidad del lugar y del período narrados. Por
consiguiente es posible localizar cronológicamente con cierta facilidad la
acción de las narraciones, mediante la cual se pretende efectuar una ‘crónica’
constante de la existencia cotidiana del hombre, en consonancia con lo mantenido
por Zavattini. Una clave de lectura de El Jarama, ofrecida por el mismo Ferlosio,
ya ponía el acento sobre estos mismos objetivos:
«La novela querría ser, salvando las distancias y con los debidos respetos, algo
así como los cuadros de escenas populares de Goya [...]. No es una novela
costumbrista y hace referencias a cosas concretas, corridas, nombres de
películas, personas que salen en los periódicos, etc. de 1953. Digo esto porque,
a mi modo de ver, las novelas costumbristas exigen una vaguedad histórica mucho
mayor; cuentan lo que solía pasar, y no lo que pasó tal día, tal año, de una vez
para siempre» (Sánchez 1958: 70).
Los personajes de esta narrativa, a menudo, son desvalidos porque no tienen
poder económico, asistencia social, son impotentes ante la soledad, el tiempo.
Son derrotados por su mismo destino, por la guerra (argumento de muchas obras, a
pesar de ser la protagonista sólo en algunas). Y frente al hundimiento, causa de
la pérdida de toda esperanza, no encuentran nada más que la hipocresía de la
clase dirigente burguesa.
Llega a ser, por tanto, el verdadero protagonista de estas narraciones el
‘humilde’, cuyo concepto expresa tanto su no-pertenencia a un grupo social
determinado cuanto su situación de desvalimiento. La humildad puede depender del
trabajo, generalmente no cualificado, pero también de la marginación que deriva
del hecho de ser mujer, o viejo, o enfermo, o gitano.
El sentido de esta humildad, de este desvalimiento es social, porque implica
marginación y pobreza, pero también personal, porque nos habla de soledad, de
muerte. Ahora bien, como hemos dicho, en estas narraciones no es el hombre en
general el que es considerado como un ser desvalido, sino ciertos hombres en
particular, los humildes, que son quienes sufren y necesitan la solidaridad de
los demás. No hay intenciones de hacer propuestas intemporales sobre el hombre.
Se quiere testimoniar, al contrario, cómo ciertos problemas afectan a unos
hombres históricamente situados después de una guerra que han perdido y que ha
tenido consecuencias evidentes: la pobreza, la injusticia, la falta de
solidaridad.
El concepto ‘hombre’ se concentra en unos seres determinados y en un tiempo
preciso, igual que había ocurrido con el neorrealismo italiano.
«Non ogni uomo è uomo allora. Uno perseguito e uno è perseguitato; e genere
umano non è tutto il genere umano, ma quello soltanto da perseguitato. Uccidete
un uomo. Egli sarà più uomo. E così è più uomo un malato, un affamato; è più
genere umano il genere umano dei morti di fame» (Vittorini 1966: 100).
La novela, al mismo tiempo, seguía su camino, evolucionando, y hacia el final de
los años ’50, un grupo de narradores madrileños (Armando López Salinas, Antonio
Ferres, Jesús López Pacheco) comenzó a hablar de una «novela realista». Si por
su poética, y también por el planteamiento, se ha podido hablar de analogías con
el realismo socialista, en el caso concreto de la situación cultural de aquellos
años estas novelas en las que se denunciaban las condiciones de vida de los
mineros (como en La mina de López Salinas), de los chabolistas (como en La
piqueta de Antonio Ferres), la organización del trabajo (como en Central
Eléctrica de López Pacheco), representan una clara tendencia a servirse de la
prosa narrativa como simple medio, como sucedáneo de expresión de todo lo que la
situación política hacía posible. Pero se trataba de una tendencia peligrosa
desde el punto de vista literario, porque en el intento de usar la capacidad
reveladora y crítica de la novela, habría podido destruirla en su mismo
instrumentalismo (o sea, los mismos límites de la novela realista española de
los años ’30 a la que estos narradores bajo varios puntos de vistas se
inspiraban). En otros casos, como el de Juan García Hortelano, esta voluntad de
narración se aplicaba con mayor atención hacia las elecciones técnicas y los
ambientes burgueses.
Para concluir este breve excursus recordaremos como los congresos
internacionales sobre la novela que tuvieron lugar en Formentor en el ’59 y en
el ’60 entre escritores, críticos y editoriales de varios países europeos, y los
premios que se consiguieron (uno nacional y uno internacional), llamaron la
atención sobre esta narrativa española, contribuyendo a su salida de un contexto
cultural antes más provinciano, y determinaron importantes contactos y aperturas
hacia la narrativa hispanoamericana.
El comienzo del despegue capitalista, las grandes huelgas del ’62, que
transformaron bastante rápidamente los términos de la situación, pusieron en
crisis esta sincera, pero débil narrativa realista.
El compromiso social, los condicionamientos y los límites del neorrealismo
La poética neorrealista se fundaba sobre un principio sobre el que se discutió
mucho, y que fue llamado en Italia «impegno», o a la manera francesa
«engagement», o sea, cierto compromiso socio-cultural. A este propósito resultan
clarificadoras las palabras de Jean Paul Sartre (1905-1980):
«Noi non abbiamo voglia di parlare per non dire niente... Noi scriviamo per i
contemporanei... noi ci schieriamo al fianco di coloro che vogliono mutare al
tempo stesso la concezione sociale dell’uomo e la condizione che egli ha di se
stesso... la letteratura è tornata ad essere ciò che non avrebbe dovuto mai
cessare d’essere: una funzione sociale» (Sartre 1999: 19).
Afirmación que constituía la negación de la tesis, difundida en Italia desde la
«Ronda», según la cual el artista cumple su deber de hombre sólo por el hecho de
escribir; aquí, ahora, se le preguntaba qué y para quién escribía, o sea el uso
social que era posible hacer de su obra.
Los presupuestos teóricos del neorrealismo y del realismo social, y sus éxitos
concretos determinaron un intenso debate. La generación siguiente renegó de
ellos, y la crítica abrió sobre los mismos un vivo re-examen crítico. La
situación externa y objetiva en la que trabajaban críticos y artistas y su
condición interior, la cultura con la que pensaban y trabajaban condicionaron
fuertemente el debate teórico y la producción de las obras neorrealistas. Por
una parte existía un estado de ánimo de esperanza. Antifascismo y movimientos
campesinos habían sido experiencias de vida que habrían podido determinar un
cambio significativo en una cultura cerrada y decadente, dejando atrás los
encantos del formalismo y del estetismo, y todos los modos de la evasión y de la
renuncia.
En Italia, además, después de una rotura rápida de la unidad antifascista,
alcanzada durante la segunda guerra mundial, volvieron los conflictos entre
fuerzas políticas y sindicales, que querían transformar la caída del fascismo en
una renovación radical de las estructuras sociales del país, y las fuerzas
moderadas que querían devolver la gestión de la economía y de la política
italiana a los grupos que habían gobernado antes de la ascensión del fascismo.
Así pues, alrededor del neorrealismo faltó una atmósfera solidaria, mientras que
numerosos fueron los esfuerzos por sofocarlo con instrumentos políticos y
económicos, rechazando subvenciones, censurando exposiciones y proyecciones de
películas, acusando, en fin, a las obras neorrealistas de denigrar Italia
mostrando sus vergüenzas.
Los limites en el neorrealismo y en el realismo social fueron, además,
culturales, ‘internos’, o sea, a los mismos artistas. Un arte, en cierto modo,
utópico como el neorrealista habría necesitado por parte de los escritores una
cultura semejante a sus aspiraciones, capaz de dar al artista la posibilidad de
analizar con instrumentos idóneos la realidad contemporánea y analizar y
encontrar las estructuras narrativas y los modos expresivos necesarios para
traducir en forma de arte sus propias reacciones ante aquella realidad; en
conclusión, parecía faltar precisamente la elaboración de una poética similar a
los estímulos interiores, como habían hecho naturalistas y veristas.
Como justificación, podríamos recordar que por lo que concierne al menos a los
escritores italianos, éstos acababan de salir de la ambigua situación cultural
de los fascistas años cuarenta, e incluso cuando se consideraban marxistas, no
lo eran más que de modo indefinido, genérico. Los años siguientes a la segunda
guerra mundial fueron además caracterizados por un tumultuoso cambio cultural, y
el marxismo, Gramsci, la pedagogía activista, la psicología moderna, el
psicoanálisis, la lingüística moderna de Ferdinand De Saussure, la antropología
cultural empezaron a ser estudiadas, pero, en los primeros años, conocimiento y
estudio de estas disciplinas estaban en un estadio todavía elemental. No es
extraño pues que, como hemos dicho, fuesen artistas, escritores o directores,
tomaran como ejemplo a Giovanni Verga, y los críticos a De Sanctis, porque si se
iba más allá de la literatura del decadentismo, eran esos los primeros grandes
intelectuales ‘democráticos’ que se encontraban, siendo Verga quien analizó la
realidad del Sur después de la Unidad, y De Sanctis quien había vuelto a estimar
un arte y una cultura fundados sobre la rehabilitación de la realidad. Pero la
Italia de 1945 no era la de los decenios siguientes a la Unidad, y Verga y De
Sanctis podían ayudar hasta cierto punto. Aunque recurrir a estos dos
intelectuales pudiera servir para alejarse de tanto decadentismo y crocianismo
todavía ampliamente difundidos en Italia, y permitía no pensar en que el
neorrealismo fuera una retórica ‘al contrario’, la del escribir mal, la de las
palabrotas, o que el nacimiento de este arte nuevo tuviera como razón de su
misma existencia el conflicto mundial, que había determinado una ‘depresión’ en
lo que era la normal sagacidad cultural.
Otro interesante condicionamiento para estos escritores había sido además la que
podríamos definir como la ‘herencia decadente’. Muchos de los escritores que se
consideraban «neorrealistas», y de modo particular los «realisti degli anni
trenta», además de haberse formado bajo el fascismo y en los años del
decadentismo, eran también productores de un arte decadente. Hay que reconocer
que este decadentismo era de alguna forma crítico, denunciador de la condición
del hombre en aquellos años de crisis, de angustia, de dictaduras, pero
encerrado en la incapacidad de imaginar un futuro humano diferente.
Varios artistas, como ya hemos visto, habían traducido en términos realistas, o
casi, la visión pesimista y angustiada que tenían del mundo, pero sin la
confianza neorrealista en una posible regeneración social del hombre. Los más
agudos entre estos escritores advertían el contraste. «Anche noi – escribió
Vittorini – apparteniamo alla vecchia cultura, ma vogliamo uscirne». Estos
escritores, hijos del decadentismo habrían querido librarse de la figura
‘paterna’, sin embargo, este deseo no era suficiente, no equivalía a una
concreta emancipación.
Podríamos afirmar, pues, que la historia del neorrealismo es la historia de su
esterilización por razones internas como la debilidad poética, así como por
razones externas como la falta de entusiasmo, de fe en una futura regeneración
social.
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